Detrás del telón, los músicos se aglomeran alrededor de un teléfono para saludar a Henry Martínez, quien está conectado a una videollamada. Es el protagonista de este día, pero no vendrá hoy. Se quedará en casa, descansando. A instantes de que el público comience a entrar, escucho que alguien —como matizando su ausencia y, al mismo tiempo, subrayando que con su música será omnipresente— le dice: “¡Te queremos mucho! ¡Estás aquí, con nosotros!”.
Estoy al borde del escenario y no alcanzo a oír qué responde el maestro. Tengo el impulso de acercarme. No lo hago porque, de inmediato, el barullo de voces se convierte en un largo silencio. No se puede hablar; los asistentes ya empiezan a ingresar a la sala y a acomodarse en sus butacas. La función va a arrancar. Henry seguirá la transmisión en vivo a través de Instagram. Desde su cama recibirá aplausos y el cariño de tanta gente que desea que pronto recupere su salud.
* * * *
Hijo de un radiólogo y de una enfermera, Henry Martínez nació en 1950 en Maracay, una calurosa ciudad a hora y media de Caracas. Es el tercero de cuatro hermanos que crecieron escuchando mucha música. Uno de ellos le enseñó a tocar el cuatro y fue como si le señalara un destino: a los 12 aprendió a ejecutar también la guitarra, a los 18 ya escribía canciones. Si bien al recibirse de bachiller se mudó a la capital para estudiar medicina en la Universidad Central de Venezuela, nunca abandonaría la música. Estaría siempre navegando entre esas dos aguas tan disímiles.
Se graduó de doctor, se hizo especialista en medicina familiar, pero en los tiempos libres se dedicaba a componer, a acompañar a cantantes como Lilia Vera y Jesús Sevillano (dos de quienes participarán en este concierto). Compartía escena con figuras como Joan Manuel Serrat y Mercedes Sosa. Cecilia Todd grabó un disco con sus canciones que sonó mucho, sobre todo en Argentina. En algún momento, Henry se mudó a Estados Unidos y fue contratado por más de dos años como compositor exclusivo de la disquera Warner. Su labor consistía en entregar unos seis temas al final de cada mes. Aquella dinámica, intensa y fructífera, le mostró cómo funciona la industria, le enseñó las claves de la música comercial y le dio satisfacciones: una de esas piezas fue grabada por Marc Anthony y otra, por Jerry Rivera.
“Me sentí muy alegre en aquel momento —contó alguna vez en una entrevista—, pero cuando salí de allí volví a hacer mis canciones complicadas: canciones que decían las cosas de otra manera, con tétradas, con un poquito de poética”.
Ni tan poquito, podría acotarse a esa afirmación. Porque se notan, en sus más de 200 temas, el esmero y la precisión en el uso de la palabra. Sus letras son más bien poemas que abordan con profundidad asuntos densos como el amor, el desamor, el arraigo, la soledad, la añoranza y la felicidad.
El maestro Aquiles Báez, compositor y guitarrista venezolano con quien trabajé varios años, decía que Henry Martínez es el más grande letrista contemporáneo que ha tenido el país: “Es profundo, hondo, lleno de verdad. Alcanza un nivel que para mí solo tienen Juan Luis Guerra o Chico Buarque, esos monstruos de la creación”, agregaba, como tratando de explicar con ejemplos la magnitud del ingenio de su amigo.
Hubo un tiempo en que Aquiles se interesó en conocer cómo era el proceso creativo de Henry. Lo invitaba a la oficina, siempre los martes por la tarde, y se encerraban por horas, a intercambiar ideas: “¿Qué haces primero, la música o la letra? ¿De dónde sale la inspiración? ¿Qué tanta musa se requiere? ¿Henry, en qué estabas pensando cuando en ‘Oriente es otro color’ incrustaste la palabra ‘azafranado’ para describir el color del sol? ¿Cómo se te ocurrió?”.
Yo escuchaba en silencio aquella cátedra de escritura. Más de una vez tuve la tentación de grabarlos para atesorar sus disertaciones. Nunca lo hice. Ni siquiera cuando se propusieron hacer una canción juntos —fundir letra, melodía, armonía; todo a cuatro manos—, a fuego lento, sin prisas. Se dispusieron a explorar lo intangible. Y transformaron sus reflexiones en un merengue que le dedicaron a la ciudad: a esta ciudad.
* * * *
Antes de que surgiera la idea de este espectáculo que ya comenzó, yo tenía meses tratando de entrevistar a Henry Martínez. Lo llamé y le escribí en distintas oportunidades, pero no logré comunicarme con él. Desistí cuando una buena amiga suya me dijo que él estaba pasando por un mal momento de salud y que me mandaba a decir que lamentablemente no podría atenderme.
Semanas después, supe que el mal que le aquejaba era un cáncer intestinal. Debían operarlo, requería un tratamiento de quimioterapia y necesitaba ayuda para costear los gastos mayúsculos que ese proceso suponía.
No era de extrañar que así fuera. El sistema público de salud en Venezuela no funciona; y, en medio de una persistente crisis económica, 9 de cada 10 ciudadanos no tienen cómo pagar un seguro médico privado. Henry (o un familiar suyo) debió hacer lo que tantos hemos hecho en algún momento de desespero: abrir una campaña de recolección de fondos en Gofundme, la plataforma en la que los venezolanos invocamos la solidaridad para tratar de solventar urgencias médicas.
Luego, una productora local tuvo la iniciativa de hacer un concierto y donarle el dinero recabado en la taquilla. Lo nombraron “De su savia y corazón”, en un claro guiño a una de sus composiciones, y dejando ver que el recital —celebrado en el Centro Cultural de Arte Moderno de Caracas— se basaría en el repertorio que Henry ha compuesto a lo largo de décadas.
Fueron tantas agrupaciones y solistas de distintas generaciones que quisieron unirse que una sola función se quedó corta, por eso son dos: esta que ya comenzó, y otra, que será esta tarde.
Son más de 50 músicos los que ya comenzaron a pasar por ese escenario
Todos, después de cantar, le expresan sus buenos deseos al maestro:
“A tu salud, Henry”.
“Que te mejores pronto”.
“Sanación”.
“Salud, salud, mucha salud”.
“¡Que viva Henryyyyy!”.
Entre presentaciones, mientras acomodan los instrumentos que van a usarse en lo sucesivo, en una pantalla que cuelga sobre la tarima se proyectan pequeños videos con más mensajes de ánimo, agradecimiento y cariño:
“Venezuela, América Latina y el mundo le deben tanto a tus canciones que es impagable”, dice Ignacio Izcaray desde España.
“Has vestido de poesía nuestra vida, nos has enseñado tu pasión por la palabra, has cambiado mi vida para bien, ha sido un lujo y un honor trabajar contigo. Me uno a este coro de voces para mandarte las bendiciones y el amor para que te sanes pronto”, dice Luz Marina Rivas desde Estados Unidos.
“Quiero estar con todos vosotros y vosotras en este homenaje que hoy le rendimos a ese extraordinario músico, autor, cantante, artista, sobre todo compañero; a esa buena persona (...) Ya ves el cariño que te tiene la gente. Y no es para menos. Has sido un artista redondo, y espero poder darte personalmente este abrazo que te mando. Gracias a todos por estar ahí acompañándole”, dice Joan Manuel Serrat desde España.
“Quiero que sepas que estoy aquí, cerquita, abrazando tu luz, tu ser, con todo mi cariño, te mando un abrazo, te quiero mucho”, dice Carlos Aguirre desde Argentina.
* * * *
Los compositores casi siempre se quedan tras bastidores. Los aplausos suelen llevárselos quienes se paran en el escenario a darle vida a una pieza que no crearon pero que hacen suya. Hoy no es el caso. Más que conciertos benéficos, estos son sendos tributos que celebran al autor y a su obra.
Eso pienso ahora, ya en la segunda función, cuando la señora que está a mi lado escucha una de las interpretaciones y le dice a su acompañante que no sabía que Henry Martínez había escrito esa letra: “Me la sé, me la sé de principio a fin… me estoy dando cuenta de que me sé tantas canciones suyas… y no sabía que eran de él”.
No conozco todos los temas que han sonado; me ha emocionado descubrir algunos hoy. Pero desde esta mañana he tarareado la mayoría, imbuido en un caudal de melodías que me llevan irremediablemente a mi pasado.
Recuerdo que me costó mucho aprenderme los trabalenguas de ‘Los grifiñafitos’ en el coro infantil al que íbamos mis hermanos y yo.
Recuerdo, con ‘Tiempo de Esperanza’, mi adolescencia, el grupo musical del colegio, las horas escuchando Pomarrosa, ese dúo de cantantes que hoy también se hizo presente.
Recuerdo el amargo desamor que viví con ‘Sentida canción’.
Recuerdo que cuando mi hermana migró le dediqué ‘A tu regreso’.
Recuerdo que en un festival de canto universitario en el que participé le rindieron homenaje a Henry Martínez, y él fue y cantó ‘Venme a buscar’; y esa noche volví a casa con un tronquito de madera como trofeo que lleva su nombre. Aun lo conservo. Lo tengo en el recibo de mi casa.
Recuerdo que uno de aquellos martes en que el homenajeado de hoy fue a la oficina, yo estaba de cumpleaños. Me picaron una torta. Aquiles con la guitarra y Henry con el cuatro, me hicieron cantar ‘Oriente es otro color’ —esa que ahora están interpretando en el escenario— y me puse nervioso, desafiné como siempre, casi olvido la letra, pero él, generoso, me dijo: “Cantas bonito”.
Recordar… recordar viene del latin recordis, que significa “volver a pasar por el corazón”. Estos sonidos configuran un espejo retrovisor que me muestra de dónde vengo, flashes de mi propia existencia. Son parte fundamental de la banda sonora de mi vida. Ahora, que me levanto a aplaudir y a cantar desde el público la última canción, siento gratitud hacia un autor que me ha acompañado a transitar la vida. “La música salva, sana y acompaña”, le digo a una de las productoras del espectáculo al despedirme. Ojalá se lo haya dicho a Henry, aunque seguramente él ya lo sabe.