Se olvida pronto que Gaspar Noé nació hace 58 años en Buenos Aires, y que su padre no es otro que el célebre pintor y escritor neofigurativo Luis Felipe Noé. Para el gran público, Gaspar nació, o apareció en escena, cuando las enconadas reacciones de la primera proyección de Irreversible (2002), en Cannes —por supuesto—, dieron la vuelta al mundo. Es la clásica película que “no podría hacerse hoy en día”, como diría cualquiera, pues aparecía Monica Bellucci, la sex symbol del momento, siendo violada durante una escena “insostenible” de unos diez minutos de duración. Era tan insostenible la escena que muchos espectadores abandonaron el Palais des Festivals mientras se desarrollaba. Era tan insostenible que, meses después de leer la noticia en todos los rotativos del mundo, no fueron pocos los espectadores que decidieron ir al cine, no ya para ver una película contada al revés, sino para abandonar el cine mientras se desarrollaba dicha escena, y mostrar así su indignación, demostrársela a ellos mismos, claro, que por entonces ni siquiera había redes sociales para hacer gala de indignación en público.
En realidad, Gaspar Noé, afincado desde hace años en Francia, ya había rodado varios cortos, un mediometraje, y la gloriosa Solo contra todos (1998), que puede que siga siendo su mejor película, considerada como tal. Porque lo suyo son más artefactos. Siempre hay un truco en el centro de todo. Un truco no exento de emoción. Pero con Irreversible nació el provocador, religiosamente programado en Cannes, de manera que el festival pueda asegurarse su pequeño escándalo, a base de enfadar a los críticos más solemnemente aburridos que peregrinan todos los años a la Costa Azul para, entre otras cosas, indignarse con las pelis de Noé. Los artefactos, quería decir. Es cierto que al argentino le gusta tensar la cuerda, ver hasta dónde puede llegar, ensanchar la mirada del espectador, experimentar con él. Los resultados nunca son banales, ni tan gratuitos como pretenden sus detractores. Noé tiene estilo propio y hace películas que no te quieres perder.
Vortex, que llega a los cines el próximo 29 de julio, tras su paso por el Atlántida Film Festival, es otro acontecimiento, otra cita con lo inevitable. Aunque lo es por razones muy distintas. Aquí también hay truco, la pantalla partida, pero también dos mitos estratosféricos como rara vez se ha visto en la historia: Dario Argento, el mítico rey del giallo, que nunca había actuado ante las cámaras, y Françoise Lebrun, una de las tres protagonistas de La mamá y la puta (Jean Eustache, 1973), la película gala de culto por excelencia, si tuviéramos que quedarnos con una sola. Una copia restaurada de la misma se verá también en el Atlántida. No se la pierdan, ese doblete vale mucho la pena. En Vortex, Lebrun es una psiquiatra retirada que se automedica con pastillas mágicas, aunque está enferma, padece alzhéimer, uno de los grandes males de la humanidad; y Argento, que interpreta a su marido, hace lo que puede para cuidar de ella, aunque está más bien ocupado en la redacción de su último libro, Psyche, sobre el mundo de los sueños en el mundo del cine, o el cine en el de los sueños, si no es que se trata de lo mismo. Una versión interesante de la vida.
- Casi podríamos decir que Vortex, que transcurre en un piso atiborrado con miles de libros, es un monumento a la cultura analógica. Quizás incluso un réquiem para el cine, en estos tiempos aciagos. ¿Había algo de eso ahí?
- Quizás sí. Para el personaje de Dario Argento, me inspiré un poco del crítico de cine Jean-Claude Romer, que falleció el año pasado. Su casa también era así, estaba llena de libros. Ir ahí era como estar en otro planeta. Me encantan los libros impresos y las revistas. No tengo ninguna plataforma en casa. Sólo miro películas en el cine, o compro DVDs y Blu-rays. Soy un coleccionista compulsivo. Mi padre también ha acumulado siempre un montón de libros, además de sus cuadros. Me da miedo pensar en la muerte del cine, pero estuve en Buenos Aires hace unos meses, y los cines estaban desérticos. Si le das un DVD a un joven de 20 años no va a saber qué hacer con él. En los kioscos hasta se sorprenden de que alguien todavía quiera comprar el periódico. La película refleja la muerte de todo esto, y al final, cuando se vacía el piso, si te fijas, entre los restos está el libro que estaba escribiendo…Después de la muerte de ellos dos, viene la muerte de la huella que podrían haber dejado en este mundo.
- La muerte ha sido una constante en tu cine, pero aquí aparece reflejada de otra manera, desde otro punto de vista.
- Sí, la muerte me ha estado rondando mucho en los últimos tiempos. Tengo muchos conocidos que han muerto últimamente. Gente muy próxima. Philippe Nahon, que protagonizó Solo contra todos y aparece en muchas de mis películas, murió hace poco de covid-19, y estábamos muy unidos. Lo vi dos días antes, y tenía problemas para comunicarse. O el cineasta Fernando Solanas, íntimo de mi padre, que fue como un tío y un mentor para mí, ya que empecé a trabajar con él antes de convertirme en director. También colaboré, junto a mi padre, en su última película, Tres en la deriva del acto creativo, y también murió de covid. Luego también murió mucha gente a la que admiraba. El año anterior a Vortex estuve prácticamente rodeado de muerte.
- Tú también tuviste una experiencia cercana a la muerte, ¿no es así?
- Eso fue en 2020, después de Navidades. Tuve un derrame cerebral en medio de una tarde de domingo cualquiera. Pasé mes y medio en el hospital, con morfina, me dijeron que tenía un 50% de posibilidades de morir, y muchas más de tener un daño cerebral irreversible. También me libré de eso, así que me dije que había tenido mucha suerte. Desde entonces estoy limpio, no he fumado ni un cigarrillo en dos años. No hay ninguna enseñanza que sacar de todo esto, pero cuando estaba en el hospital, con todo ese dolor, lo que más me preocupaba era no infligir el dolor que supondría mi pérdida a la gente que quiero, como mi padre o mi novia. Eso es lo que más me ayudó a luchar por sobrevivir.
- Vortex es una película sobre la vejez, hacerse mayor, padecer y morir.
- Puede que me venga de lejos. Me acuerdo de haber visto Umberto D en Argentina, cuando era un niño, apenas si tenía 10 años. Mi padre me solía llevar a la Filmoteca de Buenos Aires. Así descubrí el Neorrealismo, la Nouvelle Vague. Desde que vi Umberto D me rondaba la idea de hacer cosas con gente mayor. Cuando hice Solo contra todos, Philippe Nahon tenía 25 años más que yo, y ahora Dario Argento también tiene 23 años más que yo. Mi padre ahora tiene 88 años, y sigue siendo una persona extremadamente inteligente y continúa escribiendo. Creo que el personaje de Dario en la película es como una extensión de yo mismo, de mi padre, de Nahon, de Solanas, y de toda esta gente a la que he querido y admirado.
- ¿Qué tal rodar con dos cámaras? ¿Es muy complicado?
- A veces es fácil, otras más complicado. Simplemente tienes que tener en cuenta que la otra cámara no aparezca en el plano, porque yo llevaba una y mi director de fotografía la otra. Es especialmente complicado cuando hay poco espacio. Pero no, las arreglamos bastante bien. Había mucha presión con el tiempo, cuando repetíamos tomas en las que tenían que acabar coincidiendo en una habitación, teníamos que ir cronómetro en mano y a veces les teníamos que meter prisa para que llegaran a tiempo. Todas las tomas tenían que estar exactamente cronometradas para poder sincronizarlas.
- Las comparaciones con Amor, de Haneke, son inevitables: ahí también había dos grandes mitos de la historia del cine, ya fallecidos, además de la enfermedad y la muerte, ¿cómo lidiaste con eso?
- Vi Amor cuando mi madre se estaba muriendo en Buenos Aires. Ella estaba muy enferma. También tenía alzhéimer, y epilepsia. Tenía como un volcán en el pecho, y no podía dormir. Aunque desde fuera no se notaba, porque no tuvo crisis. Pero no podía dormir, y eso la afectaba mucho. Mi padre estaba en estado de drama permanente. Fui a Cannes, vi Amor y luego volví a Buenos Aires. Nunca he llorado tanto viendo una película. Me gustó mucho que ganara la Palma de Oro, el Oscar y todo lo demás. El tema era muy universal, y está bien que llegara a un público tan amplio. Pero, cuando hice Vortex, no pensé en Amor, sino más bien en situaciones que había vivido con mi madre, y antes con mi abuela. Quizás hay otra película que me ha influenciado mucho más, y esa es Forty Deuce (1982), de Paul Morrissey, que también tiene momentos muy buenos filmados con dos cámaras y mostrados en dos pantallas. También hay otras, claro, Hermanas, de Brian De Palma, o El estrangulador de Boston, de Richard Fleischer. Aunque generalmente ese recurso se emplea por cuestiones estéticas, mientras que aquí me parecía que no había otra forma de mostrar a dos personas que viven bajo un mismo techo, y que sin embargo están totalmente desconectadas la una de la otra. Me parece que la doble pantalla está más cerca de la vida real que el plano/ contraplano, que es muy artificial.
Cuando hice ‘Vortex’, no pensé en ‘Amor’, sino más bien en situaciones que había vivido con mi madre
- ¿Cómo fue que decidiste rodar con Dario Argento?
- No podría haberla hecho con nadie más. Es tan carismático, emocionante, divertido... tienes ganas de abrazarlo. No soy el primero que filma a otros directores haciendo de actores. Eso es algo que siempre me ha gustado. Billy Wilder lo hizo con Eric von Stroheim; Bergman con Victor Sjöström, y Godard con Fritz Lang o Sam Fuller… En el set teníamos conversaciones muy divertidas. Nos conocimos en Toronto cuando presenté Carne (1991). No sé qué película presentaba, pero nos hicimos una foto juntos y nos hicimos amigos. Igual con su hija, que me ayudó mucho en mis comienzos.
- ¿Cuál es tu Argento favorito?
- Diría la que he visto más veces: El pájaro de las plumas de cristal. Aunque por supuesto adoro Rojo oscuro, Suspiria, Inferno…
- La mamá y la puta es otra que siempre ha estado entre tus favoritas, incluso la citas explícitamente en Clímax. ¿Se puede ser más mitómano que Gaspar Noé?
- El cine es mi religión, yo no voy a la iglesia. Nunca he comulgado. Mi adicción son los DVDs, los Blu-rays, los libros sobre Fritz Lang o Mizoguchi... Siempre me ha gustado mucho leer sobre cine. Cuando era estudiante flipé mucho con el Kubrick de Michel Ciment y el Ozu de Donald Richie. Y lo último que he leído es uno sobre los últimos días de R.W. Fassbinder, Clap de fin, de Guillaume de Sardes. Es un pequeño libro que me ha fascinado, porque muestra lo salvaje que era. Otro libro muy inspirador es House Of Psychotic Women, de Kier-La Janisse, que habla de todas las películas en las que aparecen mujeres trastornadas. Y otro más sobre el que vuelvo siempre es uno sobre Eloy de la Iglesia, que para mí es el Fassbinder o Pasolini español, aunque no sea muy conocido fuera de España. Hace poco recibí de España un libro de Eduardo Fuembuena, que se llama Lejos de aquí, que es enorme y habla de su larga relación con José Manzano, que aparecía en sus películas. Dicen que soy un provocador, pero mucho antes de que yo llegara ya estaban el Saló de Pasolini, o Un perro andaluz, de Buñuel. Nadie ha gritado más en una sala de cine que con esa película.
- ¿Y qué me dices del libro que está escribiendo Argento en la película? ¿Está basado en algo?
- Psyche, que así se llama, fue el título de trabajo de Clímax, ya que es una película psicodélica. Viene de ahí. Ha sido mi manera de rescatarlo, me pareció adecuado porque está escribiendo un libro sobre los sueños en el cine, y además conecta con el tema de la película...
- ¿Podríamos decir que Vortex es tu película más íntima y personal?
- Para mi padre es la película más dura que he hecho, porque le recuerda las situaciones más dramáticas que hemos vivido. Es verdad que está muy cerca de mi vida. Pero todas mis películas hablan tanto de mi vida como de cosas que me imagino. He podido estar en fiestas fuera de control como la de Clímax, por ejemplo, pero mis películas se nutren de todas de cosas que he leído, visto u oído.
- ¿Cómo viviste el fenómeno de Love, tu película porno, en Netflix? Los adolescentes hacían TikToks registrando sus reacciones.
- Probablemente es la película con más sexo explícito que se ha visto nunca en la plataforma. Y la pusieron durante el confinamiento. Fue un gran éxito en América, Italia, Francia y se convirtió en un blockbuster como seis o siete años después de su estreno. En Francia la vieron como seis o siete millones de personas. Pero no sé si es sólo cuestión de sexo. También es emocionante. El problema es que el sexo se suele filmar como si fuera un acontecimiento deportivo, cuando hay que hacerlo exactamente igual que cuando los personajes están comiendo, hablando o peleando. Puede ser emocionante o no. Hay momentos eróticos que son muy emotivos, como ese en el que se besan Penélope Cruz y Milena Smit en Madres paralelas. No lo vi venir, y realmente es muy emocionante. Pero no suele ser así.
- Opino lo mismo sobre Madres paralelas, muy emocionante ese encuentro. ¿Y las series? Espero que nunca te dejes tentar...
- No miro series para nada. La vida es corta y tienes que escoger a qué le dedicas tu tiempo. Tengo muchos amigos que miran series, pero yo me dedico al cine. Se pasan el fin de semana entero viendo no sé cuántos episodios de lo mismo. Cuando era adolescente recuerdo que vi una que se llamaba Xanadú, pero nada después de eso. De la última Twin Peaks, por ejemplo, sólo vi un episodio, pero no más. Si me ofrecieran hacer una, quizás me dejara tentar por hacer algo en 10 horas. Pero es un compromiso demasiado largo. Tienes que estar seis meses rodando, otros seis montando, y a mí me gusta hacer las cosas rápido. Me gusta sentirme lo más libre posible, y mucho dinero no equivale a mucha libertad. Al contrario. En el cine de autor, los que financian quieren tener el último corte. Por otro lado, tampoco creo que las series sean un peligro para el cine. Es algo complementario. Es verdad que Fassbinder hizo Berlin Alexanderpast. A mí me sugirieron que podía hacer Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, y creo que estaría bien poderlo hacer en seis o siete horas. Pero al mismo tiempo me pregunto quién va a financiar un producto con tantas imágenes pornográficas como las de ese libro. No tiene sentido hacerlo si no salen todos esos penes.