“Berni fue un artista genial, un gran poeta de la pintura. Él nos entregó un mundo de trascendente belleza y hondura que sacude los cimientos de nuestra propia realidad como únicamente el arte puede hacerlo. Sus cuadros, habitados por hombres y mujeres de pueblo, modestos trabajadores o angustiosos desempleados que luchan en un mundo devastado por la crueldad y la injusticia, paradójicamente nos engrandecen por la inefable ternura que expresan, por la muda aceptación del destino, por su humanidad”.
Es el escritor argentino Ernesto Sábato quien habla con tan encendidas palabras de su amigo y compatriota, el pintor Antonio Berni. En 1995, cuando se pudo ver la primera monográfica en España que le dedicó la Fundación Arte y Tecnología en Madrid, una foto muestra a Sábato ejerciendo de guía de la obra de Berni para la entonces ministra de Cultura, Carmen Alborch. Aquella exposición, a la que siguieron muchas más, se tituló Historia de dos personajes: Juanito Laguna y Ramona Montiel, porque la obra de Antonio Berni es muy extensa y variada, pero es posible recorrerla de la mano de esas figuras.
Ahora, la Fundación Antonio Berni se centra en uno de esos personajes, Ramona Montiel, y en una técnica, el xilocollage, y pone a dialogar una selección de las obras del argentino con las de la artista textil española María Ortega, abriendo una lectura contemporánea de su legado y de su criatura. La exposición se titula La flor de una pena, está comisariada por Elvira Rilova y se puede ver (previa petición de cita) hasta el 21 de mayo en la sede madrileña de la fundación.
¿Quién es Ramona Montiel?
“Ramona es un personaje creado por mí, un arquetipo; no es una mujer en particular, yo le puse ese nombre. Como en el caso de Juanito Laguna, un personaje importante en América Latina, un cirujita, un chico pobre; no un pobre chico, que es muy distinto; esa era mi intención. Ramona es una mujer del interior que va a la ciudad a probar fortuna. Pasa por todas las situaciones de una mujer sola que llega a la ciudad, con todas las formas de provocación que puede recibir dentro de un mundo dramático; por momentos quiere aparecer como una gran mujer, una gran dama, pero no tiene recursos”.
Las palabras de Antonio Berni en las que explica la genealogía de su personaje están recogidas en el libro Escritos y papeles privados (Temas Grupo Editorial, 1999). El pintor porteño terminó de concebir al personaje de Ramona Montiel en 1962, mientras vivía y trabajaba en París. Esa es la época de los xilocollages, pero Ramona, esa joven costurera que vive en Buenos Aires acuciada por la pobreza y que, seducida por los la promesas de una vida mejor, se adentra en la prostitución, latía en él desde hacía décadas. La de los treinta, por ejemplo, cuando hizo una serie de fotografías, junto con el historiador y periodista Rodolfo Puiggrós, en los burdeles de Rosario.
Como explica Inés Berni, nuera del artista y presidenta de la Fundación Antonio Berni, al pintor “siempre le interesó ese ambiente, los contrastes”. Las fotos las hacía escondido, “con un abrigo u otra prenda tapando la cámara, en modo clandestino, porque podía pagar muy caro ser descubierto en un lugar así. De ahí los encuadres forzados, curiosos…”. Por ello, no es arriesgado asegurar que la vida de Ramona Montiel nació en su creador mucho antes de que este le pusiera nombre. Porque la inquietud por los desheredados, los márgenes, la periferia y realidades como la inmigración, el paro, las injusticias y desigualdades sociales está en el mismo centro de la obra de Antonio Berni.
Nacido en Rosario, en 1905, Berni era hijo de Margarita Picco y Napoleón Berni, un sastre italiano y también uno de los muchos inmigrantes europeos que se instalaron en la ciudad argentina durante esos años. Recibió formación con distintos artesanos y gracias a las becas pudo viajar a Europa: España, Francia… Allí conoció a Louis Aragon, interesándose e internándose por la senda del surrealismo, pero cuando regresó a su ciudad en los treinta otro realismo le aguardaba. Mafia, corrupción, conflictos sociales, miseria… y, políticamente, la Década Infame. Antonio Berni toma partido y hace a los desheredados protagonistas de sus obras, que crecen cada vez más en tamaño (con decisivas aportaciones al muralismo argentino) y en repercusión. También incorpora en ellas materiales de todo tipo; desechos, jirones, retazos, hebras con los que trabaja los volúmenes y las texturas en pinturas y grabados. Su reconocimiento, como sus obras, crece también, y en junio de 1962 le llega el espaldarazo definitivo con el premio de grabado y dibujo en la 31° Bienal de Venecia. Es en esta época donde formalmente nacen sus personajes, Juanito Laguna y Ramona Montiel, destilando las inquietudes de toda su trayectoria y dando vigor a las obras que estaban por llegar.
A lo largo del tiempo, Ramona había evolucionado: había bebido de las prostitutas y se había dejado intimidar por los nombres y cargos de quienes frecuentaban los burdeles de Pichincha, se había desinhibido también de la mano de las cocottes parisinas y en los sesenta y setenta andaba deslumbrada por las promesas de una sociedad de insaciable consumo. Su primera vida se acabó el 13 de octubre de 1981, cuando murió en Buenos Aires Antonio Berni, aquel que la había creado, imaginado y acompañado en mil situaciones, épocas, lugares… Una pregunta quedaba en el aire: ¿qué sería del personaje a partir de ese momento?
Un personaje para el siglo XXI
Artista del textil, del grabado y la fotografía, María Ortega (Madrid, 1967) conocía bien la obra de Antonio Berni. La oportunidad de trabajar en la extensión de su obra surgió al calor y al contacto con la fundación. Esa capacidad de trabajar distintas técnicas y soportes es algo que comparten ambos artistas, pero no es lo único: “El trabajo del blanco y el negro, la fotografía que él usó como documentación y yo he utilizado como técnica principal… Mi aportación consiste en una serie de imágenes tratadas digitalmente e impresas en tela. Pero esos archivos se podían haber hecho en grabado perfectamente”. Las obras de Berni empiezan en la imagen y acaban en el grabado pasando por el textil; las de Ortega parten igualmente de la fotografía y acaban en el textil, pero podían haber acabado en el grabado...
En el catálogo de la exposición dedicada a la obra gráfica de Antonio Berni que se celebró en la Fundación San Telmo, Buenos Aires, en los años ochenta, el artista definía así su propia y particular técnica del xilocollage, del xilo-collage-relieve más concretamente: “Mis xilo-collage-relieves, se llaman así en primer lugar por el sistema de copia a la prensa semejante a la xilografía, lo de collage por la razón de usar en la matriz formas hechas pegadas o moldeadas al negativo. Por último, lo del relieve es referido al volumen obtenido”.
Eso por lo que respecta a la técnica. Por lo que se refiere a la identidad, la Ramona de Antonio Berni cede mucho espacio en esta exposición a los clientes, un poderoso círculo de hombres entre los que se encuentran retratados militares, empresarios, mafiosos, políticos e incluso miembros del clero. La Ramona del siglo XXI, tal y como la muestra María Ortega, no cede ese espacio: es ella misma en primer plano, en blanco y negro y distintas posiciones como en un selfie existencial infinito. Se muestra melancólica, pensativa, y o sueña menos que la de hace unas décadas o sabe más sobre promesas incumplidas o rotas. Tiene el rostro bello ante la incertidumbre y la cabeza alta para afrontarla.
En este diálogo entre pasado y presente, entre diversas técnicas artísticas, una obra más completa La flor de una pena. Se trata de una pieza visual realizada por María Ortega donde, entre sombras, aparece encarnada la figura de Antonio Berni. Esa es la manera de estar y hacer presente a un artista, cuyas inquietudes lo siguen haciendo contemporáneo. Como recuerda Inés Berni: “Siempre estuvo muy atento a lo que sucedía, viajando para conocerlo de primera mano y expresándolo luego en sus obras de diferentes maneras. La emigración, la pobreza, la desocupación, la infancia, que para él era el porvenir… Y también los entornos degradados y contaminados que llevó físicamente a sus piezas, incorporando basuras y desechos a collages cargados de denuncia. Luego eso se hizo muchas veces, pero en su momento impactó, causó una honda impresión. Eso es muy contemporáneo”.