Pocas veces la amistad entre dos artistas reconocidos se ha plasmado en una exposición. Y eso es lo que ha ocurrido en el mágico museo Chillida Leku, el paraíso escultórico creado por Eduardo Chillida en las afueras de Hernani, muy cerca de San Sebastián.
En este museo-jardín mágico, a pocos kilómetros del mar Cantábrico, en la costa vasca de España, se expone Miró en Zabalaga, una muestra que trata de explicar y plasmar la amistad entre el escultor y grabador vasco y Joan Miró, el pintor de los paisajes y las esculturas emocionales.
La exposición, que arranca al aire libre con las esculturas de gran formato Oiseau solaire (1968) y Femme (1970), se despliega principalmente en el primer piso del caserío Zabalaga, el epicentro de esta finca que Chillida visionó en su día como una utopía y que, con la ayuda de su esposa, Pilar Belzunce, consiguió convertir en realidad en 1983.
En Chillida Leku se exponen hasta el 1 de noviembre obras de Miró fechadas entre 1946 y 1981. Entre las piezas seleccionadas, además de las dos esculturas citadas, destaca un tapiz realizado entre 1989 y 1991 por Josep Royo a partir de la litografía Le lézard aux plumes d’or del artista catalán, fallecido en 1983 a la edad de 90 años.
Estela Solana, responsable de exposiciones de Chillida Leku opina que “las piezas que componen Miró en Zabalaga transmiten una idea sencilla, pero también física, es la conjunción de una gran obra de Chillida con la obra de Miró”.
Chillida y Miró compartieron su amistad no sólo en España, sino también en París y en Saint-Paul-de-Vence, en la Costa Azul francesa. Una relación que se plasmó también con los años en una extensa correspondencia.
Efectivamente, ahora, esa amistad puede palparse en esta exposición donde el color de las obras de Miró inunda el caserío Zabalaga y su imponente jardín y consigue hermanar el Cantábrico con el Mediterráneo. Las esculturas, dibujos y grabados que componen la muestra recorren las temáticas habituales de Miró y con ellas el color entra por primera vez de manera intensa en el caserío, reformado por el escultor vasco para albergar su obra.
Mireia Massagué, directora de Chillida Leku, subraya que “la obras se relacionan entre sí, pero no se tocan, no comparten el mismo pedestal, sino que se presentan individualmente”. El propio Chillida, en 1984, ya explicó respecto a este dialogo que “Miró tiene un poder especial para hacer que sus curvas tiendan a ser convexas, mientras que yo soy como más bien cóncavo…”.
Y así es. Pieza a pieza se puede comparar la visión tan diferente de ambos artistas. Oiseau solaire, por ejemplo, destaca en el centro de Chillida Leku, junto al caserío. Se trata de un pájaro de dos toneladas de peso creado por Miró a partir de un bloque de mármol de Carrara, a excepción de la cola y las alas. Su color blanco destaca en el verde tan característico de la zona. Es la primera vez que esta pieza sale de la Fundación Miró de Barcelona, donde recaló tras la donación a título personal de Marguerite y Aimé Maeght.
Otra de las piezas, Femme, se halla instalada frente al escudo de armas del caserío y también se expone fuera de la Fundación Miró por primera vez. Fundida en bronce, Miró concibió cinco ejemplares de esta pieza entre los que se encuentra el modelo nominativo que puede verse en el museo vasco, realizado en 1970. La escultura está coronada por una concha de caracol, un símbolo de espiral e icono del imaginario del artista que evoca el universo femenino. Un poco más lejos, antes de llegar a la casa familiar de los Chillida, se puede ver el Peine del viento XVII (1990), junto a otras obras como Homenaje a Balenciaga (1990), Homenaje a Braque (1990) y el celebrado Arco de la Libertad (1993).
Ya en el interior del caserío, según la visión de los responsables artísticos de Chillida Leku, los personajes imaginarios de Miró “llenan el primer piso y encuentran acomodo de forma que cada sala podría ser, en cierto sentido, disfrutada como una obra en su conjunto. En cada espacio se encuentran una serie de objetos que crean diferentes atmósferas como el campo o el jardín, en diálogo directo también con la parte exterior del museo”.
El contenido de la muestra continúa siendo relatada por los expertos del museo que incíden en la idea de que el diálogo en el exterior del jardín “se percibe desde la primera de las salas, donde se puede ver Quelques fleurs pour des amis (1964), un conjunto formado por dos litografías. Mientras la primera de ellas está dedicada a Pierre Matisse y Patricia, la segunda se erige como un homenaje a quien fuera galerista común a Chillida y Miró: Aimé Maeght. En esta misma sala se pueden contemplar dos litografías tituladas Maravillas con variaciones acrósticas en el jardín de Miró, rodeadas de varias esculturas de bronce relacionadas con el mundo vegetal y animal, realizadas en su mayor parte a partir de 1966, cuando la producción escultórica de Miró, constituida fundamentalmente por ensamblajes de objetos encontrados en la vida cotidiana, se intensifica”.
Esta selección de esculturas está además acompañada por los cuatro primeros grabados pertenecientes a un juego de 10 carpetas de aguafuertes titulados Serie Mallorca, realizados por Miró en 1973.
Miró en Zabalaga se completa con una obra gráfica, otras litografías y un gran tapiz tejido entre 1989 y 1991 por Josep Royo a partir de una versión de una litografía de Le Lézard aux plumes d’or, el primer libro que Miró ilustró y para el que escribió diversos poemas. La visión este tapiz inevitablemente hace recordar a otro muy similar, pero de mayor tamaño, que Royo, inspirado por Miró, tejió para uno de los vestíbulos del World Trade Center de Nueva York y que desapareció tras el colapso de las torres neoyorquinas tras los ataques terroristas de Al Quaeda del 11-S.
La exposición Miró en Zabalaga —fruto de la colaboración entre la Fundación Iberdrola España, la Fundació Joan Miró de Barcelona y la Colección BBVA, apoyados por el Centro Botín, la Fundació Pilar i Joan Miró de Mallorca y varias colecciones privadas— cierra también el círculo de un diálogo artístico único, que ya se inició con dos exposiciones individuales de Chillida en la Fundación Miró en 1986 y 2003. Esta última fue la primera retrospectiva realizada tras la muerte del escultor vasco en 2002, a los 78 años de edad.
A unos kilómetros de Chillida Leku, en las rocas que contiene la playa de la Concha, en San Sebastián, otras tres piezas de Chillida ponen punto final a la playa de Ondarreta. Se trata del Peine del Viento XV (Haizearen orraiza, en euskera), un conjunto de tres esculturas de acero de 10 toneladas de peso incrustadas en las rocas, justo encima del Cantábrico. Este proyecto concluyó en 1976 y, como un guía turístico señalaba hace unos pocos días a un grupo de visitantes, el óxido que empapa y tiñe las rocas por el efecto corrosivo de las olas, señala, en cierta medida, que la obra de Chillida está, pese a su aparente inmobilidad, fuerza y rigidez, más viva que nunca.