No era algo muy meditado.
Un dibujo de trazo rápido de una mujer tomando un café. Y un texto de acompañamiento escueto: “Para los que estéis en primera línea, cada día un dibujo, salud”.
Era el 15 de marzo de 2020.
Domingo.
Primer día del confinamiento domiciliario total decretado por el Gobierno español para frenar la expansión de la covid-19.
Y la ilustración y las palabras del pintor Perico Pastor (La Seu d’Urgell, España, 1953) llegaron a los móviles de una treintena de personas que el artista había incluido en una lista de difusión de WhatsApp de profesionales de la sanidad.
La idea de enviar un dibujo diario a esos contactos se le había ocurrido a Pastor dos días antes, mientras veía una serie de Netflix con sus hijos en el sofá de su loft del barrio de Poblenou de Barcelona.
Consciente de que se avecinaban unas semanas muy duras, Pastor pensó en utilizar su arte para expresar su apoyo a amigos y conocidos que estaban arriesgando sus vidas para salvar las de los demás.
Las imágenes seleccionadas por Pastor no escondían ningún mensaje ni respondían a un plan predeterminado. Eran escenas cotidianas, cargadas de vitalidad, habituales en el imaginario de este artista internacional que ha expuesto sus obras en galerías de medio mundo y que ha colaborado en publicaciones como The New York Times, Vogue y Harper’s Magazine.
Pastor no sabía si su idea era oportuna. Ni deseada. Pero sus contactos enseguida le sacaron de dudas.
En los primeros días, una amiga enfermera le explicó que, durante sus extenuantes jornadas laborales, ver su dibujo en el móvil, después de quitarse el equipo de protección individual, era como recibir una bocanada de aire fresco. La enfermera también le dijo que no hacía falta que se tomara la molestia de enviar un dibujo cada día. La réplica de Pastor: “Me cuesta menos hacer el dibujo que a ti ponerte la mascarilla”.
Animado por la recepción de su iniciativa, al cabo de dos semanas, Pastor ya había creado otras dos listas de difusión: una formada por profesionales de la hostelería y otra, por contactos procedentes de ámbitos muy diversos.
Al poco tiempo, la treintena de personas iniciales que recibían su ilustración diaria se convirtieron en unas 700, muchas de las cuales, a su vez, irían reenviando los dibujos a sus amistades.
La respuesta de esa audiencia tan numerosa desbordaría en algunos momentos al pintor.
“Me pasaba tres horas seguidas contestando los mensajes de WhatsApp que me llegaban tras cada dibujo, me angustiaba si no podía contestar a todos y perdí la capacidad de concentración”, explica Pastor en su estudio barcelonés del Poblenou, en el que se instaló en 1999.
El taller del pintor es una suerte de cueva de Ali Babá atestada de libros, revistas, papel y más papel, discos y dibujos, con paredes recorridas por estanterías en las que apenas queda hueco. En las mesas que hay que sortear al recorrer el estudio, las pilas de catálogos de arte de tapa dura conviven con bandejas archivadoras, cajas de viejos juegos infantiles, flexos y rollos de papel.
Un refugio aparentemente caótico, con vistas a una calle de aire industrial que evoca el Bowery neoyorquino en el que Pastor se dio a conocer cuatro décadas atrás, cuando exponía en lugares como el Cornelia Street Café. Y un espacio en el que el artista dispone de todo el material imaginable para realizar sus ilustraciones en tinta china y en acuarela, reconocibles al instante por su trazo libre y directo.
Entre los centenares de mensajes que recibía cada día el móvil de Pastor durante el confinamiento abundaban los halagos y felicitaciones, pero también había espacio para cuestiones más personales.
“La gente me contaba cosas íntimas, sus preocupaciones diarias”, dice el pintor, que cree que la experiencia le ha servido para tomar el pulso de la sociedad.
“Sentía que estaba pasando algo importante. Ha sido un acto circular: yo he hecho compañía y mis contactos me han hecho compañía”, afirma Pastor, quien también destaca el calor recibido vía WhatsApp estos últimos meses, después de que el pasado noviembre sufriera un infarto que le obligó a interrumpir temporalmente su actividad.
“Pasé varias semanas en coma inducido, pero mi cerebro no dejó de funcionar. Mi vida es imaginar cosas. Y una de las primeras cosas en las que pensé al recobrar la conciencia fue qué haría con los dibujos que envío por las mañanas”, dice el pintor, que agradece el papel que han desempeñado los profesionales del Instituto Guttmann de Barcelona en su recuperación.
La rehabilitación fue compleja: “Al principio, manejar un lápiz me era físicamente imposible”. Pero Pastor pudo retomar sus envíos de ilustraciones por WhatsApp coincidiendo con el primer aniversario del confinamiento.
“Ahora la situación es menos trágica, pero noto que los dibujos siguen haciendo compañía”, dice el artista, que ya ha recibido una primera dosis de la vacuna de AstraZeneca.
En cierta medida, los dibujos diarios de Pastor han permitido validar la visión que el pintor tiene del arte: una actividad transversal, cuya función es unir a las personas.
“Es fantástico que unos dibujos insignificantes, que no representan absolutamente nada, sirvan para relacionarnos”, afirma el pintor, que siempre se ha caracterizado por combatir las actitudes elitistas.
“Existe esa idea de que si haces algo que llega a mucha gente está mal. Pero la cultura no es un lujo, todo lo contrario. Es como el sexo, la queremos todos. Y lo que tienes que hacer es que el acceso a ella sea sencillo y agradable.”.
Pastor ha enviado más de 200 dibujos a sus contactos, la mayoría de los cuales ha vendido con el fin de recaudar fondos para hospitales y, claro está, obtener ingresos en unos meses en los que el pintor ha visto cómo se aplazaban exposiciones y se suspendían proyectos en los que llevaba tiempo trabajando.
“Se dice que crisis es oportunidad, pero cualquier crisis es una catástrofe, sobre todo para los que no tenemos las espaldas cubiertas”, dice Pastor.
En coherencia con el origen improvisado del proyecto, el artista no quiere pensar en qué continuidad tendrá la iniciativa.
“No tengo ningún plan. Seguiré hasta que me canse”, dice Pastor, quien añade que, si algo ha comprobado durante la crisis sanitaria, es que una de las mejores maneras de vencer al miedo es practicar el oficio.
“Yo no me pongo a dibujar para explicar cosas ni predicar. Dibujo porque me lo paso bien. Cuando me pongo delante de un papel en blanco, pasan cosas”.