El conflicto armado interno de Colombia, el más antiguo de América Latina, se ha mostrado y comunicado de muchísimas formas: a través de análisis políticos y académicos, exposiciones fotográficas, novelas, cómics, documentales, ficciones audiovisuales y más. Sin embargo, poco se ha hablado del lugar que han ocupado en él las mujeres. La periodista Margarita Martínez Escallón aborda precisamente ese aspecto en Cuando las aguas se juntan, un documental que se concentra en la voz propia de las mujeres que fueron víctimas de la violencia que generó la lucha de las guerrillas en diversos territorios de Colombia, pero que también muestra a aquellas que ingresaron en las FARC por propia voluntad.
Margarita —que se encuentra presentando el filme estas semanas junto con ONU Mujeres y la Embajada de Suecia en Colombia— ya había tratado el conflicto colombiano con anterioridad en otros documentales como La sierra (2004) y La negociación (2018). El primero, un éxito de público en su país que fue exhibido en una cuarentena de festivales internacionales, seguía las andanzas del líder de un grupo paramilitar de Medellín, mientras que el segundo ofrecía una historia íntima de las largas negociaciones de paz y el ingreso a la vida civil de las FARC.
Pese a que el conflicto de las guerrillas es cada vez menor y, como explica Margarita, ahora se centra en las fronteras del país, un reciente informe del Comité Internacional de la Cruz Roja de Colombia indica que, por quinto año consecutivo, la situación humanitaria ha empeorado. Asimismo, datos del Observatorio del Desplazamiento Interno y del Consejo Noruego de Refugiados señalan que en 2022 se produjeron 339.000 nuevos desplazamientos internos forzados por la violencia. En total, se estima que hay casi 5 millones de personas desplazadas. Es la mayor cifra en una década, y sitúa a Colombia como el cuarto país en el mundo en número de desplazados por conflictos armados.
Actualmente, en Colombia existen siete conflictos armados internos, entre ellos, los que mantienen contra el Estado la guerrilla ELN y las antiguas FARC que no firmaron el acuerdo de paz de 2016. Los efectos de estas hostilidades se agravan, entre otros factores, por la presencia del narcotráfico, la minería ilegal, el contrabando, la extorsión y otros delitos que amenazan a la población civil, a los líderes sociales y a los defensores de los derechos humanos y el medioambiente.
La complejidad del conflicto es tan grande que, sin presencia del Estado, es difícil que se logre la paz total. Sin embargo, existen comunicadores y documentalistas colombianos, como Margarita, que trabajan para ofrecer diferentes tipos de relatos que dejen de estigmatizar las vidas y los territorios de su propia nación.
- ¿Cómo lograste realizar Cuando las aguas se juntan?
- Soy documentalista desde hace muchos años. En 2004 salió a la luz mi documental La sierra, que relata la historia del joven Edison Flórez, cabecilla de un grupo armado paramilitar conocido como el Bloque Metro. Ese filme tuvo muchos premios y fue el puntapié para seguir investigando el entramado de las guerras y la paz dentro de Colombia. A partir de todo este recorrido, tenía mucho material sobre el ELN, las FARC y la guerrilla paramilitar; y también filmé muchísimos años el proceso de paz que se fue gestionando en La Habana. ONU Mujeres, junto a la Embajada de Suecia en Colombia y la Comisión de la Verdad, abrieron una licitación, quedé seleccionada y logré obtener dinero para llevarlo a cabo.
- ¿Por qué elegiste contar estas historias de mujeres?
- ONU Mujeres tenía una lista de historias de vidas de mujeres, organizaciones y problemáticas atravesadas por el conflicto de la guerrilla. Y yo tenía otro listado, porque, claro, recorrí este país a lo largo y ancho de su territorio. También la Comisión de la Verdad nos dio un apoyo importante. Así fue como empezamos a realizar muchísimas entrevistas por Zoom en plena pandemia. Uno de nuestros objetivos fue que las historias que contábamos tenían que incluir la enorme diversidad racial del territorio y de diferentes problemáticas que afectan a una población más que a otra. Nunca se puede mostrar todas las que son, hay mucho trabajo de base que no pudo entrar. Sin embargo, intentamos contar que, dentro de este conflicto, las mujeres son las que sobrevivieron y las que cargaron con sus familias. Este conflicto tuvo y tiene una permanencia de muchos años en nuestro país y las mujeres han sido muy afectadas.
- Eligieron contar la historia de una mujer que tiene una relación sexo-afectiva con su captor. Podríamos decir que es un tipo de violencia como el síndrome de Estocolmo...
- No diría que ella estaba enamorada, sino que, cuando ves en tu región que un actor armado se fija en ti, es muy difícil decirle que no, porque ellos son dueños de la vida de todo el mundo, incluyendo la de tu familia y la tuya. No estoy segura de encuadrarla en el síndrome de Estocolmo; sí es un tipo de coacción sexual donde no puedes decir que no.
- En los crímenes de guerra, la violencia sexual hacia las mujeres, por lo general, no suele ser juzgada. Sin embargo, el documental cuenta cómo un grupo de mujeres logra llevar su caso a la justicia colombiana.
- Son las mujeres del pueblo Libertad, en el departamento de Sucre. Entre 1991 y 2004 fueron capturadas por los paramilitares y sufrieron diferentes tipos de violencia de género, algunos extremos. Lograron llevar sus casos a juicio y pudieron obtener justicia; ellas fueron las primeras en hacerlo. Quisimos mostrar que, cuando las mujeres se organizan, logran sus objetivos.
Es muy difícil poner en palabras este tipo de violencia, muchas veces es por vergüenza, por culpas o por diferentes mecanismos psicológicos complejos. La violencia sexual fue una de las armas de guerra, y aunque parece evidente que eso sucede en todas las guerras, nadie lo menciona como un arma, ni un delito a juzgar.
- En el caso de Libertad, además de la justicia para las víctimas, ¿hubo otro tipo de reparación?
- En este caso, la reparación también fue desde lo colectivo. Cuando se logró desarticular el tramado violento de los paramilitares y a la cabeza de esta violencia, Marco Tulio Pérez Guzmán, alias El Oso, en Libertad se construyeron escuelas, canchas de fútbol, polideportivos; volvió la cultura y demás.
El pueblo fue muy golpeado por los paramilitares, que articulaban con la policía y la política. Las violencias que se ejercieron sostenidamente en los diferentes territorios de Colombia solamente se pueden dar cuando los Gobiernos son cómplices. Hubo mucha violencia, control de territorio, de la población, capturas de personas inocentes, manipulación. Si los captores, por ejemplo, querían construir un puente, el pueblo debía hacerlo. Es decir, este ataque sistemático obligó a las personas de la región a desplazarse forzosamente hacia otras zonas dejando abandonadas sus casas, bienes y sitios de trabajo.
-¿Cómo está actualmente la situación con las guerrillas en Colombia?
- A comparación del año 2000, estamos muy bien. Antes existían regiones completas tomadas por las guerrillas, con los años esto se apaciguó y ahora algunas de ellas están ubicadas en las fronteras de Colombia. Desde 2016, cuando se firmó el acuerdo de paz, hubo una apertura muy grande de oportunidades hacia otros países. Sin embargo, con la llegada del Gobierno de Iván Duque, en 2018, como ellos no creían en los acuerdos, hubo un estancamiento. Me gusta decir que Colombia es como un caballo desbocado: siempre hay que tenerlo bajo las riendas, porque si lo sueltas vuelve a andar por caminos complejos.
- Los ejércitos de las FARC y el ELN también estaban integrados por mujeres ¿Qué es lo que las lleva a ser parte de la guerrilla?
-Lo mismo que a los hombres. Inicialmente había mucho idealismo, porque las FARC se formaron luego de la Revolución cubana. Luego muchas de las mujeres ingresan porque las guerrillas son la autoridad de su municipio, y les parece mejor ser guerrilleras que campesinas; en estos casos no hay una motivación política. El gran problema de las FARC es que, una vez ingresas, es muy difícil salir. Una cosa es lo que piensas a los 15 años y otra a tu mayoría de edad. Hay ciertos pueblos donde muchísima juventud ingresó en la guerrilla, entonces hay mucha cotidianidad: todo el mundo tiene un amigo o un pariente que estuvo involucrado en la guerrilla. En cambio, en las ciudades más grandes eso es más cuestionado y juzgado.
- El acuerdo de paz de Colombia es el único en el mundo que tiene enfoque de género. ¿Cómo se llegó a esta figura?
- Hay cien medidas con perspectiva de género, fue posible gracias a la participación de las mujeres en las diferentes etapas del proceso de negociación. Las mujeres en su diversidad representaron el 46% de participantes y constituyeron el 60% de las delegaciones de víctimas que viajaron a La Habana a conversar con las partes sobre sus vivencias y afectaciones en la guerra y sus expectativas y propuestas para la restitución de sus derechos. Por ejemplo, hay un enfoque de género en la reforma agraria y rural, donde las campesinas tienen prioridad para acceder a la tierra, como así también a créditos y asesoría legal. También existe el enfoque de género para las problemáticas que tienen que ver con las drogas y el acceso a la política, y mucho más.
- ¿Cómo están las negociaciones con las actuales guerrillas con el Gobierno de Gustavo Petro?
- El presidente señala que debe haber una paz total en Colombia, es decir: o se desarma a toda la guerrilla o vuelve a resurgir. Conceptualmente es muy interesante, pero en el terreno es muy difícil, ya que los grupos tienen diferentes intereses y está el problema del narcotráfico, que da gasolina a toda esta guerra. Yo comparto la postura del presidente. La negociación de la FARC fue de seis años y el Gobierno de Petro recién tiene seis meses, entonces, paciencia. Todos y todas sabemos que el 99% de las guerras se terminan en una mesa de negociación, eso es así en todo el mundo.