Si de una larga vida repleta de aventuras uno intentara seleccionar solo una imagen como escena inicial de una posible película, quizás no sería la de los grupos de cumbia peruana en concierto, en pleno fervor de multitudes, tampoco la incesante producción de miles de discos, el ingreso a los principales rankings nacionales o latinoamericanos, la formación de una generación musical imperecedera o la vigencia absoluta de los ritmos 50 años después de ser grabados. Todas ellas podrían mostrar la apoteosis, el éxito, la eternidad de géneros y sonidos, por supuesto. Pero la escena con la que comenzaría esta película en particular tiene a un muchacho con una cámara fotográfica Rolleiflex en la mano, sueños de ingeniero agrónomo en la maleta y el sonido de Los Panchos como emblema, en el aura, en la mirada, en la sonrisa.
Aquel joven, que había perdido a su hermana mayor y a su padre siendo muy pequeño, guardaba una especial relación con María, su madre, la mano segura, la sonrisa confiada, el gesto protector que caminaba por la casa escuchando tangos o boleros mientras hacía sus quehaceres y dejaba su estela de amor por todos los rincones. Ansioso por trabajar las tierras que le correspondían por herencia en Sicaya, Junín, en el corazón del Valle del Mantaro que era cuna de su progenitor, Juan Alberto Maraví Chombo partió hacia Argentina para convertirse en un profesional de la agricultura, sin imaginar que el último regalo que le daría su madre antes de partir, aquella pequeña maquinita que a ritmo de clics eternizaba la vida, lo convertiría en un hombre que sembraría semillas, sí; que cosecharía, también, pero no papas, zanahorias o trigo, sino un alimento destinado más al corazón o al alma que a la barriga: canciones de todos los sabores y de todos los colores.
En el Río de la Plata
En la Buenos Aires de los años cincuenta a la que él llegaría, su cámara lo sacaría pronto de las aulas y lo llevaría a la noche, a los conciertos, a la vida. Las imágenes que tomaba de artistas y su mundo en la bohemia cultural de esa gran capital lo acercarían a la radio y la radio difundiría su voz hacia miles de hogares de todo el país, convertido en destacado DJ de Radio El Mundo y, más tarde, famoso en Uruguay, como responsable de seleccionar lo mejor de la música de aquellos años en Radio Centenario. Era una época en la que los discjockeys y locutores elegían qué canciones podrían ser hits. Su trabajo le dio pronto la facilidad para concretar entrevistas con algunos de los iconos musicales de la época: Louis Armstrong, Paul Anka o Nat King Cole.
En una de esas escenas destacadas de la emocionante y alegre película que fue su vida, en aquella Montevideo del llamado “Uruguay feliz” de los años cincuenta —la década que comenzó viendo a los charrúas ser campeones del mundo en el Maracaná gracias al gol del eterno Alcides Ghiggia—, Alberto Maraví se cruzó un día en la calle, casualmente, con Julio Jaramillo, afligido pero sugestivo talento ecuatoriano que, a pesar de haber sumado ya algunos éxitos radiales, parecía no estar satisfecho tras su primera experiencia en Argentina. Tenía unos discos con él, que Maraví se comprometió a difundir. Acababan de conocerse, pero el entonces DJ y futuro productor admiraba su voz, macerada en miel, amor y alcohol infatigable. Como si él mismo le hubiera dicho “No puedo verte triste, porque me matas”, programó ‘Nuestro juramento’, tema que estaba en uno de aquellos discos y que se volvió, de inmediato, un suceso en la tierra del candombe y mucho más allá.
Fue también mientras trabajaba en Radio Centenario que apareció ante él un grupo de jovencitos tan imberbes como hábiles, oriundos de Paysandú, que se hacían llamar los Blue Kings y decían ser fans de su programa. La ronca y peculiar voz de su vocalista —un quinceañero Eduardo Franco— llamaría la atención del peruano, que les recomendó cambiar de nombre y ayudó a difundir su música en la radio. Hoy, el mundo los conoce como Los Iracundos.
Años antes, en Buenos Aires, como si cerrara un círculo iniciado en su infancia en casa y abriera uno nuevo brillante y propio, vio casualmente a Los Panchos en la calle desde la ventana de un departamento, bajó, cruzó la pista, se presentó ante ellos y concretó una amistad que soñó desde que su madre le regalara una caja de longplays con la música del célebre trío que atesoró para siempre. “Siempre fuiste la razón de mi existir/ Adorarte para mí fue religión”.
Desde la radio, Maraví empezó a mostrar un olfato capaz de trascender cualquier frontera. “Cada vez que me contaba algo de su vida, para mí era como estar en la película El gran pez. Todo parecía maravilloso, salido de la fantasía, pero realmente ocurrió”, nos dice Juan Ricardo Maraví, hijo y heredero musical del legado de su padre.
Residencia en tierra
Alberto Maraví se ganó el respeto y la fama por su criterio como programador musical, pero estaba lejos de convertirse en un sedentario triunfador dormido en sus laureles. Pronto dejó Uruguay, pasó un tiempo en Brasil —donde escuchó por primera vez ‘Mujer hilandera’, tema que convertiría en un éxito, traducido y producido para Juaneco y su Combo—, luego viajó a los Estados Unidos, adonde llevó a algunos artistas, se encargó de giras latinoamericanas —como la de Tito Rodríguez—, y siguió deteniéndose por horas interminables en las discotiendas de todas las ciudades del mundo que visitaba, fuera Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid o Roma, por la que pasó en numerosas ocasiones, cuando estaba de camino o de regreso del Festival de San Remo, que cubría en exclusiva. Fue precisamente allí donde, años más tarde, escuchó a la cantante italiana Angela Luce interpretando ‘Ipocrisia’, que Maraví tradujo al español para que Los Pasteles Verdes la hicieran inmortal en Latinoamérica.
A mediados de los años sesenta, tuvo un encuentro que lo terminaría de encaminar por la senda definitiva de su vida. En un congreso internacional de disqueras en Brasil, se encontró con un militar melómano, el general Polidoro García, propietario del sello El Virrey, que atraído por la capacidad, olfato y contactos de Maraví, le propuso volver al Perú para trabajar con él. La idea le cayó precisa. Llamado por la cercana relación que tenía con su madre, esperaba el momento preciso para reinstalarse en Lima y reencontrarse con ella. Así lo hizo, tras más de 15 años, y María se convertiría en su principal apoyo en los primeros años de Infopesa.
Antes, durante su fructífera etapa en El Virrey —donde fue también responsable del catálogo internacional de la disquera—, creó el sello DoReMi, que lanzaría grabaciones de Hugo Blanco y su Conjunto, Compay Quinto o Daniel Santos. Tras aquella experiencia, eligió seguir su propia ruta, primero con Dinsa —Manzanita y su Conjunto y Los Pasteles Verdes grabarían con él allí—, y luego con un proyecto más ambicioso: Industria Fonográfica Peruana Sociedad Anónima, que pasaría a ser mejor conocida por el mundo como Infopesa. Era 1971. La historia discográfica del Perú agregó un hito que cambió su rumbo para siempre.
Este sería el inicio de una carrera musical que no fue solo exitosa, sino que marcaría el devenir de la música tropical de Latinoamérica, gracias a una visión tan ambiciosa como real: “Música del Perú para el mundo”, más que lema, un mantra que Maraví padre repitió —y cumplió— hasta el último momento de su vida.
“Una buena canción tiene que tener una buena melodía y una buena letra, y una buena canción puede adaptarse a cualquier ritmo. Si no puede, no es una buena canción. Y para que sea un éxito esa buena melodía y buena letra, necesitan un cantante con buena dicción y que sepa interpretarla”, dice Juan Ricardo citando las palabras de su padre. “Sus años como corresponsal en Latinoamérica de Billboard lo ayudaron a absorber todos los estilos de la música latinoamericana. Gracias a eso, y aunque no todo lo que grabó fue un éxito, él sabía qué necesitaba una canción para poder funcionar”, agrega.
En aquellos años, los peruanos les sacaban lustre a las pistas de baile con boleros, rock, cumbias, baladas, nueva ola, guarachas y otros ritmos caribeños. Infopesa, dedicada exclusivamente a la búsqueda de talento nacional, supo capitalizar esos gustos y rociarlos con su propio sabor.
El auge
Desde el comienzo de Infopesa, Alberto Maraví supo qué hacer, era un “todista” de vocación: productor, promotor, gerente general, caza talentos, compositor, sonidista, arreglista. En distintos momentos supo fungir de todo, aunque algunas labores no fueran aparentemente su especialidad. Siempre prefirió ver a los grupos en vivo, radiando en su elemento, antes de decidir si firmarlos o no para su disquera. Viajaba en su propio auto a lugares recónditos del Perú para descubrir bandas con potencial. Así fue como un día llegó a una fiesta en la selva pucallpina, y entre el humo, la cerveza y un baile frenético que poseía a hombres y mujeres, admiró por primera vez la cumbia psicodélica de Juaneco y su Combo.
Se ha dicho durante estos 50 años que lo suyo era “olfato” o “saber estar” en el momento y lugar precisos, oportuno heraldo de géneros y bailes. Pero era mucho más. “En Infopesa tuvo plena libertad para hacer lo que pensaba. Era muy atípico porque no delegaba, él hacía todo. Le gustaba viajar, elegir artistas, dirigir su catálogo, seleccionar y producir. Sabía reconocer un posible éxito casi de inmediato. Eso lo diferenció. Tenía ese don porque se había nutrido de la música del mundo durante muchos años. La historia de mi padre con la música es un plus de Infopesa”, confirma Juan Ricardo.
“Mi papá, en base a su conocimiento y capacidad, le sacó todo el potencial posible a la música tropical de esa época. Siempre buscó buenos arreglos, hacer una buena ejecución instrumental y reunir buenos músicos. Sacar el mayor potencial a esas melodías y a esa música era su búsqueda diaria”, cuenta Juan Ricardo sobre el trabajo apasionado de su progenitor. “Mi papá no quería trabajar con la cumbia peruana porque era popular y masiva y podía darse así la licencia de hacer cualquier cosa. Todo lo contrario. Él pensó que tenía potencial para sonar mejor aún, hacía ensayar mucho a los músicos, repetir varias tomas. Quería sentirse orgulloso y que los músicos también se sintieran así por un producto musical tan bonito. Por eso, la calidad del sonido de Infopesa es tan cuidada siempre. Muchos artistas se mantienen vigentes gracias a eso, porque hay un sonido que es eterno”, dice el actual responsable de la disquera.
Prueba absoluta de la vigencia de la música grabada por Infopesa es el revival que experimenta la cumbia peruana seminal durante los últimos 15 años. Discos tributo, bandas fusión inspiradas en ellos, reediciones o recopilaciones realizadas en el extranjero despertaron un respeto inédito hacia un género que tuvo que pasar por su propio proceso de aceptación entre los “entendidos” o en ciertas élites de la sociedad peruana mientras ya deslumbraba en el extranjero.
Grabaron con el sello artistas como los ya mencionados Juaneco y su Combo, Los Orientales de Paramonga y sus intensas guitarras eléctricas, el clásico LP Motivos de Los Morunos, además de otros que, hasta hoy, tienen una agenda repleta de conciertos en el Perú y fuera de sus fronteras, como Los Mirlos, Aguamarina, Armonía 10 o El Grupo 5, que hace unos meses actuó para más de 130.000 personas durante tres fechas en el estadio de la Universidad Mayor de San Marcos para celebrar sus 50 años de formación.
Gracias a Infopesa, grupos de la selva peruana que antes jamás lo hubieran imaginado, grabaron interesantes producciones. Ahí están Los Trionix de Rioja, Los Ecos de Yurimaguas, Los Silvers de Iquitos, Sonido 2000 de Tarapoto o Los Dexters de Uchiza. En su era dorada, la discográfica tuvo casi 100 trabajadores, unos 50 artistas nacionales y llegó a editar más de 1.000 discos.
Atemporalidad y futuro de la cumbia peruana
“Mi papá siempre tuvo la visión de que la música sea atemporal y tenga éxito internacional. Y lo logró. Una canción de Los Mirlos como ‘La danza de los mirlos’ es conocida en México como ‘La cumbia de los pajaritos’, y muchos creen que es de allá. Lo mismo sucede con sus versiones en Argentina o Colombia. He ahí la magia”, sostiene Maraví.
Otro mérito que se le atribuye a Maraví en estos años es la firma del convenio con Jerry Masucci para traer el catálogo de la Fania All Star al Perú, que significó un paso decisivo en la llegada de la salsa al país andino. Antes, otra decisión suya marcaría la ruta: a mediados de los sesenta llevó al Perú al cantautor venezolano Hugo Blanco, cuya particular forma de tocar el arpa tropical influyó decisivamente en los músicos peruanos que luego fueron cultores de la cumbia. Alberto Maraví colocó en su programa Discómetro mundial en Radio América la canción ‘Domingo por la mañana’ y Hugo Blanco se convirtió en un hit. Para Maraví hijo, la gira que realizó el artista en Lima, en 1967, marcó el inicio de la cumbia peruana.
“Tanto Enrique Delgado (fundador de Los Destellos) como Manzanita (el guitarrista trujillano Berardo Hernández) citaron a Hugo Blanco como su mayor inspiración. Ahí te das cuenta que, si mi papá no hubiera traído a Hugo Blanco al Perú para esa gira, los guitarristas peruanos no hubieran estado expuestos a esa música y, por lo tanto, difícilmente hubieran tratado de emular lo mismo con la guitarra eléctrica y la variante peruana de la cumbia —que se diferencia de la colombiana, precisamente, por el uso de ese instrumento— no hubiera nacido jamás”.
Es este otro de aquellos episodios cinematográficos de la vida de Alberto Maraví que su hijo recuerda como digno de El gran pez, aquella maravillosa fantasía dirigida por Tim Burton sobre un hombre con recuerdos tan memorables que al resto del mundo solo le quedaba pensar que era un fabulador. Pero la música siguió sonando y reafirmando cada una de sus historias.
Un legado vivo
Por si fuera poco, a inicios de los ochenta, Maraví crearía su propia agrupación, El Cuarteto Continental, del que sería manager y productor. Uno de los objetivos de su hijo Juan Ricardo es mantener viva la disquera y también al conjunto. Por eso lanzó recientemente la canción ‘Costa, sierra y montaña’, un tributo a la memoria de su padre, que recuerda indirectamente la incansable búsqueda musical que hizo por todo el territorio peruano. El propio patriarca Maraví, antes de su fallecimiento —en marzo del 2021, al borde de los 90 años —, llegó a encargarse de la producción de ‘Macondo’, tema que ya alcanza las casi 800.000 escuchas en Spotify y las 320.000 vistas en YouTube. ‘Pasatiempo’, nuevo single del Cuarteto Continental, fue lanzado en agosto de este año.
El 2009, tras sobrevivir dos veces al cáncer, Juan Ricardo Maraví decidió empaparse en la historia del sello para devolverle a su padre los sacrificios que hizo para salvar su vida. Don Alberto era muy discreto con su trabajo en casa por lo que su hijo tuvo que conocer a los artistas y canciones a través de YouTube. Quizás era precisamente eso lo importante: que su hijo aprendiera a valorar por su cuenta el legado histórico que heredaría cuando él no estuviera. Y Juan Ricardo, convertido hoy, a los 36 años, en erudito de la música tropical peruana, hizo méritos y le tomó la posta. En los últimos 15 años apoyó a su padre en el relanzamiento de Infopesa, cuya fábrica tuvo que cerrar por la crisis económica y la amenaza del terrorismo a fines de los ochenta, aunque su catálogo se siguió moviendo. Juan Ricardo recientemente ha abierto una oficina internacional de distribución del sello en Madrid, llamada Midas Vinyl Records, y también se encarga de los Infopesa Vinyl Mix que es posible disfrutar en el canal oficial del sello en YouTube.
“Se puede comprobar que toda su colección de discos es superecléctica. Tiene de todo. Incluso de mayor mi papá se pasaba horas en las tiendas de discos comprando música de todo el mundo. Hasta los últimos días hizo listas en su agenda con todo lo que le gustaba y se llenaba de papeles y anotaciones como ‘ayudasmemoria’ para recordar artistas y compositores. La música era su modo de vida, todos los días”, revela el heredero. “Él, además, era una persona tenaz, que se esforzaba mucho, se ponía una meta y la lograba. Por su propio espíritu, siempre iba contra la adversidad”. Y subraya nuevamente: “La vida de mi papá era como una película, como una novela. Así debe ser escrita su historia”. Por eso, Juan Ricardo ya prepara el libro con la historia completa de Infopesa.
Infopesa hoy
Con motivo de los 50 años del sello, postergados por la pandemia, primero, y luego por el fallecimiento de su fundador, a finales de 2022 se editó una lujosa caja de discos de 45” con una selección de grabaciones icónicas, 50 años de la Etiqueta Naranja —el color característico de Infopesa—, preparada desde antes del fallecimiento de Don Alberto. Para él, ‘La danza de los mirlos’ e ‘Hipocresía’ eran dos temas indispensables. Hay salsa, cumbia norteña, amazónica, pop rock y hasta música disco. Están ‘Mujer hilandera’ (Juaneco y su Combo), ‘Llorando se fue’ (la versión de El Cuarteto Continental con los arreglos de Alberto Maraví que se usó más tarde como base de ‘La Lambada’), ‘Lobos al escape’ (Los Orientales de Paramonga), ‘El cervecero’ (Armonía 10), ‘Campo de fresas’ (Los Pakines), ‘Mi cariñito’ (Sonido 2000), ‘Cumbia Inca’ (Los Invasores de Progreso) u ‘Ollantay’ (Los Beltons de Ayacucho).
El 70% de la lista la conversaron padre e hijo, aunque fue finalmente Juan Ricardo quien definiría a su criterio la selección. Él eligió la cereza del pastel: un tema que fue parte del LP grabado por su padre en Uruguay mientras trabajaba como DJ. Así que la coronación de la caja conmemorativa por los 50 años de Infopesa tiene al propio Alberto Maraví cantando y tocando la guitarra en ‘Luna de Tartagal’, hermosa canción que también interpretara Horacio Guarany, tótem del folklore latinoamericano: “Te conocí muy cerca de la frontera/ Bajo la luna de Tartagal/ Y desde entonces mi dulce dueña/ Eres la reina de mi orfandad”.
Esa es la escena final de la película, tras medio siglo de aventuras. Todos los personajes de su vida, todos los artistas que grabó, todos los músicos que animó e hizo mejores, todas las voces que soñó, todos los discos, todas las canciones, todos los ritmos, toda la música bailando alrededor de un disco que lo contiene todo y que es él mismo recordando su existencia, girando y girando.
Infopesa era el mayor tesoro de Alberto Maraví, un romántico de cadencias y melodías que confesaba su pasión con la sencillez y naturalidad de quien empieza a mover ligeramente un pie apenas suena una canción que le gusta: “Mi vida es la música”.