Va pasando el tiempo desde que Elena Martín (Barcelona, 1992) se dio a conocer como la protagonista de Las amigas de Ágata (2015), aquel inesperado fenómeno, realizado a ocho manos entre cuatro alumnas de la Universidad Pompeu Fabra, que dio la vuelta al mundo de festival en festival. Martín era Ágata, y no tardó en debutar como directora con Júlia Ist (2017), una autoficción sobre su Erasmus en Berlín, de nuevo protagonizada por ella misma. Pero, después de verla en películas como Con el viento o la reciente Unicornios, de Àlex Lora, ha tardado más de un lustro en volver a dirigir esta Creatura, profunda indagación, coescrita por Clara Roquet —directora de la maravillosa Libertad— que seduce, resulta fascinante, y da mucho en que pensar.
En su segundo largometraje —que llega a las salas españolas este 8 de septiembre, tras obtener en mayo el premio a la mejor película europea de la Quincena de Cineastas de Cannes—, la realizadora barcelonesa interpreta a Mila, una chica con bloqueo sexual, como Valèria Sorolla en La consagración de la primavera, de Fernando Franco. Retirada con su novio —al que pone cuerpo el siempre efectivo Oriol Plà— en la casa del Empordà donde pasó los veranos de su infancia, la protagonista indaga en su pasado en busca de respuestas. La relación algo distante con su padre, interpretado por Àlex Brendemühl, pudo tener algo que ver con sus problemas para abrirse al mundo en la adolescencia y para mantener relaciones sexuales en la actualidad. Elena Martín es además una excelente entrevistada, sabe matizar.
- ¿Es verdad el mito de que hay “algo especial” entre padre e hija? Lo digo, porque soy padre de una niña de siete años y eso me parece que lo tiene más con su madre.
- Explorar ese tema fue muy interesante, porque yo no soy hija única y no tengo una relación como la que tiene Mila con su padre. Pero hay una tendencia en las niñas: en cierto momento, tienen papitis. Aunque eso ocurría más antes, cuando las tareas estaban distribuidas de otra forma, como pasa en la película: la niña se está bañando con el padre, que le explica el origen de las piedras, mientras que la madre le dice que tiene que tiene que ponerse crema. Luego, preguntále a la niña: ¿con quién quieres ir? Uno te ofrece juego; la otra, que seas responsable.
- Tengo como la sensación de que eso es distinto ahora mismo, ¿no crees?
- En ciertos entornos, pero en otros sigue igual. Yo lo veo con las amigas y los amigos que tienen hijos. Todas estas preguntas están sobre la mesa.
- No sé si es un poco spoiler, pero ¿la tesis de la película sería que el despertar sexual de una niña puede acabar cohibido por la reacción del padre, acaso temeroso del tabú del incesto?
- Ese es un lugar al que se dirige la película. De entrada, ella quiere llegar a entender cómo se generó un primer malentendido entre ella siendo una niña y su propio cuerpo. El otro día lo volvíamos a hablar con parte del equipo: los niños, al final, son como animales. Hay un instinto de supervivencia que les dice que necesitan la protección de un adulto para sobrevivir, y los adultos que les acompañan, que suelen ser los padres, son el universo entero para esa persona pequeña. Sentirte querida por tu padre o por tu madre es clave para sentir que tienes posibilidades de existir. Entonces, cuando ella descubre esa energía desconocida que se empieza a movilizar en su cuerpo, y que nada tiene que ver todavía con la sexualidad adulta, y ve que genera rechazo en una persona que es tan importante para su vida como su padre, aunque también podría ser la madre, la niña entiende que, si se conecta con esa energía, no la van a querer, y si no la quieren se va a morir.
- De ahí el bloqueo.
- Hay una frase que lo explica muy bien, creo, y es cuando dice “no quiero que le llamemos más vulva”. Muestra una negación: si yo bloqueo esto que me está pasando, voy a tener un lugar dentro de esta familia. De lo contrario, no. Ahí es donde empieza a generarse la desconexión con el cuerpo. Ese despertar suele suceder entre los tres y los seis años. Es la etapa de descubrimiento genital, que coincide con la etapa de definir la identidad, las ganas de saber… Cuando una siente que hay una cosa en su cuerpo que no está bien, no sólo condiciona después las relaciones sexuales o amorosas, sino que también condiciona la autoestima y la conexión con el propio cuerpo.
- ¿Con Clara Roquet, la coguionista, investigasteis casos reales?
- Sí, en las entrevistas que hicimos con Clara a distintas mujeres cuando escribíamos el guion, por ejemplo, muchas nos hablaban de pérdida de sensibilidad en la vulva durante el sexo, de que sienten que es una parte del cuerpo a la que le tienen miedo. Ha sido durante tantos años un elemento con el que el cerebro no ha conectado que, a veces, puedes llegar a sentirlo como un extraño en tu cuerpo. Es brutal. Hay gran parte de esta investigación que pensaba que podía trasladarse a una película totalmente de body horror, llevarlo al extremo fantasmagórico de que esa parte del cuerpo no responde. Pero tampoco quería que nos quedáramos sólo con eso.
- De ahí que Mila aparezca en tres edades muy distintas. A los cinco, a los quince y a tu misma edad, ¿no?
- Sí, quería retratar otras situaciones alrededor de estas mismas ideas, como esos momentos de descubrimiento en la adolescencia, que también forman parte de la tesis de la película. Al final, lo que conforma la identidad de una o de uno no es un solo momento fundacional como vemos muchas veces en distintas clases de narrativa. La vida no se define por un solo momento, sino por muchas otras cosas. El problema es que, por mucho que haya mala gestión de los padres, porque no saben hacerlo mejor y generan este tabú y esa vergüenza, que genera esa culpa, tampoco luego socialmente ni culturalmente se reconduce eso.
- Ahí entra el tema de internet. ¿Cómo crees que influye en el descubrimiento sexual adolescente?
- El porno es un tema que no entra en la película, en parte porque mi opinión personal sobre la pornografía es que es eminentemente machista, que está muy relacionada con la cultura de la violación y que genera un imaginario visual que no corresponde con la realidad. Así que preferimos centrarnos en aplicaciones como Chatroulette, que no sé si conoces.
- De oídas, sí. Pero digamos que también viene a ser sexo con una pantalla por delante, una fuente de información para el adolescente que sí o sí va a querer ilustrarse en la materia.
- Lo hablé mucho con Clàudia Dalmau, que interpreta a Mila con quince años, y con el equipo. En las primeras lecturas del guion, me decían: “Qué escena más sórdida, ¿no?”. Y es heavy que haya un señor mayor de edad enseñándole los genitales a dos niñas. Pero, para mí, lo importante es que estas dos niñas están haciendo lo que quieren. Están experimentando. Es importante no culpabilizarlas a ellas. Recuerdo que, cuando me conectaba a chats con mis amigas, era un momento de aprendizaje y de descubrimiento. Luego, claro, también había dramas, gente que quedaba y ahí sí se generaba una problemática seria. Y además ahora existen las grabaciones de pantalla, etc. Cuando hablaba de todo esto con las coordinadoras de intimidad, justamente decidimos que no hubiera exposición física ni de las niñas, ni de las adolescentes, que no se vieran ni sus pechos porque hay que protegerlas. Pero, en el caso de lo que cuenta la película, nada les puede hacer daño porque hay una pantalla de por medio.
- Creo que la sexualidad es algo tan íntimo que los adolescentes no quieren descubrirlo a través de la escuela o de sus padres, ¿estás de acuerdo?
- En las escuelas no existe una educación sexual real, y eso es un problema. Aunque no sé hasta qué punto se puede realmente luchar contra la pornografía. En internet puedes encontrar de todo y es muy difícil regularlo, pero tampoco hay un contrapunto. No hay una educación que te muestre otras formas de deseo. La educación que yo recibí en la escuela tenía que ver con la protección contra enfermedades y contra el embarazo, nunca en relación al deseo. La cantidad de porno que consumen los adolescentes demuestra que necesitan ver. Y, de hecho, la idea de la película surgió de un momento en el que yo estaba haciendo performance con unas amigas, investigando sobre el cuerpo... En ese contexto, por primera vez, hablamos del hecho de que nos sentíamos totalmente desamparadas porque pensábamos que éramos las únicas que nos masturbábamos. Cada una de nosotras pensaba: “Estoy loca, estoy enferma”…
- Vaya, ¿y eso en qué año?
- Pues no sé, en 2007 o así. Tendría 16 años. O sea que sé lo que es tener este tipo de conflicto. Y te dices que es porque no existe esa información. En casa, los padres también tienen mucho pudor de hablar ciertas cosas; y lo entiendo, porque has crecido de una forma en que también te parece violento que tus padres te hablen de esto, pero hay que encontrar el punto, porque hay mucha violencia sexual entre la gente joven…
- Me llamó la atención que, a la Mila adolescente, le llaman “guarrilla”. Es una dicotomía a la que también se enfrentaban las chicas de 16 años de mi época. Los chicos querían tener sexo con ellas, pero si ellas lo hacían ya eran “putas”, cosa que no las hacía sentir muy bien. Pensaba que estaba superado.
- Esto seguía, desde luego, en mi adolescencia, la de Clara o la de las mujeres que entrevistamos. Y también en el caso de los adolescentes que aparecen en la película. Al final ha quedado más sutil, pero en la escena de la discoteca, ellas están bailando y los chicos como que se abalanzan sobre ellas. Yo les contaba que era lo que me sucedía a mí cuando iba a una discoteca: los chicos me tocaban el culo, y me lo tenía que tomar como un piropo. Tenías que estar muy alerta. Las adolescentes de la película, que han estudiado teatro y se mueven en un entorno más bohemio, saben que eso está mal, pero es algo que continúa pasando.
- Viendo la película me acordé mucho de Suc de síndria, el premiado corto de Irene Moray. Ahí también interpretabas a una mujer que se enfrentaba a un trauma; tenías un novio que se adaptaba como podía a la situación, y te mostrabas desnuda. Desde tu experiencia como actriz y directora, ¿cómo vives esto de mostrarte al natural?
- En cada proyecto ha sido una experiencia distinta. Suc de síndria fue un gran aprendizaje, sin duda, porque Irene tenía una aproximación a los cuerpos desnudos que era cero cosificadora. Estaba incluso conectado con algo casi infantil, animal. Era la desnudez desde la comodidad y desde el contacto con la naturaleza.
- Sí, creo que en su momento lo definí como un corto naturista.
- Totalmente. Cuando era adolescente e iba a clases de teatro, también me sentía muy lejos de eso, muy bloqueada con mi cuerpo.
- Te daba apuro mostrarte.
- La conexión con algo sensual me daba muchísimo pudor. Pero luego he tenido suerte con los trabajos que he hecho, primero en Julia Ist, donde el desnudo estaba regulado por mí misma. Luego, con Suc de síndria; Irene es una maga en esto. Con Creatura ha sido un next step en ese sentido, porque toda la película va un poco de esto, el personaje está constantemente confrontándose con su cuerpo, esté vestida o desnuda, da igual.
- Entonces, lo ves muy distinto a Julia Ist en ese sentido.
- Sí, porque entonces yo partía de la base de que el sexo o las relaciones sexoafectivas son muy importantes en la vida de las personas. Somos animales sociales y buscamos el amor todo el rato. En el cine, sin embargo, el sexo se ha tratado siempre como una convención. Se han inventado mil cortinillas, a lo largo de la historia del cine, para contar que los personajes están follando.
- Cosas muy coreografiadas, muy irreales, que dialogan con el porno, luces azules, etc.
- Exacto. Y para mí sí que hay algo político en esto, si soy sincera. Hay algo político y también humanista o naturista, si quieres decirlo así. Las escenas de sexo en Creatura, por ejemplo, son escenas de conflicto emocional. Están cargadas de contenido, no son transiciones para despertar al espectador. No sé qué director era el que decía que cada tantos minutos hay que meter un disparo para despertar al espectador, y muchas veces siento que el sexo también se usa para eso: poner un momento hot y ya está. Y justo las escenas de sexo de Creatura no son necesariamente hot. Como actriz, si el espacio es seguro, si hay un protocolo, si hay una coordinación de intimidad o una persona muy consciente detrás, es posible hacerlo y sentirse cómoda.
- ¿Es una experiencia liberadora a nivel político y personal?
- Sobre todo a nivel político. A nivel personal es difícil hacer escenas de desnudo, no son escenas cómodas, aunque pueden llegar ser cómodas si el entorno es el adecuado. Pero son retos, sigue siendo un reto para mí, sí.
- Al final son desnudos necesarios porque tienes algo que contar a través de eso.
- Exacto. Sí, sí, sí.