Feminista, ecologista preocupada por los problemas medioambientales, interesada por los trastornos relacionados con la salud mental que sufrió en primera persona, Leonora Carrington aparece ahora con la fuerza de un icono que ha encontrado, por fin, su momento. Sus intereses son los de esta época y a esta época le interesa definitivamente Leonora Carrington, una artista etiquetada —despachada a menudo rápidamente— como surrealista, cuya peculiaridad languidecía a la sombra de Max Ernst. Y ella se reivindicaba así hacia el final de su vida, en entrevista con Silvia Cherem, rescatada por Germaine Gómez Haro: “Aunque me atraían las ideas de los surrealistas, no me gusta que hoy me encajonen como surrealista. Prefiero ser feminista. André Breton y los hombres del grupo eran muy machistas, solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos. Además mi reloj no se detuvo en ese momento, solo viví tres años con Ernst y no me gusta que me constriñan como si fuera tonta. No he vivido bajo el embrujo de Ernst: nací con mi vocación y mis obras son solo mías”.
Bajo el título de Revelación, una selección de esas obras suyas se puede visitar hasta el 7 de mayo en la sede de Fundación MAPFRE en Madrid. Leonora Carrington se revela y se rebela a través de 188 piezas —entre pinturas, dibujos, fotografías, esculturas, tapices y documentos, algunas de ellas de figuras de su entorno más cercano— que integran la primera exposición antológica que se le dedica en España. Los encargados de organizar este viaje por su arte, un “mundo fascinante de rituales mágicos donde nada es lo que parece y suceden las más increíbles transformaciones”, son los comisarios Tere Arcq, que le dedicaba esas palabras, junto con Carlos Martín y Stefan van Raay, director del Cobra Museum voor Moderne Kunst de Amstelveen, en Países Bajos. Más de 60 prestadores participan en la muestra, entre ellos instituciones como el MoMA, el San Francisco Museum of Modern Art, el Art Institute of Chicago, el Museo Reina Sofía o el Museo de Arte Moderno de México.
Comienza la huida
Leonora Carrington nació en 1917 en Clayton-le-Woods, Inglaterra, en el seno de una familia acomodada, lo que le permitió, con 15 años, viajar a Florencia para estudiar pintura de los maestros antiguos italianos. Eso le interesaba mucho más que la educación convencional, en cuyos centros no encajaba y de los que fue expulsada en varias ocasiones. De regreso a Reino Unido, Leonora prosiguió los estudios de arte en Londres. Allí conoció el surrealismo y a los surrealistas. No es hablar por hablar: con Max Ernst, 27 años mayor que ella, inició una relación sentimental que sus padres aborrecían.
Primero la pareja vivió en París, pero enseguida se trasladó a la Provenza, a Saint-Martin-d’Ardèche, a una casa del siglo XVII situada entre viñas y huertos cuya rehabilitación los artistas emprenden “en términos de autorretrato”, como señala el comisario Carlos Martín, o de “obra de arte total”, como apunta Tere Arcq. Ernst se ocupó principalmente del exterior, mientras que, relata Martín, “la obra de Carrington queda, de modo significativo, circunscrita exclusivamente al interior y tiene en los límites del mobiliario de la casa su marco de actuación. Esto, en un giro del destino que es de una cierta justicia poética, ha permitido que sus obras hayan conservado su integridad mejor que las de Ernst”.
Juntos pintan puertas, ventanas y muros con figuras híbridas y criaturas protectoras, como la quimera que en su origen decoraba la puerta de acceso a la antigua cocina. De esta época es la primera versión del cuadro The Horses of Lord Candlestick (1938), donde ya se muestra el interés de Carrington por los procesos de transformación y humanización del caballo, que de manera singular expresa la rabia y la rebelión de la artista hacia su progenitor. El enigmático lord Candlestick, que no aparece en la obra, no es otro sino su padre, Harold Carrington, a quien, tras su marcha a Francia, Leonora no volverá a ver nunca más.
Tocar fondo: ‘Memorias de abajo’
Como al resto de Europa, el nazismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial trastoca los planes de la pareja. Ernst es arrestado por su origen alemán —es considerado enemigo de Francia— y Carrington huye a España en 1940. En el texto donde relata la partida escribe: “Volví a casa y me pasé la noche ordenando cuidadosamente las cosas que pensaba llevarme. Cupieron todas en una maleta que tenía, debajo de mi nombre, una plaquita de latón incrustada en la piel en la que estaba escrita la palabra REVELACIÓN”. Y es que, junto a la faceta de pintora, Carrington siempre cultivó la escritura. Ambas facetas se apoyan, se subrayan o complementan, como ocurre con el caso de la obra Hyena in Hyde Park (1935), uno de sus lienzos más tempranos y que tiene su correlato en el cuento que escribe en ese mismo año con el título ‘La debutante’, en el que satiriza sobre su propia presentación en sociedad ante la corte del rey Jorge V.
Más explícita todavía es la relación entre su cuadro Down Below, de 1940, y las dolorosas memorias de esos años que, con el mismo título, escribirá en 1943. En España, las ha publicado Alpha Decay con el título Memorias de abajo. A ellas corresponde al párrafo anterior donde Carrington relataba su partida. Y relata más cosas que sucedieron y que Carlos Martín expone en el catálogo de la exposición Revelación: “Una vez llegada a Madrid, vive lo que se suele interpretar como un brote psicótico. Sea o no ese el diagnóstico, lo cierto es que ella iba anunciando en sus últimas cartas a Leonor Fini, con extraordinaria lucidez, su acercamiento a la locura. Sin embargo, hay un detalle que, sorprendentemente, la literatura sobre Carrington suele pasar por alto, acaso porque queda en el inicio de un relato que se complica a cada palabra o porque resulta tan doloroso que tampoco Carrington se detiene en él. Es el hecho de que Leonora Carrington fue víctima en Madrid de una violación en grupo por parte de hombres pertenecientes a las milicias carlistas”. La dramática experiencia tiene su continuación en forma de ingreso en un sanatorio psiquiátrico en Santander. Más tarde, Leonora afirmaría que el miedo a los nazis y la estancia en aquel hospital habían sido las dos peores experiencias de su vida.
Una nueva vida en América
En julio de 1941, con 24 años, Leonora Carrington deja atrás la tortuosa Europa y tras pasar por Nueva York —donde se encuentra con la comunidad de artistas surrealistas que, al igual que ella, habían huido de una Europa y una España en guerra— recalará en México. Pero no tan deprisa: lo que ha vivido necesita asimilarse, y la obra de Carrington, con una iconografía que resulta cada vez más compleja, se dirige a la elaboración del duelo de su experiencia de la contienda, de una enfermedad mental y de un encierro, al que se une ahora el del exilio. “El arte fue una terapia para Leonora”, explica a COOLT la comisaria Tere Arcq. “Estaba enfocada en su creación y en una eterna búsqueda personal de entenderse a sí misma, de entender su lugar en el universo”, agrega.
Dos obras son reveladoras del estado de la artista: en Brothers and Sisters Have I None (1942), la pintora hace explícita su soledad descarnada y su doble exilio respecto de una Europa destruida y de una familia de la que reniega. En Green Tea (1942), Carrington se retrata inmovilizada en una crisálida, con un fondo que remite al paisaje inglés, al toscano de la pintura italiana y al parque del sanatorio de Santander. La inmovilidad de la protagonista, que espera una nueva vida con alas, se suma a la de las dos yeguas-perro que están atadas, sujetas como ella había estado a la cama del hospital.
En 1943, Leonora ya está en Ciudad de México, donde le esperan nuevas amistades —muchas, con raíces en Europa—, como Kati y José Horna, Remedios Varo y Benjamin Péret; una nueva pareja, el fotógrafo Emerico Weisz, alias “Chiki”; nuevas experiencias como la maternidad, y con todas estas novedades, nuevos temas y técnicas para su arte. Visiones familiares e infantiles cargadas de melancolía, criaturas mixtas, animales fantásticos que parecen sacados de las obras de Lewis Carroll pueblan las obras de estos años, que evocan también sus descubrimientos en Florencia, pues con frecuencia se trata de lienzos en formato horizontal y tonos que recuerdan a los del Trecento y Quattrocento de los maestros toscanos, realizados al temple.
Leonora Carrington se agiganta
Los animales, la ecología, la mujer, las artes adivinatorias y las corrientes esotéricas son nueva líneas argumentales para Carrington, pues las considera una ruta alternativa y privilegiada para acceder al inconsciente y a los enigmas del ser humano y la naturaleza. Con la pintora Remedios Varo —“su más cercana amiga”, recuerda Tere Arcq— y la fotógrafa húngara Kati Horna se adentra en el mundo de la magia, pues las tres la entienden como una herramienta de recuperación de los poderes femeninos “prohibidos”.
En este contexto, Leonora Carrington se agiganta, se vuelve diosa. Representativos de esta época son trabajos como The Giantess (1947), la primera de muchas obras donde la protagonista es una diosa, Deméter en este caso, que aquí sostiene además un huevo, asociado en diversas mitologías con el origen del mundo. Sin duda, no es casual que Carrington cree esta pintura estando embarazada de su segundo hijo.
En 1948, Carrington realiza Le Bon Roi Dagobert (Elk Horn), donde se representa a sí misma como la Diosa Blanca, en alusión al ensayo homónimo de Robert Graves. La lectura de este libro supone, según la autora, una de las más importantes revelaciones de su vida. En la narración, Graves se centra en la recuperación de distintos cultos en torno a deidades femeninas que han desaparecido a lo largo de la historia, pero que han sobrevivido en fábulas y poemas de forma oral. La Diosa Blanca, cuyo culto fue destruido por el patriarcado y es recuperada por Graves, es símbolo de la fuerza y el poder femenino. El descubrimiento de la Diosa Blanca de Graves alimentó la conciencia feminista de Carrington. “La mayoría de nosotras, espero, somos ahora conscientes de que una mujer no debería tener que pedir Derechos. Los Derechos estaban ahí desde el principio; hay que Recuperarlos, incluidos los misterios que eran nuestros y fueron violados, robados o destruidos”, señaló la artista.
Encargos, revueltas y honores
En 1963, Carrington recibe un encargo importante: pintar el mural El mundo mágico de los mayas para el Museo Nacional de Antropología en Chapultepec, Ciudad de México. La artista plasma aquí su visión de la cultura maya y capta el espíritu mágico y el sincretismo singular de la región de Chiapas, a la que viaja para realizar los estudios preparatorios de su obra. En una compleja composición en tres planos, las montañas y los cielos ocupan la zona superior, transitados por dioses y criaturas fantásticas como la serpiente emplumada; en el centro se despliegan cuidadosamente el paisaje, los rituales de los indígenas y la arquitectura; y en la zona inferior se abre el Katibak (Xibalbá), el inframundo maya, unido con la superficie por una gran grieta en una imagen, muy propia de Carrington, de convivencia de mundos opuestos.
Tras las revueltas estudiantiles y la Masacre de Tlatelolco, en 1968, Carrington se revuelve y decide abandonar el país con sus hijos. Durante los 25 años siguientes vive en Estados Unidos, primero en Nueva York y más tarde en Chicago. Es ya una artista prestigiosa y reconocida, pero no se asienta: sigue sus investigaciones y, en los ochenta, comienza a fundir esculturas en bronce.
Su última década es la de los reconocimientos y premios. En 2000 es nombrada Ciudadana de Honor de México D. F., adonde había regresado en 1990, y en noviembre de este mismo año recibe la condecoración de la Orden del Imperio Británico en la residencia del embajador de Reino Unido en México. En 2005 recibe el Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes, otorgado por el Gobierno mexicano. Pero no son solo este tipo de medallas institucionales las que por fin reconocen su trayectoria; es la confluencia de los temas que había tratado en su pintura y sus focos de interés los que son compartidos por un número cada vez mayor de personas que parecen darle la razón a quien se había retratado a sí misma como un “animal humano hembra”.
Su amor por los animales, un motivo constante en su obra, se transforma con el paso del tiempo en una visión ecologista que siempre resultó muy avanzada para la época, pues la autora expresa con frecuencia su indignación ante la actitud depredadora de la especie humana y su maltrato hacia el ecosistema. Su conciencia ecológica está a su vez muy ligada a la feminista, pues para Carrington es tan solo a través de la recuperación del poder por parte del matriarcado como se puede transformar el mundo y salvar al planeta de la destrucción. Un ejemplo más de la contemporaneidad de Leonora Carrington, que murió el 25 de mayo de 2011 a la edad de 94 años.