Las calles, las fachadas de las casas, los patios interiores, los escaparates, las señales de tráfico, los carteles o los rótulos publicitarios. Y en todos estos elementos urbanos, el Buenos Aires de los últimos 40 años.
Para Facundo de Zuviría (Buenos Aires, 1954) fotografiar su ciudad natal es una pulsión vital: una “obsesión”, como él mismo ha reiterado en varias ocasiones. El artista vagabundea, deambula por un paisaje urbano sembrado de indicios y signos, y las fotografías que resultan dibujan un segundo mapa, onírico: lo que todavía existe, pero ya habla al pasado. Una época superada o en vías de caducar. Por eso Estampas porteñas, más que una serie de instantáneas o el título de un libro publicado en 1996, es ahora el nombre de una exposición que representa la esencia de toda la trayectoria de un artista. Una que, por primera vez, se muestra en España con una retrospectiva de 195 fotografías que arrancan en 1982 y alcanzan hasta 2022, y que se puede visitar en Fundación MAPFRE de Madrid hasta el próximo 7 de mayo.
El principio de todo
La primera cámara le llegó a Zuviría como regalo cuando cumplió seis años. El amor por Buenos Aires, a través de su madre, que trabajaba en el sector del turismo y organizaba paseos y visitas a los que él la acompañaba. La inspiración, del arte pop norteamericano, las pinturas de Edward Hopper y el arte del argentino Rómulo Macció. También de la literatura, la de Ricardo Piglia y la de su escritor preferido, Jorge Luis Borges. Pero fue el fotógrafo estadounidense Walker Evans quien más le marcó, y eso que entró en su vida cuando ya había comenzado sus series porteñas.
Zuviría pudo ser abogado, pero no ocurrió. Terminó sus estudios y, entonces, apostó en cuerpo y alma por la fotografía. Era 1983 y, aunque en los años que siguieron a la caída de la dictadura quiso armar, sin éxito, un archivo de imágenes de Buenos Aires, a raíz de su trabajo en el Programa Cultural en Barrios, ya nunca dejaría de construir una imagen paralela a la de su ciudad: la suya propia. A día de hoy, en que atesora premios y sus fotografías tienen un lugar en museos y bienales del mundo entero, sigue entregado a ello.
La periferia y lo vernáculo
En la mirada de Zuviría, los barrios siempre tuvieron más peso que el centro de aires cosmopolitas de Buenos Aires. Esas zonas todavía periféricas, menos impersonales, de principios de la década de 1980, inspiraron la obra del fotógrafo, apoyada en dos elementos muy concretos. “Las casas bajas, esa cosa de pampa edificada que tiene Buenos Aires, que es llanura con mucho cielo. Las fachadas de los negocios de 8,66 metros, dos ventanas laterales y una puerta central que forman un tríptico, y dentro de esa estructura, todas las variedades posibles”. Así lo detalló en una entrevista en el periódico Clarín en 1995.
También quiso el fotógrafo capturar lo vernáculo, lo propio, bajo la influencia del arte pop. Como muestra en su trabajo más longevo, la serie Estampas porteñas, en la que ennoblece los elementos de la sociedad de consumo, como carteles, vallas publicitarias o rótulos de bares y restaurantes. Pero el suyo es un pop deslavazado, como refleja su fotografía Gaucho pop, afiche en Monserrat (1985), que, al tiempo que nos enseña uno de los arquetipos de la cultura argentina, el gaucho, deja entrever cierta violencia en la desnudez arrugada del retratado, ya que los pliegues del cartel se confunden con los de su propia piel, y también en el puñal que lleva en el cinturón.
De igual manera, el corralito pesa en su obra, como un suceso que causó una profunda crisis social, como una restricción de liquidez monetaria que tuvo como colofón la asfixia de la economía y la parálisis del comercio. Como una conmoción en la sociedad.
Todas estas claves definen la exposición que Fundación MAPFRE ofrece en un itinerario lineal, solo interrumpido por las series Siesta argentina, la más conocida y política del fotógrafo; y Frontalismo, excelente ejemplo de su inclinación por la composición y la simetría. Como dos altos en el camino, ambas muestran la austeridad y la lejanía frente a la cercanía de sus habituales estampas porteñas.
Una ciudad que se desvanece
Siesta argentina, producida entre 2001 y 2003, es testimonio de los efectos del corralito. Por eso aglutina locales vacíos, tiendas cerradas, escaparates en desuso y lavanderías misteriosas en las que no se aprecian indicios de actividad. Una ciudad que se desvanece en blanco y negro. Y también un inventario de lugares cerrados o semiabiertos recogidos por su objetivo con la nitidez de la imagen frontal y la ausencia de personas. ¿Se trata quizás de una “siesta argentina” de la que uno se despierta? ¿Quizá la crisis solo sea un mal sueño que quedará en el pasado?, anima el autor.
Ya en 2010, el fotógrafo volvió a plasmar fachadas, cierres o enrejados que hablan indirectamente de la violencia que hay en las calles y de la que el habitante debe protegerse. Frontalismo, tituló su serie. Pero la preocupación queda soterrada por el color de las imágenes, austeras pero cálidas, que persiguen más la síntesis y la abstracción que un objetivo realista o documental. Como esa imagen en color que presenta una fachada típica de la arquitectura popular argentina —un horror vacui de revestimientos ornamentales de cerámica, carpintería metálica, pizarra y persianas enrollables de madera— que es su obra Puerta y ventana con rejas (2005). La fachada se reconoce, pero lleva a pensar en una retícula neoplástica por la combinación de luz, color, formas y texturas.
Precisamente, esta última serie representa una de las dos maneras de trabajar del fotógrafo: con proyectos de forma prolongada a lo largo del tiempo, que surgen de una idea previa y en los que cada imagen se subordina a dicho concepto. Frontalismo, aún hoy, continúa en proceso. Lo mismo ocurre con Estampas porteñas, que el artista considera su trabajo más personal, pues se nutre de motivos a los que vuelve una y otra vez en sus paseos habituales por Buenos Aires. Pero hay también una segunda forma de entregarse a la creación para el autor: con series de carácter autónomo y acotado. Es el caso de los fotogramas (1981-1983), las secuencias (2000-2004), la serie Siesta argentina (2001-2003) o los cianotipos de libros que elaboró durante la pandemia (2020-2021). Dos maneras, una misma obra.