La Cuba reinventada de Gabriel Guerra Bianchini

El fotógrafo cubano, pionero del criptoarte en su país, crea imágenes llenas de poética y surrealismo. “Está lindo poder disfrazar el mundo”.

El Malecón de La Habana convertido en un mirador de nubes, en una fotografía de la serie 'La isla aislada'. GABRIEL GUERRA BIANCHINI
El Malecón de La Habana convertido en un mirador de nubes, en una fotografía de la serie 'La isla aislada'. GABRIEL GUERRA BIANCHINI

Cuando Gabriel Guerra Bianchini (La Habana, 1984) dibujó la silueta de Cuba con agua y azúcar y esperó a que las hormigas acudieran atraídas por el dulzor de la mezcla, no ocurrió nada. Había tenido seis horas de margen antes de que “la trampa” se volviera fea y opaca. Pero cuando repitió el experimento recién llegado a su país, un 20 de julio de 2014, salió enseguida. Bastaron tres horas para que las hormigas se entregaran al banquete y llenaran el contorno de la isla. Nacía así la primera de sus obras: El colmo de la abundancia. Una fotografía y una metáfora: la aproximación entre Cuba y Estados Unidos en aquellos años.

Gabriel Guerra Bianchini había vuelto a su Habana querida después de cuatro años en Francia y otros tantos antes en España, donde había adquirido su primera cámara. Esa con la que, de manera autodidacta, había logrado hacerse un hueco fotografiando la escena musical, pasando largas temporadas de festival en festival. “Llegó un momento en que empecé a preguntarme si era eso lo que quería, aunque adore la música, algo que me viene de mi papá, que fue un grandísimo guitarrista en Cuba. Por aquel entonces había un acercamiento político entre mi país y Estados Unidos, se estaban viviendo unos aires de esperanza muy curiosos. Tenía también mis libretitas, donde hacía bocetos de ideas que me venían a la cabeza, todos situados en Cuba. No dudé en regresar, aunque mis amigos no entendieran por qué un cubano que llevaba 12 años en Europa volvía. En los grandes cambios de mi vida, siempre he seguido las corazonadas. Necesitaba convertir esos bocetos en fotografías”, relata el fotógrafo en el marco de la exposición Digamos que son muchos mundos, que hasta el 2 de marzo acoge el espacio PlusArtis de Madrid, ciudad en la que reside el artista desde finales de 2021.

'El colmo de la abundancia', 2014. GABRIEL GUERRA BIANCHINI
'El colmo de la abundancia', 2014. GABRIEL GUERRA BIANCHINI

Todos sus mundos

A Gabriel Guerra Bianchini le definen como fotógrafo, artista NFT y fundador del criptoarte en Cuba, aunque él se reconoce como poeta visual. “La construcción de la imagen que caracteriza a todo mi trabajo tiene más que ver con la poesía que con el crudo del reportaje o la realidad que te da una instantánea”, asegura.

De lejos o de cerca, de ida o de vuelta, casi toda la obra de este creador toma tierra, cielo o mar en La Habana. Han sido, precisamente, sus raíces cubanas las que le han llevado a solapar la dureza de lo cotidiano reinventando la realidad en sus composiciones: “Haber nacido con una mitad cultural radicalmente distinta a la cubana [la italiana] y haberme podido ir tan joven influye en la parte romántica de cómo veo Cuba. También el haber vivido con el nivel de crudeza y, a la vez, poética con que lo hace el cubano; el modo en que me crie o la poesía, que adoro...”.

'Hotel Habana', de Gabriel Guerra Bianchini, 2020. GABRIEL GUERRA BIANCHINI
'Hotel Habana', 2020. GABRIEL GUERRA BIANCHINI

En su propósito como creador también estaba alejarse de la impronta de fotógrafos cubanos como Liborio Noval y Raúl Corrales, de sus instantáneas en blanco y negro de antes y después de la Revolución. “Yo quería traer color, jugar con el surrealismo, con todo lo que te permiten el fotomontaje y la poética, y no tocar la tecla constante de nuestra Cuba destruida. Yo la utilizo, no la escondo. Hotel Habana, por ejemplo, es un edificio creado por mí a base de retratos de fachadas y balcones de La Habana Vieja y Centro Habana, que tú lo ves y está destartalado. Se llama así porque te venden el turismo de las playitas, pero ese es el hotel, destruido, en el que te vas a quedar. Dentro de ese calvario que se ha vivido durante tantísimos años en Cuba, hay algo en ese país que es mágico. El mundo es ya bastante crudo y está lindo poder disfrazarlo a veces o enseñar las partes bonitas”.

Por eso sus series emergen de lugares muy distintos. Todo ellos, conceptual o formalmente, enraizados en La Habana. Todos ellos, tirones del alma que ha paseado por Estados Unidos, Italia, Paraguay, México, Suiza y Brasil. “En este regreso a Madrid, después de ocho años que viví en Cuba, ese ver mi país en toda mi obra a veces me asusta. Me encantaría poder hablar en un lenguaje un poquito más universal”, reflexiona. Aunque el recuerdo de unas palabras le alivia. “Alguien me dijo: ‘Los lenguajes universales son tus pequeños cotidianos, en el país que lo hables, en la manera que lo hables’. Quisiera poder encontrar eso que encuentro en Cuba en España o en algún lugar de Europa o del mundo”.

'Olas para jugar', fotografía de la serie 'Habáname'. GABRIEL GUERRA BIANCHINI
'Olas para jugar', 2020. GABRIEL GUERRA BIANCHINI

Tocar cielo o tierra

Traerse el cielo a la tierra con un Malecón que no contiene el mar, sino que es un mirador de nubes, es lo que Guerra Bianchini propone en la alegórica serie La isla aislada. En otra, recrea la historia de amor entre un espejo y el mar, con tintes más surrealistas. Como también ocurre en Quimeras, en la que, en una de las instantáneas, de todos los sueños que pueblan el cielo, una mujer logra atrapar el suyo y lo abraza y protege. Más cercanas al fotoperiodismo se hallan Habáname o Hay sueños en las calles. Y muy ligada a la denuncia está Tal vez ahora puedan vernos, una serie contra el abandono animal que invitaba a reflexionar sobre la necesidad de una ley de protección en Cuba.

“Poco a poco entendí que la cámara es una herramienta”, explica el artista. “Al principio, la idealizaba más y me mantenía encasquetado en lo que podía hacer con ella. Después empecé a verla como algo que me ayudaba a conseguir ingredientes de imágenes que tenía en mi cabeza y que podía ir construyendo. Todo eso me permitió empezar a moverme más por los impulsos, con esa libertad para jugar según los momentos, los contextos y las emociones”.

'Mi quimera', 2020. GABRIEL GUERRA BIANCHINI
'Mi quimera', 2020. GABRIEL GUERRA BIANCHINI

Dice Guerra Bianchini que, si pudiera, todas sus exposiciones serían a pie de la calle, al aire libre, al alcance de los ojos de todos aquellos que quisieran mirarlas. Ya lo hizo dos veces. Una, en la plaza de la Catedral de La Habana en 2018, la primera muestra en sus 500 años de historia. Y otra, en el Paseo del Prado de la capital cubana al año siguiente, como parte de la XIII Bienal de La Habana. “Salirte de una sala es algo maravilloso. La plaza de la Catedral es la más visitada de Cuba y el nivel de turismo que había en ese momento era una locura; a mí me encantaba sentarme por ahí y escuchar las conversaciones. Poner esa serie en el Prado, donde hacia un lado tienes toda la zona del casco histórico turístico, pero hacia el otro hay un barrio caliente donde vive gente que nunca va a pisar un centro cultural o rara vez consume arte, fue una cosa maravillosa. Me encanta la visión de la gente de la calle”, cuenta el artista.

El criptoarte empezó con él

El mundo entero se paralizó con la pandemia y también la obra de Gabriel Guerra Bianchini, dentro de la limitación propia que ya vivía Cuba. Él y todos sus compañeros cubanos quedaron atrapados en la imposibilidad de exponer en galerías o de enviar sus obras al otro lado del mundo. Fue entonces cuando el fotógrafo aportó su balón de oxígeno con el criptoarte. “Lo que esta tecnología supone para un país como el mío es un cambio radical, tanto en la libertad creativa como en la libertad de expresión, porque ningún Gobierno tiene manera de tumbarla ni de limitarla y eso es algo muy valioso”, asegura. “El hecho mismo de que un artista en Santiago de Cuba pueda comercializar su obra sin tener que emigrar a la capital o irse del país, o de que, gracias al arte digital, una diseñadora pueda ganar, fácil, 1.000 ó 2.000 dólares al mes, algo surrealista en Cuba, es impresionante”.

El fotógrafo cubano Gabriel Guerra Bianchini, en la instalación 'Malecón infinito'. CORTESÍA
Gabriel Guerra Bianchini, en la instalación 'Malecón infinito'. CORTESÍA

Era 2020 cuando empezó a escuchar sobre el arte digital. Cuando decidió empaparse de ello para entender, cuando se lanzó a vender su primer NFT (Hotel Habana, convertida en obra digital) y cobró por él. Cuando contó a todos los artistas cubanos que se podía y les ayudó a hacer ese nuevo universo también suyo. “Fue un bombazo y una experiencia bellísima, porque la comunidad cubana se unió muy rápido e hicimos un ruido espectacular en aquel momento”, dice. Fue tal la repercusión conseguida que, en 2021, OpenSea, el mayor mercado de criptoarte del mundo en términos de volumen, ofreció a Guerra Bianchini una colaboración. Y en 2022, el artista recibió una llamada de la revista Time para participar en Slices of Time, una colección de NFT junto a 39 artistas de varias partes del mundo. En esta etapa también surgió CryptoCuban Social Club, otra proyecto de NFT que reunía 1.492 retratos de cubanos como un guiño a la fecha de la llegada de Colón a América. Como si de un coleccionable se tratara.

'Cryptocuban Social Club', 2021. GABRIEL GUERRA BIANCHINI
'Cryptocuban Social Club', 2021. GABRIEL GUERRA BIANCHINI

Entre lo tangible y lo digital

Hoy, Gabriel Guerra Banchini está bastante desconectado del criptoarte. “Puedes hacer cosas maravillosas que, además, quedan grabadas para siempre en el blockchain, es imborrable, inalterable y eso me apasiona, la parte tecnológica. Gracias al criptoarte hemos podido ayudar a nuestras familias y venirnos a España, pero ahora no tengo el impulso o la pasión puestos en este terreno. Y eso que me han hecho muchas propuestas de todo tipo de marketplaces nuevos que han querido abrir para artistas latinos”, dice. Entonces, afina: “Para ser justo, diré que, cuando llegué a España a finales de 2021 y respiré un poco la libertad de la calle, volví a querer abrazar lo físico”.

A esto se suma que, desde hace unos meses, el artista, al igual que otros creadores cubanos, ha sufrido el bloqueo de sus cuentas en las plataformas de comercio de NFT OpenSea y KnownOrigin, derivado de las sanciones impuestas por Estados Unidos. “Me entristeció mucho y me desanimó… Recuerdo tocarles la puerta a personajes muy importantes, pero nadie podía hacer nada”, lamenta. “Es el ratón que se muerde la cola. El criptoarte va a ser una herramienta vital para países con represión o limitados o separados un poco del mundo”. Como esa Cuba que, en su corazón, nunca abandona. Como ese Malecón infinito, la primera instalación de su vida y de una nueva serie que ha presentado en su exposición madrileña: “¡Quiero ver todo lo que puedo hacer con un espejo! Poco a poco, la cámara comienza a quedar como ese instrumento que a cada rato me ayuda a conseguir otra cosa. Eso sí, lo que venga va a ser siempre visceral, dentro de un contexto que yo o la gente cercana a mí o mi país estemos viviendo. Es algo que me va a perseguir siempre y que amo. Pero no quiero ponerme límites”.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como Cinemanía, La Vanguardia, Viajes National Geographic y El Confidencial

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