¿Qué hacer cuando te reciben dos furries en una exposición?
A lo mejor, la extrañeza que producen esos juegos de humanos pretendiendo ser bestias peludas solo funciona para el ojo adulto. Todos los prejuicios de sexualización de estas identidades desaparecen a los ojos del niño, que encuentra en la bestia que te recibe una máscara libre de ciertos prejuicios que sí cargan los rostros adultos.
La exposición es Cuentos peluche, la instalación inmersiva de Ad Minoliti (Buenos Aires, 1980) que hasta el 27 de marzo se puede visitar en La Casa Encendida de Madrid. La muestra forma parte del ciclo Fantástico interior, que está comisariado por Rafa Barber Cortell y que reúne cuatro propuestas de distintos artistas cuyo nexo son la intimidad, los autocuidados y la construcción de la subjetividad. En definitiva, trabajos que giran alrededor del mundo interior, una esfera asociada a lo vulnerable e íntimo, pero que también queda contagiada por lo político, y que adquiere nuevas lecturas en los tiempos de la hiperconexión.
Para su propuesta, la primera del ciclo, Minoliti rescata elementos de su Biosfera peluche, instalación que ha pasado por el BALTIC Centre for Contemporary Art de Newscastle y el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Resulta claro en la trayectoria de esta autora que la teoría queer puede ser empleada para la deconstrucción artística. Su formación en el campo de la pintura, siempre multicolor y geométrica, remite al diseño doméstico de los setenta y ochenta, que para ella se convierte en una técnica para intervenir espacios inmersivos.
“Mi arte es queer, aunque no es clasificable con lo que se etiqueta como arte queer o feminista”, explica Minoliti en entrevista a COOLT. “Me interesa la disolución de las fronteras técnicas y conceptuales, especialmente dentro del contexto heteronormativo de la cultura occidental y de nuestra tendencia a dividir el mundo entero en categorías. Con esta meta, cualquier tipo de arte puede ser parte de mi universo, no voy a limitarme a una técnica o clase”.
Al entrar en Cuentos peluche, nos sumergimos en un espacio de formas amables que escapan de las referencias patriarcales y apuntan hacia la fusión y flexibilidad más allá de lo binario. Por contraste, la muestra evidencia que la infancia tal y como la conocemos es profundamente política, marcada por la productividad capitalista y la paranoia fálica, y que deniega a los sujetos infantiles la autoridad sobre su propio cuerpo.
Lo que propone la instalación es un espacio de auténtico juego y gozo formado por un bosque alternativo al del cuento de la Caperucita Roja. En esta versión paralela le protagoniste es CAp y en su viaje conoce a Lobe. No son enemigos, porque su realidad huye de la violencia. Al contrario, por curiosidad deciden conocerse sin moralidades impuestas. Su amistad es narrada en las paredes del espacio con una fotonovela con acciones de una performance de Hapi Hapi y Marcus Massalami.
Esos dos personajes se encarnan en dos furries, cuyo diseño es obra de Feli Quispe y rinde homenaje a la artista argentina Susy Shock. Pero estos animales transespecie no aparecen como fetiches de sexualizaciones adultas, sino que aquí constituyen una reivindicación queer del nuevo salvaje que imagina Minoliti. Lo blando, lo tierno y lo infantil son así protagonistas autónomos.
No hay que confundir todo eso con la inocencia, explica Minoliti: “La inocencia no me interesa, creo que se usa contra los menores de edad, contra sus derechos de acceso a la salud, la educación y autonomía. La ternura sí me interesa y, más que nada, la infancia como una cualidad en general asignada en nuestra sociedad a una franja etaria pero también a cualquiera que pierda soberanía sobre su cuerpo (pensando en la frase ‘lo tratan como niño’), leyendo sobre los reclamos fascistas de ‘con nuestros niños no’ para negar la educación sexual integral, como si las personas fueran propiedades de los reproductores. La modernidad y nuestra práctica contemporánea todavía desdeñan los temas relacionados menores, la ternura está mal vista desde la intelectualidad, la escuela y la academia”.
Si se medita sobre las diferencias en la visión del furry como niño o adulto, uno se puede preguntar si Cuentos peluche plantea la posibilidad de regresión para algunos adultos. Nada más lejos, dice Minoliti: “No creo en el tiempo lineal, no se trata de regresar a un estado de pureza ni nada por el estilo. La noción de tiempo perdido creo que responde a una culpa capitalista por cuantificar y clasificar”.
Evidentemente, dentro del espacio llama la atención el relato de CAp y Lobe en el que la violencia brilla por su ausencia. Siempre pareció la esencia de ese relato, pero Minoliti explica que esa violencia del cuento original es la criminalización del bosque y el lobo. El cuento clásico sería un relato disciplinario y las moralejas que proyectan sobre los menores son importantes para el sistema patriarcal.
Entramos ya en terreno filosófico al abordar las distintas visiones del furry. Cuando se le plantea a Minoliti si no le preocupa que algún adulto vea los furries cargados con matices sexuales, ella contesta que todavía más le preocupan los colegios católicos, que la red digital ya demuestra que hay matices sexuales en todo y fetichismos de todo tipo. “El furry en mi obra es el peluche como teoría, los personajes animados y el antiespecismo. Como Zootopia sin la policía. Hay muchos valores y direcciones, así como en el cosplay y el drag, sentimientos de comunidad, donde de hecho muches menores participan de convenciones furries”.
“La división etaria de la sociedad es cultural, y la infancia no es monolítica”, resume la artista, quien destaca que la instalación que ha ideado permite resignificar el enorme cubo blanco que supone La Casa Encendida, con sus connotaciones misóginas y racistas.
En definitiva, una exposición que, pretendiendo no querer saber nada sobre las edades ni los géneros, nos remite a un espejo público para transformar el reflejo de la intimidad individual. Una sala que puede transportarnos en el tiempo, y que funciona como pilar práctico y performático para las teorías que pretendan huir de las construcciones binarias y señalar las sutiles violencias contra la infancia.