Artes

Gabriela Parigi: ¿qué se hace con todo esto?

La actriz argentina pasó su infancia y adolescencia en el mundo de la gimnasia de élite. De esas vivencias surgió una obra de teatro, ‘Consagrada’.

Buenos Aires
La actriz y exgimnasta argentina Gabriela Parigi, en una escena de 'Consagrada'. CORTESÍA

Gabriela Parigi (Buenos Aires, 1985) tenía cuatro años cuando ingresó al universo de la gimnasia artística. De su primer día no guarda ningún recuerdo. A continuación enfrentaría una carrera meteórica en uno de los deportes más exigentes: entrenamientos a doble turno, exhibiciones, competencias en todo el mundo como representante de la Argentina, medallas y trofeos, lesiones y sonrisas, hartazgo y miedos anulados, una disciplina militar y silencios. A los 19 se retiró: de su última vez en un gimnasio tampoco guarda recuerdos. Dieciséis años más tarde y con una larga trayectoria como acróbata, actriz y bailarina a cuestas, Parigi estrenó Consagrada, un biodrama que parte de su historia personal para indagar en las vivencias de una atleta de alto rendimiento y el costo que hay que pagar por estar en un podio, con sus luces y sombras, sin apelar a golpes bajos y con una pregunta penetrante: “¿Qué se hace con todo esto?”.

Parigi nació en Villa Devoto, un barrio de clase media de Buenos Aires. Como era movediza, sus padres la inscribieron en danza clásica, pero allí la maestra percibió que la niña se aburría y les recomendó probar con la gimnasia artística. “Se me mezclaba el baile con la improvisación, con el juego y lo físico. Me gustaba improvisar, imitar personajes”, dice la actriz. Pero en el exigente mundo de la gimnasia artística casi no había lugar para la improvisación ni el juego. “Era una lógica muy militarizada, heroica”, resume relajada mientras bebe un mate en el sillón de su hogar, donde recibe a COOLT. Veinticuatro horas más tarde, Parigi aparecerá, rígida, en el escenario del teatro El Galpón de Guevara, vestida con el equipo deportivo y las mallas que utilizaba cuando era adolescente, envuelta en las fajas y el corsé que la acompañaron durante años, con las muletas a las que recurría cuando sufría lesiones y las decenas de medallas y trofeos que durante años estuvieron arrumbados bajo su cama. Y por una hora, en absoluta soledad, montará un despliegue físico arrasador, desgastante; un shock energético que incluye risas, preguntas sobre la infancia, angustia y descontrol.

- ¿Cómo es la vida de una gimnasta de alto rendimiento?

- La detección de talento es muy temprana, yo comencé a los cuatro años y a los cinco o seis ya competía en torneos. Y a los siete entrenaba en doble turno: cuatro horas a la mañana, luego iba a la escuela y otras dos horas y media a la tarde. Y los sábados entrenaba cinco horas. En el medio me iba de viaje a torneos, hacía pretemporadas, faltaba al colegio un mes. Era un grado de exigencia y disciplina muy fuerte. Lo pienso y no lo puedo creer, me parece la vida de otra persona. También depende mucho de la familia en la que naciste, pero el sistema muchas veces no cuida, pareciera que las familias deben poner límites y muchas veces tampoco saben qué hacer, también son víctimas del sistema.

- ¿Eras consciente sobre la exigencia física o lo repensaste con el paso de los años?

- Sí, pero también sabía que iba a terminar, que mi vida no iba a ser solo eso. Hay situaciones que estaban muy naturalizadas, por lo cultural y lo social, y porque no tenía otro punto de referencia. Mi familia siempre me cuidó mucho en el ambiente y tuve mis amistades y actividades por fuera.

- ¿Encontraste el espacio para cambiar aquellas situaciones? ¿Existe lugar para esa transformación?

- Soy entrenadora, y para mí fue importante estudiar para tratar de cambiar desde adentro. Sentía que había cosas que podía hacer diferente, pero que había algo vinculado a la competencia donde a cualquier nivel se incitaba a competir, donde lo único importante era llegar bien y ganar. Existen prácticas extractivistas y otras más humanistas. Yo no estaba éticamente de acuerdo con que el objetivo fuera competir y ganar. Tuve que vivirlo como entrenadora. Lo que me hizo entrar en crisis fue notar que, por más perspectiva humanista que haya, se incita a niños a competir y ganar, y no se habla del juego, del despliegue de inteligencias físicas. Yo hacía delirios acrobáticos, pero entrenaba la anulación del dolor y el síntoma del miedo. Repetía un movimiento hasta que sea sistémico, como una máquina.

Gabriela Parigi, en su época de gimnasta. CORTESÍA

De la gimnasia al circo

“Ciento ocho torneos, veintisiete exhibiciones, cuarenta y tres aeropuertos, seis entrenadores, triple fractura de tobillo, tres amigas, cuatro lesiones de columna, dos de rodilla, una del calcáneo, un novio, diez pubalgias, el campamento de segundo año al que no fui, periostitis, dolor de juanete crónico, los últimos dos años del secundario en un acelerado, luxación del dedo mayor izquierdo, las cuatrocientas ocho veces que me callé la boca, tendinitis en las dos muñecas, ocho millones cuatrocientos cincuenta y cinco mil abdominales, ocho horas por día, durante dieciséis años adentro de un gimnasio, sesenta y cuatro medallas y veinticinco trofeos juntando polvo debajo de la cama”, describe su personaje en Consagrada. Y remata: “¿Qué se hace con todo esto?”.

Parigi integró la selección nacional argentina de gimnasia artística y compitió en cuatro Mundiales y tres Juegos Panamericanos. Cuando apagó la exhaustiva maquinaria deportiva, eligió el camino del arte: estudió en la Escuela de Circo La Arena, en Buenos Aires; y viajó a Francia, donde se formó en el Centre des Arts du Cirque Le Lido, en Toulouse. Más tarde, se sumó a la compañía de circo La Arena, trabajó en varios proyectos con el director Gerardo Hochman y en el espectáculo Cuisine et confessions, de la compañía canadiense Los 7 Dedos de la Mano. En 2023, ganó el Premio María Guerrero como Revelación. Además de Consagrada —dirigida por Florencia Micha— ha protagonizado Un domingo, una obra de la cooperativa cultural Proyecto Migra.

Parigi no para. Es docente y directora pedagógica de Eureka, el laboratorio Escénico de Circo Contemporáneo en Buenos Aires; y de Formación Integral de Circo Contemporáneo en Montevideo, Uruguay. Y dicta seminarios de acrobacia en otros países de la región y también en España, Francia e Italia. “Con el circo y la danza pude deconstruir las lógicas de la gimnasia. Si entrenaba la memoria física, lo hacía sin anular la sensación de miedo, trabajaba para ganar confianza”, dice.

- ¿Cómo fue el pasaje de la gimnasia al circo?

- Hermoso, muy sanador. En el circo tuve por primera vez una imagen propia de mis movimientos, de mi cuerpo. Comencé a entender qué era lo que hacía cuando me movía. Y también a asumir mi cuerpo. En la gimnasia artística hay un contrato: si tenés un tipo de cuerpo, está bien; y si no lo tenés, está mal. Y el circo viene de una antropología más freak. Había algo de mucha empatía con la rareza, eso me rompió el cerebro, me dio libertad: lo que yo creía que era un problema de mi cuerpo, por ser musculosa, tener la espalda grande o ser bajita, de golpe en el circo era fantástico y me daba más identidad. Abrazar eso me dio posibilidades a soltarme. Dejé de estirar la pierna y los empeines, pude tirarme en el suelo sin tener que caer siempre parada.

Gabriela Parigi cambió los focos de la alta competición por los del escenario. CORTESÍA

Parigi comenzó a trabajar en Consagrada a finales de 2019. Quería tomar el riesgo de subir sola por una hora al escenario y enfrentar los temas que marcaron su historia: la competencia, la meritocracia y las lógicas militarizadas en el deporte de alto rendimiento. “No quería hacer una biografía de mi vida”, dice entre risas. Pero tampoco deseaba salir a escena con una “obra endogámica”, atractiva sólo para quienes practiquen gimnasia artística o se dediquen a un deporte de alto rendimiento, sino reflejar las dinámicas de las exigencias, el extractivismo de los cuerpos y la competencia. “Era un desafío muy grande ir de lo singular a lo colectivo”, suma.

Unas semanas antes de que la Argentina se sumergiera en el confinamiento por la pandemia, detectó junto a Micha dónde debía poner el foco. “Leí un ejercicio de ficción que había hecho en un taller de dramaturgia, donde recordaba la infancia, desde el día que mi papá le dijo al entrenador que era un nazi hijo de puta, hasta lo que vivía con las comidas”. Eureka: ese fue el germen de Consagrada, que vería la luz un año y medio más tarde.

- Consagrada cuenta tu historia desde un lugar dramático, pero sin golpes bajos. ¿Por qué fue de ese modo?

- Responde a mi mirada sobre la vida. Me interesa el lenguaje artístico cuando propone, no sólo cuando critica. Como dice [el dramaturgo Augusto] Boal, el teatro no puede hacer la revolución, pero puede hacer un ensayo de la revolución. No voy a cambiar el mundo en escena, pero puedo proponer desde la ficción. Me gustaba la idea de que se contagie pulsión de vida, porque la obra es dura, apela mucho a la infancia.

Pero en el proceso, para la artista era clave que no se transformara en una obra “amarillista”. “Es un biodrama”, explica, “no me paro en escena para contar mi historia, sino que desde mi historia personal hablo del precio que se paga por estar en un podio”. Su objetivo era correr el velo que construye un mundo de privilegios por ganar una competencia. “No te salvás de nada, en realidad estás muy roto. Muchos medallistas olímpicos hoy toman medicamentos psiquiátricos”, dice la exgimnasta.

- ¿Tus compañeras de aquella otra vida vieron la obra?

- Sí, era una pregunta que me hacía. Yo tenía la sensación de que me había podido reformular, por mi ambiente de privilegio y por el circo. Cuando las vi, me di cuenta de que todas reformularon. Todas eran conscientes de las prácticas abusivas. El ambiente te lleva a pensar que la sensación es tuya y de nadie más. Gracias a la obra, yo pongo en palabra y en situación; hay cosas que no son solo mías, que las veía. Hice 16 años gimnasia y tenía 16 años de carrera en el teatro cuando nació Consagrada. En ese momento volví a dialogar con el mundo deportivo.

-¿Y qué ves cuando mirás para atrás?

- Veo en multicolor, mucho entrenamiento en general, físico y metódico; mucha terquedad, a veces demasiada y a veces saludable, justa y necesaria. Veo constancia, diversión, disfrute: me gustaba pasarla bien, buscaba adaptarme, necesitaba llevarme bien con mis amigas. Desde la risa buscaba dar vueltas algunas situaciones.

- ¿A dónde te llevó la obra?

- Me permitió unificar, integrar. La vida de la gimnasia me constituía, no podía quedarme enojada con la gimnasia. Yo no di un portazo, como hicieron muchas chicas. Yo esperé, me mudé de ambiente, lo dejé atrás. Le di la espalda. Cada tanto miraba, pero no me importaba mucho. Me mudé porque no encontraba empatía y con Consagrada reconecté con el mundo deportivo. Se habla de la salud mental, con perspectiva feminista, no extractivista, en un momento donde hay muchos deportistas que cuentan que toman medicamentos antidepresivos. Pude volver a empatizar. La gente del circo no conocía toda esta historia, incluso amigos que me conocían mucho y me venían a abrazar cuando terminaba la obra (risas).

- ¿Y en el terreno profesional?

- Fue un crecimiento. En algún punto siempre fui más utilizada como acróbata o bailarina, y con esta obra rompí un cascarón actoral y de versatilidad que me encanta, porque me permite mutar de una cosa a la otra, trabajando lo sutil, lo grotesco, lo tragicómico; ser súper sensible y a los cinco minutos todo lo contrario. Consagrada nació muy desde el origen de mi propio ecosistema: yo no estaba madura para que naciera antes. Pasó la pandemia, los 16 años de oficio, atravesé la maternidad. Mi reflexión de mi yo de niña está vinculada a mi hijo, Milo, que tenía cinco años cuando surgió la obra, que es más o menos la edad que yo tenía cuando empecé.

Mirando al futuro

Parigi ya está preparando nuevas funciones de Consagrada: el 22 y 29 de enero se representará en el Teatro Metropolitan de Buenos Aires. Mientras tanto, analiza con crudeza el panorama cultural y deportivo de la Argentina, atravesado por los ajustes que ha puesto en marcha el Gobierno de Javier Milei, que le ha quitado presupuesto al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, donde además ha habido un centenar de despidos; y el avance de los recortes sobre el Instuto Nacional del Teatro, el Instituto del Cine y el Fondo Nacional de las Artes, entre otras áreas. “Es un desastre organizado, debemos ser más humanistas. Enfrentamos un desguace”, resume la exgimnasta.

- Y para adelante, ¿qué te gustaría?

- Poder condensar lo multicolor que siento que fue mi vida, lo siento porque me queda en el tintero. Me gustaría dirigir, tener más creaciones, estar en contacto con el teatro, pero también con la naturaleza. Siempre bromeo con que me imagino siendo vieja con el pelo muy largo, blanco, pintando y dibujando, y eso es un poco volver a mi infancia. Me imagino hasta muy grande en escena, transformándome.

Director periodístico del servicio informativo de AM750 de Buenos Aires, editor para el sitio web de Página/12 y colaborador del diario El País. También colabora con la edición y corrección de la revista Narraciones. Antes ha trabajado como editor en el portal de noticias BigBangNews y como redactor del diario Perfil. Además, ha sido colaborador de La Agenda Buenos Aires.