Rodrigo Plá y Laura Santullo son pareja creativa y sentimental. Nacieron en Uruguay, pero se dieron a conocer mundialmente en México con una película, La zona (2007), que casi diríamos que ya tiene categoría de clásico, pues fue pionera en analizar, desde la ficción, esas comunidades cerradas que, especialmente a partir de los años noventa, proliferan por todo el continente americano, desde las gated communities estadounidenses a los countries argentinos. Se trata de barrios residenciales, rodeados de muros, con cuerpo de seguridad propio, y hasta leyes propias. Un inquietante No Lugar que simboliza el retroceso global que se deriva de la creciente brecha entre los ricos y pobres, cada vez más numerosos. Nuevo orden, de Michel Franco, arranca en un espacio similar, y nos alerta de las posibles consecuencias.
Como en todas las parejas, amorosas o profesionales, en la que forman Plá y Santullo —o Santullo y Plá— ha habido una distribución de roles, que se ha ido modificando con el paso del tiempo, y de los largometrajes. Ya son cuatro en los que han trabajado juntos, siempre con Rodrigo Plá como director. En La zona, como en La demora (2012), Santullo figuraba como guionista. La demora nos llevaba al otro lado del muro, a casa de María, una precaria madre soltera, con tres hijos a su cargo y un padre en fase de desmemoria del que las autoridades no querían saber nada. La desesperación llegaba hasta tal punto que la protagonista, encarnada por Roxana Blanco, abandonaba a su padre en un parque.
En Un monstruo de mil cabezas (2015), Laura Santullo ya figuraba como coproductora. Volvía a ser la historia de una mujer (Jan Raluy) al límite, abandonada por el sistema. Era una mujer de armas tomar, que sacaba pistola cuando a su marido le abandonaba el seguro médico en un momento crucial. Con estos precedentes, no extraña que El otro Tom, que llega a las salas españolas el 9 de septiembre (a las mexicanas, el 29) y en la que Santullo ya figura como codirectora, vuelva a ser el retrato de una mujer sola enfrentada al sistema, al otro lado de un muro, que esta vez es el que separa México de Estados Unidos. La acción tiene lugar en El Paso.
La debutante Julia Chávez es otra madre soltera, pero con un único hijo pequeño, Tom, al que le han diagnosticado TDAH, siglas de ese Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. En España, según la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad, lo padece entre un 2 y un 5% de la población infantil, y esta federación apuesta por un tratamiento “multimodal” que combina tratamientos farmacológicos, psicológicos y psicopedagógicos. En la película, lo que Julia no quiere, precisamente, es que su hijo siga recibiendo la medicación, debido a efectos secundarios que lo anulan, y por ese motivo estará a punto de perder la custodia. Para los Servicios Sociales, se trata de un caso de negligencia. El espectador tendrá la oportunidad de formarse una propia opinión al respecto y, seguramente, sobre todo si es padre, querrá informarse más al respecto. También es una buena película, con una protagonista muy potente a la que una entusiasmada Isabelle Huppert entregó un premio en Tokio.
- Antes que nada, quería decir que soy muy fan de La zona. Creo que fue una ficción muy visionaria sobre ese tipo de aberrantes comunidades cerradas que nos devuelven al medioevo. ¿Cómo fue que os decidisteis por ese tema, y cómo creéis que ha evolucionado?
- Laura Santullo (LS): Fue a partir de un relato mío, porque yo también escribo narrativa, y el arranque fue algo tan banal como estar caminando por una determinada zona de la ciudad y no encontrar la manera de llegar a donde quería llegar porque me encontraba con barras y barras y barras. Es una privatización del espacio público, y me pregunté con qué derecho, si con nuestros impuestos, están cerrando colonias y barrios enteros. En México siguen existiendo. Es algo que obedece a realidades complejas, por supuesto que a una polarización social muy grande entre gente muy rica y otra muy pobre. Pero, por mucho que uno pueda considerar que no se trata de ningún tipo de solución para nada, también hay una situación real de violencia que es muy fuerte. La gente tiende a atrincherarse.
- Sois pareja creativa y sentimental, pero Laura ha ido ganando posiciones en los créditos de vuestras películas. ¿Es cosa vuestra, o refleja los cambios de la sociedad?
- LS: En realidad siempre hemos trabajado muy juntos. Lo que se ha ido modificando son cuestiones sumamente cotidianas, como que los niños ya son mayores, con 16 y 19 años, y ya no tenemos que repartirnos tanto y podemos hacer cosas al mismo tiempo. Antes era yo que me iba a escribir, o Rodrigo que se iba a dirigir. Ahora podemos escribir y dirigir juntos.
- Pero los créditos son importantes. Sobre todo, si no fueseis pareja...
- Rodrigo Plá (RP): Dímelo a mí, que le cedí todo el crédito del guion de La zona, cuando la escribimos juntos. Ella tiene pasaporte español, y necesitábamos una española. Todavía lo resiento [risas].
- LS: Los créditos son importantes, pero al final lo importante es hacer películas. Y además tenemos una creencia muy arraigada de que el cine es un acto colectivo, y no nos referimos a nosotros dos, sino a todos nuestros colaboradores.
- RP: Nuestra metodología de trabajo permite lo que se conoce como intersubjetividad. No usamos referencias visuales concretas, hay un intercambio entre todas las subjetividades que componen el equipo. Dejamos un espacio con los actores, con la fotografía, o la directora de arte. Hay una analogía muy bonita que es: ¿dónde está el sabor, en la boca o en la manzana? Así trabajamos como colectivo. El camino es sinuoso, pero el resultado es más genuino.
- Hay quien dice que, pese a ser uruguayos afincados en México, tenéis un estilo muy rumano. Me parece una exageración. ¿Con qué otros cineastas os sentís afines?
- LS: ¿Rumanía? No sé, deberíamos vivir ahí un tiempo para comprobarlo. En México, que es lo que conocemos mejor, hay mucha diversidad, y creo que entre todos nos vamos retroalimentando. Ahora mismo, me gusta mucho lo que hace Tatiana Huezo.
- RP: Heli, de Amat Escalante, es excelente; Luz silenciosa, de Carlos Reygadas, es excelente; Güeros... Hay una buena cinematografía aquí, y fuera de aquí me gustan Nuri Bilge Ceylan, Ulrich Seidl, los Dardenne…
- Me gusta porque vuestros personajes, aunque nos identifiquemos con ellos, no siempre hacen lo correcto. Una abandona a su padre en el parque, la otra saca la pistola…
- RP: Nos gustan los personajes que se equivocan, nos gusta que de pronto se encuentren en una situación donde no se reconocen, que pasen una frontera y hagan cagada y media, porque así también ponemos al espectador en la posición de tomar una decisión. Le ponemos en una disyuntiva...
- El espectador tiene que estar activo, ¿no?
- LS: Creemos en la idea de un espectador que puede aportar lo suyo. No hay ninguna necesidad de decirle lo que tiene que pensar. Con El otro Tom en particular, tomamos muchas precauciones de no hacer una construcción didáctica, sino también mostrar una realidad de vida. Siempre son personas haciendo lo mejor que pueden en circunstancias que se les escapan. Ella no es una heroína, igual que los otros. Puedes sentir empatía por ella, pero también te puedes decir: “Estás cometiendo un grave error, tía”. Son personajes humanamente imperfectos.
- Ya lleváis tres retratos de mujeres enfrentadas al sistema, y siempre con temas de salud. ¿Es una trilogía?
- LS: Él siempre habla de una trilogía. Yo no coincido del todo [risas], porque no es algo que nos planteamos a priori. Además, cada una de ellas surge de momentos distintos de la vida, porque las películas tienen que ver con quien uno va siendo. En La demora, estábamos pensando en nuestros propios padres, en el envejecimiento, y en cómo te ubicas como hijo, mientras que El otro Tom, que se empezó a fraguar hace muchos años, estaba vinculado con tener hijos pequeños y empezar a percibir en el entorno una proliferación de diagnósticos y medicación psiquiátrica superextendida. Eso nos llamó la atención, y empezamos a investigar.
- No sé mucho del TDAH, ¿qué es para vosotros, que lo habéis investigado?
- LS: Es un tema controvertido, que todavía está en pleno análisis, y no por parte de gente como nosotros, que seríamos simples opinólogos, sino dentro del propio espectro médico, entre psiquiatras, neurólogos y psicoanalistas. Hay que preguntarse si esta serie de síntomas corresponden a un desequilibrio químico, como dicen algunos, o si son un montón de síntomas que obedecen a un montón de causas distintas. Tiene que ver con que todavía no se sabe todo del cerebro, aunque se sepa más que antes. Lo más controvertido es el abordaje farmacológico, porque lo cierto es que hay una serie de efectos secundarios y eso no es algo de lo que se informe a los padres. Es un poco lo que se presenta en la película.
- Aunque hay un espacio para la discusión, me parece bastante claro que la película toma partido contra lo que entiende como sobremedicalización, ¿estáis de acuerdo?
- RP: Procuramos que todos los personajes fueran complejos y tuvieran buenos argumentos, como cuando la directora le dice: “Tu hijo no es de tu propiedad”. Sin embargo, uno no puede evitar la subjetividad, aunque por lo menos dejamos espacio al espectador para que saque sus propias conclusiones. Lo que está claro es que queríamos cuestionar la facilidad con la que se medica a esos niños, y queríamos transmitir que todos somos mucho más complejos que un simple diagnóstico que se centra en un comportamiento y omite el contexto.
- La película llega en un momento pospandemia muy delicado, porque de la misma manera que intuimos que igual las farmacéuticas hacen demasiado negocio, también hemos visto a gente morir porque no quería vacunarse. No se puede rechazar el progreso…
- LS: No, por supuesto que no, y esperamos de corazón que la película no se interprete en ese sentido. Nosotros creemos en la prudencia, y en que la sociedad civil y los gobiernos tienen que estar atentos a lo que ocurre, porque también hay intereses creados. No se trata de juzgar diciendo que las farmacéuticas son malvadas, puesto que nos han permitido vivir más y mejor que el siglo pasado, pero también ha habido errores que se han superado. Sin ir más lejos, en la práctica psiquiátrica la lobotomía se consideraba como un tratamiento viable, y eso ya no lo vemos. Hay que mantenerse informado, y seguir cuestionando los procesos. En el caso del TDAH, el modo en el que se diagnostica a los niños no es una prueba biológica con la que se pueda concluir que hay un desfase químico. Ocurre a partir de la conducta, y por tanto sólo se asume que lo que está pasando en tu cerebro es tal cosa.
- Al no ser demostrable, ¿es un diagnóstico azaroso? ¿Ese es el quid de la cuestión?
- LS: Es medio chunga la comparación, pero si tienes ciertos síntomas no te van a decir que te conduces como un diabético: te harán una prueba sanguínea… Al tratarse de un diagnóstico mucho más débil, creo que los niños deberían al menos tener la oportunidad de un tratamiento no medicado. Luego ya, en casos de crisis más graves, acudir a un abordaje medicamentoso. Teniendo en cuenta que los niños pueden estar inquietos, molestos o pasándolo mal por múltiples motivos, habría que darles un tiempo de trabajo psicoterapéutico antes de alterar la química del cerebro, que es lo que ocurre con la medicina psiquiátrica. Hay muchas conductas que no se saldrían tanto de la normalidad que ya están siendo catalogadas como patologías, y por eso queremos que la conversación siga abierta, aunque nosotros sólo somos narradores. Hay que ver cuáles son los límites que se le están imponiendo a la normalidad.
- Hablemos de límites geográficos. La película transcurre en Estados Unidos, ¿creéis que ocurre lo mismo en el resto del mundo?
- RP: Surge de Estados Unidos, y de ahí se propaga al resto del mundo. En España se medica mucho también. Incluso pensamos en la posibilidad de filmar la película aquí, porque hay servicios sociales con cierto peso. En México y en Uruguay también se medica mucho.
- LS: El consumo de medicación psiquiátrica ha subido muchísimo en niños, pero también en adultos. En España y en el resto del mundo.
- No me cabe duda. Un director francés, Thierry de Peretti, director de Un escándalo de Estado, me decía que un cuarto de la población francesa los consumía, lo cual está claro que es mucho. Algo no va bien. Y, bueno, ¿la próxima película también será sobre una mujer embarazada en una cruzada por un tema de salud?
- LS: Tenemos dos proyectos en mente, una es película para niños protagonizada por niños. Y la otra es sobre un programa de radio…
- Entonces, se queda en trilogía.
- LS: Sí [risas].
- Y ¿cómo ha sido recibida la película? ¿Ha habido polémica?
- RP: Ha habido todo tipo de lecturas, desde un artículo en el que decían que ella era una prostituta porque sentía deseo [risas], a profesores que nos compartían sus inquietudes. Y por eso nosotros no queremos juzgar. Tienen clases muy grandes… También nos hemos encontrado con periodistas jóvenes que nos han contado que los medicaron de pequeños.
- LS: Son los de la primera generación, la generación Ritalina. Fue muy fuerte aquello, superextendida, nos contaban que iban como zombis. Es interesante cómo se perciben. Eran otros, como nuestro Tom, que se llama Tom por Tom Sawyer: si Tom Sawyer hubiese sido una persona real y hubiese vivido en nuestra época, lo hubiesen medicado. Era superinteligente, pero era imposible...