Definir con precisión a Romina Paula es tan difícil como hacerlo con los personajes de sus novelas, cuentos, obras de teatro y otros textos anfibios e inclasificables que salen de la mente de esta prolífica escritora criada en Beccar, una ciudad de zona norte del Gran Buenos Aires. En todo caso, para empezar a entender la magnitud de su obra hay que partir de su perfil poliédrico, formado por una pasión muy temprana por la escritura, por el teatro entendido como un oficio, tanto en la actuación como en la dirección, y por el cine, donde además de haber actuado en unas cuantas películas (imposible olvidar el magnetismo de ese rostro y esas expresiones de su personaje en El Estudiante, una de las primeras películas de Santiago Mitre) también es directora y guionista y ha ganado un premio en el Festival de San Sebastián al mejor film latinoamericano por De nuevo otra vez (2019).
Tiene tres novelas publicadas (¿Vos me querés a mí?, Agosto y Acá todavía) y un volumen llamado Tres obras con parte de su producción dramatúrgica, los cuatro libros publicados por editorial Entropía. Y un libro reciente titulado Archivos de Word publicado por Mansalva que recoge la huella de 20 años de textos escritos para lecturas en bares, suplementos literarios y otros ámbitos claves de la cultura porteña. Hace poco estuvo en Nueva York trabajando en el montaje de una de sus obras traducida al inglés y dando una charla en Chicago, mientras trabaja en un nuevo largometraje, escribe una nueva novela y se ocupa de su hijo Ramón, de 7 años, durante los días en los que no le toca con su padre.
- ¿Qué vino primero? ¿La actriz o la escritora? ¿O fueron ambas cosas de la mano?
- Siempre me gustó mucho leer y escribir, claramente. De hecho, cuando terminé la secundaria empecé a estudiar Letras y pensaba que eso era todo lo que quería hacer, digamos. Pero ya en el colegio venía estudiando actuación y en una biblioteca que hay cerca de la casa de mi madre. Después, en paralelo a la carrera de Letras, empecé en lo de Ricardo Bartís con una amiga que iba ahí y sin tener mucha idea. Mi familia vivía en provincia y yo no vengo del mundo artístico ni intelectual ni nada. Es decir, yo no tenía contexto. Fui a parar a lo de Ricardo como podía haber ido a parar a cualquier lado.
- Pero fuiste a parar con uno de los mejores.
- Sí, claramente. Ahí también daba clases Alejandro Catalán que se convirtió en referente del trabajo con actores. O sea, que lo primero que hice fue actuar, pero ahí se trabajaba mucho con la dramaturgia de actor, es decir, se fomentaba esa cosa del actor activo que lee, que piensa la escena. Y éramos muy de armar escenas con compañeres y, desde ese lugar, era más fácil el camino a pasarte del otro lado, digamos. De hecho, mucha gente que conocí en aquel momento terminó escribiendo o dirigiendo.
Actué en algunas obras dentro del circuito independiente y seguí estudiando, primero en lo de Pompeyo Audivert y después me anoté en la Escuela de Dramaturgia donde daban clases Kartún y Tantanian. Siempre fue ir haciendo, actuando y dirigiendo alguna obra sobre la marcha y complementando con formación, pero no esperar estar formada para empujarte a hacer. Algo que también creo que es bastante argentino.
- Hablás de los primeros 2000 o la primera mitad de los 2000.
- Sí, por ahí. También siento que desde que yo empecé cambió mucho todo ese sector, en el sentido de que ahora hay más formación formal. Hay maestrías de escritura, formación para dirección de teatro y para dramaturgia; hay más lugares públicos y más profesores buenos para formarte en eso. Cuando yo empecé, estaban estos estudios privados y había poca cosa.
- Entonces, tu vínculo con el teatro lo viviste siempre como un oficio.
- Totalmente. Siempre fue hacer e ir aprendiendo. Y después tenés a uno que te dice “mejor anda por acá o mejor por allá”. Te vas encontrando con algunos maestros sobre la marcha que también son tus colegas. Cuando yo empecé era muy joven, entonces también había otra gente que hacía más tiempo que estaba en la profesión y algunos tenían el gesto de programar a alguien en una primera obra, y eso era un riesgo. Ahora siento que en el cine estoy haciendo lo mismo, como que hay gente que por ahí estudia una carrera y a mí me gusta estar ahí e ir aprendiendo un nuevo oficio.
- ¿Cómo actriz donde preferís actuar? ¿En cine o en teatro?
- Ahora mismo, prefiero el cine porque es mucho más circunscripto lo que tengo que hacer y no se necesita tanto de esa entrega del teatro. Prefiero esa cosa más fragmentada de tomarme un café, parar, poder ir al baño. Yo soy de ese tipo pero porque no me siento tan actriz, digamos. Pero también es verdad que el lugar del actor en el cine está muy limitado y después es la persona que brilla ¿no? En el rodaje es: “ponete acá, parate acá, ahora te emocionás, ahora decís la escena”. Y después tiene toda esa aura del actor, esa cara con la que el espectador tiene un vínculo. Es bastante plomo también, para un actor, el lugar del rodaje en el cine.
- ¿Y cómo directora que preferís?
- Mmm, no sé, es buena pregunta. Fui durante mucho más tiempo directora de teatro y la verdad es que me gustaba mucho. Y ahora, desde 2019 que no dirijo teatro. El cine es mucho más esporádico, muy cada tanto, y me va mejor con mi vida porque el teatro es más demandante de tiempo, y quiero estar con mi hijo también. Entonces prefiero el tiempo que propone el cine que, de repente, sabés que vas a desaparecer por dos meses pero el resto del tiempo estás más disponible y no en los ensayos de teatro que son meses y meses, y después tenés que estar en las funciones que son a la noche, justo el horario en el que Ramón no está en la escuela.
- En tus novelas hay un trabajo muy interesante con la oralidad de la escritura y con el uso de una segunda persona desde el flujo de conciencia. Son rasgos que también aparecen en la obra de otras escritoras argentinas que también han trabajado con la dramaturgia, como Fernanda García Lao o Camila Fabbri. ¿Te ves reflejada en un tipo de estética literaria de escritoras que también se dedican al teatro? ¿Hay puntos en común?
- Mirá, no había pensado lo del teatro. Pero sin duda debe haber algo de eso. Cuando yo empecé a leer, lo que había era casi siempre la tercera persona y hombres muy siglo XX. Y es probable que al momento en el que yo me animara o que pensara que se podía escribir de otra manera, el teatro haya sido fundamental en ese camino. Es decir, haber pasado por lugares de teatro y pensar: “Ah, puedo escribir como se habla o como hablo yo”.
Recuerdo que en lo que terminó siendo mi primera novela, ¿Vos me querés a mí?, que son monólogos y diálogos puros, eso lo trabajé con Juan Martini que era un escritor como así muy profesional. Y para mí era muy gracioso, porque como que era muy punk para mí llevarle esos diálogos y esos monólogos a ese señor. Y fue una buena interacción, yo llevándole ese material y él corrigiéndome el punto, la coma, diciéndome “acá mejor hacé esto” en un material tan, no sé, juvenil, bastardo, no sé cómo llamarlo. Y sí, sin duda, en cuanto a lo que me preguntaste, seguro que el paso por el teatro me dio la posibilidad de pensar en un modo de decir distinto en literatura.
- En una entrevista asegurás que cuando estás con muchas cosas a la vez, para avanzar te centrás en una y hasta no acabarla, no empezás la otra. ¿Seguís manteniendo ese método? ¿Cómo conseguís focalizar?
- Yo sigo siendo multitasking, pero a lo que me refería en ese comentario es que cuando estoy haciendo una cosa, por ejemplo, cuando tengo que escribir una columna porque la tengo que entregar pasado mañana, hago solo eso durante esos dos o tres días. Y cuando ya entrego la columna, vuelvo a dedicarme a la obra, porque el jueves se la tengo que dar no sé quién para que la lea. Es decir, hago solo eso en el momento en que estoy haciendo algo. Y me divierte bastante ir saltando de una cosa a la otra y que no esté toda la carga puesta en una sola.
- No tenés redes sociales, supongo que eso ya ayuda mucho a no dispersarse.
- Solo estoy en Facebook y entro casi todos los días y miro un poquito; pero Instagram, no. Y tengo esa aplicación en el teléfono que me avisa cuánto tiempo lo usé. A la semana me manda el resumen y trato siempre de estar alrededor de las dos horas. Instagram y todo eso de la imagen es como muy tentador y, a la vez, me genera toneladas de ansiedad. Facebook fue la única red social que tuve siempre y se ve que los teatreros somos medios como vintage, entonces como que hay bastante gente ahí.
- En tus novelas hay muchas referencias culturales vinculadas con la cultura pop: cine, música, series de televisión. Y todas trabajadas desde una pertinencia narrativa muy concreta, no hay nada al azar. Y ahí no puedo evitar acordarme de Manuel Puig, a quien has reconocido como uno de tus referentes.
- No lo había pensado tan asociado a Puig, pero sí, puede ser. En todo lo que puede haber generado el paso por el teatro para escribir sin duda Puig también está ahí como un referente, esa cosa de los distintos estilos que se mezclan en una misma novela. O lo que hace en El beso de la mujer araña, donde un personaje cuenta una película como si fuera un cuento, esas locuras que hacía él. Y ni hablar de las cartas o los diálogos. Para mí leer a Puig fue un alivio, encontrar un tipo de escritura distinta y, algo muy lúdico de él, eso de ir probando con modos distintos de decir y de escribir en cada novela.
- Los personajes de tus libros son desconcertantes, sobre todo los femeninos. Uno tiene la sensación de que nunca acaba de saberse del todo qué les pasa o qué quieren. Y creo que ahí está la clave de la fascinación que generan, como si estuvieran concebidos de manera incompleta y continuaran siempre escribiéndose desde una historia muy abierta.
- Suelo terminar las novelas medio suspendidas. Agosto quizás no tanto, pero Acá todavía queda re suspendida. Creo que tiene que ver con la posibilidad o la licencia de la primera persona y del fluir de la conciencia donde todo el tiempo aparece la torpeza del pensamiento. Suelen ser personajes que exponen bastante sus dudas y que van medio haciendo sobre la marcha sin reflexionar mucho, como que hacen primero y después piensan o piensan mientras están haciendo. No lo asociaría necesariamente a algo femenino, pero como en esta vida me tocó este cuerpo y me autopercibo como mujer, no sé, es cómo yo siento que funciona el pensamiento.
- Llegó un momento en tu vida en el que empezaste a leer mujeres sin darte cuenta, que te diste cuenta de que todos los libros que querías leer eran de mujeres. ¿Sigue siendo así?
- Sí, claramente. Y tampoco es algo pensado del tipo “no, no me gustan los hombres, no los voy a leer, no me interesa lo que tengan para decir”. Para nada. Me pasa que todo lo que tengo ganas de leer o lo que creo que debería leer suele estar escrito por mujeres. Y también es cierto que se nos está publicando mucho más, hay una gran oferta y hay muchas editoriales que solo publican a mujeres. Leer a contemporáneas está mucho más a mano sobre todo gracias a todas las editoriales independientes que aparecieron en Argentina y que hicieron que mi consumo como lectora cambiara muchísimo también. Cuando yo empecé no existía ese contexto de publicación y si no eras así como “El Escritor”, con la foto el blanco y negro, con polera de Anagrama, estaba todo muy complicado. Ahora las editoriales independientes son un mercado re fuerte y, cuando aparecieron, para mí fue como una revolución.