Adriana Lestido, la amante del círculo polar

La fotógrafa argentina viajó sola al Ártico en busca de auroras boreales. Ahí, entre “la muerte y el renacimiento”, filmó ‘Errante’, su primera película.

Aurora boreal en Tromsø, Noruega, en la película 'Errante', de Adriana Lestido. CORTESÍA
Aurora boreal en Tromsø, Noruega, en la película 'Errante', de Adriana Lestido. CORTESÍA

El blanco es un lugar de partida. Y de llegada. Y otra vez de partida. Los caminos que llevaron a Adriana Lestido —fotógrafa, docente, argentina— al blanco tuvieron varios colores. Y elementos. Una bióloga que se acercó a su taller de fotografía con la propuesta de hacer viajes en barco. Una exposición antológica de Miquel Barceló en CaixaForum Madrid; en particular una sala chiquita, donde montó pinturas sobre el desierto del Sáhara. Otra bióloga que conoció en la playa boscosa donde Lestido levantó un refugio, y le contó alternativas para llegar a la Antártida. Una residencia de artistas promovida por el Instituto Antártico de Argentina. Colores, caminos, voces, que sucedieron en simultáneo. Lestido, atenta a las señales, las leyó como si fuesen enunciados del I Ching. Y en esa constelación de signos percibió que al blanco absoluto se llegaba por el azul del agua, el amarillo del desierto, el verde del bosque.

—Mi idea era el blanco como pasaje, como muerte, como transformación —dice Lestido sentada sobre un sillón blanco, al lado de su perro negro, Bruno, en su casa de Barracas, en el sur del sur de la ciudad de Buenos Aires—. Pensé que tenía que ir a la Antártida, a nuestro desierto blanco.

En 2011, Lestido aplicó a la residencia y fue una de las artistas seleccionadas para viajar a la Campaña Antártica de Verano del año siguiente. Llevó dos Leicas, una Widelux analógica y una Fuji digital. También un libretón que les compró a los presos de la Unidad 48 Penitenciaria de José León Suárez, en la provincia de Buenos Aires. Los artistas residentes iban a alojarse en la equipada base de Esperanza, pero, por caprichos del tiempo y decisiones burocráticas propias de la racionalidad militar que dirigía el periplo, terminaron en la base Decepción.

—Fui a la Antártida con la idea del blanco y terminé en la base Decepción, que es negra. De la Esperanza a la Decepción —dice Lestido sonriendo por debajo de sus anteojos—. Igual Decepción es una locura, porque es un volcán. Tenés el fuego abajo, el agua, el hielo; todos los elementos. Y muchas fumarolas. Los humos y las neblinas me atraen. A su vez, que fuera un lugar duro me hizo estar en sintonía con la Antártida, que es extremo. Estar abierta a lo que la vida presenta.

La experiencia en las bases argentinas Decepción y Cámara —donde finalmente conoció al blanco antártico— derivó en Antártida negra. La serie está compuesta por dos libros, uno de fotos y otro de diarios, impulsado por la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide y por el escritor Juan Forn. También realizó exposiciones en museos de Buenos Aires, Chivilcoy, Madrid y Berlín. Pero, sobre todo, la estancia prolongada en un lugar salvaje y desconocido, como dice Jon Krakauer en la cita que acompaña los diarios, le agudizó a Lestido la percepción tanto del mundo exterior como interior. Y, sabemos, una vez que se abren, las puertas de la percepción no se cierran rápidamente. Sobre el final del libro, Lestido escribe: “Esto que hice será solo el principio. Ya sea que tenga que volver a la Antártida o rumbear para otros lados. La cosa sigue. Y de otra forma”. El círculo blanco, polar, errante de Lestido, al parecer, continuaba abierto.

Fotografía de la serie 'Antártida negra', de Adriana Lestido (2012). CORTESÍA
Fotografía de la serie 'Antártida negra' (2012). ADRIANA LESTIDO

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Pero, antes de retomar el recorrido por el blanco, vayamos al blanco y negro, al origen de Adriana Lestido como fotógrafa. Y a una fecha: 2008, el año que en el Centro Cultural Recoleta se monta Lo que se ve, una retrospectiva de su obra fotográfica que va desde 1979 a 2007. Una síntesis por las zonas que alumbró su ojo pegado a un lente y, además, una excusa para repasar su biografía y conocer cómo se transformó en una de las fotógrafas imprescindibles de la Argentina.

Una de las características del estilo de Lestido es la composición de relatos. En sus manos, las imágenes son reelaboradas cinematográficamente. A ella no le interesa la foto única, sino armar narrativas visuales. En esa línea, su historia de iniciación como fotógrafa se puede narrar en cinco imágenes. La primera: Lestido descubre en su casa de Mataderos, en la periferia de Buenos Aires, donde nació en 1955, una cámara fuelle de fotos en la cima del placard en la habitación de sus padres. La segunda: el padre de una amiga, de una familia vecina que la guareció en los años que su padre estuvo preso por estafas comerciales, les saca fotos jugando a ambas amigas. La tercera: viaje con compañeros de estudios a Bariloche, al sur de Argentina, donde una imagen suya casi gana un concurso a “la peor foto del viaje”. La cuarta: una foto de su casamiento con Willy Moralli, su esposo desaparecido en 1978. La quinta: sucede en 1982, ya trabajando como fotorreportera para el diario La Voz, en una manifestación Lestido retrata a una madre que grita con una nena en brazos, ambas con pañuelos blancos en la cabeza. Y hay otra, una sexta, una coda, un bonus track: en una protesta que deriva en represión policial en Lanús, en el conurbano de Buenos Aires, Lestido, la única mujer con un cámara en las manos obtiene una serie de imágenes que, a los codazos y con talento, terminan de abrirle un lugar en los medios gráficos de Argentina.

Fotografía 'Madre e hija de Plaza de Mayo', de Adriana Lestido (1982). CORTESÍA
'Madre e hija de Plaza de Mayo' (1982). ADRIANA LESTIDO

En este inicio están las marcas y búsquedas de los trabajos que compiló en su retrospectiva. Tanto en las series Casa Cuna y Hospital Infanto Juvenil, como en Mujeres adolescentes, Madres presas o Madres e hijas, las imágenes emocionan por lo que transmiten no por lo que muestran. Como escribió Martín Caparrós: “Las fotos de Lestido ya no son miradas; ahora son tactos, olores, ruidos, movimientos: sensaciones. (...). Lestido, entonces, dejó de hacer fotos. Hace sombras, olores, toques, pestañeos, esas cosas, posadas sobre un papel en blanco y negro. Hace —vaya a saber cómo se llaman— cosas que emocionan”.

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Lo que se ve la quise hacer para resignificar lo que había hecho hasta el momento y sacármela de encima. Contar una historia con esas series —dice Lestido—. Después de la retrospectiva hice el libro. Seguía con el peso de ese trabajo. Y ahí pensé que quería dejar de trabajar con gente, para pasar a trabajar con los elementos.

Lestido crea obra de un modo lento, pausado, como si dejara macerar cada composición hasta que encuentre su propia forma. En el período siguiente a la retrospectiva, Lestido se abrió a la naturaleza, a las capas geológicas que conforman nuestro mundo. Siguió con las series Villa Gesell, México, Hierve el agua y El amor. Luego, en su obra apareció el blanco, inagotable.

—Después de Antártida negra, el blanco me seguía llamando; también el movimiento, el sonido, la necesidad de cambiar el lenguaje —dice Lestido, mientras levanta una taza de té con la mano en la que tiene una cinta roja atada en la muñeca—. Me compré una cámara de video y empecé a manejar un poco más el lenguaje. Tenía en claro que quería imagen en movimiento con sonido. La fotografía había llegado a un límite.

Lestido volvió al blanco esta vez con una cámara Sony Alfa 7S II, un zoom Sony 24/105, dos lentes Leica (28 y 35 mm), y un micrófono Rode Pro para hacer sonido directo. El destino: círculo polar ártico. Tiempo estimado: ocho meses fragmentados en cuatro viajes que hizo durante un año y medio, desde enero 2019 hasta fines de mayo 2020. La financiación, al inicio, fue personal. Para hacerlo tuvo que vender su casa en Mar de las Pampas, en la playa boscosa, su lugar en el mundo. El resultado: su primera película, Errante. La conquista del hogar.

—El nombre estuvo antes que la película. De Errante me gusta su doble acepción: errar y viajar sin rumbo. Y La conquista del hogar, por el sentido del viaje que hace la vida.

La fotógrafa argentina Adriana Lestido. FREDDY HEER
La fotógrafa argentina Adriana Lestido. FREDDY HEER

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Lestido hizo un primer viaje a Tromsø, Noruega, desde Berlín, donde había viajado por la muestra de la Antártida. Fue con la idea de registrar las auroras boreales. Era pleno invierno.

—Fue muy fuerte lo que sentí, físicamente, por estar cerca del polo magnético de la tierra. Perdí la sensación del límite del cuerpo. A su vez, una locura. Solo tres horas de luz, una luz azulada. Era muy extraño. Las auroras son una maravilla, pero pasaron a ser secundarias. Ahí decidí estar en las cuatro estaciones. Atravesar el invierno, la muerte, y el renacimiento, con la primavera.

Cuando decidió volver, ya equipada para filmar, Lestido se instaló un mes sola en Tromsø. En la película no aparecen seres humanos, sin embargo, la postal que la presenta tiene en el centro a la cabañita donde Lestido pernoctó: un punto de madera rodeado del blanco absoluto.

—La soledad era fundamental —dice, y luego en tres verbos resume su jornada promedio: meditar, escribir (los diarios que pronto saldrán en España y Argentina por Paripé Books) y filmar.

Casa en Tromsø, Noruega, en la película 'Errante', de Adriana Lestido. CORTESÍA
Cabaña en Tromsø, donde Lestido pasó un mes para filmar 'Errante'. CORTESÍA

Errante también es un viaje sola a los confines, al punto cero de la Tierra, para formatearse, para cambiar la piel. Una mutación que raspa, que duele, que limpia, que purga. Y cuanto más al fondo del mundo, mejor. Los mismos dueños que le alquilaron la cabañita, le ofrecieron una casa cerca de Cabo Norte, en Noruega, en la parte más septentrional. Una cabaña básica, de verano, donde se acarrea el agua para tenerla. Se la dejaban muy barata. Lestido programó estar tres meses, dos del verano y uno del otoño. También estuvo en las Islas Svalbard, en el mar Glacial Ártico, donde hay más osos que personas.

—Es lo más áspero imaginable —dice con una sonrisa—. Estuve un mes, el otoño de la película está filmado ahí. Vivencialmente fue lo más duro. Partirse del frío. En las manos era tremendo, porque las tenía que sacar para manejar la cámara.

Fue tremendo, fue hermoso, fue durísimo, fue revelador, se repite en el fraseo de Lestido al recordar la filmación de Errante. Ese mismo punctum transmiten las imágenes, ahora en color y en movimiento, que captan un pedazo de hielo que respira como un ser vivo en la orilla, la noche verde de las auroras, las huellas profundas de bisontes. El tono de la película no es agresivo, no traduce un paisaje violento. Al contrario, los planos son “meditaciones visuales”, como las llama la autora. La cámara está fija. La sensación que generan es la de estar meditando a través de su lente.

—Cuando meditas contemplativamente, la mirada está ahí. Lo que entra en el cuadro visual. No te vas con el recorrido de un pájaro. Yo quería eso. Por eso los tiempos largos, para poder entrar a la imagen. Que entrar en la imagen sea un viaje interior.

Montaña en las Islas Svalbard, en la película 'Errante', de Adriana Lestido. CORTESÍA
Montaña en las Islas Svalbard, otro de los escenarios de la película 'Errante'. CORTESÍA

Además, en Errante, impacta el sonido. Si las imágenes están quietas o, mejor, moviéndose en la quietud, el sonido está en movimiento, en ebullición. Resuena la fuerza del viento, la templanza del agua, las pisadas de animales, la sutileza de pájaros al sol en un techo de chapa.

—El sonido fue todo un desafío. Yo quería que suene como sonaba realmente. Pero había que limpiarlo. Algunos estaban rotos por el viento fuerte. Usé mucho sonido directo, pero hubo que trabajarlo. Cuando tuve el primer corte, una amiga se lo mostró a David Mantecón y a su mujer, Carla, que viven en Madrid. Se re engancharon. “Pocas cosas me convocan”, me dijo. Le dije, “mirá que no tengo ni un peso”. “Ya vas a tener”, me dijo, y empezamos a trabajar juntos.

Lestido habla fascinada del proceso de elaboración de la película. A la vez, como si se abriera un círculo al cerrarse otro, recuerda que llegó a la fotografía mientras estudiaba cine en la Escuela Municipal de Cine de Avellaneda, en 1979. Y subraya que hasta el momento nunca había filmado nada. Cuando se compara su película con obras de Herzog, Kiarostami o Tarkovski, “el dios mayor”, según sus palabras, se sonroja e incómoda.

—Me encantó filmar —dice y, acariciando a su perro Bruno, pegado a su cuerpo, agrega:—. Yo no quería contar una historia, sino transmitir una vivencia. El ciclo vital. Y a su vez transmitir la cosa más básica de estar vivos en la tierra. Los elementos y los animales son los mejores guías para comprender el misterio de la existencia.

En la mesa baja pegada al sillón, las tazas de té, rodeadas de libros de fotografías, están vacías. Cuando el grabador se apaga, Lestido y Bruno se ponen de pie. El perro intuye que la conversación terminó. Por la ventana pegada a la puerta, entra un rayo de sol otoñal. Bruno lo recibe con los ojos entrecerrados. Espera unos segundos y raspa la puerta con una pata. Con los abrigos sobre los hombros, nos detenemos a su lado. La puerta se abre. El primero en salir es Bruno, luego lo sigue Lestido acompañando su andar con la mirada suave.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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