Va por la ciudad en su Vespa, la clásica motoneta italiana que es una joya del diseño. Vive apurado, siempre a prisa, pero también sonriente. Felipe Leal Fernández es una persona feliz.
Arquitecto, 64 años, Leal disfruta cada uno de sus proyectos. Se emociona al recordar la remodelación de Madero, calle principal del Centro Histórico de la Ciudad de México, como también mostrando un estudio privado que construyó. Se emociona con su desafío actual, un gran parque público en Acapulco, como también con la pequeña remodelación de un mini-departamento en Coyoacán, sur de la capital. Ahí contesta esta entrevista entre ruidos tremendos. Mientras un herrero corta un barandal y otro trabajador resana paredes. De todos sabe sus nombres, con todos platica y les trata con respeto.
En décadas recientes, Felipe Leal se ha transformado en uno de los arquitectos más reconocidos de México. Fue director de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (1997-2005). Ha recibido 16 premios en bienales y certámenes; recibió la Medalla al Mérito en las Artes 2018 y el premio Mario Pani y Ricardo de Robina que otorga su gremio. Dirigió el esfuerzo por inscribir a la ciudad universitaria en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO y lo logró en 2007. Es también el nuevo elegido de la cátedra máxima de la academia mexicana.
Pero, más que nada, Felipe Leal es constructor de adentros que parecen afueras y urbanista apasionado por el espacio público. Un defensor de parques, calles y hasta banquetas como lugares de bienestar individual y colectivo. Un buscador de la convivencia.
- ¿Qué lugares crees tú que hay que visitar en México? ¿A dónde deberían ir quienes quieran conocer el país por medio de su arquitectura?
- Al Zócalo de la Ciudad de México, sin duda. Ahí entiendes mucho de lo que somos. Por su dureza, por pétreo, porque confluyen los poderes de la iglesia, el poder político y el comercio. A un costado se encuentra el Templo Mayor del México antiguo, es el centro energético del país. El Zócalo es vacío y ese vacío te brinda aire, te permite comprender una cultura, una civilización a cielo abierto. Otro sitio, Monte Albán en Oaxaca. Un valle elevado dentro de un valle ¡alucinante! También el campus de la Ciudad Universitaria de la UNAM, que es como un Monte Albán a nivel de tierra y contemporáneo. La plaza de Vasco de Quiroga, en Pátzcuaro, en Michoacán, que es una de las más antiguas de América, fascinante por su sincretismo. El patio del Museo de Antropología. Ese enorme espacio, vacío, cerrado y abierto a la par, con ese paraguas suspendido que por su columna derrama agua… Se te enchina la piel. Es un entendimiento total de la fusión de la tradición con la modernidad. Otro caso similar, pero a escala doméstica es la casa-estudio de Luis Barragán, todo un universo estético de nuestra cultura. ¿Dónde más? Veracruz, los portales del Puerto de Veracruz. Me fascina la vida que tiene ese lugar, la gente que baila, canta, platica, los callejones, las pequeñas plazas dónde la gente convive amenizados por la música y el baile. Uno más, el atrio del convento de Izamal, en Yucatán. Enorme, flanqueado de una amarilla arquería que da color a todo el pueblo: otro sincretismo característico de nuestra cultura. Ahí radica la riqueza, en las mezclas. Eso es lo maravilloso de México, el mestizaje.
- Transitamos un tiempo de cuestionarnos lo que hacemos. Tal vez por la pandemia ahora, por el cambio climático y sus efectos, por situaciones que nos están llevando a límites. ¿Qué tiene que ver la arquitectura o qué puede hacer para mejorar presente y futuro?
- La arquitectura puede contribuir a sanar muchas cosas, a convivir con la naturaleza y el entorno físico y social. Por ejemplo, al hacer espacios más abiertos, ventilados y armónicos con el sitio. A principios del siglo XX fue lo que se planteó el higienismo, hace un siglo esos planteamientos ya se habían hecho. La arquitectura moderna los adoptó en sus inicios por razones estéticas, económicas y de salud pública. Existen soluciones en las arquitecturas vernáculas y regionales dignas de recuperarse y adaptarse a las nuevas realidades. Por ejemplo, la casa redonda maya que permite el paso del viento cruzado y tiene techumbre de palma. Es fresca, flexible, bella, lógica, ¡es perfecta! Esa solución no ha sido superada por miles de construcciones mal logradas y carentes de saber en las que las personas están hacinadas. Esos esquemas están derrotados. Hay que construir espacios para una vida más flexible, cambiante, no nada más con la idea esquemática del habitar. Casas para poder vivir, trabajar y convivir. Adaptables a nuevas necesidades, de menor impacto ambiental, mayor liviandad y ligereza, áreas iluminadas y ventiladas. Reforzar con dignificación y reciclamiento de los espacios abiertos y públicos para que la célula fundamental de la ciudad, la casa, se articule con las redes urbanas.
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Felipe Leal ha sido elegido nuevo integrante del Colegio Nacional, la élite de la academia mexicana. La ‘cátedra máxima’, se autodefine la institución pública de divulgación que en 75 años ha designado a 108 miembros. Una exclusiva lista que incluye desde los famosísimos Diego Rivera, Rufino Tamayo y José Clemente Orozco (pintores) a Carlos Fuentes (escritor), Mario Molina (Premio Nobel de Química) y decenas de personalidades de la ciencia, las artes y las humanidades de México. Una institución tan prestigiada como anquilosada por momentos. Sus integrantes ocupan un cargo vitalicio y sólo se renuevan cuando alguno muere.
En siete décadas, el Colegio Nacional sólo había tenido entre sus integrantes a dos arquitectos: Teodoro González de León y José Villagrán García. Felipe Leal es el tercero.
Asumió el cargo el 26 de abril con la idea de seguir en su línea. Mantenerse como el renovador —y nunca conservador— que es. Más que pláticas entre expertos, dice, buscará abrir debates.
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- ¿Cómo empezó esto? ¿Cuándo y por qué te decidiste a ser arquitecto?
- Nací en un hospital que existía en el Paseo de la Reforma, en pleno corazón de la ciudad. Soy el último de seis hijos por lo cual tuve la fortuna de que ya no me hicieran mucho caso. Jugaba solo. Mi mamá me había regalado unos cochecitos de metal y les empecé a hacer calles y ciudades con lo que tenía a la mano: popotes, plastilina, cajas de cartón, con unas barras rectangulares, cubos y arcos de madera pintados con los colores primarios. Empecé a hacer ciudades, todo en el piso de mi cuarto. Un día cuando tenía yo como 10 años mi padre me preguntó “¿tú que vas a estudiar?”. Él había quedado huérfano muy joven, le preocupaba que fuéramos responsables y que nos fuera bien en la vida. Le respondí “Arquitectura” y vi su cara de tranquilidad, de ¡respiro! Desde entonces nunca lo dudé. Infancia es destino diría Santiago Ramírez.
- ¿Dónde creciste, cómo?
- En la Ciudad de México, en la calle de Mazatlán, en la colonia Condesa. Fui al Colegio Alemán en la primaria. Agradezco que me diera una formación cosmopolita, aunque era de mucho rigor. Después hubo un cambio muy fuerte, me fui al Colegio Madrid, de republicanos españoles. Cuando entré me sentí como en El señor de las moscas: llegar a la barbarie. Porque en el Colegio Alemán eran muy rigurosos, se formaban perfecto en filas para entrar a los salones, y en el Madrid eran un desmadre, mucho más relajado. Pero fui enormemente feliz. Hice mis mejores amigos, conocí a grandes maestros —muchos todavía refugiados— con gran conocimiento de filosofía, matemáticas, ciencias, con un profundo sentir humanista. Lo que complementó mi formación fue la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México]. Entré al autogobierno de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura, hoy facultad. Era radical y alternativa, efervescente. Yo era rebelde pero muy cumplido, tenía aquel deber ser que había heredado de mi padre. Por haber vivido él adversidades, sobre todo en su adolescencia, te educaba para aventarte a la vida. Él había vivido en Europa en los años cuarenta y me orientaba a que tuviera un pensamiento más amplio.
- ¿A qué se dedicaba tu padre?
- Realizó estudios y prácticas de química para técnicas del jabón, tenía una fábrica de jabón. Después tuvo salas de cine de barrio, entonces mi formación de chavo fue relacionada al cine mexicano. Algunas tardes cuando mi madre ya no sabía qué hacer conmigo le decía ‘llévatelo’ y mi padre me llevaba al cine. Eran salas populares, los nombró en honor a héroes patrios: el Cine Hidalgo, que estaba en la Colonia Nueva Santa María; el Cine Morelos, en Tepito; y el Cine Ideal que estuvo en Tizapán.
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Felipe Leal habla como vive: una palabra tras otra, intensamente. En sus relatos hay pasión en la misma medida que precisión porque no se le escapa ni un detalle. Es un esteta de lo simple (más no simplista).
“La escuela que él escogió fue la de Luis Barragán. El hijo de este gran arquitecto aprendió sus lecciones, y después traicionó al padre. Si Barragán es el celo de la intimidad, y asociamos a la pared como su signo, en Felipe Leal tenemos la procuración del espacio colectivo, y la ventana”, ha dicho de él la escritora Carmen Boullosa. Lo dice conociéndole porque él le ha construido su casa. Felipe Leal es uno de los arquitectos favoritos de escritores, pintores, músicos, de los intelectuales mexicanos. Pero no se ha quedado sólo en eso.
- ¿Qué te gusta más? ¿Hacer o remodelar; construir o adaptar?
Se me ha dado más la capacidad de renovar, de remodelar. Tanto espacios privados, lo doméstico, hasta lo público, grandes espacios como la Alameda y la plaza de la República. Me gusta la idea de partir de algo. Como que a las preexistencias les encuentro un sentido, el potencial. Me resulta más fácil verle a lo construido su potencial: es lo existente, pero puede ser mucho más.
- Siempre está la tentación de borrar lo de antes, ¿te gusta más encontrar qué de antes aún funciona?
- Sí, dejar una huella de su pasado, de lo que fue. Si observas la plaza de la República, no íbamos a quitar el Monumento a la Revolución aunque antes mucha gente decía que era feo, horrible, que estaba abandonado. Les dije ¡no saben! ¡Es Art-Decó! Es una pieza interesantísima, una expresión del nacionalismo mexicano. El interior goza de una geometría y complejidad arquitectónica enormes. Me agrada hacer ver a las personas el potencial que tienen algunos elementos que están en abandono. He tenido la suerte de revivir espacios que sufrieron del descuido y la indiferencia.
- Remodelaciones, renovaciones, rescate. ¿Cómo les llamas tú y por qué?
- La nombro intervención o renovación. El espacio público es la estructura vertebral de una ciudad, análogo a nuestro esqueleto, a nuestra columna vertebral. Es el lugar donde se crea la convivencia, donde se construye el tejido social y se crea comunidad. Es el sitio donde se atenúan las enormes diferencias de la desigualdad social, sobre todo en países como México. No es que desaparezcan tales diferencias o la inequidad estructura, pero si construyes un lugar más digno, incluyente y habitable para todos, democratizas el paisaje urbano. ¿Y qué es el espacio público? todo lo que no es privado. Es la acera frente a nuestras casas, la banqueta, la calle, el arroyo, el camellón, el crucero peatonal, los espacios abiertos, las plazas, parques, atrios, bajopuentes…
- Me gusta mucho la remodelación del Monumento a la Revolución y la plaza de la República. Las fuentes, esa explanada que la gente usa muchísimo. ¿Lo pensaste así o cómo fue?
- Desde luego que se pensó en un uso intenso, nos planteamos cómo recuperarlo. Lo que hace a las ciudades es el espacio abierto. No puedes imaginar a Nueva York sin en el Central Park, que es como el corazón de esa ciudad. Y la plaza de la República, en un órgano vital de la Ciudad de México, ¿cómo podía estar en tal abandono? Nos planteamos no sólo recuperar el monumento sino todo el espacio que lo envuelve como algo vivo para recorrer, entrar, conocer sus entrañas, subir al monumento y propiciar que el paisaje urbano se democratizara al revivir esa gran explanada. Un espacio pluriclasista y multigeneracional: ahora observas los jóvenes en la plaza, los visitantes entran al museo, las familias de la periferia vienen a divertirse en la fuente. Planteamos un espacio de libertad de movimiento, abierto e incluyente. Es el paso del malestar por la ciudad al bienestar por la ciudad. Algo semejante nos sucedió en la Plaza Tlaxcoaque, en el costado sur del centro. Existe una iglesia que había cerrado porque al cura lo asaltaban todo el tiempo. Al renovar la plaza aparecieron vecinos de todas las viviendas cercanas y vecindades, es una zona muy popular. Se instalaron por las tardes y en tiempos libres un cúmulo de personas que estaban antes encerrados en sus casas sin goce de un espacio abierto de reunión. Eso hace el espacio público, ¡es increíble! Un espacio digno es semejante a una acupuntura: activa puntos neurálgicos del organismo urbano en lugares específicos. Provoca grandes cambios de uso, pero siempre debe existir interacción, ahí está la clave. No sólo es embellecer, no son ornato, son lugares para que se vivan, se conviva.
- Pero en estos tiempos en el mundo ya no se construyen grandes parques, no hay nuevos Central Park. Son tiempos de especulación inmobiliaria, parece impensable tirar edificios para hacer parques, ¿es una batalla perdida?
- En la actualidad se están creando una diversidad de espacios nuevos que son alternativas, por ejemplo el Highline en Nueva York y varias opciones por recuperar las antiguas vías férreas como parques lineales, los terrenos vagos u ociosos como les dicen los franceses. Existe una nueva visión en cuanto a los espacios públicos, Santiago de Chile cubrió parte del río Mapocho e hizo un parque lineal; Boston al igual con una vía rápida; en Seúl, Corea del Sur, tiraron un viaducto elevado para hacer también un parque lineal al margen de un anterior río. Hay múltiples espacios residuales en las ciudades que se pueden transformar. Se trata de una nueva generación de espacios abiertos y públicos que pueden cambiar el rostro de las ciudades. Ahora bien, no depende únicamente de la gestión pública, se tiene que involucrar a otros actores urbanos, como lo son los inmobiliarios.
- ¿Qué tan ruda es esa batalla con la inversión inmobiliaria? En 2008 la Ciudad de México creó la Autoridad del Espacio Público y fuiste tú la persona designada en el puesto.
- Me la pasé luchando, convenciendo hasta donde me fue posible. Existió históricamente una dirección de parques y jardines, algo así como mantenimiento para podas y saneamiento, una oficina de tinte administrativo que fue perdiendo presencia ante el deterioro de la ciudad. Se creó entonces la Autoridad del Espacio Público, en 2008. El término en sí ya mostraba que se contaba con otra idea del espacio público. Se avanzó, pero fueron batallas y batallas. No sólo con los inversionistas inmobiliarios, también con los delegados, hoy alcaldes. Les dábamos talleres y seminarios, lo cual no les gustaba tanto. Aun así, se lograron muchas cosas con los delegados y los inversionistas, ¡hasta convencimos a Carlos Slim! Cuando estaba construyendo su Plaza Carso el entorno era un desastre. Me senté con él y le comenté lo importante que era dignificar, que no podía existir un centro comercial, museo, oficinas y viviendas con todo ese desorden urbano. Que debían ampliarse calles circundantes, hacer un túnel para peatonalizar cruceros, realizar un parque lineal, plantar árboles y colocar mobiliario urbano. Accedió, sólo dijo “yo lo construyo”. Para nosotros, mejor. Se hicieron los proyectos y cumplió. Creo que es deseable y necesaria la inversión inmobiliaria, tiene que haber inversión privada, pero hay que regularla, es el papel de la autoridad.
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Caminar el Centro Histórico de la capital mexicana es andar sobre las huellas de Felipe Leal. Porque modernizó algunos lugares emblemáticos como el Monumento a Revolución, que pasó de ser zona peligrosa a ser un lugar de encuentro y felicidad, con donde niños y adultos jugando a mojarse en las fuentes que brotan desde el piso.
También está su huella en la transformación que le dio a la calle Francisco I. Madero, que une al Zócalo con el Palacio de Bellas Artes. Era un río de carros siempre embotellados y él propuso hacerlo peatonal. Hubo resistencia, muchos no querían, pero el resultado desborda éxito: lo caminan entre 120 y 200 mil personas cada día. Francisco I. Madero es ahora un río de personas, peatones más felices.
Mucho se desconfía en México de las obras públicas de remodelación porque suelen ser excusas para contratos inflados, corrupción y millones de pesos sin sentido. Obras para acabar dejando todo como estaba antes (o peor que antes). No aplica esa regla con Felipe Leal, se notan cambios en cada obra pública que hizo. Su marca: la simpleza. Su objetivo: espacios habitables. Ha cambiado rostro y vida de muchos rincones de la capital mexicana. A veces contratado por el Gobierno y en dos ocasiones como funcionario.
- ¿Por qué has trabajado tanto espacio público?
- Casi por accidente. Cuando dirigía la Facultad de Arquitectura de la UNAM, mi oficina tenía una vista preciosa. Observaba a la Biblioteca Central con los murales de Juan O’Gorman, veía a los jóvenes tendidos en el pasto, a los maestros y alumnos caminando por ese magnífico campus. La visión de ese espacio abierto me impresionó, me marcó. En una analogía musical, la arquitectura es una gran sinfonía y al ver todo aquello inició mi vuelco hacia el espacio público. La UNAM además me dio el conocer al país, lo social, lo comunitario, lo complejo. Comprendí que el espacio público puede ser una forma de dignificar a la sociedad y lograr cambios de actitud. Luego trabajé en el gobierno de la Ciudad de México, con Marcelo Ebrard como alcalde. Cuando supe del presupuesto gigantesco para seguridad pública y escaso en otros rubros, le comenté: “Habría que invertir menos en patrullas y más en espacio público”.
- Desde fuera se ve un dilema en la vida de los arquitectos: dedicarse a construir casas de ricos —salida fácil y redituable— o apostar por obras públicas, cambio de paradigmas, aunque no siempre se concreten ni representen dinero. ¿Existe ese dilema, es así?
Sí. Domina una tendencia dentro de la academia y la enseñanza a volcarse a la construcción privada, a desenvolverse en ese medio. Es respetable, pero carece de impacto social. Hay muchas escuelas de arquitectura centradas en capacitar para construir acríticamente. Es comprensible porque se ve como una profesión para ganarse la vida como muchas otras, sin embargo, es necesario orientarse hacia lo colectivo, el entorno físico y social de la urbanidad. En las nuevas generaciones por fortuna se presenta una mayor presencia del fenómeno de la ciudad. Por ejemplo, en temas de paisaje, de diseño urbano, del medio ambiente. Ahora bien, no hay que soslayar la presencia del sector inmobiliario que tiende a ser abusivo y pensar solo en su beneficio y no en el conjunto de la ciudad, ese es otro problema. También aparecen los temas de salud y bienestar —que es importante y se aborda poco— porque la forma como vivimos tiene mucho que ver con la salud. La arquitectura es un hecho cultural, una disciplina artística de gran responsabilidad social. Hay que repensar lo privado para dar sentido a lo social.
- Si te dijera una construcción o remodelación en la que no has estado, ¿en cuál te hubiera gustado estar?
- Uy… A cada ciudad que llego le veo su potencial y me imagino cómo transformar algunas de sus zonas o espacios. Siempre pido dar una vuelta, recorrerla para entender su traza y origen. En general la mayoría me emocionan porque toda ciudad tiene ese potencial. Se ha avanzado en las áreas centrales, en centros históricos. Si vas a Oaxaca está precioso, pero es la sección desde su Zócalo hasta el ex Convento de Santo Domingo y unas calles aledañas más; si continúas hasta sus perímetros ya es otra cosa, desorden y deterioro. Es justo en estas enormes extensiones donde hay que realizar trabajos de consolidación urbana: abordar las periferias y accesos a las ciudades.
- En estos tiempos en México se ha encendido el debate sobre patrimonio. En particular porque feministas y mujeres jóvenes grafitean monumentos históricos en cada protesta en contra de feminicidios, violencia, acoso. Pintan el Ángel de la Independencia y eso molesta a muchos, ¿qué piensas?
Patrimonio viene del padre, pater, del legado de tus ancestros. Y si la historia es de abusos hoy visibilizados como machismo, sometimientos, abusos de poder, sí veo un sentido en atentar contra eso, contra la autoridad familiar y civil que regularmente son quienes cometen los feminicidios. La protesta la leo así: como una señal de que los monumentos son símbolos del poder, ¡y los monumentos son eso! Son la expresión del poder. Igual cuando destrozan las instalaciones bancarias por lo que los bancos representan. Es curioso, no van a tirar un árbol, no sacan el agua de las fuentes, van contra los monumentos que simbolizan esa fuerza opresiva oficializada. Claro, cuando las mujeres enfurecidas rayan, grafitean, rompen, aparece la moral de la sociedad. A muchos los escandaliza ver rayado el Ángel de la Independencia porque es un símbolo nacional, porque a muchos nos representa como nación. Lo rayan, lo vandalizan, pero se puede arreglar. A las piedras las puedes restaurar. A las vidas perdidas, no. Cuando vi la imagen del Ángel todo pintarrajeado ¡era tremenda! Despierta muchas visiones del problema. Fuerte ver en él la leyenda México feminicida, igual de fuerte de lo que nos pasa, de lo que somos.