Alex Cuba habla con un acento que es difícil de ubicar en la geografía de la isla donde nació. Dice que es de Artemisa, “cerquita de La Habana”. Pero también es un poco de Canadá, de la Columbia Británica, una provincia entre montañas nevadas donde vive hace más de dos décadas. Este verano, ha decidido quedarse en casa y ver crecer las flores que se ha perdido otros años por estar de gira. Quiere pasar tiempo en la familia y dar menos conciertos. Pero eso no significa alejarse de la música. Menos ahora que, por fin, se decidió a construir un estudio de grabación.
El derecho a elegir sobre su tiempo se lo han otorgado sus años de trabajo, pero también el tomar riesgos, el no tener miedo a elegir sus colaboraciones musicales, ni a ser fiel a su idea de creación artística. Después de todo, un Premio Grammy, doctorados Honoris Causa y ocho discos hablan de una vida y de una familia consagradas a la música. Y para cuando Alex Cuba (1974) se quede en casa en el verano habrá terminado además su Paralelo Tour, dos meses de conciertos por Norteamérica. También estará sonando en la radio su nuevo álbum, el más personal, titulado Voces de mi familia.
El artista recibió las mezclas de manos de su ingeniero unos minutos antes de esta entrevista con COOLT. Oyéndolas, recordó de nuevo el día en que una de sus primas le envió un video por WhatsApp, durante la pandemia. Preocupado, Alex abrió enseguida el archivo, a pesar de que fuera la hora de la cena. Donde esperaba malas noticias, encontró la voz maravillosa de su tía política, que había encontrado la música en la misma época que perdió la memoria.
“¿La escuchas bien?”, pregunta Alex después de darle play a un botón de reproducir, que no se ve a través del teléfono, pero que es fácil imaginar. Y sí, se escucha muy bien. En el disco, su tía canta con dulzura una décima: “Yo quiero decirte Aurora….”. Alex dice que limpió la grabación original, pero que, si se presta atención, se nota cómo detrás siguen sonando los gallos de Bahía Honda, el pueblito costero donde ha vivido por décadas su familia; tíos, primas, padres, hermano, ahora también sus cómplices musicales.
“Mi tía nunca cantó. Pero hace como siete años le llegó la demencia, y empezó a cantar sin parar las décimas que mi tío había compuesto en su vida. Dejó a toda la familia boquiabierta, impresionada con la belleza de su voz. Y era por eso que mi prima me estaba compartiendo aquel video. Desde el fondo de mi corazón, algo me dijo que tenía que hacer un proyecto con esas voces. Extraje el sonido que era a capela. Corté la voz de mi tía un poquito y la acomodé con el tiempo porque, al ella no tener ninguna referencia rítmica, el tiempo se movía. Pero era perfectamente afinada, sin ninguna referencia armónica. Cuando le mandé el resultado a mi prima, mi familia en Bahía Honda empezó a llorar”.
Alex recibió tres videos más de su tío cantando sus propias décimas. Y así nació la idea de hacer Voces de mi familia, un disco que estará acompañado de un documental sobre sus orígenes musicales. “Es un homenaje a mi familia, de donde me viene la música. El verano pasado me visitaron mis padres desde Cuba, estuvieron como seis meses con nosotros, y como tengo el estudio de grabación, ahí los metí. Mi padre ha escrito algunas canciones muy bonitas. Él pensaba que yo las iba a cantar. Terminé haciéndolo cantar. Por primera vez grababa su voz. Fuimos paso por paso. Me escuchó como un alumno, como un soldado, hizo todo lo que le pedí y salió algo muy lindo que se llama ‘Tiene sabor’, y que ya lanzamos como sencillo en mis canales”. Todas las historias de Alex parecen llevar al mismo lugar: al amor.
- Has contado muchísimas veces que te fuiste a Canadá enamorado de Sara, tu esposa. Y hay una coherencia maravillosa entre las letras de tus canciones y todas estas historias. ¿Dirías que es el amor el tema principal de tus composiciones?
- Definitivamente. El amor en sus muchas formas. No solamente el amor romántico, también amor a la vida, a lo que hago, el amor en todas sus facetas. Cuando estoy triste o molesto con algo, la música no fluye a través de mí. Digamos que no amo la música en esos momentos. Pero cuando cruzo hacia la otra vibración que es, por supuesto, la del amor, la música fluye como ríos.
Eso lo noté muy temprano en mi carrera. Todos mis discos tenían canciones alegres, positivas. Ya sabes que los artistas nos andamos cuestionando cada paso, y hasta llegué a pensar que, a lo mejor, el público iba a creer que yo hacía alguna droga para mantenerme alegre, para no ver la vida por lo que realmente es. Después me di cuenta de que ese soy yo. Y la responsabilidad del artista es siempre ser uno mismo. Continúo abrazando a ese que soy.
- Parece que te pusiste nervioso en el concierto del Tiny Desk cuando mencionaste el nombre de Sara, tu esposa, porque le ibas a dedicar una canción. ¿Cómo fue la experiencia de ser uno de los pocos cubanos que ha llegado a ese espacio de NPR, la radio pública de Estados Unidos?
- Tienes razón, me puse nervioso porque Sara estaba ahí, conmigo. Entonces no quería ponerla en el spotlight, pero tenía que mencionarla. A ella le gusta estar detrás de las cámaras haciendo las cosas suceder. Es así como ella funciona, así que se siente bien. Sara ha sido mi brazo derecho. Hemos trabajado juntos desde que llegué a Canadá. Ella me dijo: “Si confías en ti, te sigo al fin del mundo. Si no confías en ti, me lo dices ahora mismo y me busco un trabajo”. Es antropóloga, graduada de la Simon Fraser University en Vancouver. Y como buen cubano, le dije: “Sí, claro que confío en mí mismo”, por supuesto, sin saber lo que estaba diciendo. Me casé muy temprano con ella. Tenía 21 años. Llevamos casi 29 años de casados. De verdad ha sido una vida muy interesante, porque trabajar con quien uno ama es muy difícil, sobre todo en el arte.
Nosotros tomamos cientos de decisiones diariamente. Todo se vuelve una decisión: cómo vas a lucir, qué fotos te vas a tomar. Podemos tener diferentes opiniones en cosas específicas. Hemos aprendido a saber cuándo estamos trabajando y que lo que sentimos el uno por el otro no tiene nada que ver con lo que estamos haciendo. O sea, si hay que criticar hay que criticar y la otra persona no puede tomarlo personal. Eso es algo realmente mágico entre nosotros.
- Saliste de Cuba muy joven, has hecho la mayor parte de tu vida en inglés, pero has seguido cantando en español. ¿Fue una decisión que tomaste?
- Como bien dices, el arte que hago va muy aliado a quien soy. Llegué a Canadá ya siendo adulto. Fui a la escuela a aprender inglés y estuve como tres meses en clases, porque la música comenzó a abordarme de manera profesional. No pude terminar el curso. Así que todo el inglés que sé lo aprendí sobre la marcha. Consideré, desde muy temprano, que cantar en inglés no me sabía natural; y también que había otras maneras de traspasar la barrera del idioma. El arte, la música, si están hechos desde el alma y no siguen ningún cliché, son capaces de traspasar la barrera del idioma. Eso me ha sucedido aquí. Soy el único artista que ponen en la radio nacional canadiense casi todos los días y es porque me he mantenido fiel a lo que hago.
Conduzco todos mis conciertos en inglés. Conozco la cultura canadiense a fondo, porque vivo donde ningún cubano vive. Vivo con los canadienses, en el campo de verdad. Y, por ende, puedo bromear en inglés. Bromeo siempre sobre eso en mis conciertos, porque llega el punto en que a la gente se le olvida que estoy cantando en español.
Creo que he cantado en inglés cuatro o cinco canciones, pero ha sido porque las he sentido orgánicas. Transmitir quién es uno y lo que se lleva en el alma es muy delicado, tan mágico que, cuando tienes que pensarlo demasiado, no funciona. Como el inglés no es natural para mí, tengo que pensar cómo lo voy a pronunciar cuando estoy cantando. Y ese pensar mata casi toda la espontaneidad, algo que no me gusta.
- ¿Dirías que eres un compositor?
- Me veo como un cantautor. Incluso me invitan a hacer colaboraciones, con la idea de que me identifican con este o aquel tema. Inmediatamente digo que no. Tengo una conexión muy profunda con cantar mis melodías, mis letras. Sólo de vez en cuando hago ese tipo de colaboraciones, cuando una canción realmente me toca.
Me veo como un todo, una expresión casi que hermética de un arte muy definido y muy delimitado. Soy el sastre de mi propio arte. No sé si sabes que llevo cuatro discos míos donde toco todos mis instrumentos...
- No, no sabía. Sí sé que construiste un estudio en casa durante la pandemia y que empezaste a tocar más, a producir más. ¿Tiene que ver con eso?
- Sí. Mi disco que ganó el Grammy americano en 2021, durante la pandemia, que se llama Mendó, fue un disco que grabé en la sala de mi casa. Mi gran ingeniero de mezcla me empezó a dar esa luz. Yo siempre me había grabado antes, pero a nivel de demo: grababa maquetas para después ir a un estudio y reconstruirlo todo. Pero cuando comencé a trabajar con este ingeniero, él me preguntó por qué grababa de nuevo, si eso que estaba escuchando ya tenía tremenda vibra. Me pidió que le mandara las pistas para ver cómo las podía mezclar. Le mandé las pistas del primer tema y la mezcla me voló los sesos. Ahí me di cuenta de que podía grabarme. Entonces comencé y grabé el disco entero en la sala de mi casa.
Mi mujer me decía: “Oye, voy a cocinar”. Y yo le pedía otros veinte minutos para grabar los coros que me faltaban. Eso fue durante la pandemia. Así que, justo después de que gané el Grammy, llegó la hora de hacer un estudio. Vivo remotamente y viajo mucho. Aquí doy un concierto una vez cada tres años, porque no hay prácticamente población. Tener un estudio sin utilizarlo, tener que mantenerlo calentito para que no se te echen a perder los instrumentos, era un gasto que me parecía innecesario. Pero también la vida ha ido cambiando y yo he ido buscando un giro en mi carrera donde, deliberadamente, salgo menos de gira. Me interesa calcular más los viajes que hago, tener tiempo para mí, para la familia.
- ¿Planeas grabar o producir otros artistas en el estudio?
- Lo he hecho, he producido a dos artistas. Pero cuando construí el estudio, una de las cosas que me dije y que fijé como bandera es que no trabajaré nunca por dinero. Un ingeniero de grabación prácticamente no se puede dar el lujo de elegir con quién trabaja, porque es trabajo. Pero, en mi caso, hago giras, escribo canciones para otros artistas, puedo darme el gusto de elegir. Y si voy a producir a otro artista es porque me fascina su arte, porque creo en lo que está haciendo.
- ¿Esa posición de elegir a quién producir tiene que ver con la bendición que has mencionado antes de triunfar ya siendo un adulto?
- Bueno, he tenido mucha suerte. Hay varios elementos que han influido en todo esto. El primero fue que llegué a este país forjado artísticamente. Había sido bajista de jazz en La Habana, miembro fundador del grupo de Roberto Fonseca, grabé dos discos con esa agrupación. El segundo, que mi esposa ha sido un pilar más que importante, cuidando ferozmente que yo tenga identidad y que no cambie por nada. El tercero, que me di cuenta muy temprano de que seguir los pasos de la música pop, seguir el trend de lo que estaba pegando, era no tener una significación, ni un valor artístico. Es darle más valor a lo que otra gente hizo que a lo que tú puedes hacer.
Tuve una experiencia muy valiosa con el primer disco que saqué en solitario. Iba a ir a Inglaterra a grabarlo. De ahí, nos íbamos a La Habana a ponerle algunos toques, a fundir mi música con mis raíces. Me había mudado a Canadá en 1999 y estaba grabando ese disco en 2003. Necesitaba una visa para viajar a Inglaterra, porque sólo tenía la nacionalidad cubana en ese momento. A los pasaportes cubanos antiguos se les caía el librito y el mío estaba destruido. Así que lo mandé al Consulado cubano y solicité un nuevo pasaporte, pero me lo devolvieron pegado con teipe y me dijeron que estaba listo. En el Consulado inglés en Ottawa me respondieron que poner una visa en aquel pasaporte no era ni siquiera legal. Yo puse el grito en el cielo porque se me estaban jodiendo las fechas y toda la programación que ya estaba cuadrada. Inmediatamente llamé al coproductor inglés y le conté lo que me había pasado. Me preguntó si yo podía ir directo a La Habana con ese documento, y terminamos grabando el disco completo allá.
Esa fue una jugada de la vida, porque tuve mucho más control sobre el sonido del disco, como quería, con un sabor más tradicional, más cubano. Fue una experiencia muy bonita porque en Cuba volví a tocar con músicos con quienes había trabajado antes de irme. Pero cuando regresé a Canadá y el coproductor empezó a mandarme las mezclas, cuando empecé a escuchar aquello, me entró la duda de si la gente iba a pensar que le estaba siguiendo los pasos a Buena Vista Social Club.
Le dije al productor que no estaba muy satisfecho con lo que había hecho, que quizás podíamos meterle los sonidos que yo estaba buscando desde el principio, el teclado clásico americano, las baterías, la guitarra eléctrica. Y mi productor me dijo: “Oye Alex, compadre, creo que lo que tenemos aquí es mágico. Si lo tocamos, si empezamos a joder con esa magia, se va a convertir en algo que no tiene tanto valor artísticamente”. Viví con eso unas semanas, hasta que le dije: “OK, si tú lo ves bien así, pues pa’lante”. Y, por supuesto, no faltó el que dijera por ahí que yo le estaba siguiendo los pasos a Buena Vista Social Club, pero bueno….
- ¿Algo cambió entre Humo de tabaco, ese primer disco, y Agua del pozo, que fue el segundo?
- En el segundo logré el sonido que yo quería para el primero. Y te decía que lo veo como una jugada de la vida porque siento que pude hacer una transición más fluida entre los dos. De haber salido con Agua del pozo como mi primer disco, quizás podría haber sido no muy bien entendido. Aunque, definitivamente, ya tenía el sonido en mi mente. Agua del pozo era el disco que yo quería hacer, el que, al final del día, es mi sonido.
De todos modos, no me he conformado, ni me he quedado inmóvil. Canadá me ha dejado crear. La música latina en Canadá era tan desconocida cuando yo llegué que, gracias a Dios, por alguna extraña razón, nunca me sentí influido por la música que se hacía aquí. Por el contrario, vi siempre la situación como una oportunidad para crear siendo totalmente libre.
- Imagino que no vivir en una gran ciudad también ha influido en esta libertad creativa.
- Llegué a vivir en Victoria, una ciudad pequeña, pero una ciudad. A Smithers me vine cuatro años después, por una decisión familiar. Mi primer disco había salido y comenzó un flujo de conciertos y de giras internacionales. Mi esposa se estaba quedando sola en Victoria con mi hija Rosana, la del medio, y entonces decidimos mudarnos cerca de su familia. En ese momento nos enfrentamos a la decisión de regresar a Cuba o de movernos al lugar donde mi esposa había nacido. Ella me dejó elegir a mí y yo escogí venir para acá.
Aprecio mucho todo lo sucedido y se lo agradezco a Dios, porque muchos cubanos llegan a Canadá y se sienten atrapados culturalmente. Empiezan a decir que los canadienses no entienden la música cubana. Muchos llegan y creen que, como la música cubana es famosa por el mundo, sea lo que sea que hagan va a conectar con la gente. Pero no.
Yo me di cuenta muy pronto de que querer hacer música aquí como la que se hace en Cuba era una aberración. Cuando cambias de espacio y tiempo, lo que dejaste atrás dejó de ser lo que tú crees que es. Al punto de que, si empiezas a grabar la música que tú crees que se va a escuchar en Cuba, cuando la mandas para la isla, la gente se empieza a reír de ti. Porque ya Cuba ha seguido avanzando hacia otra dirección, como es normal. Lo mejor es abrazar quien eres, ver el espacio donde estás y ser consecuente con la vida que tienes delante de ti. Creo que lo que realmente me ha hecho ser quien soy es que no hay nostalgia en lo que hago. No quiero pegarme en La Habana mañana, nunca me interesa, porque no vivo allí. Intentar ocupar un espacio allí es malgastar el tiempo, es no estar conforme con donde estoy ahora. Una vez que te vas de Cuba, hay mucho mundo por delante, y para mí ese mundo ha sido tentador, me ha ilusionado, me ha dado luz, enfoque. Mi público es el mundo.
- Las colaboraciones con tantos músicos latinoamericanos maravillosos como Lila Downs, Leonel García, Gilberto Santa Rosa, Silvana Estrada, prueban que tu territorio va mucho más allá de Cuba.
- Colaboraciones que han sucedido una vez que llevo adelante esa visión que traigo dentro del corazón. Porque, de lo contrario, esos músicos no me hubieran visto nunca. Una vez que sobresalgo por pensar un tantito diferente, se empiezan a abrir otras puertas y la música se empieza a valorar desde otro punto de vista.
- Si miraras al pasado, ¿harías algo distinto?
- La visión que recibí desde el comienzo de mi carrera, desde que puse el pie en este país para vivir, continúa siendo la misma hoy, idéntica, no ha cambiado. Los músicos cubanos que viven en Canadá me están llamando para que les produzca cosas, me dicen que creen que soy el único que puedo llevarlos a otro nivel. Me he metido en la columna vertebral de este país, y siento que los canadienses están orgullosos de que Alex Cuba viva aquí. Ellos son los que compran mi música y se la regalan a los cubanos. Luego la gente se asombra de que, siendo cubano, suene así. Esas son las cosas que me dejan ver que, de volver a nacer, de volver a emprender esta vida, lo haría exactamente igual. Aunque siempre estoy haciendo cosas diferentes. Nunca me detengo. Ahí está Voces de mi familia, mi nuevo disco.