Tradicionalmente, Francia ha sido sinónimo de lujo. El efecto del “gusto francés” ha ido más allá de las firmas de moda contemporáneas como Dior, Chanel y Hermès y de la sofisticada gastronomía nacional, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Uno de los lugares donde más ha calado el gusto francés a lo largo de la historia ha sido España. Los primeros signos de este fenómeno comenzaron en el siglo XVII, cuando la Francia de Luis XIV se convirtió en la principal potencia europea. No obstante, fue a principios del siglo XVIII, con la llegada de Felipe V y de la dinastía de los Borbones al trono español, cuando lo francés se convirtió en sinónimo de máximo refinamiento. En su deseo de copiar a la corte de Versalles, tanto miembros de la realeza como nobles y aristócratas adquirieron todo tipo de pinturas, esculturas, joyas, cosméticos, textiles y moda originarias de Francia.
Ese afrancesamiento prosiguió bajo el reinado de Carlos IV, ya a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, época en la que “se empiezan a importar muchas obras procedentes de París”, explica a COOLT la historiadora de arte Amaya Alzaga Ruiz, comisaria de El gusto francés y su presencia en España siglos XVII-XIX, una exposición que analiza la influencia gala en la cultura española y que hasta el próximo 8 de mayo permanecerá en la sede de Fundación MAPFRE en Madrid.
Alzaga recuerda que residencias reales como La Casa del Labrador en Aranjuez fueron decoradas “con compras procedentes de París”. Algunos de esos objetos de importación de la realeza española (tejidos, relojes, taburetes...) nutren el fondo de una muestra que también exhibe diversos retratos de aristócratas españoles asentados en la capital francesa. “En el siglo XIX se produce el fenómeno de irse a retratar a París, ya que lo ideal en esa época era pasar unos meses en esa ciudad y hacerse fotos en papel o plasmar su imagen en un lienzo o en una escultura”, dice la comisaria.
Inevitablemente, esa asociación de lo francés al buen gusto y al savoir vivre (saber vivir) no se limitó a la realeza y la nobleza. También acabó calando en la burguesía y otras capas sociales menos privilegiadas. “El fenómeno, hasta cierto punto, pervive hasta hoy. Un ejemplo actual claro: los grandes grupos de moda siguen en manos de los franceses”, dice Alzaga.
La evolución de una moda
Procedentes de una cuarentena de prestadores distintos, el centenar de pinturas, dibujos y esculturas exhibidas en El gusto francés permiten trazar la evolución de esa francofilia española, un episodio poco explorado en la historia del arte nacional. En ese sentido, destacan obras como el Retrato ecuestre del Delfín de Francia a los tres años, de Jean Nocret (1665), en el que el primogénito de Luis XIV de Francia y de María Teresa de Austria aparece dirigiendo a un caballo con la actitud de un antiguo emperador de Roma; o el retrato de la duquesa de Beaufort-Spontin a cargo de Anicet-Charles-Gabriel Lemonnier (c.1789), una pintura en la que el gesto de la protagonista evoca los tiempos difíciles de la época de la Revolución.
Las últimas secciones de la exposición organizada por Fundación MAPFRE muestran obras en las que se puede apreciar la decadencia del monopolio francés hacia 1870, cuando España se había convertido en un modelo romántico, gracias sobre todo al interés que despertaba fuera de sus fronteras el imaginario andaluz. “En esta época ya está de moda lo español, asimilado a lo exótico, al viaje pendiente por hacer. Un acto determinante en esa apertura fue cuando Eugenia de Montijo se hizo retratar en París, siguiendo la tradición francesa a caballo, pero vestida de española, con el traje de montar de rondeña”, explica la comisaria. Producciones culturales como la obrea teatral Hernani de Víctor Hugo o la ópera Carmen de Prosper Mérimée también afianzaron esa moda hispana.
Un gusto que también llegó a América
La moda, la decoración y la arquitectura inspiradas en el gusto francés no fueron patrimonio de España: en América, algunos gobernantes de la época también adoptaron esa sensibilidad estética. Por ejemplo, en México, el presidente Porfirio Díaz fue un fiel admirador de Francia, a la que consideraba un modelo a seguir. Una fascinación que tuvo su plasmación en la decoración francesa del castillo de Chapultepec, el único fuerte monárquico de América, donde Díaz residió por más de 30 años.
Como explica Alzaga, ese influjo transoceánico se produjo a finales del siglo XIX, “cuando deja de estar de moda el gran tour a Italia y lo elegante es tener casa en París e ir de compras a los Campos Elíseos”. El fenómeno se extiende por el continente con los grandes coleccionistas americanos que viajan temporadas largas a Francia para estudiar los códigos de la elegancia, porque asocian el lujo a la corte de los Luises. “Así es como empiezan a vestirse a la francesa y a levantar construcciones inspiradas en la elegancia de Versalles, como hizo Porfirio Díaz en México, o como se puede ver en Buenos Aires, que hasta ahora se le llama ‘El París de Sudamérica’, pero esa es otra historia”, concluye la comisaria.