Artes

Epecuén, la ruina como inicio

Las producciones de una residencia artística resignifican un territorio de Argentina que hace casi 40 años fue arrasado por el agua.

La obra 'Amara', de Daniela Castillo, expuesta en las ruinas de Epecuén, en noviembre de 2021. CORTESÍA

El 10 de noviembre de 1985, Villa Epecuén quedó bajo el agua. Ese día, este pueblo turístico del sudoeste de la provincia de Buenos Aires, donde vivían unas 1.500 personas pero al que llegaban veraneantes de toda la Argentina, quedó sumergido en las aguas saladas de su propia laguna, tras una gran inundación provocada por fuertes lluvias y falta de obras adecuadas. La misma laguna que fue, y es, el principal atractivo del lugar, famosa por sus propiedades curativas y carga mineral sólo comparable a la del Mar Muerto. Todos los habitantes pudieron ser evacuados, pero el agua arrasó con las calles, casas, hoteles y comercios. Y tardó casi 20 años en retirarse.

Entonces, aparecieron las ruinas.

Casi 40 años después de aquella inundación, este lugar que es patrimonio histórico de la provincia y alberga restos de construcciones del arquitecto italoargentino Francisco Salamone, además de contar con un récord Guinness cuando en 2017 flotaron en la laguna 1.941 personas tomadas de la mano, es escenario de una residencia artística por la que ya pasaron más de cien artistas de todo el mundo, que lleva adelante un programa de formación, investigación y producción que propone nuevas miradas sobre el territorio.

Artistas que, con sus producciones, logran resignificar un lugar donde solo habían quedado escombros y al que muchos exvecinos no habían vuelto hasta que fueron a los talleres y eventos de la residencia.

“Tal vez, la ruina no es solo el fantasma de lo que se perdió, sino el inicio de todo para Residencia Epecuén”, escribió la curadora Paula Benítez para una de las últimas exposiciones a “a cielo abierto”, celebrada en octubre de 2023, cuando la ciudad en ruinas se convirtió en una galería al aire libre y se proyectaron imágenes en El Matadero, un ícono del lugar, ante unas 300 personas.

“Fue muy especial. El Matadero es una construcción muy relevante de Epecuén, identifica mucho el lugar y todavía tiene grandes partes que no se cayeron, a diferencia del resto que está cada vez más en ruinas”, cuenta María Bressanello, coordinadora de la residencia, por la cual pasó antes como artista. “Al ser una residencia en territorio, usamos mucho el video como registro, así que aprovechamos para usar ese escenario como pantalla y proyectar sobre la ruina. Fue alucinante llegar a esa escala de obra, de intervención sobre la ruina y la naturaleza tan poco invasiva”, agrega.

Proyecciones en el El Matadero de Epecuén, en la exposición a cielo abierto celebrada en octubre de 2023. CORTESÍA

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Las primeras experiencias de la Residencia Epecuén se hicieron en 2017, entre artistas amigos, en el campo que uno de ellos tenía en la zona. La iniciativa surgió como parte de los proyectos de la galería Ambos Mundos, gestionada por Eduardo Saubidet y María Villanueva, donde cada año proponían una temática para las muestras que hacían. La de ese año fue “Arquitectura de la desolación”, y así surgió la idea de ir a Epecuén.

“Al principio era ir y hacer, entre pares, pero sin tanta idea de las nociones de land art o de sitio específico, esto de trabajar con el lugar y el contexto. Siempre estuvo la intención de llevar a otros artistas, y cuando lanzamos la primera convocatoria hubo mucho interés internacional. El primer grupo fueron tres realizadores audiovisuales chilenos y tres artistas brasileños”, cuenta Villanueva, también artista y coordinadora de la residencia.

Cuando el campo dejó de ser una opción para alojarse, buscaron otro lugar y alquilaron una casa en Carhué, ciudad vecina de Epecuén donde se mudaron la mayoría de los exvecinos del pueblo arrasado, lo que hizo que pudieran empezar a vincularse con ellos. “Ahí cambió todo, fue clave”, dice Villanueva.

Así, con cada viaje a Epecuén —que está a más de 500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires—, fueron sumando actividades para los artistas y para los vecinos. En la residencia empezaron los denominados “estados de la cuestión”, una instancia de clínica donde los artistas planifican sus proyectos, hablan de sus obras y preparan la muestra. Para la comunidad organizaron encuentros como el de creación de amuletos con arcillas, al que se acercó, por ejemplo, Sofía González, artista de Carhué que ahora participa de todas las ediciones. Y consiguieron un apoyo del programa FUTURA del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) y la Fundación Williams, para la investigación de arcillas locales y la construcción de un horno a leña para los talleres con las ceramistas locales.

“El programa fue mejorando y nutriéndose edición tras edición, los artistas nos hacen aportes y nosotros vamos probando desde nuestro lado artístico. Se da mucho el trabajo colaborativo”, dice Bressanello.

Obra de Valentina Lola Morales Soto en el bosque blanco de Epecuén, el pasado abril. CORTESíA

La consigna para aplicar a la residencia —que se hace dos veces por año, en abril y en noviembre, y de la que participan entre 8 y 10 artistas de diferentes edades y nacionalidades que conviven durante dos semanas— es que la obra dialogue con el lugar. El foco está puesto en la investigación y producción artística más que en el resultado final. Y se trabaja “desde lo efímero, el sitio específico, intervenciones, performance, arte sonoro, fotografía, video, proyectos de investigación, escultura, cerámica, dibujo, pintura, escritura y aquellos medios afines al campo del arte contemporáneo”.

Al final de cada edición se celebra una exposición. Las primeras fueron en la galería Ambos Mundos y luego en la Casa de la Cultura de Carhué. El año pasado, las dos exposiciones se hicieron en las ruinas, completando el sentido de la experiencia.

“Pasaba mucho que los artistas empezaban a hacer obras para la sala y toda la energía se iba ahí, que en realidad no era lo que íbamos a hacer”, explica Villanueva. “Mucha obra funciona con la ruina y no tanto con una pared”, aporta Luciana Yovine, artista argentina que participó de la penúltima edición.

Pintura de Luciana Yovine expuesta en las ruinas de Epecuén, en octubre de 2023. CORTESÍA

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Además de la mudanza a Carhué, hubo otros momentos que marcaron el vínculo de la residencia con la comunidad.

En la novena edición, celebrada en noviembre de 2021, los proyectos de dos artistas chilenas tocaron la sensibilidad de todos. Uno fue el de Daniela Castillo, quien presentó su obra Amara, unos enormes ojos negros tejidos de crochet, de 2 metros de alto y 8 metros de largo, que quería colgar en las ruinas para habitar el lugar. Los artistas trabajaban en el territorio, pero sin intervenir en él. Por eso, sin mucha expectativa, le presentaron la idea a Viviana Castro, la guardaparques y exvecina que custodia y hace las visitas guiadas por el lugar, a quien llaman “la guardiana de Epecuén”. Su reacción los sorprendió: “Cuando vio la obra, se emocionó hasta las lágrimas. Pasó de ver cómo estas ruinas que están desapareciendo se resignifican con el trabajo de los artistas”, recuerda Villanueva.

El otro proyecto fue Dislocar la ruina, de Camila Bardehle, quien quería sacar un escombro de Epecuén para llevarlo a la muestra en la Casa de la Cultura de Carhué, algo que tampoco creyeron posible, pero que también lograron. Grabaron todo el recorrido que hicieron para llevarlo hasta la sala, donde se exhibió con un vidrio protector, y luego fue devuelto al lugar. Una acción que “buscó generar un diálogo con los trabajos expuestos y visibilizar/tensionar las ruinas que han sido extraídas y nunca devueltas”, en palabras de la artista. “Fue un encuentro muy lindo con quienes vinieron a la muestra, empezamos a vincularnos más con los vecinos y ellos a entender lo que estábamos haciendo”, agrega la coordinadora de la residencia.

Ese lazo siguió creciendo. En la decimotercera edición, la artista argentina Mariela Paz Izurieta propuso hacer un banquete en las ruinas, al que invitó a participar a los vecinos de Carhué con elaboraciones propias. El proyecto se llamó Boca en boca, un “banquete vincular cocreado junto a Carhué, Epecuén y Pigué”, al que los invitados llegaron con sus reposeras y la comida. “Muchos no habían vuelto al lugar desde que se inundó y ese día volvieron a recorrerlo, fue muy emocionante”, rememora Villanueva.

Banquete organizado por Mariela Paz Izurueta en Epecuén, en abril de 2023. CORTESÍA

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Aunque ya pasaron 38 años de la gran inundación, el agua todavía está bajando en Epecuén. Eso hace que en cada edición descubran nuevos espacios. En la penúltima, por ejemplo, pudieron ingresar al que era el complejo de piletas, del que antes se veía solo el tobogán, que fue uno de los escenarios que Luciana Yovine eligió para producir su obra. Sobre su experiencia, la artista cuenta que al principio tenía miedo que ir a las ruinas fuera algo pesado, para lo que tenía que ir preparada. “Pero no fue para nada así. Cuando entrás todo es asombro”, dice. “Yo tenía pensado ir a pintar como lo hago en mi taller, a partir de fotos que saco. Pero ahí me dijeron que lleve todo para pintar en las ruinas y fue una locura lo diferente que me sentí y las cosas que salían. Mi obra cambió un montón”.

En esa misma edición otro proyecto fue uno de los que más impacto causó: De boliche en boliche, una instalación en “las ruinas del recreo bailable Bender” con la que la artista argentina Karina Farji quiso recrear el que fuera el boliche del lugar. Quien había sido el DJ del local preparó una lista con canciones de la época, pusieron mesas y sillas e invitaron a vecinos y visitantes a tomar algo y a bailar. “Con música y objetos de la época, intenté evocar la fiesta y alegría que sigue plasmada en la memoria colectiva de quienes lo habitaron”, dice Farji en la descripción de su proyecto.

La instalación 'De boliche en boliche', de KarinaFarji, en octubre de 2023. CORTESÍA

A la última edición de la residencia, celebrada el pasado abril, llegaron artistas de Argentina, Colombia, Chile, Brasil y Canadá, quienes también expusieron sus obras “a cielo abierto”, esta vez, con el bosque blanco como escenario, otro ícono del lugar. Para participar en la edición de noviembre, la convocatoria está abierta hasta este 1 de agosto.

Como dice otro tramo del texto que Benítez escribió para la penúltima edición: “La arquitectura establecida para un fin, que, por diversos motivos, deja de ser, se vuelve el campo de acción y resignificación constante de los escombros. La ruina como cimiento que estructura la propuesta curatorial, la ruina como inicio”.

 

Periodista y gestora cultural. Escribió en medios como el diario Perfil y fue codirectora de Media Chicas, organización con la misión de achicar la brecha digital de género. Actualmente es codirectora de la galería de arte Casa Equis, con sedes en Ciudad de México y Buenos Aires.