Su cuerpo, oh su cuerpo, una exaltación de la naturaleza. De sus pechos podían alimentarse las fantasías de los hombres porteños y de las pampas, y de su voz húmeda se imaginaban paraísos eróticos donde era dominadora, amante, dominada y una conjugación de roles infinitos.
Isabel Sarli, conocida como “la Coca” —por sus curvas, como las de la botella de Coca-Cola—, es una de las estrellas brillantes en el firmamento popular de Argentina. Ubicada entre Gardel, Evita, Sandro y Maradona, ella es la reina del erotismo más heterosexual y, a la vez, un inefable ícono gay. Protagonizó, entre 1958 y 1980, casi 30 películas con el director —y su amor— Armando Bó, de las que la dictadura argentina censuró las partes más exuberantes, pero que la llevaron a los cines de Estados Unidos y Europa, a revistas como Life o Playboy, y a codearse con personalidades de todo el mundo. Fue Miss Argentina en 1955, y Juan Domingo Perón, según reveló ella misma, la quiso conquistar: “Sos más importante que cualquier embajador”. Una trayectoria apasionante de una mujer que corrió los límites de la moralidad e hizo estallar el deseómetro, si tal cosa existiese. Como una estrella, su vida es un flash.
Un hito
Fue la primera mujer en aparecer desnuda en el cine argentino. Después de hablarle y no recibir respuesta, la Flavia —el personaje de Sarli—, tira la fusta al suelo y le exige a su peón de campo que se la entregue, mientras ella lo mira desde arriba del caballo. Ni bien obedeció, y ya con el látigo de cuero en la mano, galopó hasta una laguna en medio de la selva, se sacó las bombachas de gaucho y se zambulló para refrescarse, como el dios de la abundancia la trajo al mundo, en esas aguas. El trueno entre las hojas fue su primera película, estrenada en 1958, y esa escena fue el flechazo que el público recibió para enamorarse de por vida. Muchos años después, la Coca contó que no sabía que se la iba a ver de cuerpo entero: “Como era un río cajonado, y la cámara estaba lejana, pensé que no se iba a ver todo”. Para convencerla de que filmara la escena, Armando Bó la llevó a ver Un verano con Mónica, de Ingmar Bergman, donde había un desnudo, y le prometió que para ella iba a haber una malla color piel, pero en la selva donde filmaban jamás apareció.
La flecha
La Coca hizo diana en su público, y también en Armando Bó. Él era un hombre casado, y lo fue hasta el día de su muerte en 1981. Ella también había estado casada con un descendiente alemán que conoció en Entre Ríos, la provincia en el litoral argentino en la que la actriz nació en 1929. En varias entrevistas, Sarli dijo que su unión con Ralph Heinlen en 1953 tenía como objetivo irse de su casa materna. Lo logró por un tiempo, pero se divorció rápidamente. El refucilo que dejó el encuentro con Bó pasó a la pantalla: juntos se conformaron en una pareja creativa que jamás se separó, fuera y dentro de la pantalla. Ella protagonizó (casi) todas sus creaciones, fue musa y cocreadora de sus personajes más vanguardistas e incorrectos: una ninfómana en Fuego (1968), una mujer raptada y violada por sus secuestradores en un frigorífico en Carne (1968), una líder de una tribu que enamora a un fugitivo en India (1960), una mujer con dos pasiones: los caballos y el hombre que provocó el suicidio de su esposo en Fiebre (1972) o, solo por mencionar unas pocas, otra ninfómana que elige su próximo amante con la invitación de su marido en Insaciable, el film que no pudieron estrenar en 1979 por censura de la dictadura y recién pudieron hacerlo en 1984. Se dice que la Coca sólo fue dos veces a la casa familiar de él: en una reunión de equipo de su primera película y el día que él se murió, agarrado a su mano en su cama matrimonial, mientras su mujer estaba en otra habitación. Armando Bó Jr., el nieto de él y coguionista de Birdman, la película ganadora del Oscar de Alejandro González Iñárritu, se refirió a la Coca como “la amante de mi abuelo”. Estallido. “Cretino de mierda, yo no he sido la amante de su abuelo, he sido el amor de su abuelo”.
La fama
Mientras Bó estuvo vivo, ella filmó sólo dos películas con otros directores: Setenta veces siete (1962), de Leopoldo Torre Nilsson, que llegó a estrenarse en Estados Unidos con el título The Female; y La diosa virgen (1975), del sudafricano Dik de Villers. No fueron buenas experiencias para ella: al sudafricano tuvo que explicarle que una larga toma de ella caminando de espaldas a la cámara no era atractiva. “La gente pagaba para ver mis tetas, ¡no mi culo!”, le dijo a su amigo y director del documental sobre su vida Diego Curubeto. Después, con Torre Nilsson firmó un acuerdo para no aparecer desnuda porque para eso filmaba con Bó, y él usó una doble a la que no se le veía el rostro. Le hizo juicio, pero perdió porque para los jueces no estaba mancillado su honor. Sin embargo, todos querían trabajar con ella. Robert Aldrich de la Metro-Goldwyn-Mayer le hizo una propuesta para una película donde ella iba a ser la segunda actriz, a la Coca eso no le gustó nada, y en su perfecto inglés le dijo que “segundos papeles no hago, el día que tenga que ser segunda renuncio”, según contó Bó —que estaba en la reunión temblando de emoción— en el libro Armando Bó: El cine, la pornografía ingenua y otras reflexiones, de Rodolfo Kuhn. Más cineastas quisieron trabajar con ella, pero no le interesaban, ella estaba cómoda con él, con su estética y sus códigos compartidos, pactados. Pero no pasaba desapercibida para el mundo. En abril de 1969 publicaron una nota de varias páginas en la revista Playboy de Estados Unidos donde la llamaban “The Wild Belle of the Pampas”, con una serie de fotogramas de India, la película donde ella hacía de una indígena bella, mezcla de diosa y pantera, como decía el afiche. La bella salvaje de las pampas ya había sido fotografiada por Frank Scherschel de Life, una década antes, en 1958 en una sesión icónica.
Los fans
En el festival de cine de Buenos Aires de 2018, el excéntrico y divino cineasta John Waters se declaró fan de la Coca en un video donde conversan en inglés le dijo que vio todas sus películas en los cines latinos de Nueva York junto a Divine. Ella, como si fuera lo normal, ni se inmuta ante su declaración. Es que desde que apareció en el cine el mundo cayó rendido ante su voluptuosidad, su aire de inalcanzable sensualidad. Tanto es así que, en 1969, el periodista Roger Greenspun escribió en su reseña de Fuego para The New York Times que la Coca producía “más tensión sexual en el espacio entre la inhalación y la exhalación de lo que la mayoría de nosotros podría distribuir en toda una vida de hacer el amor ordinario”. En agosto de 2010, la Film Society del Lincoln Center de Nueva York le rindió tributo en una retrospectiva por el 75 aniversario de su cumpleaños y el título de la revista Time fue “Una bomba sexual” en el cine.
El ícono
Si hay una forma de medir a los ídolos populares es a través de los productos de venta callejera: la Coca Sarli está pegada como pósters en los almacenes, gomería, cuartos a lo ancho y alto de Argentina. Ahora aparece en tazas, y en Mercado Libre —el Amazon latinoamericano— se venden los afiches originales de sus películas a 500 dólares (en una cotización libre del dólar). Pero lo que de verdad se convirtió en icónico es la frase que se le atribuye en la película Carne: “Canalla, ¿qué pretende usted de mí?”. El valor simbólico que ganó la frase con los años es entre provocadora y suplicante, pero en realidad la Coca no dice eso en la película. La historia es tremenda a los ojos de hoy. Una joven bellísima y humilde es secuestrada camino a su trabajo en un frigorífico. Es un compañero de trabajo el que la viola brutalmente mientras la tiene cautiva. En un momento, la amenaza con un cuchillo y la obliga a desnudarse para él, ahí ella le dice: “Canalla, se va a arrepentir toda la vida de lo que hace”. El tono de las películas de Bó-Sarli se transformó con el tiempo en algo kitsch, por la estética, por lo grosero del guion y por su actuación entre torpe y desinteresada, siempre entre lo naif y lo camp. Eso que convertía su cine en inapropiado, folletinesco y popular reflejaba una sociedad machista y obsesionada con el sexo, con la sensualidad —entre ingenua y querendona—, encarnada por la Coca, que no tenía ningún prurito moral en usar su cuerpo para hacer arte y ganar plata.
Después de la muerte de su compañero y socio creativo en 1981, Sarli adoptó dos hijos, Isabelita y Martín. Tardó más de una década en volver a trabajar, y lo hizo en la telenovela adolescente Floricienta; en Tetanic, una obra de revista; y en algunas películas. En los 2000, le envió dos camiones de mudanza a su amigo Curubeto con cintas de celuloide que contenían tomas alternativas, material casero y escenas cortadas que habían sido censuradas por la dictadura. De ahí salió el material para el extenso documental sobre su vida, Carne sobre carne (2007).
El 25 de junio de 2019 falleció a los 83 años de edad la mujer más sensual de Argentina. La Coca, la actriz que más veces posó desnuda en la historia del cine argentino, la que nunca pierde encanto, todavía no tuvo el reconocimiento que merece en su país como la estrella popular que es. Uno de esos pocos nombres que representan una identidad nacional.