Dice la canción: “Nuestro amor es tan bonito / ella finge que me ama / y yo finjo que la creo [en portugués acredito, que rima con bonito]”.
Y yo, cantando a vivo pulmón, en la calle, a la par que lo hacía Nelson Sargento, a dos metros de mí, dentro del bar, una ventana abierta entre los dos, él sentado y rodeado del resto de músicos, con una cerveza en la mesa a sus 91 años.
Y Nelson me sonrió.
Me sonrió con sinceridad, sin el fingimiento de aquellas y aquellos amantes de la canción, como quien sabe que el que canta se identifica de verdad (¿quién no?) con una historia de aquellas.
Nelson, aún guardo su sonrisa, uno de los grandes del samba, murió este jueves, 27 de mayo, a los 96 años de edad. Lo que nadie consiguió en tanto tiempo, ni siquiera un cáncer de próstata, lo consiguió el coronavirus en un país presidido por un negacionista. Y eso que él ya estaba vacunado.
Corría el 27 de agosto de 2016 y una leyenda viva me había sonreído durante un concierto en un boteco (bar) de Lapa, el barrio más malandro y bohemio de Río. Había algunas decenas más de personas, no muchas, y entendí el sentido del samba, que es difícil de entender sin el bar, la cerveza, la proximidad de que el cantante no esté por encima de ti en un escenario, sino a tu altura o incluso por debajo si él está sentado y tu de pie. Imágenes todas tan lejanas a cómo Occidente caricaturizó el samba pensando que son chicas bailando porque llegaban fotos de las passistas del carnaval, que son solo una parte de una parte de una parte de una cultura mucho más amplia.
Una cultura, una música que “agoniza pero no muere” prácticamente desde que nació. Así lo cuenta la canción más conocida de Nelson Sargento. “Alguien siempre te socorre / antes del último suspiro / Samba / fue duramente perseguido / en la esquina en el bar o el terreiro”. Compuesta en 1979, ‘Agoniza mas não morre’ es “un himno del samba”, dice Beth Carvalho al inicio de una de las grabaciones que ella popularizó. Sargento (un mote que recibió porque fue el escalafón más alto del ejército al que llegó) alcanzó la fama en Brasil de la mano de esta cantante que también falleció en 2019 a los 72 años.
En una entrevista que hice con mi amigo Joan Royo (quien me introdujo de verdad en el samba es de Castellón y no de Río) a Beth Carvalho en 2016, solo unos días antes de ver a Nelson Sargento cantando en un bar, la artista nos explicó, además de un affaire que tuvo con Paco de Lucía, su lucha para recuperar a viejos sambistas olvidados como Nelson, pero también como Cartola, considerado el más grande sambista de la historia y por aquel entonces desconocido y desaparecido.
Joven, guapa y adinerada de Ipanema, Carvalho dio el paso en los años sesenta, al ver que la emergente bossa nova, transformación elitista del samba al mezclarla con el jazz, no era lo suyo. "No era auténtico, casi no había negros (...) Cuando grabé ‘As rosas não falam’, Cartola estaba desaparecido. La gente pensaba que se había muerto. Pero esa canción suya tuvo un éxito tremendo por todo el país y a partir de ahí él empezó a poder grabar un disco por año", contaba.
Carvalho daba en la entrevista vigencia a la canción de Nelson Sargento al explicar las nuevas amenazas a las que se enfrenta desde hace unos años el samba, como el avance del extremismo evangélico en periferias y favelas, un movimiento que rechaza las religiones afrobrasileñas como el candomblé que están en el origen y las letras del samba. O la irrupción del funk, música de baile de las favelas asociada originariamente al narcotráfico que ha desplazado al samba en las barriadas.
El propio Nelson, en una entrevista para Agencia Brasil al cumplir los 90 años, mantenía intacta la máxima de su canción. “¿Hoy? Hoy el samba agoniza pero no muere”, explicaba, detallando el porqué había dicho en la canción que sus estructuras cambiaron, al adaptarse a un carnaval más mercantilizando y abandonando alguna de sus esencias, especialmente en las escuelas de samba.
“En 1917 el samba ya era perseguida, y ya agonizaba, pero tenía un lugar respetado, la casa de la tía Ciata”, resumía Nelson rememorando los orígenes del género, en la casa de una matriarca negra del candomblé, religión sincrética nacida del contacto entre las creencias tribalistas y el catolicismo, y por ello música prohibida por la dictadura brasileña en la época.
El samba, que nació melódico y sin percusión, se fue africanizando con la aportación de una segunda generación y siguió evolucionando hasta hoy, con el festivo subgénero del pagode como su versión más extendida. El samba, como el jazz, nació de raíz profundamente negra en los barrios más pobres de Río de Janeiro y, a pesar de que los blancos y las elites fueron interesando por el género, a día de hoy no ha perdido su raíz popular, periférica, africanista.
En sus 96 años de vida, cantando primero para unos pocos y después como icono aunque nunca estrella global del samba, Nelson Sargento vio toda esa evolución. A los 10 años tocó su primera pandereta en un desfile y a los 31, en 1955, ya como miembro de la escuela de Mangueira, compuso ‘Primavera’, su primera gran canción y considerada una de las más bellas de la historia del samba.
No fue hasta 1986, de la mano de Beth Carvalho, cuando Nelson publicó Encanto da paisagem, su disco más popular y donde recoge la canción por la que me sonrió, ‘Falso amor sincero’, y ‘Samba, agoniza mas nao morre’.
Ese LP y uno de Vinicius de Moraes fueron los regalos que una chica me dio como despedida pocas semanas antes de irme de Brasil. El de Vinicius lo destrozó mi perro, que se llamaba Lula, y nunca fue reemplazado. El de Nelson aguantó cinco años, pero se rompió en mi última mudanza en el barrio de Sants, en Barcelona, hace apenas unos meses. Mi actual pareja me lo regaló de nuevo, después de encontrarlo en Londres y pedirlo por correo (tuvo que pagar dos veces los gastos de envío: el disco volvió a Inglaterra porque no estaba en casa cuando llegó y tardó demasiado en ver la notificación de correos). Como no tengo tocadiscos, el vinilo sirve de decoración en una de las estanterías de la habitación donde escribo este homenaje.
El samba agoniza, pero nunca muere. Obrigado, Nelson.