Diego Lerman le ha “dado” a todo: al teatro, a la televisión y, sobre todas las cosas, al cine. En la gran pantalla, el argentino ya suma seis películas estrenadas en Europa, Estados Unidos y hasta Asia. Latinoamérica va aparte. Y son muchos los reconocimientos que atesora, repartidos por el mundo entero. Su última cinta, Una especie de familia (2017), se hizo con el premio al mejor guion en el Festival de San Sebastián y con los de mejor película en los de Chicago y Miami. Si hacemos una retrospectiva fílmica, antes habían llegado Refugiado (2014) y La mirada invisible (2010), estrenadas mundialmente en la Quincena de Realizadores de Cannes; Mientras tanto (2006), que compitió en el Festival de Venecia; y Tan de repente (2002), galardonada en Locarno.
Ahora, con El suplente, que llega a España tras su estreno en Argentina el pasado otoño, Lerman (Buenos Aires, 1976) repite la premisa de su anterior película. Esta y aquella afloran de las contrariedades de una clase media que se adentra en territorios y problemas alejados de sí misma para avanzar desde el desinterés o la condescendencia hasta la implicación más plena. En este caso, el cineasta —que además de director ejerce de guionista y productor— pone el foco en un prestigioso profesor universitario que comienza a dar clases en una escuela del conurbano bonaerense “tocada” por la problemática de los narcos. Un nuevo escenario en el que sus herramientas como docente no le sirven de nada y tendrá que reinventarse. Como profesor y como persona. Porque este es el viaje interior de Lucio (Juan Minujín), su absoluto protagonista.
- ¿Por qué te gusta narrar este tipo de historias?
- Es algo que me inquieta desde siempre y tiene que ver con una cuestión muy sencilla: ¿cómo es posible ser indiferente ante la injusticia del mundo pornográficamente desigual en el que vivimos? Es algo que me rebela, hay que fomentar la toma de conciencia de ello. Y calculo que la única manera de lograr pequeños grandes cambios es a través de implicarse desde el lugar que cada uno sienta genuino y posible.
- En estos tiempos en que los profesores han perdido respeto y autoridad, va y haces una película sobre el valor de educar. En el caso del protagonista, tirando de mucho ingenio, porque se lo ponen difícil. ¿Cuál es el germen de El suplente?
- La educación y los educadores en Argentina han sido muy maltratados en este tiempo. Y cumplen un rol esencial en la sociedad que no es reconocido en su justa dimensión. Más aún aquellos que ponen el cuerpo día a día en lugares muy complicados como el que muestra la película. Son una barrera de contención social muy grande frente al desamparo en una población plagada de carencias y falta de futuro. Es por ello que quería hacer una película sobre ello. Sé que no es una temática original, pero en Argentina no había ninguna película que lo mostrase, y yo quería hacerlo con todas las contradicciones que puede haber. Fue un guion que trabajé muchísimo en diferentes etapas, y en el que colaboraron María Meira y Luciana de Mello. En mi caso, suelo involucrarme mucho en la escritura y a la vez, a la hora de filmar, replanteo el guion durante el rodaje y el montaje. El proyecto surgió a partir de una propuesta de Juan Vera, con quien delineamos la historia de la película.
- Es la segunda vez que te asomas al aula para contar una historia. Ya lo hiciste con La mirada invisible, que mostraba una realidad diametralmente opuesta a la de ahora. ¿Por qué este interés por retratar la problemática de los narcos en las escuelas del conurbano bonaerense?
- El narco se ofrece para estos chicos y chicas como la posibilidad de obtener dinero rápido y fácil. El camino de la educación es, en cambio, mucho más áspero e incierto. De alguna forma, son dilemas con los que cargan los jóvenes. Y ahí, justamente, es donde más necesidad existe de que el Estado provea lo que es un derecho, el acceso al conocimiento, porque es aquello lo que les brindará una posibilidad de tener algún tipo de futuro alejado de la delincuencia. Aquellos profesores y profesoras que estimulan el conocimiento para esos alumnos y alumnas a esa edad son los que realmente pueden cambiarles la vida. En La mirada invisible lo que estaba en juego era otra cosa, ligada a la represión y la vigilancia en una escuela de élite durante el fin de la dictadura militar. Una premisa, si se quiere, más “foucaultiana”, asociada al sometimiento de los cuerpos y las conciencias en un Estado represivo en donde el deseo se muestra como revolucionario.
- Lucio, un prestigioso profesor de Literatura de la Universidad de Buenos Aires, decide aceptar una suplencia en una escuela del barrio donde creció. ¿Qué le lleva a tomar esta decisión?
- Es fundamental la figura de su padre, el Chileno, el personaje que hace Alfredo Castro, que le pide que dé clase en esa escuela. Lucio, que está en crisis y ha perdido el concurso para ser titular de una cátedra, accede a este pedido, un poco para alejarse temporalmente de la Universidad, donde es una figura destacada; y otro poco para acercarse a su padre en este momento que tanto lo necesita. Lo que no sospecha es que este trabajo temporal para el cual se siente sobrecalificado lo interpelará de manera profunda: es más bien Lucio el que cambia y encuentra un lugar desde donde reencontrarse con su vocación. El título de El suplente juega un poco con esta idea, es el pasaje de Lucio de suplente a titular en diferentes aspectos de su vida.
- ¿Es El suplente una especie de coming-of-age maduro?
- Algo así. Lucio está rodeado. Su mundo de certezas y seguridades de golpe se ha derrumbado y necesita reconfigurarse. La película narra ese viaje personal.
- La cinta enseguida se posiciona del lado de los profesores que deciden implicarse en la vida de sus alumnos, excediendo sus funciones de maestros. ¿Salvar a Dilan, su alumno favorito, que es perseguido por un grupo narco del barrio, es también para Lucio salvarse a sí mismo?
- Algo que surgió en la investigación era esa línea divisoria entre los docentes que se implicaban con los alumnos y los que no. Esa diferencia en escuelas como las que narra la película lo es todo, ya que la función primordial de un educador en esos márgenes no es solo la de dar contenidos sino la de brindar contención frente a una población castigada por las carencias, la marginalidad y la violencia. Implicarse y decidir ayudar a Dilan significa para Lucio tomar un poco el legado de su padre y bajar a lo terrenal, abandonar el universo de las ideas para poner el cuerpo. Algo tan sencillo y tan obvio como animarse a ser valiente e implicarse frente a un alumno que corre riesgo de vida. Para Lucio, asumir ese rol, casi heroico, tomar riesgos y salir de la zona de confort frente a una situación extrema lo reconcilia en un sentido más profundo con encontrar un sentido en esta etapa de su vida en la que se siente extraviado.
- Lucio no puede gestionar, en cambio, la relación con su hija de 12 años, Sol. ¿En esa contradicción está la riqueza del personaje?
- La contradicción es aquello que nos humaniza. Lucio quiere lo mejor para su hija, pero esto que él cree que es lo mejor para ella no es lo que ella elije. Aceptar que su hija ya está en edad de tomar decisiones de forma autónoma es, a la vez, una forma de asumir el fin de la infancia y reposicionarse en su rol de padre. Todos los que tenemos hijos sabemos que ese límite, ese borde no es una transición fácil.
- Sol está interpretada por tu hija Renata. ¿Qué tal has llevado el doble rol de director de cine y progenitor?
- La verdad es que ha sido fácil y muy placentero dirigir a Renata. Tenía un poco de miedo y de nervios al principio. Nos preparamos mucho y, en la filmación, Reni estaba como pez en el agua. Disfrutaba las jornadas, nos divertíamos y había mucha complicidad entre nosotros en el set. Tuvo mucha ayuda también de parte de Juan y Bárbara [Lennie], ha sido un debut de lujo para ella. Está muy entusiasmada con seguir actuando ahora.
- ¿Orgulloso de ella por esa Concha de Plata a la mejor interpretación de reparto con que fue premiada en el Festival de San Sebastián?
- ¡Imagínate! Fue una emoción inmensa. De esos momentos de la vida que no me voy a olvidar nunca…
- Haciendo un homenaje a la pregunta inicial que lanza la película por boca de su protagonista (“¿Para qué sirve la literatura?”), yo te pregunto: ¿para qué sirve el cine?
- A mi entender, el cine sirve para lo mismo que la literatura, es decir, no sirve para nada y a la vez es fundamental. El dogma de la utilidad nos lleva a un mundo desalmado, deshumanizado y automatizado. Tal vez pienso que las cosas inservibles son las más importantes de nuestras vidas. Revindicar la inutilidad siento que es una tarea fundamental: la creación, el arte, la alegría, el amor son cuestiones inútiles pero imprescindibles… El mundo del consumo y la distracción en el que estamos inmersos intenta todo el tiempo alejarnos de ello.