Ana Katz (Buenos Aires, 1975) es como una isla en el cine argentino, incluso entre el novísimo. Sus películas saben reflejar el lado absurdo de la vida, y brillan casi siempre risueñas en esa tierra de nadie de los géneros, donde tan pronto podemos hablar de dramas alegres como de comedias tristes. Sus padres, como buenos argentinos, eran psicoanalistas, y eso también se nota. Desde que se dio a conocer con El juego de la silla (2002), comedia cinematográfica y luego exitosa obra teatral que narraba el incómodo retorno a casa de un exiliado en Canadá, ha estrenado hasta seis largometrajes con los que ha ido experimentando hasta llegar a la más marciana El perro que no calla (2021), retrato en blanco y negro de la vida de un hombre, contada a golpe de elipsis. Un hombre abocado a la precariedad ambiental, encarnado por su hermano y colaborador Daniel Katz, que vivirá sucesivas crisis, incluida una pandemia global avant la lettre. Acaba de aterrizar en la exquisita plataforma Mubi.
Últimamente, Katz también ha escrito y dirigido la primera temporada de Terapia alternativa, una serie creada por Mariano Cohn y Gastón Duprat para Star (el canal adulto de Disney+), y también sigue actuando en películas propias y de terceros, como aquella celebrada comedia española sobre parafilias sexuales Kiki, el amor se hace (2016), de Paco León. Por si fuera poco, también es madre de lo que fueron dos criaturas, y que ya son adolescentes, fruto de su relación con Daniel Hendler, su pareja hasta 2018. Mientras hablamos por Zoom, cada dos por tres ladra una perra, como si todavía estuviéramos dentro de El perro que no calla. La perra se llama Pina.
Con ustedes, una genia del humor argentino más desubicado.
- Ya te habrán dicho mil veces que eres una Nostradamus por ese confinamiento que rodaste en El perro que no calla, antes de que el mundo lo sufriera de verdad, ¿no?
- Sí, estuve ganando notoriedad como supuesta visionaria. Obviamente, no me puedo hacer cargo de eso. Aunque sí creo que las señales son constantes y múltiples. Es verdad que la película habla de la “otra normalidad”, y luego, cuando llegó confinamiento de verdad, en Alemania salió una burbuja muy parecida a las que llevan los personajes en la película. Hay un meteorito como el de No mires arriba, pero en vez de destruir el planeta provoca un desprendimiento de gases que modifica la composición química del aire. Y pasa eso del oxígeno que se regulaba distinto más allá de metro 20, porque me divierte lo de andar agachado. Soy actriz, y me la paso haciendo pavadas físicas. Hace ya 10 años que empecé a pensar en hacer una película con esto. Mis amigos me decían que la parte de ciencia ficción era demasiado cualquier cosa, pero yo quería hablar de que siempre encontramos la manera de adaptarnos a todo. Ahora, por ejemplo, vas al banco y ya no hay nadie. Y es un edificio en el que, hace seis meses, ibas y le preguntabas a un señor para averiguar de créditos. Te dicen: “Es una estación digital”. Pero, ¿a quién le pregunto yo nada ahora? Y nosotros decimos, “ah, está bien”.
- Tampoco vamos a dinamitar la “estación digital”.
- Lo has dicho vos. Yo no me hago cargo. La gente viene y pasa por las máquinas. Pero estoy contenta, porque El perro que no calla la están poniendo también en el museo Malba de Buenos Aires, y todas las entradas están siempre agotadas. Además, va gente muy joven, que es lo que me hace más ilusión. Cuando la hicimos, le dije al equipo que, si la ponían en Lugones, que es una sala muy cinéfila de Buenos Aires, podía tener cierto éxito, pero no me esperaba esto. En los cines convencionales duró una semana, que es lo que viene siendo normal desde la pandemia.
- ¿Por qué rodarla en blanco y negro? Tu cine siempre ha sido bastante colorista.
- Fue una decisión intuitiva, y de las primeras que tomé. Quería concentrarme en bajar la cantidad de ruido en todos los niveles posibles, para concentrarme en ese personaje y sus momentos vitales, seleccionados de una manera un poco caprichosa. Al ser ya mi sexta película me tomé esa libertad, como la de llevar a cabo esas elipsis tan radicales que, para mí, son una manera de combatir la narrativa de lo que solemos ver en las plataformas. A veces creo que nos hacemos trampa a nosotros mismos, que vemos lo que sea y nos reímos, pero que en realidad no nos afecta. Quiero decir que no nos afecta como cuando te cortan la luz. El cine es un dispositivo narrativo que juega contigo de verdad, a otro nivel, distinto a lo que puedas ver en la tele de tu casa.
- Pero acabas de dirigir una serie, ¿no? Terapia alternativa.
- Es la segunda serie que hago. Es bastante erosiva sobre cuestiones morales en torno al mundo de la pareja, y hay algo de juego ahí. La terapeuta a la que van los personajes es una impostora, y ese el permiso habilitante para meterte en zonas que están fuera de las normas. Mariano Cohn y Gastón Duprat la crearon, y yo la he dirigido y escrito los guiones. Es verdad que, en contra de lo que decía antes, yo también estoy dentro de las plataformas, pero creo que las zonas de acceso masivo también son zonas de debate. Y además esta serie me llamaba. Soy hija de dos psicoanalistas. Sé un poco de lo que hablo.
- Me lo imaginé por Sueño Florianópolis (2018), en la que se intuye cierto poso autobiográfico: la fabulosa Mercedes Morán y Gustavo Garzón son dos psicoanalistas que se van de vacaciones a Brasil en plan terapia personal. ¿Qué os pasa a lo argentinos con el psicoanálisis?
- Sí que tiene algo autobiográfico, pero sobre todo en lo de viajar en coche con la familia en los noventa. Los españoles siempre nos hacen bromas con que todos los psicólogos y psiquiatras vienen de Buenos Aires, lo mismo pasa en Francia. No sé por qué Buenos Aires se convirtió en el epicentro. Sé que Lacan vino de visita una vez. Mi papá ya lo perdí, mi mamá está y trabaja. Ella trabajó mucho con el psicoanálisis ligado al feminismo. Hay una idea del psicoanálisis que va en contra del capitalismo. Esa zona es la que más me interesa.
- ¿Qué zona?
- El psicoanálisis tiene como dos zonas. Una tiene que ver con intentar entender o dirigir tu propio proceso vital, controlar ciertos impulsos. Pero hay otra que está más ligada a lo onírico, al deseo, y creo que antes esta zona era más corajuda que ahora. En Mubi ves películas de 1958 y son mucho más extremas. No pienso que el pasado fuese mejor, para nada, pero creo que pensar estuvo bien visto durante un tiempo, y que luego ya no tanto. Los cuentos de Bioy Casares estaban en el diario, por ejemplo. Pero no quiero decir pavadas sin investigar más el asunto. Aunque sí sé que hubo un momento con el surrealismo, cuando empiezan a jugar con el subconsciente. Eso fue un bum. Hay una parte que no entendemos, y a veces solo queremos ponerle una manta para taparla, cosa que me parece atroz y cómica a la vez.
- ¿Dirías que tus películas son comedias psicológicas?
- No sé si son comedias, tampoco dramas, y con lo de psicológico me pasa que están esas distintas formas de entenderlo que comentaba. Creo que no da lugar al absurdo, que para mí es muy importante; tampoco a lo político...
- Y tus películas son políticas. En El perro que no calla se ve claro, pero siempre hay una tensión de clase, a veces incluso violenta, con dinero de por medio. Pienso en los hermanos de Los Marziano (2011) o en Mi amiga del parque (2015), que además me parece muy pionera en lo que es tratar ese tema de las malas madres, que está tan de moda ahora mismo.
- Sí, Mercedes Morán, que es muy sabia y es de esas actrices que actúa autoralmente, me dijo que esta película se iba a poder entender más adelante. Esa rebeldía contra quedarse sola en casa cuidando del bebé... El personaje de Julieta Zylberberg se da cuenta que siente más afinidad por esa clase un poco más lumpen que por la niñera que le dice que tiene que dormir todo lo que duerme el bebé. En la película se ven esos mediodías en la plaza donde coinciden las madres, los ancianos y la gente de psiquiátrico, que está fuera del sistema. Por otro lado, en los sectores de juego, cuando un nene está por caer sólo se le busca si es tu hijo. Y el baldecito de plástico no se lo dejas al otro. Ahí empecé a tener una sensación de estafa. Se cría como malos a los chiquitos, y eso es horrible, extremo. Cuando estás criando estás armando gente nueva que debería ser buena gente. A partir de ahí no volví a sentir que había armonía en el mundo.
- ¿Cómo te sientes de implicada políticamente?
- Cada vez más. Justo lo contrario de lo que se suele decir. Voy a montar un grupo revolucionario a los 60. Cada vez veo más clara la injusticia con la que están planteadas las reglas sociales.
- No te emparento con nadie del Nuevo Cine Argentino, ¿alguna afinidad?
- Cuando tenía 18 años, y fui a ver Gatica, el mono, de Leonardo Favio. Esos excesos me maravillaron. Me impactó saber que pudiera haber un chorro de sangre durante 10 minutos con una música ahí extrema que no se va. Pero es verdad que estoy un poco desligada de mi generación de directores, y eso me apena. Ojalá que cambie, siempre hay tiempo.
- ¿Y Paco León? ¿Cómo llegaste a ser su pareja en Kiki?
- Cuando nos conocimos, yo sólo había hecho El juego de la silla. Me encanta Paco. Tiene una mirada muy genuina, audaz y novedosa. Nos mandamos mucha fuerza por Twitter. Y, además, la familia de mi madre, Rodriguez Espinosa, es andaluza. Es como si tuviera mucha formación inconsciente de mi familia materna. De ahí que me entienda con Paco. La familia de mi padre, en cambio, eran judíos de Polonia. Y ya sabes que los judíos te aceptan por vientre materno que no tengo y los católicos por parte de padre, que tampoco tengo. Así que aproveché para hacer cualquier cosa.
- ¿Y qué estás escribiendo ahora?
- Mi nueva película, con Daniel Katz e Inés Bortagaray. Con él ya coescribí Los Marziano y Sueño Florianópolis, y con ella, Una novia errante y Mi amiga del parque. A menudo trabajo con las mismas personas. Entre el montador y los guionistas, somos como un equipo de asado fuerte. Gente muy dura, que cuando tiro 100 páginas siento que se las estoy tirando a los leones. Vamos conociendo gente nueva. La película se llamará Águilas plateadas, y en realidad la primera versión que escribí es de 2014. Hace años que tengo la fantasía de hacer una película de acción de mujeres. Creo que las mujeres somos bastante buenas en sobrevivir, y lo quiero contar a nivel físico. Es complejo, pero estoy ahí trabajando. Es sobre un equipo de handball femenino, y se da un episodio confuso que las obliga a escapar, a esconderse y a sobrevivir. Vi muchos documentales de supervivencia, y va a ser muy en la naturaleza, entre la selva y el desierto. No sé si va a ser muy barata. No, no es muy barata.