Cuando el fotógrafo Xabier Santakiteria vivía en Pamplona, en la comunidad española de Navarra, disfrutaba sacando su cámara en la temporada de invierno para registrar cómo la temperatura alteraba la apariencia de las hojas de los árboles. Era un motivo fotográfico irresistible.
Años más tarde, instalado en Ciudad de México, Xabier recordó aquel efecto del frío extremo sobre las hojas en su tierra natal. En su nuevo hogar, los paisajes gélidos se encontraban lejos, pero una pregunta le pasó por la mente: “¿Qué pasa si meto plantas en el congelador?”. Él tenía un helecho en casa. Cortó un par de hojas y las puso en una bandeja de cristal que guardó en el congelador.
Al sacar la bandeja y comenzar la labor fotográfica, Xabier descubrió que el hielo se fracturaba, generando burbujas y líneas. Unas posibilidades visuales que antes no había percibido. Aunque no le encantó el primer resultado, sabía que estaba ante un nuevo proyecto, uno que le tomaría años realizar. Era una forma distinta de abordar su principal interés, la naturaleza. Había nacido su serie fotográfica más ambiciosa.
Desde niño, Santakiteria (Pamplona, 1973) fue un amante de las montañas. Solía frecuentar con su familia los senderos rurales del País Vasco, maravillándose con la fauna y la flora locales. Ese apego por el medio ambiente lo llevaría a cursar la carrera de Biología en la Universidad de Navarra. Sin embargo, Xabier se dio cuenta de que prefería fotografiar la naturaleza que estudiarla científicamente, así que abandonó la academia, realizó un curso de fotografía y empezó a exponer sus imágenes.
Tras algunos empleos en diferentes organizaciones no gubernamentales en su ciudad, se trasladó a las islas Canarias, donde siguió desarrollándose como fotógrafo, para recalar después en Ciudad de México, su base de operaciones desde 2010. Todo ese tiempo, el tema preferido de Xabier ha sido la naturaleza, que ha retratado en lo general y en lo particular, en el paisaje y en la macrofotografía.
En años recientes, Xabier ha logrado exponer sus imágenes de flores congeladas en espacios destacados de Ciudad de México, como el metro o la galería de Canon Academy. En sus fotos, las plantas tienen un tipo de vida muy peculiar: están dentro de bloques de hielo, exponiendo sus colores con una intensidad mayor, en composiciones que permiten apreciarlas en sintonía con el mundo interior del hielo. Es un tratamiento que busca retratar la naturaleza con una fuerte carga pictórica. Y que es el resultado de un proceso concienzudo.
“Lo primero es tratar de colocar las flores en un recipiente de la mejor manera posible, porque flotan y hay que tratar de mantenerlas separadas. Eso es casi la mitad del secreto”, explica Xabier en conversación con COOLT. “Después, hay que congelar el recipiente lleno de agua. Cuando sacas el bloque de hielo, a los dos días, hay que lavarlo con un poco en agua para que quede más transparente. Y hay que cuidar mucho la iluminación”. La idea, dice, es que la imagen capturada sea la definitiva, y que apenas requiera trabajo posterior de edición.
- Las flores congeladas pueden hacer pensar en varios géneros pictóricos y fotográficos: bodegón, naturaleza muerta, fotografía botánica, ilustración científica...
- Pues, la verdad, si alguien me dijera que hago bodegones, me sorprendería, no me han interesado demasiado. Pero, de alguna manera, sí hago fotos de naturaleza muerta, es una línea que llevo con los años. La ilustración científica es otra influencia. Sobre todo, los dibujos que hacían los ilustradores que acompañaban a exploradores como Humboldt o Darwin; tenían mucha fuerza artística, calidad estética. También me parecen muy interesantes los dibujos de plantas qué hay en códices mayas, que son cercanos a ilustración científica.
- ¿Dirías qué en tus fotografías hay un micropaisaje?
- Sí, una vez hice una exposición que se llamó Paisajes que caben en la palma de una mano. Puedes encontrar elementos como mares, bosques, montañas; todo en tres centímetros. Una de las fotos, que yo le llamé El iceberg en la tormenta, es un iris, un pétalo morado con un poco de amarillo, y pareciera que está en medio de un mar muy agitado. Si te pones a analizarlo, lo pequeño y lo grande no tienen tanto que ver, pero a veces lo pequeño se reproduce en lo grande. Podemos encontrar paisajes en lo micro y cosas micro en lo macro: constelaciones, estrellas, galaxias, cosas que parecen materia subatómica. Es como la onda de los fractales: todos juntos hacen una forma que es similar a las pequeñas formas.
Todo mi trabajo es un agradecimiento a la vida, a la madre naturaleza; es un asombro ante la riqueza del mundo y de sus formas. Podría ser una definición que a mí me sirve para entender mi obra. Como una oración, en el sentido de rezo. De pequeño, yo era como un chamán, dejaba ofrendas a los animales. Luego me volví científico y racional. Con mi fotografía estoy volviendo a esa espiritualidad.
- Parece que en tus flores congeladas hay una descripción visual de las emociones, como algo que va de lo interno a lo externo.
- Totalmente. Al principio, mi intención era puramente plástica, me interesaban los movimientos y colores. Conforme fui haciendo más y más fotos, comencé a racionalizar el proceso. Todas estas flores congeladas son un reflejo de emociones, pero no de emociones vividas en el momento, sino de sus recuerdos. La historia de las flores congeladas es sobre el acto de entender que hay momentos alegres y tristes, incluso pequeños traumas, que se congelan adentro de nosotros, y que vivimos mediante esas emociones y esos recuerdos. Hay que abrazar esos núcleos fríos, que pueden encerrar dolor o felicidad, pero que están obstruyendo. Estas flores están en un proceso interesante, porque después viene el deshielo y quedarán destruidas. A nivel puramente plástico, me interesa la sensación de vida de algo que ya está muerto.
- ¿Y por qué empleas tanta saturación cromática?
- Influye mucho vivir en Ciudad de México, que es una ciudad bastante gris. Estas fotografías coloridas me quitan la sed de color, me dan vida. No es tanto una saturación en posproducción, sino buscando colores saturados desde la captura. Va todo dirigido a lo mismo: al principio, el proceso fue plástico; después, lo trabajé conceptualmente, empecé a acercarme a la idea de las cosas que hemos vivimos que se ven en las flores. Es algo que percibimos como algo más real que el presente.
Quiero que esa sensación de vida y realidad quede en esa flor congelada, con tanto movimiento como una viva. Para eso, no ayudan los colores poco saturados o muy apagados, con poco brillo. Entonces, busco iluminaciones que refuercen el color.
- ¿Dónde está la fuerza estética de la fotografía macro?
- Desde muy niño, me gusta ver la naturaleza, descubrir esos pequeños mundos dentro de las cosas que pasan desapercibidas. Quiero mantener esa capacidad infantil de sorprenderme por cosas que pudieran parecer obvias, pero que, al verlas de cerca, muestran elementos con posibilidades plásticas o fotográficas. Puedo estar horas dándole vueltas a un ramo
Para mí, hay dos maneras de hacer fotografía macro, que equiparo a los procesos de los pintores: una es de pinceladas finas y otra, de pinceladas gruesas. En una cuido lo técnico, el enfoque, la exposición, la iluminación; busco un resultado estético interesante, con trípode, con flashes de estudio, paso más tiempo haciendo cada toma para que se aprecien más detalles. Y la otra es con la cámara en la mano, para poder pescar cosas que no están del todo enfocadas, que son mucho más expresivas. Como el pintor que cuida cada pincelada y se avienta tres meses en un cuadro o el que da pinceladas más enérgicas. En las fotos de las flores congeladas hago las dos cosas: exploro el bloque de hielo y después me pongo a jugar, a buscarle más ángulos.
- Sueles trabajar dos tipos de composiciones: en unas, el plano detalle se hace más fuerte, y en otras, pareciera que creas un cuadro más complejo.
- Se pueden hacer tomas más abiertas, más completas, un poco más “barrocas”; y tomas más cerradas, con ángulos más extremos, donde busco más la simplicidad, buscando el minimalismo. Aunque el hielo siempre se comporta de maneras barrocas y no predecibles: qué burbujas hará, a dónde se va a mover, cómo alterará las flores…. El hielo tiene riquezas visuales. De hecho, probé con agua destilada, pero me di cuenta de que el agua de grifo es mejor, porque genera un hielo más sucio, que le da movimiento a la imagen.
El haiku es una influencia. Hay un poeta llamado Matsuo Bashō, que decía que el haiku es lo que está sucediendo en este instante y en este lugar: el absoluto presente. Eso es algo que está muy relacionado con la fotografía: el detener un instante del presente. Es una influencia para mí, porque esos poemas hablan de una vivencia donde el ego no está tan presente, es entender que es un momento significativo. Como una montaña en un llano. Eso es algo que está en mi fotografía en general y en las flores congeladas, aunque ahí el ego sí está más implicado. Pero siempre es tratar de fotografiar el flujo, el cambio, porque nada es permanente. Para mí es un esfuerzo intelectual y técnico tratar de lograr esa transición, esa impermanencia, con una herramienta que detiene el tiempo y recorta el espacio.