Carme Elías (Barcelona, 1951) ya contó el desarrollo del alzhéimer en su personalísimo y potente ensayo Cuando ya no sea yo (Planeta, 2023), que ha sido de gran ayuda para afectados por la enfermedad y sus allegados. Mientras seas tú es el reflejo en el espejo que le devuelve su amiga Claudia Pinto, realizadora venezolana que ya había dirigido a la gran dama del teatro catalán en otras dos películas, La distancia más larga (2013) y Las consecuencias (2021), dos ficciones con las que este documental ha formado una inesperada trilogía. Una trilogía volcánica, llena de ecos y correspondencias, recorrida por una lava secreta.
Pinto, que se había enamorado de la actriz viendo Camino (2008), volvió a filmar a Elías, de nuevo, sin saber que esas imágenes iban a formar parte de un documental, cuando la intérprete que olvidaba su texto todavía no sabía qué le pasaba. La acompañó cuando le anunciaron el diagnóstico, en 2019, y en su ronda por los médicos, grabando a escondidas, porque Elías todavía no estaba preparada para anunciar su enfermedad y quería retrasar al máximo ese momento en el que no habría vuelta atrás. El momento —que se dio finalmente en el Brain Film Fest de 2022— en el que cambiaría radicalmente la imagen de sí misma que proyectaba al mundo: de actriz de belleza elegante y serena a embajadora del alzhéimer porque ya no quedaba otro remedio.
El libro y la película son tan conmovedores como perturbadores. Para el público en general y para este periodista en particular. Invitado a su casa, en el barcelonés barrio de Gràcia, no las tenía todas consigo. Primero, por tratarse de Carme Elías, modelo de clase y discreción. Segundo, por no estar para nada acostumbrado a interesarse por la salud de los entrevistados. Y tercero, sobre todo, porque las entrevistas suelen versar sobre el pasado, y en esta ocasión hasta la pregunta sobre futuros proyectos que tácitamente suele utilizarse para cerrar tampoco parecía de recibo. A todo esto se añadía que pocos pánicos hay tan universales como el de perder la memoria.
Mientras seas tú no es un documental al uso. No siquiera uno de circunstancias. Junto a la crónica filmada en cine directo, Pinto recupera numerosas imágenes de archivo, como escenas de La orgía (1978), pero siempre para darles la vuelta y añadirle una capa de sentido poético. Hasta las cajas repletas de recuerdos que Elías donó al Museo de las Artes Escénicas del Institut del Teatre tienen un peso metafórico que duele en el alma cuando se alejan en una camioneta.
La entrevista se hizo a mediodía, después de una mañana de nervios y prisas por la foto de familia de los nominados a los Gaudí, y se publica la semana de su estreno en España, después de haber ganado ese mismo premio. Como en la película, Claudia Pinto sólo interviene de vez en cuando, dejando todo el protagonismo a quien más se lo merece, tanto por el pasado como por el futuro. También estaban Alba Laguna, unas copas de vino y el fantasma de la eutanasia, que revoloteaba por la habitación. No hacía falta preguntar, la actriz ya se ha expresado con firmeza al respecto, en el libro, en la película, y a todo el que quisiera oírle: hará uso de este derecho, legal en España desde el 25 de junio de 2021, antes de que se le apague la mente. “No quiero morir de vieja”, ha repetido en muchas ocasiones, una frase que, en su caso, tiene todo el sentido del mundo.
- Pregunta inevitable en este caso: ¿cómo estás?
- Con mi copita. Me coges un poco de estar por casa.
- Confieso que me ha relajado. Eres tan elegante que no sabía si tenía que ir a casa a cambiarme, y tampoco hubiese sabido qué ponerme.
- Es que he tenido la suerte de que a la gente le ha gustado vestirme. Y además, en los últimos años, encontré la diseñadora perfecta, que es Cortana. Es una de las grandes, porque además de talento para vestir, o sea, para hacer formas o no formas, las telas que tiene sientan súper bien, y no sé de dónde las trae. He encontrado un estilo, ¿no?
- Sí, eso se tiene o no se tiene. De hecho, es muy raro. Y me produce mucha admiración, por no decir cierta dosis de envidia.
- Perdona, yo veo que sí tienes un estilo. Las gafas redonditas están estudiadas, el pelito... Estás muy bien diseñado.
- Va a acabar saliendo el narciso que llevo enterrado dentro. Mejor volvemos a la pregunta: ¿en qué momento estás? ¿Cómo estás?
- Pues río y lloro. O sea, cuando quiero llorar, no lloro, y a veces lloro sin querer. Esto lo decía el Beckett, creo. Y río porque me río por cualquier cosa también. Tengo un sentido del humor que, a veces, es muy negro. Pero en general puedo decir que estoy bien, porque no hay más remedio que aceptar esto. Si me estuviera peleando, estaría fatal. Desde que lo acepté, no han dejado de pasarme cosas buenas.
- ¿Por ejemplo?
- Por ejemplo, he podido dar a conocer más, o de una manera más profunda o más personal, lo que es la enfermedad del alzhéimer. Como actriz, me gusta hacer el personaje y ser la protagonista… Y esto me ha facilitado la comunicación con la gente y también me ha dado vida a mí. En lugar de encerrarme aquí en casa, aunque es una buena casa para este momento… Si todo estuviera programado, viviría en una casa como esta, porque es muy amplia. No estoy encerrada en una habitación pequeña en la que casi no pueda respirar, sino que tengo un espacio ancho muy grato y claro en medio de la ciudad. Tengo mi perrita, que la saco... Bueno, ella me saca a pasear y me devuelve a casa, digamos, ¿no? De momento, Claudia me ha mantenido activa, rodando. También he escrito un libro, aunque sea con ayuda, y todas estas cosas hacen que lo lleve muy bien.
- En el libro cuentas que una de las primeras manifestaciones de la enfermedad fue algo parecido al “pánico escénico”, toda una paradoja siendo actriz, ¿no?
- Sí, los médicos no encontraban nada, no entendían nada, me daban tranquilizantes; y yo seguía con el “pánico escénico”, cuando mi frase de salida al escenario siempre había sido: “Moriré con las botas puestas”. Jamás había sentido algo parecido, porque de lo contrario no hubiera podido ser actriz. Para mí siempre ha sido una gozada salir al escenario. Lo del “pánico escénico” era un poco como volver al Walden.
- ¿El Walden? ¿Te refieres al Walden 7, el edificio de Ricardo Bofill en Sant Just Desvern?
- Sí, viví un tiempo ahí. Llegabas de noche, aparcabas el coche allí. Y si habías tomado dos copas, para llegar hasta tu casa, te agarrabas y te ibas a ver quién te encontraras.
- Es verdad que es un laberinto en el que no es fácil saber en casa de quién estás. En la película, aparecen esos primeros momentos en los que te preguntas qué te está pasando. Todo empezó rodando Las consecuencias, ¿no?
- (Interviene Claudia Pinto): Sí, como yo ya había trabajado con Carmen la conocía mucho como actriz. Y rodar con una actriz ocho, nueve tomas, es algo que no puede ocurrir. El texto y la emoción estaban bien, pero la forma de mezclar las palabras era totalmente delirante. Y ella no era consciente de que lo había dicho mal hasta que cortabas. Y eso sí que era algo que yo nunca había visto, porque un actor sabe cuando se ha liado, y entonces haces otra. Pero, en el caso con Carmen, era como si se hubiera hecho bien. Y cuando acababa ese corte, decía: ¿ha estado mal? Sí, otra vez. Y dices, claro, aquí hay algo que está jugando y que no es un tema de pánico escénico. Además, con el nivel de confianza que tenemos, lo del pánico escénico era como implanteable.
- En la anterior película, que fue Quién te cantará (2018), de Carlos Vermut [en el momento de la entrevista, todavía no se había desatado la controversia en torno al director], ¿no notaste nada raro?
- Sí, ahí ya se manifestaron cosas porque era casi como si tuviera a un enemigo delante. Como que tenía miedo. Pensé: este hombre te impone. ¿Por qué? No lo sé, pero te impone. Porque le admiro, porque qué ilusión que me llame a alguien cuyo cine me interesa. Pobre, el rodaje que le di. Entonces no sabíamos, no entendíamos. Y buscas siempre una explicación…
- (Interviene Claudia Pinto): Después de eso te hiciste las pruebas, te dijeron que estaba todo bien. Pero vinieron Las consecuencias, y ahí fue evidente que estaba pasando algo. Insistimos, y entonces fue cuando lo detectaron.
- ¿No estamos al día para detectar la enfermedad tempranamente?
- No es eso, yo he conocido a gente muy profesional: el médico que me lleva, los de la Fundación Pasqual Maragall. Al contrario, a mí se me detectó más rápido por el hecho de ser actriz. Igual si me confundo aquí, hablando contigo, es más difícil de percibir. A lo mejor hubieran tardado un par de años más en descubrirlo. Pero al ser actriz, se hizo evidente. Te dicen: llegas, pones la copa, coges esta frase y cuando acabas esta frase, te tomas la copa. Se trata de mecanizar, pero para mí, en aquel momento, no había manera con más de cuatro instrucciones.
- ¿Cuál es el pronóstico?
- Aún quedan unos años... He descubierto que la enfermedad va lenta. Aunque también es verdad que veo cómo va avanzando. Hay cosas de la vida cotidiana que prefiero no hacerlas, o prefiero consultarlas.
- ¿Vives sola aquí?
- No, tengo gente que circula. Mi hijo va y viene. Pero me gusta mucho cuando estoy sola. Soy feliz, y me cuido bastante bien. Pero, por ejemplo, hoy he abierto la nevera y está vacía. O sea, no me he programado bien esta semana.
- Se te ve bien de moral.
- Sí, lo bueno de todo esto es que no estoy deprimida, eso sería lo peor. Como esta casa es amplia y no me ahoga, pues yo podría quedarme aquí con mis cosas, que no es todo el rato ver la tele, porque es la tentación que hay... O sea, que tengo como una disciplina, ¿no? Quiero aprovechar para dar un aplauso a nuestra seguridad social, porque hay un servicio que puede venirte una persona por las mañanas para controlar que te tomas la medicación. A otra persona pueden ayudarla a lavarse, o a comprar algo. Según las necesidades van avanzando, van aumentando las ayudas.
- Supongo que, en estas circunstancias, uno siempre es más valiente de lo que se imagina.
- Sí, aunque en secreto me digo: “¡Tienes que ser muy valiente, Carmeta!”. Pero siempre he sido valiente. Hice muchas cosas que no estaban programadas en mi familia, como ser actriz. Entré en el Instituto del Teatro justo cuando aquello se convirtió en una escuela con título académico. Y conocí a gente súper interesante, porque los más modernos estaban allí.
- Y ahora que se estrena la película, ¿seguís grabando?
- (Interviene Claudia Pinto): Siempre hemos dejado la puerta abierta. Pero grabar no es necesariamente compartir. Grabar es una manera de retener. Entonces, que yo grabe no significa que luego ese material sea público, ni significa que ese material vaya pegado a esta película, aunque nació así, para recoger lo que es Carmen. Ella me decía, tú vas a saber cuándo grabar, cuándo no grabar. Entonces, ¿por qué vamos a dejar de grabar? ¿Por qué una peli se acabe? Pues no.
- A no ser que la muerte digna llegue antes de lo que... Bueno, en fin, que las cosas lleguen como tienen que llegar, ¿no? Pero ella y mi familia decidirán por mí también.
- ¿Dirías que existe un tabú en torno a la enfermedad? Quizás porque todo el mundo tiene problemas de memoria, yo mismo, y enseguida surge el fantasma del alzhéimer.
- Más que un tabú creo que, como dejas de ser tú, ya no puedes explicarlo. Tienen que explicarlo desde fuera, y la gente desconoce lo que es en realidad. Lo importante es no asustarse demasiado, aceptarlo. Y eso no se hace de un día para otro. Y ahí es donde pone el acento la película. Pero también recuerdo el pánico total de: “Se van a enterar. No me van a llamar. ¿Qué va a pasar?”. Constantemente era esto, y mientras tanto estábamos rodando.
- (Interviene Claudia Pinto): Yo no pensaba que esto pudiera llegar a algún lado, pensé que Carmen nunca lo iba a contar. Es una actriz que nunca ha puesto su vida privada en juego. Era imposible plantearnos que íbamos a llegar a las salas.
- Y ahora que has escrito el libro y estrenas la película, ¿qué? ¿Hay algún plan más en perspectiva para mantenerte en activo?
- Me gusta mucho escribir, y sigo escribiendo. Ahora estoy resumiendo los diarios que tengo de toda mi vida. Tengo bastantes. Me lo estoy pasando muy bien. Me acuerdo de estos escritores con los que he compartido muchas cosas, siempre están llamándoles para comer y nunca van. Ahora lo entiendo. Estás tan apasionada que se te olvida el mundo. Me gusta mucho escribir en este momento de mi vida en el que todavía soy coherente. El libro me ayudó mucho, pero esto lo hago para mí misma, para mi familia. Los diarios me gustaría poder quemarlos, pero no soy capaz. He roto los papeles que no quería que se vieran. Cartas, no sé. Todo esto ya está hecho. Los diarios son lo último que me queda.