En abril de 2017, a meses de la salida de su álbum de debut, Los ángeles, Rosalía me contaba en una entrevista que estaba escuchando mucho por esos días el disco DAMN. de Kendrick Lamar. Además, hablamos de James Blake (quien en los años siguientes se transformó en un compañero de creación y colaboraciones) y sobre cómo tanto Raül Refree (productor con quien trabajó en aquel primer álbum) como ella se habían empapado de muchas músicas durante largo tiempo. “Desde que empecé a estudiar música, no solo estudié flamenco; también técnica lírica, música moderna, música negra, mucha música negra, sobre todo”, decía. “La música electrónica me gusta… también la música urbana está ahí, de alguna manera”.
Y así, durante estos cinco años luego de esa conversación, habiéndose transformado en una artista global que, cada vez que publica nuevo material, es objeto de comparaciones con su trabajo anterior, me he preguntado si realmente estamos oyendo a Rosalía. Escuchándola de verdad.
En el 2017, conmovida con Los ángeles, tuve seguridad en dos ideas: por una parte, que seguiríamos escuchando más de ella, que esa discografía seguiría creciendo; por otro lado, que ningún álbum sería igual que el anterior. El mal querer fue una muestra de aquello en 2018 y, cuatro años más tarde, Motomami, su tercer disco, lo confirma. Todo lo que estamos escuchando por estos días ya estaba ahí. Siempre estuvo ahí. Leer la música no se trata de verificar en cuál género musical se inscribe, al menos para mí; lo interesante es verla como un proceso artístico que crece y varía con el tiempo y las experiencias, porque la música está viva.
En enero de 2022 ya conocíamos un primer single, ‘La fama’ (publicado en noviembre pasado), una bachata en la que The Weeknd pasa de su inglés al español; y a través de redes sociales, Rosalía nos mostró algunos segundos de ‘Saoko’ y ‘Hentai’. Con el avance de esta última, se vio en plena acción un mal de la época: la incapacidad de esperar. Recuerdo haber leído un comentario que se preguntaba qué era esta letra tan estúpida, que dónde había quedado esa profundidad del alma tan expuesta en El mal querer.
Y habiendo esperado a escuchar el resultado completo que es Motomami, la artista da cuenta de cómo este disco se construyó en base a la libertad y al dejarse afectar. A la afección tanto como un motor para componer, escribir, producir y crear un universo completo, pero también como una propuesta para su escucha.
Rosalía se dejó afectar por la soledad de su contexto pandémico y de allí salió ‘G3 N15’, una carta de amor a la distancia para su sobrino, su familia, en donde deja ver que su residencia durante ese tiempo en Estados Unidos fue, entre muchas cosas, también algo hostil (“Estoy en un sitio que no te llevaría. Aquí nadie está en paz entre estrellas y jeringuillas”). Se dejó afectar por el amor, el deseo sexual, la diversión y reflexiones cómodas e incómodas sobre la fama que le llegó y que, imagino, día a día debe buscar las formas de sortearla para no ser engullida por ella. Un final que de ocurrir sería muy trágico, porque basta solo escucharla para entender con mucha certeza que lo que ella está buscando es libertad.
‘Saoko’ fue la última canción del disco que Rosalía compuso. Estaba en Nueva York, trabajando en Electric Lady Studios. De pronto encontró el riff en el piano, lo distorsionó y comenzó a probar baterías, pero no unas cualquiera. En una entrevista para Apple Music a propósito del nuevo álbum, Rosalía explica que esa librería de ritmos llegó hasta sus manos gracias a un productor puertorriqueño y que era muy especial, porque pasaban todo el tiempo de una generación a otra, de los mayores a los más jóvenes. Me hace pensar que detalles como este se deben encontrar en toda la construcción de Motomami, porque estamos hablando de una artista que, nuevamente, se deja afectar por la cultura. Y ese intercambio honesto con otros, con otras, es magia y es también la creación de nuevos lenguajes.
En estas canciones están presentes José Mercé, Niña Pastori y Lola Flores (“Yo soy la Niña de Fuego, como canta Caracol”, dice en ‘Bulerías’), pero también Tego Calderón, M.I.A. y Lil’ Kim. Plan B aparece, me atrevo a decir, más de una vez dentro del álbum. Primero en ‘Candy’, de forma explícita en la lírica y su título, pero más tarde vuelve a resonar, en ‘La combi Versace’ (con Tokischa): esa primera estrofa es la melodía del coro de la ‘Candy’ de Plan B. Podría escribir un artículo dedicado completamente a las referencias que se encuentran en cada uno de los temas, es como entrar a una mina de oro, pero lo importante es su significado: Rosalía se deja abrazar por la música que la ha sostenido por años y también por toda la cultura que la rodea.
El hecho de que ‘Saoko’ haya sido la última canción en ser compuesta y, al mismo tiempo, sea la que abre el disco, confirma que la catalana estaba lanzada al proceso, casi como si los únicos pies forzados hubiesen sido la valentía de emprender una escritura autobiográfica cuando esto se traducirá a una escucha de masas y también a la libertad estética. Todo lo que sucediera de allí en adelante, ella misma lo iba descubriendo. Así, ‘Saoko’ pasa de ser una conclusión para ella a una declaración de intenciones para todes nosotres.
Y esta primera canción nos habla de la contradicción. ¿Puede existir como una de sus tantas contradicciones ser una artista que está metida en la boca del lobo de la industria mainstream y, al mismo tiempo, hacer un álbum lleno de canciones que rehúyen a las estructuras predeterminadas de lo que significa el pop de masas? ¿Cuántas de esas canciones realmente pasarán a rotar en una radio? Me imagino el gustito de Arca escuchando estos demos, pero ¿qué pensarían durante el proceso los señores dedicados a los negocios de su disquera? ¿O es, precisamente, ese estatus de artista lo que permite “comprar” la libertad creativa?
Sospecho que una respuesta podría estar en la última canción de Motomami, ‘Sakura’: “La que sabe, sabe que si estoy en esto es para romper. Y si me rompo con esto, pues me romperé ¿Y qué? Solo hay riesgo si hay algo que perder. Las llamas son bonitas porque no tienen orden. Y el fuego es bonito porque todo lo rompe”.
A fines de febrero, apareció ‘Chicken Teriyaki’ como tercer single. Nuevamente leí críticas similares a las de semanas antes, cuando escuchamos esos quince segundos de ‘Hentai’. Recuerdo haberme reído en la primera escucha con la letra y el baile con las manos dispuestas como orejitas de gato. También recordé una conversación que tuve con mi amiga poeta Julieta Marchant, meses antes. Un día, tomando un café, le explicaba por qué creía que estudiar periodismo me había alejado de la poesía como lectora. Pensaba (y pienso) que el oficio me había formateado el cerebro para mirar las palabras desde una perspectiva muy diferente, más al uso, en su significado, en un relato. Y ella comenzó a hablarme sobre cómo nos dejamos afectar por las palabras en su sonido, sobre su disposición dentro de un cuerpo.
La poeta, entonces, de pronto tuvo todo que ver con la cantante que escribió ‘Chicken Teriyaki’. Las palabras son también goce, placer, diversión, humor. “No quiero sentir que no estoy viviendo mi vida”, decía la cantante en la entrevista para Apple Music. Ya nunca olvidaré que, mientras que una cacofonía en el periodismo es un error, en el arte es musicalidad y juego.
El 18 de marzo del 2022 apareció en el mundo un disco salido de la meca de la industria musical más voraz, aquella que funciona como reloj militar, la que roba de la contracultura y la devuelve en forma de hamburguesa o camiseta; y me hizo pensar de principio a fin en cómo el sonido de instrumentos y máquinas, en cómo palabras que se juntan más allá de su significado, me hacen sentir. Canciones que me hacen pensar en una fama que no conozco, en un deseo sobre un otre que sí, en la distancia, el fin de las cosas, en la violencia de las ciudades, en toda una memoria musical que mi cuerpo también porta. Me hizo pensar en las poetas. En una mujer creando un mundo completo dispuesta a compartirlo, en donde el jazz y el perreo tienen todo que ver. En donde el cante y el dembow tienen todo que ver. Todo eso y más fue entrar en Motomami.