Artes

El infinito y sutil mundo de Pablo Bernasconi

El artista argentino crea imágenes que buscan la complicidad del observador. “Me gusta obsequiar una mirada”, dice.

Buenos Aires
Ilustración de Pablo Bernasconi para el libro 'Bifocal'. EDHASA

La primera dificultad que aparece ante el talento infrecuente, atributo con el que cuenta, en dosis ingentes, Pablo Bernasconi (Buenos Aires, 1973), es la de lidiar con nuestra pulsión por encasillar o precisar el tipo de tarea que desarrolla. Dibujante, ilustrador, artista o inventor de fantasías, lo que Pablo hace podría definirse como “poesía visual sincrética”. De acuerdo, es un eufemismo un tanto rebuscado, pero luego de años de contemplar su trabajo en libros, muestras o medios prestigiosos (The New York Times, The Wall Street Journal, The Times), luego de maravillarnos con el resultado de sus microcreaciones, la sensación que nos queda es que lo que Pablo persigue es la posibilidad de sintetizar y reducir una vida o un concepto a una idea profunda, es decir, alcanzar una imagen lo suficientemente lograda y poderosa como para albergar todo el peso del espíritu en esa unidad. Y, con todo eso, crear un mundo, el infinito y sutil mundo de Pablo Bernasconi.

Parece una tarea homérica, pero, curiosamente, cuando lo vemos produce el efecto contrario. Esa es otra maravilla que nos regala su trazo: la sensación de que, como la música de Leonard Cohen o de João Gilberto, su arte es susurrante y breve, y que, en esa economía de recursos, en esa austeridad en la que no sobra pero tampoco falta nada, palpita también una mirada del mundo, un mensaje humedecido de ternura.

Pero hay algo más, porque los elementos que componen esas creaciones parecen aleatorios, incluso absurdos en su dispersa simbología, pero no, son componentes esenciales, aunque tangenciales o metafóricos, en el ecosistema vital de lo retratado.

Y ahí viene la parte final, la que nos queda a nosotros, lectores. Porque los collages de Pablo no son una materia procesada y lista para ser consumida, sino que son imágenes que necesitan de la —breve— complicidad del observador, al menos para llevar adelante ese ejercicio que antaño solía tener prestigio y hoy parece subversivo: pensar. Cuando finaliza esa experiencia sensible, cuando volvemos a sumergirnos en nuestra rutina trufada de estímulos binarios y maniqueos, nos damos cuenta de que Pablo no solo capturó el alma de lo retratado, sino que traficó algo, nos llevó a mirar el mundo con sus anteojos.

Pablo Bernasconi, en su estudio, trabajando en una de sus composiciones. CORTESÍA

En diálogo con COOLT, Bernasconi se entrega a la charla y al intercambio de ideas. Premiado en todo el mundo, es alguien afable y simpático que probablemente esconde una timidez —los dibujantes suelen serlo— que el tiempo y la exposición han ido atemperando. Vive en Bariloche, provincia de Río Negro, una ciudad patagónica situada a 1.400 kilómetros de Buenos Aires, famosa por su centro de esquí, sus picos nevados, sus bosques y sus lagos que espejan el celeste de los cielos. Es un lugar que guarda un encanto silvestre que el progreso pareciera no haber podido profanar. Vive allí desde 2002, al poco tiempo de que la Argentina sufriera un accidente cerebrovascular, y de que su tejido social y psíquico se fracturase. Sobre el humo de aquellos últimos puentes, Bernasconi armó las valijas y tomó la ruta hacia el Sur, donde armó una familia. No fue una elección al azar, ya que ya antes había vivido allí, durante su infancia y adolescencia, previo a mudarse a Buenos Aires para estudiar diseño gráfico en la UBA. A comienzos de los años noventa consiguió trabajo en el diario Clarín, donde llegó a ser jefe de diseño del suplemento Sí!, legendario apéndice juvenil y rockero del periódico. En ese espacio comenzó a macerarse el “método Bernasconi”, esa manera tan particular de dibujar y armar collages.

Cuando sucedió el estallido de diciembre de 2001, Pablo ya venía colaborando para algunos medios extranjeros, y de hecho contempló la posibilidad del exilio. Sin embargo, prefirió quedarse, aunque también alejarse del centro de los hechos. “Fue un momento de quiebre. Estaba trabajando bien, y si bien tenía ofertas de trabajo del exterior, sentí que no podía irme de esa forma. Si no me iba a convertir en alguien que no quería ser, y el rencor nunca funciona. Venir a Bariloche fue ir al encuentro de un lugar más protegido. Me fui lejos, sí, pero estoy en Argentina. Y es un lugar hermoso”.

- ¿Cómo nace tu estilo, en qué te inspiraste y cómo se fue gestando esa personalidad tan definida que tienen tus dibujos y collages?

- Lo que me inspiró en realidad es la impericia para el dibujo, el hecho de sentir que siempre me faltaba algo para lograr un buen dibujo… A mí siempre me gustaron los grandes dibujantes: Carlo Alonso, Menchi Sabat, etc. E intentaba dibujar así. Practiqué mucho, intenté mucho, pero me daba cuenta de que nunca llegaba. Accedía como máximo a ser una imitación barata de ellos. Y eso, por supuesto, no era lo mismo. Me fui dando cuenta de que así no iba a llegar a ningún lado, de que me faltaba mucho para poder ofrecer algo distintivo. Ya estaba en Clarín, y ahí empecé a jugar con la idea del collage. Un diario te da mucha gimnasia, mucha técnica en la prontitud. Y a veces pasaba que la foto no llegaba y había que resolver. Empecé a jugar. Desde la irresponsabilidad, porque jugaba a ver qué pasaba. Y empecé a entender que desde ese lugar tenía mucho potencial. Se abría un abanico grande de posibilidades. Los collages me daban una identidad visual, y esa identidad visual empezó a crecer. Al tiempo lo empecé a usar en los libros, y a generar los retratos. Y empecé a jugar con el encuentro de objetos absurdos.

- Eso es lo que tienen tus creaciones, una especie de alquimia de objetos que a priori parecen ridículos: un gato negro que funciona como el cabello de Edgar Allan Poe, además de unos cuervos negros y un par de plumas.

- Sí, como uno de Pancho Villa, que está hecho con un pedazo de revólver, ajo picante y una tortilla. Lo que tiene el collage es que puede ser algo tridimensional. Es más una escultura que una ilustración. Es un encuentro lúdico. Y el premio, para el lector, es el hallazgo, el darse cuenta.

Edgar Allan Poe y Pancho Villa, vistos por Pablo Bernasconi. CORTESÍA

- En ese sentido, vos hacés partícipe al lector, hay una información añadida que no está explicitada del todo, hay algo que tiene que saber de antes, como el ladrillo que hace de nariz de Roger Waters.

- Seguro. Estoy en contra de que se trate al lector como alguien menos inteligente que el artista. Al lector hay que respetarlo, y una buena manera de respetarlo es no darle todo servido. Yo soy un agradecido de la Universidad de Buenos Aires. Allí también enseñé: fui jefe de trabajos prácticos. Pero siendo estudiante, recuerdo una cátedra en particular (de nombre Saavedra) que me enseñó a tener una mirada. En referencia al lector, tengo muy presente la frase de Saussure: “Yo sé que tú sabes que yo sé”. Hay que tener complicidad con el lector.

Además de tener una vasta producción destinada a los chicos (de hecho, fue finalista del prestigioso premio Hans Christian Andersen, considerado “el Nobel” de la literatura infantil), toda la obra de Bernasconi parece estar atravesada por la mirada cándida pero a la vez lateral de un niño, la de alguien que aún no fue contaminado, o al menos no lo fue del todo, por capas y capas de educación institucional.

- Hay una frase adjudicada a Picasso que dice que “un artista es un niño que logró sobrevivir”. ¿Estás de acuerdo?

- Sí, la mirada del niño es trascendental. Hay un poema de Louise Glück, que fue Premio Nobel hace muy poco, que dice: “Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”. La grandísima parte del material viene de esa mirada de niño. Por eso es tan importante la literatura infantil. Me dedico a eso, es algo que me importa mucho. Me importa tener una responsabilidad con las cosas que yo publico.

Ilustración de Pablo Bernasconi para el libro infantil 'Burundi: de osos, lechuzas y témpanos calientes'. CATAPULTA 

- En ese sentido, te escuché decir en una charla que un momento crucial en tu concepción de las cosas fue cuando tenías 8 ó 9 años y un compañero tuyo la preguntó a la maestra qué era el infinito. En la charla decís que su explicación después fue decepcionante, porque no tenía nada que ver con lo que pensabas o imaginabas. ¿Cuál fue esa respuesta?

- Sí, esa respuesta provocó mi primera gran angustia existencial. Recuerdo que me duró varios días. La respuesta de esa maestra fue una respuesta que tuvo que ver con la religión, y yo esperaba que tuviera que ver con la ciencia, al menos. O con cierta magia, incluso. Nunca tuve cariño por la religión. Y lo que escuché no me tranquilizó en absoluto. Lo que estuvo bueno es que me negué a creerlo. Me dije a mí mismo: “Esto no puede ser así”. En un sentido, fue muy sanador, porque me propuse buscar otra respuesta. Y tratar de encontrarla. Algo evidentemente se disparó en mi cabeza. Abrió distintos caminos de posibles respuestas a un enigma que nadie conoce.

- Bueno, un artista es un inconformista por definición. Y eso parecen ofrecer tus dibujos, caminos alternativos.

- Creo que ese es el registro del arte. A mí me gusta obsequiar una mirada. Descartar la condescendencia con el lector, exigirle algo. Es algo que en este momento no es demasiado frecuente. Me gusta transitar ese espacio. Exigir una emoción.

Don Quijote, por Pablo Bernasconi. CORTESÍA

- Esa exigencia tiene que ver con estar atento, ¿no? Me recuerda a una definición de Alberto Girri que dice que a la poesía no se la define, sino que se la reconoce. Hay que estar atentos para detectar esos momentos de conmoción.

- Claro, hay una construcción y una intención en el artista. Y uno como lector, la tiene que aplaudir. Ya es transgresor fomentar la inteligencia. Cuando uno encuentra un autor que apuesta a la inteligencia, es para aplaudirlo.

- Sobre todo en estos tiempos de grietas, de miradas binarias en las que parece que no hay lugar para los matices.

- Estamos cada vez más atravesados por esa realidad, en la que pareciera que el logaritmo solo nos permite acceder a aquellas cosas que concuerdan con lo que uno opina. Pero al mismo tiempo, las mismas redes, no con demasiado esfuerzo, nos permiten encontrar cosas distintas. Hay que hacerlo, hay que buscar. En ese sentido, yo creo que se trata más de fiaca que de grieta.

- Todo de algún modo nos lleva a luchar contra nuestra propia inercia, y seguir manteniendo la capacidad de sorpresa, ¿no?

- Claro, si dejás de sorprenderte, estás listo. Por eso me interesa tanto el lugar de la literatura infantil. Porque siempre está preguntándose cosas, mirando las cosas de otra manera.

Ilustración de Pablo Bernasconi para 'El amor en los tiempos de cólera'. CORTESÍA

* * * *

La mención de Leonard Cohen al comienzo de la nota no fue antojadiza. Salvando las distancias, no solo es posible encontrar una vinculación conceptual entre la tarea de orfebrería visual de Bernasconi y el genio musical del mítico cantautor canadiense. El mismo Pablo trabajó con algunos de los versos del autor de ‘Suzanne’ y tantos otros himnos. El resultado no podría ser más sorprendente, porque lo que el dibujante logra no es traducir en ilustraciones sus palabras sino introducirlas en un mundo onírico o de fantasía, algo que nos ayuda a descubrir los pliegues menos visibles de cada concepto, una nueva pantalla de expresión en la que conviven la letra del poema y lo que Pablo pensó para él.

Ilustración de Pablo Bernasconi para un poema de Leonard Cohen. EDHASA

- Es muy importante la poesía y la literatura en tu trabajo. ¿Cómo empezó esa relación?

- Bueno, por empezar mi vieja tenía una biblioteca muy grande. Mi familia era una familia con mucho acercamiento a las letras. Recuerdo que la biblioteca era muy alta, y a medida que subías, la temática de los libros se iba complejizando. Yo tenía que escalar para llegar a esos libros más complejos. Supongo que, en algún sentido, esa situación de tener que escalar modificó mi apetito por las mentes ajenas. Siento que Edgar Allan Poe o Maria Elena Walsh son mis tíos. Esa devoción requiere de un cuidado muy especial, porque cuando los dibujo siento que los estoy abrazando. Por eso, cuando tengo que hacer collages con autores que quiero, es cuando más tardo.

- Porque hay un componente emocional que es resbaladizo

- Claro. O tengo miedo de repetirme. Y el mejor homenaje es hacer algo original.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).