El artista plástico venezolano Jesús Caviglia (Caracas, 1955) se encontraba enseñándole a un posible comprador su colección de obras. Mientras el curioso observaba, notó que uno de los ensamblajes tenía una estampilla que parecía ser de finales del siglo XIX o principios del XX, con caracteres rusos y el rostro de un monarca.
—¿De dónde es esa estampilla? —preguntó el comprador potencial.
—Es una estampilla del zar Nicolas II de Rusia. Es original.
—¡¿Estás loco?! ¿Tienes idea de cuánto dinero puede valer esa estampilla por sí sola?
Caviglia se carcajeó y le explicó que, según su forma de ver el arte, eso no tenía importancia. Muchas de sus creaciones incorporan elementos costosos. Toda la obra de este autor consiste en composiciones realizadas con objetos y sobre objetos. Para él, una silla rota, un televisor inservible o un libro de páginas carcomidas por las polillas merecen una segunda oportunidad. Busca lo espiritual en lo material, ahondando en la belleza de las sobras de la cotidianidad. Con recortes de periódicos y revistas suele referenciar al pasado, al arte plástico, literario y musical de siglos anteriores, a los seres que construyeron la historia venezolana y mundial. Construye escenografías y edifica ciudades. Todo, en espacios construidos detalle a detalle.
La carrera expositiva de Caviglia comenzó en 1985. Egresado de la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas, en sus inicios se desempeñó como pintor, luego como escultor. Debido a la falta de espacio en su casa, empezó a hacer collages, y de allí, saltó al medio que ha definido toda su obra: el ensamblaje.
Debido a su actividad creadora, el taller de Caviglia parece un muy ordenado almacén de cosas pérdidas. Un caballo de juguete cuelga del techo, una mesa exhibe múltiples ensamblajes cuidadosamente cubiertos de plástico, una pared guarda herramientas y múltiples objetos se desparraman por el espacio. El artista es un acumulador, y también un hombre de habla meticulosa y de mirada ligera, que convive en armonía con sus miles de objetos.
- En toda su obra hay referencias históricas, artísticas y geográficas. ¿La investigación está presente en su proceso creativo?
- Llevo muchos años leyendo e investigando sobre temas que me interesan. Para mí es importante que una obra cuente algo, que el que la contemple se lleve algo, además del disfrute plástico, que ahonde en el significado.Cuando hice [la exposición] Dinner in Caracas cayó en mis manos un libro llamado El continente de papel, que habla de lo que fue Venezuela para los descubridores, de todo lo que está guardado en el Archivo de Indias en Sevilla. Hay un archivo que narra que Colón dejó carteles con los nombres de los Reyes Católicos en los árboles más grandes. Esa historia me encantó, y la trasladé al siglo XXI. Me tomé la libertad de hacer una cuadrícula del centro de Caracas con las 24 cuadras, y en cada una puse árboles, pero ya no con los nombres de Fernando e Isabel, sino con los nombres de caraqueños que han hecho historia. Lo disfruté mucho. Cada obra llevaba una ficha con la razón por la que la había hecho.
- Los libros tienen mucha presencia en su obra. ¿Hay algún significado de trasfondo?
- Allí está la sabiduría, el compendio de los conocimientos acumulados por la humanidad. Los libros contienen la posibilidad de nuevas emociones, te llevan a la vida de un personaje. Además, en ellos encontré la manera de tener un nuevo escenario donde expresar mis ideas y ordenar los objetos que encuentro. Para mí, tienen dos valores: uno más funcional y practico, y otro más conceptual. Una función se complementa con la otra.
- ¿Cuál es la diferencia entre el collage y el ensamblaje?
- Uno es bidimensional y otro, tridimensional. Para mí, el ensamblaje fue el paso inmediato después del collage. Estaba haciendo collages, pero me gustaban los objetos, así que empecé a meter elementos tridimensionales. He terminado fusionando ambas cosas. No hay una línea divisoria en mi obra. Trato de expresarme con los objetos, pero no creo que un medio tenga más fuerza que otro. En el ensamblaje puedes darte el lujo de jugar con la idea de la perspectiva. En mi caso, a nivel plástico, el collage puede tener más colorido, en cambio, en el ensamblaje, por lo general, hay menos colorido. En mi obra abundan los tonos madera porque trabajo con cajas, mesas, sillas, etc.
- Muchos de sus ensamblajes están sobre platos, como si estuviera “sirviendo” una obra de arte. ¿A qué se debe?
- Un plato es un contenedor de algo que se sirve para el disfrute y que yo utilizo para mostrar temas que te den el apetito de disfrutar. En algunas obras, quiero servir a Caracas como postre. Allí puede haber un mapa que represente una ciudad, una imagen de una persona o un personaje icónico, como José Gregorio, al que dediqué una obra llamada Desayuno completo. Por otro lado, el plato es un elemento de un entorno que se disfruta en familia. Una sobremesa siempre ha sido para mí un lugar para compartir con seres queridos, con conversaciones sabrosas, con un trago. Por eso siempre muestro lo que representa el plato, la mesa, el cubierto. Muchas ideas se conversan alrededor de una mesa. Todos esos objetos que están en ese entorno los he encontrado gratos e inspiradores. Por eso me gustan las naturalezas muertas, sobre todo de los pintores flamencos, que hacían un despliegue de objetos en cada composición.
- ¿Siente que su obra, además de nutrirse del significado de cada objeto, también se nutre de su belleza?
- El goce estético es importante para mí. Disfruto la belleza en las cosas, entonces trato de hacer cosas que tengan belleza. Creo que no lo logré siempre, pero lo intento. Hay belleza en todo, en un retrato de Da Vinci, como también en una radiografía. Quizás por eso aprecio mucho lo clásico, lo renacentista, lo histórico. Muchas veces, un metal viejo le da a un objeto su belleza, su trascendencia. Dos candelabros iguales, que han tenido dueños y espacios distintos, conservan una belleza diferente. Los objetos se cargan de la energía de sus dueños, más si son viejos. Me gusta esa historia que me cuenta ese objeto, dónde estuvo, qué significó. Eso no quiere decir que solo use objetos viejos, pero le doy más importancia a los que tienen historia.
- Durante muchos años trabajó como creativo publicitario. ¿Esa labor ha influenciado en su faceta artística?
- Hasta la pandemia, trabajé en publicidad. Yo era el de las ideas. Nunca hice nada gráfico porque esas energías las guardaba para el taller. Lo que hacía era conceptualizar campañas. La publicidad es creatividad. Lo mismo que el arte, pero con objetivos distintos. Aquí está el objetivo de desarrollar una carrera en el mundo del arte, y allí, el objetivo de vender un producto. La publicidad me movió a que pensara en un espacio para recrear historias. También está la escritura. He trabajado con muchos textos, muchas frases sacadas de escritos o poemas. Siempre he tenido una fascinación por la tipografía, que se convierte en un elemento plástico. Tuve que hacer titulares para vallas publicitarias, y eso mismo, con otro sentido y objetivo, lo he llevado a mis obras. La palabra puede tener tanta carga como un color. Es más: la palabra tiene color.
- En sus ensamblajes incorpora a menudo imágenes de cuadros clásicos. ¿Por qué?
- En el Renacimiento, el Gótico, en el Impresionismo, y en tantas expresiones del pasado, hay belleza. Lo clásico me transmite serenidad, que es importante en el arte, porque el goce para mí es algo de silencio, de contemplación. En mi obra hay recortes de imágenes del pasado a las que doy un puesto nuevo. Si bien yo no uso materiales digitales, trato de combinar lo contemporáneo con lo clásico.
- La música es otro tema recurrente en su obra...
- Lo que yo hago es muy teatral, ¿y qué hay más teatral que la ópera o una sala de conciertos? En la ópera está esa teatralidad, ese espacio que buscamos los que hacemos ensamblajes. Un ensamblaje es como un telón que se abre. Y también está el tema de las notas musicales: son trazos, involucran una lectura, y eso que yo no sé leer notas. Para mí, tienen un valor plástico.
- ¿Por qué la importancia de ese ordenamiento de los objetos?
- Mis maestros de la universidad me enseñaron que había que hacer algo que se llama “composición”. Ellos nos motivaron a que diéramos importancia a ordenar elementos en un espacio. Eso es un elemento más de esa estética, de esa belleza que yo busco. No se trata de colocar un objeto por colocarlo, es colocarlo para que se compagine con los demás, y así poder dar un discurso completo.
- ¿Y cuál es el fondo de ese interés por los objetos?
- Creo que lo que he hecho con los objetos no es otra cosa que recrear mi infancia. Yo era un niño solitario. No tuve primos ni hermanos. Me acostumbré a jugar con lo que se desechaba en mi casa. Si algo se dañaba, lo llevaban a la azotea. Allí, el sol iba desbaratando el objeto. Yo lo aprovechaba y jugaba con eso. Cuando decían que algo había que botarlo, me lo llevaba. Y como era muy curioso, también me encantaba ver fotos viejas, papeles viejos, ver qué guardaba la gente. De niño me la pasaba revisando gavetas. Y siempre encontraba cosas viejas porque vivía rodeado de adultos que guardaban cosas y cosas. De mayor, una voz interior me dijo: “Rescata lo que hiciste de niño, vuelve a jugar”. Le puse un nombre a eso: rescatar la memoria. He hecho el mismo juego, rescatar lo que se olvidó y dignificarlo. Como siempre he dicho, dar una segunda oportunidad a las cosas. Siempre tuve esa pasión por los objetos.