Artes

El día que cambió el rock latino

Hace 30 años, Los Fabulosos Cadillacs grabaron el primer ‘MTV Unplugged’ de un grupo de habla hispana. Aquel hito certificó el auge de un nuevo sonido panregional.

Buenos Aires
Los Fabulosos Cadillacs, en la foto de portada de 'Vasos vacíos', disco que precedió a su aparición en MTV. SONY MUSIC

La imagen era un tanto atípica, incluso simpática: una pandilla de treintañeros apiñados en un espacio reducido, el aporte de vientos y percusión —desacostumbrados para la propuesta—, un cantante inquieto vestido con un conjunto compuesto por falda y remera negras y un set list eléctrico que lejos estaba de corresponderse con el concepto estrella de los shows de entonces, el unplugged (“desenchufado”).

Varias fueron las particularidades que tuvo el concierto de Los Fabulosos Cadillacs en los estudios de MTV Latinoamérica de Miami, legendario programa grabado el 5 de mayo de 1994, del que se cumplen 30 años en estos días. En primer lugar, lo dicho: por idea de MTV, el grupo argentino, que de esa manera se convirtió en el primer conjunto no anglosajón en grabar un unplugged para la cadena televisiva, no se ajustó a la naturaleza original que tenían esos espectáculos en formato acústico —en boga por aquellos días— y tocó “enchufado”.  Hacía tan solo cinco meses, por caso, Nirvana había rodado su mítico unplugged en Nueva York. Esa performance y ese formato —su atmósfera, incluso su iconografía— resultaron quintaesenciales y establecieron, en parte, la impronta musical de la década. Lo cierto es que era tal la importancia de LFC a nivel regional al momento de grabarlo que se le permitió profanar el espíritu de aquel segmento estrella de la cadena norteamericana.

En segundo lugar, al ser el unplugged de LFC el pionero de todos los organizados por MTV Latinoamérica, el show tuvo un pliegue experimental y hasta ligeramente amateur. Alex Pels, también argentino, era el director musical de la cadena y estuvo a cargo de la organización de aquella jornada. “Hacía muy poco que estábamos al aire —relata desde EE UU a COOLT—, por eso fue todo bastante artesanal. El equipamiento técnico era limitado. Aún así, logramos crear la escenografía adecuada. El show tuvo energía e intimidad. Fue muy bueno”. El recital de la banda fue corto pero enérgico: tocaron solo nueve canciones. “Estábamos sólidos. Nos pidieron que hiciéramos un show como cualquiera de los que hacíamos en ese entonces —recuerda ante COOLT el saxofonista y compositor Sergio Rotman—. Fue en medio de un tour. Eso que se ve es un take live de los Cadillacs en ese momento, sin ningún overdub, sin ninguna corrección, nada”.

Pels, que había comenzado a trabajar unos años antes en la casa matriz de la cadena en Nueva York, recuerda que la señal latina, de la que él se hizo cargo, se había lanzado solo siete meses atrás, el 1 de octubre de 1993. Desde su misma inauguración, y en forma coincidente con el crecimiento y auge de la televisión por cable en toda la región, el canal contribuyó de manera decisiva para la propagación del rock en español. Conforme comenzó a pasar el tiempo y su propuesta rockera y cool fue aceptada por las audiencias de la región, MTV se consolidó como la mayor plataforma de consumo de los jóvenes. A esa corriente de difusión se montó, justo a tiempo, la música de Los Fabulosos Cadillacs, banda que un puñado de meses antes había editado Vasos vacíos, el disco que incluía el mega hit con el que conquistaron los corazones juveniles de toda América, el incombustible ‘Matador’.

Los Fabulosos Cadillac tocando 'Matador' en el 'MTV Unplugged'. YOUTUBE

Tenemos entonces una cadena explotando (MTV), un grupo en estado de gracia (LFC), un hit implacable —acompañado de un video también demoledor— y un show, el unplugged, que sirvió ya no como consagración visual, sino como la manifestación material de algo que se estaba gestando, algo que, incluso, trascendía a la banda, aun cuando esta fuera una pieza angular en la conformación de esa nueva fiebre cultural.

Eso que se estaba gestando tuvo un núcleo meramente musical: el surgimiento en forma simultánea —estamos en los noventa, el rock es una religión planetaria— de un puñado de grupos en algunos países del bloque, especialmente Argentina y luego México, que estaban creando un sonido regional, un sonido que era una fusión —variopinta y a veces caótica— entre el rock y la música de raíces negras, ya sea el funk, el ska, el reggae y todo el conglomerado de ritmos latinos y caribeños. Aquella era la marca de agua de LFC en esos tiempos, un repertorio acorde al gusto panregional, un repertorio que explica, además, que fueran ellos y no Soda Stereo o Fito Páez, otros artistas que llenaban estadios pero con un sonido menos ecléctico —Páez dos años antes había editado El amor después del amor, el álbum más vendido del rock argentino—, quienes hicieran el primer unplugged y fueran la locomotora de ese fenomenal cambio de época. Ese sonido regional fue bautizado, al poco tiempo de concretado el unplugged, como “rock alterlatino”, un concepto pergeñado en espejo al llamado “rock alternativo” anglosajón, subgénero que arrasaba en Occidente y que tenía en Nirvana y el grunge de Seattle sus epítomes musicales.

Lo cierto es que en sintonía con LFC, también surgió o se consolidó una generación de grupos que se montó a —o se cobijó bajo— esa nueva nomenclatura. Conjuntos como los mexicanos Maldita Vecindad y Café Tacvba, los argentinos Todos Tus Muertos, los colombianos Aterciopelados y los chilenos Los Tres fueron algunos de los que se retroalimentaron con el aire de época. “Como cadena, MTV necesitaba encontrar un sonido con esencia Latinoamérica”, agrega Pels.

Vicentico (i) y Flavio (d), de Los Fabulosos Cadillacs, con Alex Pels y el mánager Tomás Cookman, en los estudios de MTV, en 1994. CORTESÍA ALEX PELS

Pero hubo otro grupo que fue decisivo para, sobre todo, dotar de mística al movimiento y darle una pátina ecuménica, además de contribuir en la conformación de su octanaje rítmico e incluso ideológico, un grupo que no era latinoamericano sino europeo y que, por esa condición, le dio más visibilidad al género que estaba ayudando a crear: los franceses Mano Negra.

Para explicar su aporte tenemos que retroceder dos años, hasta 1992, cuando el grupo liderado por Manu Chao arribó a Sudamérica en medio de un tour experimental solventado por el Ministerio de Cultura francés como parte de los homenajes que ese país brindó por el Quinto Centenario del “Descubrimiento” de América. Ese tour, llamado Cargo 92, fue a bordo de un tren que recorrió —en rigor, en un momento tuvieron que subirse a otra formación— grandes extensiones del continente. En su periplo, los integrantes del colectivo musical fueron descubriendo y absorbiendo buena parte de la abigarrada tradición rítmica de la región. Como resultado de esa asimilación, la banda editó, un año más tarde de finalizada su experiencia ambulante y coincidentemente con el unplugged de LFC, el disco Casa Babylon, una verdadera pieza de sincretismo musical que hunde sus raíces en la tierra blanda de los sonidos de la región: tiene ska, salsa, rock, hardcore, reggae y cumbia, entre otros géneros y subgéneros que reinan en América.

“Estilísticamente, los Mano Negra marcaron algo que después influenció a muchísimas bandas”, señala Gustavo Santaolalla, quien al poco tiempo se convertiría en productor estrella de buena parte de los grupos que continuaron la estela musical iniciada aquel año. “Esa influencia se dio en lo musical y en lo conceptual, con toda esa mezcla de estilos y ese espíritu festivo pero con contenido en las letras. Sin duda, fueron únicos”.

Pero no sería justo ni acertado adjudicarle a la formación liderada por Chao el patrimonio en el encendido de la chispa del movimiento. Porque, también en ese año 92, los mismos Cadillacs editaron un disco que, en la extensa narrativa de la banda, quedó algo relegado en la ponderación del gran público —no así para ellos o para sus seguidores primitivos, que lo consideran su cénit artístico— pero que resultó seminal para lo que vendría después, porque es un trabajo que contiene el germen musical e ideológico que dominaría la estética del “rock alterlatino”. Ese disco fue El León, que tuvo, en comparación con lo que vino después, bajas ventas, pero cuyo contenido y calidad marcaron un hito en la peripecia discográfica de LFC. El álbum es una síntesis de la heterogeneidad de ritmos que la banda abrazaba, albergando canciones de distinta matriz, desde el reggae a la salsa, pasando por el calipso y el cuarteto. Es un disco de canciones bailables, además, con temas como ‘Carnaval toda la vida’, ‘Manuel Santillán, el León’ o ‘Siguiendo la luna’ que se convirtieron en mega hits después del éxito de Vasos vacíos, dos años más tarde, y del consiguiente big bang continental del grupo.

Video de 'Manuel Santillán, el León', de Los Fabulosos Cadillacs. YOUTUBE

Pero hubo algo más. El León tuvo, también, una insoslayable carga política en su lírica, contribuyendo a definir la personalidad de la banda, su compromiso y su simbología. Surgidos de las entrañas del primer post punk, con mucha influencia de grupos combativos como The Clash o The Specials, gracias a temas como ‘Desapariciones’ (Rubén Blades), ‘Arde Buenos Aires’ (contra la represión policial) o ‘Gallo rojo’ (atribuida como un homenaje al Che Guevara), LFC levantaron las banderas de la defensa de los derechos humanos, de la memoria histórica y de las clásicas reivindicaciones de la izquierda latinoamericana.

Lo hicieron, además, en un momento social crítico, cuando en América Latina, y en Argentina en particular (primer gobierno de Carlos Menem), estaba llevándose a cabo una suerte de revolución neoliberal, con ajuste estatal, privatizaciones y crecimiento de la desocupación. Esas mismas banderas fueron también enarboladas por otros protagonistas del movimiento que se estaba gestando, con los ya citados franceses de Mano Negra a la vanguardia. Incluido en Casa Babylon, temas como ‘Señor matanza’ se convirtieron en himnos regionales por la densidad de su mensaje. Si bien el rock siempre contó con ligeras referencias políticas e hizo, en el caso del punk, una apología de la rebeldía (o la anarquía), pocas veces había sucedido que todo un movimiento se viera humedecido por una conciencia latinoamericana. Imprecisa, es cierto, y en algunos casos, epidérmica, pero no por eso notable.

Pero hay más.

Cuatro meses antes del show de los Cadillacs en Miami, el 1 de enero de 1994, en la selva Lacandona, Chiapas, sur de México, emergió un grupo insurgente de origen nativo que se rebeló ante la autoridad local, denunciando la histórica explotación colonial y capitalista que sufrían los pueblos originarios. Autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el movimiento era liderado por Rafael Sebastián Guillén Vicente, conocido mundialmente como el Subcomandante Marcos. Tapando su rostro con un pasamontañas, dueño de una articulación discursiva florida y poética y exhibiendo una pipa humeante que enfatizaba su estatus de pensador, Marcos se erigió de forma inmediata en un icono de la izquierda estudiantil occidental, adosándole, por su estética, una pátina de romanticismo a su levantamiento. Casi de manera automática, se asoció su figura a la del Che Guevara, y buena parte de su ideario y propuesta fue abrazada por intelectuales y músicos identificados con su lucha, entre ellos el mismo Manu Chao quien, incluso, incorporaría fragmentos de un discurso de Marcos en su primer disco solista, el super exitoso Clandestino (1998). Pasado el tiempo, la deriva del movimiento se fue diluyendo y fue perdiendo nitidez intelectual y peso político, lo que determinó que, incluso, se sembraran dudas acerca de la verdadera identidad de Marcos y se le endilgara a su levantamiento, debido a su habilidad para la comunicación, el apelativo de revolución posmoderna.

Los Fabulosos Cadillacs tocando 'Desapariciones' en el 'MTV Unplugged'. YOUTUBE

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Por si fuera poco, el show de los Cadillacs en Miami tuvo un ingrediente más, un gesto que pasó desapercibido en ese momento pero que contuvo un alto valor simbólico. Como solía hacer en todas sus presentaciones, por iniciativa de su bajista y compositor Flavio Cianciarullo, el grupo colgó de uno de los parlantes del escenario una bandera con el rostro de Ernesto Guevara. Si bien hoy eso resultaría una anécdota menor, habida cuenta de que la cara del revolucionario rosarino se transformó en una estampita universal, absorbida por el mercado y multiplicada hasta el infinito por los medios, en aquel entonces, aunque suene inverosímil, no ocupaba el lugar central ni tenía la relevancia que a partir de entonces comenzó a adquirir. Parece el Paleozoico, pero es así: la imagen de Guevara no acompañaba aún, por ejemplo, a las luchas de los grupos antiglobalización —como ocurriría unos pocos años más tarde—, sencillamente porque estos todavía o no existían o no estaban organizados.

Como fuera, en la tierra anticastrista por excelencia (Miami), las cámaras de una cadena anglosajona tomaban el rostro del máximo referente revolucionario de Occidente. Desde ya, adjudicarle a esa pequeña acción de la banda la responsabilidad de la masificación de Guevara suena no solo exagerado, sino absurdo, pero no hay duda de que los estandartes que levantaban los Cadillacs, que a partir del disco siguiente, Rey azúcar (1995), se hicieron todavía más visibles, ayudaron a conformar ese efervescente clima de época. Lo que estaba enfatizando el grupo argentino era la creación (o recreación) de una renovada subjetividad juvenil comunitaria. El fervor por el rock en castellano estaba siendo acompañado por la reivindicación de una historia y una tradición de lucha, una liturgia algo imprecisa que hacía hincapié, a grosso modo, en la independencia socio-cultural y, también, en el orgullo por las raíces panregionales. En ese sentido, el disco Dale aborigen (1994) de los también argentinos Todos Tus Muertos —cuyo líder Fidel Nadal contribuyó en el mestizaje sonoro de Mano Negra estableciendo además una amistad con Chao— resultó un trabajo en esa misma dirección.

“Hoy en día —aporta Rotman— todas las acciones están monitoreadas por medio de la mega conectividad y se le da mucha importancia a todos los actos. Nosotros venimos con un público bastante cercano a lo que era el punk, el desmadre, etc, y no veníamos de un ambiente de discográfica. Esos guiños eran mensajes importantes, pero no eran escrutados como hoy en día, eran cosas naturales que pasaban en los escenarios. No fue una intención de decir: ‘Che, vamos a colgar una remera del Che acá en Miami’. Simplemente era algo que sucedía”.

A 30 años de aquel show “antiacústico”, ¿qué queda de ese clima de época? ¿En qué andará aquella juvenilla rebelde, los ahora adultos que vivieron los vaivenes de la región, con sus ciclos endémicos de ilusión y desencanto? ¿En qué se fueron transformando? ¿Se volvieron libertarios, es decir, transformaron aquel anarcopunk en anarcocapitalismo? Son preguntas, tal vez, para otra nota. “Yo sigo siendo el mismo”, concluye Rotman, desde Bolivia, en medio del tour 2024 de LFC. “Sigo pensando lo mismo. Pero hoy la dinámica es diferente. Ahora todas tus acciones son cuestionadas en su mínima expresión, pero más que nada el que cuestiona termina siendo el actor, más que el artista en sí. También tiene que ver con una unidad de los músicos latinoamericanos, que de alguna manera es cierta. El pensamiento político te acercaba o alejaba de ciertos músicos. Era un momento muy interesante, y muy interesante de ver en vivo. Lo que sucedía: el contacto con el público era carnal”.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).