Artes

“Picasso y Miró son dos mundos distintos”

Emmanuel Guigon, director del Museo Picasso de Barcelona, habla de la exposición que une a los dos artistas y de por qué el genio cubista todavía fascina.

Barcelona
Emmanuel Guigon, director del Museo Picasso de Barcelona. MUSEO PICASSO/MIQUEL COLL

Llega pocos minutos después de la hora pactada para la entrevista, pero se deshace en disculpas. “¡Aaaah, soy suizo!”, dice Emmanuel Guigon señalando su reloj.

El director del Museo Picasso de Barcelona —que también ostenta la nacionalidad francesa, nació en Besançon en 1959— tiene una buena excusa para este leve retraso: viene de repasar los últimos detalles de la exposición Miró-Picasso, uno de los platos fuertes de los actos de conmemoración del 50 aniversario de la muerte del artista malagueño, que se inaugurará cuatro días después de que se produzca esta charla.

La muestra, organizada conjuntamente con la Fundación Miró, repasa la relación de dos figuras fundamentales en la historia del arte que tuvieron fuertes lazos con Barcelona. Una ciudad en la que Guigon se instaló en 2016 para tomar las riendas del único museo que Picasso creó en vida. Con sede en un palacio medieval del barrio del Born, la pinacoteca abrió sus puertas hace 60 años, en 1963, gracias a la insistencia de Jaume Sabartés, secretario personal del artista, y hoy, gestionada por una fundación dependiente del Ayuntamiento de Barcelona, es la más visitada de la capital catalana: casi 800.000 personas en 2022.

En los seis años que lleva al frente del Picasso —este diciembre sabrá si renueva en el cargo—, Guigon cuenta que no ha dejado de probar cosas para acercar el museo a nuevos públicos. “Hay que divertirse, pero hay que ser serio”, dice con un marcado acento francés que, asegura, cultiva “porque hace gracia a la gente”.

- ¿Qué nos puede explicar de la exposición Miró-Picasso?

- Es una de las grandes exposiciones del Año Internacional Picasso. En el 50 aniversario de la muerte de Picasso se han hecho muchísimas cosas, y es normal que Barcelona esté muy presente, por la importancia que tiene para Picasso: él nace en Málaga, pasa por La Coruña, y a los 14 años llega a Barcelona, que será su ciudad de adopción hasta 1900. Luego hace idas y vueltas con París, regresa con los Ballets Rusos en 1917 y, por última vez, en 1934.

La colaboración y los encuentros de Picasso y Miró se conocen bien, se ha escrito sobre eso. Había una admiración mutua: Picasso tenía obras de Miró, y Miró de Picasso. Eran dos mundos totalmente diferentes, se llevaban poco más de 10 años de edad. Se encuentran por primera vez en Barcelona, en el Liceo, en 1917, y se irán acompañando desde entonces. Los dos se cruzan en muchas temáticas. Por supuesto, está Barcelona, donde se encontraron y donde cada uno quiso tener un museo. Después se cruzan dentro del surrealismo: tienen los mismos amigos, ilustran a los mismos poetas; está el uso del collage, del objeto encontrado, el “asesinato de la pintura” del que hablaba Miró. Luego, el compromiso político: con la guerra civil, los dos están a favor de la República, comparten un odio hacia el franquismo. Y después, en la Segunda Guerra Mundial, cada uno está escondido: Miró, en Normandía y Mallorca, haciendo sus Constelaciones; Picasso, en París, no puede exponer aunque es intocable, y crea obras muy metafóricas, bodegones que nos hablan de la muerte. Dentro de la cosa en común también está el uso de la cerámica, en talleres diferentes, Picasso en Vallauris y Miró con su amigo Artigas. Y el arte público: los dos han hecho monumentos en América, en Europa…

Todo eso se estudia a través de obras de peso. Esta es una exposición que nos cuenta un relato. No son obras que ilustran una historia que alguien quiere crear, es una historia que se crea a partir de las obras de arte. Es un mismo relato para los dos sitios, pero como los sitios son muy distintos en cuanto a arquitectura, cada exposición se adapta.

El primer capítulo siempre es importante, ya sea en una exposición, en un libro o en un poema, y aquí empezamos por una primera sala dedicada solamente a Miró: hay un autorretrato de él que Picasso tenía en su casa, es magnífico, y al lado la obra más conocida, que tenía Hemingway, La masía, viene de Washington. Después pasamos al ballet Parade, a la revolución surrealista, y a una sala sobre la metamorfosis. Tenemos también un capítulo sobre Alfred Jarry, otra parte con la relación con los poetas, y después una enorme sala genial sobre la Segunda Guerra Mundial, con la famosa cabeza de toro de Picasso, unas Constelaciones de Miró… Hay otra parte sobre el uso de la cerámica, y la última sala, impresionante, con las últimas obras.

Picasso con el autorretrato de Miró de 1919, en Mougins, en 1962. © EDWARD QUINN/SUCESIÓN PICASSO, VEGAP 2023

- Más allá de las temáticas y técnicas comunes, ¿qué une a Picasso y Miró?

- La pasión por trabajar, los dos trabajan mucho. A Picasso se le critica su vida, con muchas novias, pero él está siempre trabajando. Su vida es eso: levantarse, pintar… Por otro lado, los dos son muy generosos con los demás, algo que ya se sabe pero que hay que repetir. Este museo, por ejemplo, es una donación de Picasso. Él ganó mucho dinero desde el principio. Tras la Primera Guerra Mundial, tenía chófer, su Hispano-Suiza, sus castillos… Pero, cada vez que sus amigos necesitaban dinero, los ayudaba sin decir nada a nadie.

- ¿Y qué diferencia a los dos artistas?

- No me he hecho la pregunta, aunque he escrito mucho sobre ambos. Habrá gente que vendrá a la exposición y dirá que prefiere a uno o a otro. Quizás habrá alguien que dice que Picasso no le gusta, y aquí va a descubrir que sí. Por otro lado, encuentro absurdas esas exposiciones que se dedican a comparar, a hacer dialogar a dos artistas por razones estéticas o formalistas; no encuentro el motivo. En este caso, las obras conviven muy bien, participan del mismo espíritu. Pero son dos mundos distintos, no vamos a comparar.

- La exposición la organiza el Museo Picasso con la Fundación Miró, ¿cómo ha ido esta colaboración?

- Es fundamental que dos instituciones de esta entidad se pongan una al lado de la otra. Esta exposición es de diálogo entre dos artistas, y también entre dos instituciones. Ha sido un trabajo mano a mano, una labor común. Después la cosa más compleja es que somos fundaciones con un estatus diferente, y no tenemos los mismos horarios, está el tema de las entradas, que ha sido un poco complicado, pero todo se acaba resolviendo.

- A 50 años de su muerte, Picasso sigue fascinando. ¿Por qué?

- Fascina... ¡o indigna! Picasso va del siglo XIX hasta hoy. La revolución cubista es la revolución del arte moderno. Se sabe que Picasso revolucionó la pintura, es genial. En 1958, cuando compra el château de Vauvenargues, pinta cada día: hay obras totalmente deconstruidas, muy eróticas, y, al mismo tiempo, paisajes, y siempre es Picasso. Esa recreación permanente no sólo la practica en la pintura, también la lleva a la poesía, por ejemplo. También reinventa las técnicas del grabado. Y en la escultura, las construcciones cubistas o las obras de hierro forjado han tenido mucha influencia. Además, Picasso es un artista que se puede confrontar con el arte del pasado. Lo bonito del arte verdadero es que puede ser eterno y transitorio. Es la definición de la belleza según Baudelaire.

- ¿Y qué queda por contar de Picasso a estas alturas?

- Siempre se pueden encontrar nuevas miradas. Y luego está el diálogo: una exposición es como un poema, pones una cosa al lado de otra y dialoga de otra manera; eso es lo más bonito de mi profesión. Pero no hay que inventar nada, estoy en contra de usar las obras de arte para ilustrar un discurso. Una exposición siempre tiene que tener sentido, relación con tu propia historia, con tu colección.

Emmanuel Guigon, en la exposición 'Miró-Picasso'. D. R. C.

- El Brooklyn Museum se sumó al Año Picasso con una exposición que denunciaba la misoginia del pintor, acusado de maltratar a algunas de sus parejas, como Dora Maar y Marie-Thérèse Walter. ¿Urge revisar la figura del artista? ¿Hay que exponer su obra de otra manera, relacionándola con su vida personal?

- Esta reflexión la hemos tenido en el museo a través de coloquios, diálogos. Este verano, por ejemplo, he invitado a la artista Carmen Calvo, muy feminista, y he organizado la exposición de Hélène Delprat. Las dos tienen su propia mirada de Picasso.

Hay que verificar todas las fuentes, contrastarlas, todo es más complejo que eso de que Picasso era un machista. Aunque está bien tener este debate. Estoy rehaciendo el recorrido del museo para que sea más didáctico, trabajando para encontrar nuevas narraciones, pero no hay que inventar narraciones que no existen.

- El Museo Picasso cumple 60 años. Más allá de que este museo fue el único que creó el artista, ¿qué tiene de singular respecto a los otros museos Picasso, el de París y el de Málaga?

- Hay épocas que sólo se encuentran aquí, como la de su formación. También somos el museo más grande de todos, y el más visitado. Luego, en nuestro ADN hay una función pública, patrimonial y científica. Y quizás pareceré iluminado, pero también hay una función moral. Es importante compartir con todo el mundo algo, una emoción, una duda. Un museo es un sitio de aprendizaje y de humildad. Y más allá de eso, este museo tiene una función económica: recibimos un millón de visitantes al año.

- El grueso de esos visitantes son extranjeros. En 2022, un 12% eran barceloneses. ¿Hace falta abrir más el museo a la ciudad? ¿Cómo se hace?

- El gran público va a los museos no en su propia ciudad, sino cuando viaja. El Museo de Orsay, por ejemplo, tiene un 2% de visitantes parisinos, y en Florencia dudo que haya muchos florentinos que entren en sus museos. El Picasso nunca había sido tan visitado por el público local. Trabajo mucho para ofrecer una mirada contemporánea, invitando a artistas, o con nuevas prácticas. En enero abriremos un restaurante, que puede hacer que la gente venga. La programación ayuda, claro. Hago muchas exposiciones con poco presupuesto, partiendo de nuestra colección. Eso me encanta, hacer cosas sin nada. Pero hay que hacer cosas que tengan sentido con el discurso del museo. El año que viene celebraremos una enorme exposición que nunca se ha hecho sobre los catalanes de París entre 1899 y 1914, la generación antes de Picasso. Estoy seguro de que la gente de aquí estará muy contenta.

Vamos a desarrollar más actividades con otras instituciones. Siempre hay que reinventarse. También vamos a mejorar la accesibilidad, quiero replantear toda la planta baja, crear espacios de descanso y encuentro. No estamos aquí para los amiguitos, sino para los públicos, por eso hay que tener horarios más amplios, abrir siete días a la semana. Me parece fundamental. En Madrid, El Prado, el museo más bonito del mundo, antes cerraba los domingos a las doce. Hoy abre siempre, eso me gusta.

- Para venir al museo he tenido que pasar por calles repletas de turistas, de tiendas de souvenirs... Este es un barrio que a un barcelonés le puede resultar ajeno. ¿La propia ubicación del museo es una barrera para el público local?

- Mi Barcelona es el Ensanche, donde vivo. Yo nunca veo el mar. Te puedo decir que nunca paseo por el Gótico, a la plaza Real no voy, no es mi Barcelona. Hay que convencer a la gente para que venga, y en eso la prensa ayuda mucho. Aunque yo soy demasiado viejo para usarlas, supongo que las redes sociales también son eficaces.

Sala de la exposición 'Miró-Picasso' en el Museo Picasso de Barcelona. CORTESÍA

- Cuando ve a los visitantes del museo haciendo fotos con el móvil sin parar, apelotonándose delante de los cuadros, ¿cómo lo vive?

- Hay que encontrar un equilibro. A mí me gustaría hacer una exposición —que nunca haré, porque no soy artista— de toda la gente que cada minuto se hace un selfie en la placa de mármol que hay en la entrada, donde pone “Museo Picasso”. Querría hacer una película sobre todas las personas que pasan por ahí, hacer algo sobre el tiempo, sería una exposición conceptual muy interesante. 

Hablas de un museo, pero eso sucede en la vida en general: la gente viaja, come, y es incapaz de no hacer una fotografía. Yo hacía muchas fotos en mi juventud, con mi Leica, pero he dejado de hacer fotos. Las hago con la mente.

- Usted llegó al Museo Picasso en 2016. Entonces dijo que quería centrarse sobre todo en dar más visibilidad internacional a la colección y en reforzar una red entre los diferentes museos. ¿Cree que lo ha conseguido?

- Esa visibilidad la hemos conseguido. Hemos tenido muchos artículos en Le Monde, Le Figaro, el Frankfurter Allgemeine… Nuestra exposición sobre el objeto surrealista, Jamais, apareció en El País, The New York Times… El doctorado también ha reforzado nuestra imagen. Se hacen más exposiciones que antes, y son propias. Ahora estamos haciendo exposiciones de creación de aquí pero que van fuera. Y lo de reforzar una red con los diferentes museos se ha conseguido poco a poco.

Soy un hombre que hace lo que dice. Cuando presenté mi candidatura a dirigir el museo, preparé un dossier, y he vuelto a leer lo que había escrito y es exactamente lo que hemos hecho. Los periodistas piensan que el museo son exposiciones, y no, son más cosas, todas las actividades educativas, sociales… Tienen menos visibilidad porque es más complicado dársela.

- ¿Cómo ha evolucionado el museo en estos años que ha estado al frente? ¿Qué ha sido lo más difícil de gestionar? ¿Y lo más satisfactorio?

- Han sido años de crisis, entre el referéndum catalán, la barbaridad del ataque en la Rambla, la pandemia… Pero nosotros hemos seguido haciendo muchas cosas. No me gusta hablar de las cosas negativas, cada día hay cosas complicadas. ¿Qué me ha gustado más? Haber creado un nuevo tipo de exposición, muy centrada en la colección del museo. Estoy trabajando con la familia Vilató para tener todos los archivos de Picasso que se quedaron en Barcelona hasta la muerte de su hermana. Quiero insistir en dar a conocer cada vez más esta relación de Picasso con Barcelona. Voy a seguir haciendo cosas extrañas, poéticas… La primera gran exposición que hice cuando llegué fue La cocina de Picasso, algo un poco extraño, pero no inventé nada, tenía sentido. Esto creo que dio la idea de por dónde irían las cosas.

- Mencionaba antes la pandemia. En lo que respecta al funcionamiento de los museos, ¿ha cambiado algo o todo sigue igual? ¿Existe el museo pospandémico?

- Este discurso que escucho de que los museos han cambiado después de la pandemia no lo veo, lo encuentro muy pretencioso. En 1977, tuvimos la gran utopía del Centro Pompidou, con esas grandes exposiciones sobre temáticas de todas las culturas, artistas de África, de Asia, de América Latina... En cada época se hace lo que hay que hacer. Un museo cambia, el mundo cambia, pero hay unas funciones que van a seguir siendo las mismas. Hay que ser honesto, anónimo, porque estamos al servicio del público. Hay que facilitar las miradas, compartir algo.

Por supuesto, las tecnologías cambian, tenemos una nueva web que va a evolucionar, tenemos nuestra colección en línea, es importante esta visibilidad a través de las redes, pero la realidad de una obra de arte es insustituible.

- Usted habrá recorrido incontables veces el museo. ¿Qué obra le sigue sorprendiendo?

- Hay obras emblemáticas que dan la identidad del museo, como el retrato de Sabartés del 39, o el cuadro de la primera comunión de su hermana. O la serie de Las meninas, una sala que quiero rehacer. Somos también muy ricos en dibujos, cada tres meses los cambiamos, vamos descubriendo cosas nuevas que no conocemos.

- ¿Y cuál es su Picasso particular, el que se llevaría a casa?

- Tengo por supuesto muchas obras en casa, arte popular, art brut, muchas fotos, pero desde muchos años está prohibido tener algo en el dormitorio, no hay nada, al contrario que en todas las otras habitaciones, porque vivo en eso todo el día. Todo está aquí (se señala la cabeza). Es una manera de contestar: no, no quiero ninguna obra de Picasso.

- Y después del Año Picasso, ¿qué viene?

- El año próximo tendremos una exposición sobre Fernande Olivier, la primera gran amante de Picasso, a la que él ayudó hasta el final de su vida. Veremos muchas cosas inéditas. Y luego habrá también una gran exposición de libros de niños hechos por artistas.

Editor jefe de COOLT.