Imaginen la escena. Un hombre sale a la playa a las 4.30 de la madrugada para pasear a sus siete perros. Hay viento —siempre hay viento en la costa atlántica argentina— y al mar parece que le pusieron parlantes, ruge desatado. A unos metros de la orilla, el hombre empieza a caminar en paralelo al agua. Todavía es de noche, todavía el día no levantó sus párpados. El hombre se detiene, sus perros lo siguen, algunos se le adelantan. Y, sin darse vuelta, comienza a retroceder. Retrocede un poco, retrocede más, vence cierta resistencia, cierta inercia ancestral y mecánica (desde el fondo de su historia la especie está preparada para avanzar) y cuando se quiere dar cuenta, está caminando para atrás, con ritmo, libre. Así varios minutos. Hasta que vuelve a avanzar.
“Si no lo hago acá, ¿dónde más podría hacerlo?”, se pregunta, con media sonrisa, Jorge Aníbal Serrano (Los Ángeles, California; 1961), cantante y compositor de Los Auténticos Decadentes, una de las bandas de música más reconocidas de América Latina. “Si caminás de espaldas y siempre tenés como referencia el mar de costado, es imposible que te desvíes. Y como además no hay nadie a esa hora, no te chocás con nadie”, agrega. La acción, que no guarda mayor misterio que el placer por hacer algo distinto, es una más de las tantas singularidades de alguien que, como Serrano, siempre escapó, aún haciendo música popular, del lugar común y de los clichés. Un artista que colocó sus canciones no solo en las bandejas de discos y las pistas de baile, en las noches de fogón o en las veladas con vino, también las llevó a las tribunas de fútbol, epicentro de la pasión, donde solo llega lo irresistible. Como Leonardo Favio en el cine, Serrano supo pulsar la cuerda de la sensibilidad hasta el límite, un segundo antes de empalagar, bien adentro de la revelación.
Estamos en la playa de Villa Gesell, una mañana poco primaveral de fines de septiembre. Ubicado a 400 kilómetros del Obelisco de Buenos Aires, Gesell, como se lo conoce, es uno de los sitios turísticos más buscados por las familias argentinas de clase media durante el verano. Fuera de temporada, es decir, durante casi todo el resto del año, el lugar se detiene, late con otra respiración: es una aldea de menos de 30.000 habitantes que, en su mayoría, viven en casas bajas, casas que no descuellan por su garbo ni su sofisticación. Fundado a comienzos de los años treinta del siglo pasado por Carlos Idaho Gesell, a fines de los sesenta el lugar se transformó en una pequeña meca hippie a donde llegaban jóvenes de todo el país para polinizar de espíritu rebelde sus calles de arena. Aquellos años del Swinging Gesell lo condicionaron para siempre: desde entonces el enclave se convirtió, durante los veranos, en una peregrinación obligada para los adolescentes. Es una suerte de rito de iniciación: la primera vez que todo joven se va de vacaciones con amigos, se va a Gesell. Algunos repiten la experiencia hasta el cansancio. Algunos se casan, tienen hijos, siguen yendo. Otros mudan sus veranos a otras playas, como la de Pinamar, que queda al lado y que se erigió en un destino más formal, más bucólico, más “pijo”. Otros, unos pocos, se quedan a vivir para siempre.
Es allí donde Serrano recibe a COOLT. Es allí donde sale de su casa, ubicada en una calle arenosa a metros del mar, e invita a caminar por la playa. Es una mañana de cielo despejado, Serrano —su bonhomía, su amabilidad— parece congeniar perfecto con la apabullante naturaleza que nos rodea. El sol brilla. Las gaviotas nos pasan cerca.
- Te viniste a vivir acá en el 2000.
- Sí.
- ¿El plan era escapar de la ciudad?
- Siempre tuve la idea de irme de Buenos Aires o de las ciudades grandes, ir a un lugar un poco más natural. Por la banda, yo estoy viajando todo el tiempo, o sea que, estar acá, le agrega ochocientos kilómetros de distancia, entre la ida y la vuelta. Pero al mismo tiempo, vengo acá y estoy “no disponible”, y esa es otra forma de aprovechar el lugar.
- ¿Venís siempre a caminar a la playa?
- Todos los días. Me despierto a las 4.30, solo, un poco porque tengo el sueño eternamente cambiado por la banda. Todavía es de noche y salgo con mis perros. Tengo siete, pero llegué a tener catorce. Mi mujer es muy perrera. Salgo a esa hora porque tengo un par de perros que no son muy amigables, entonces a esa hora no hay nadie y no hay peligro. A veces, está lleno de bruma y no se ve nada, entonces me pongo a trotar: es como correr en el espacio. Es una sensación increíble. Y a veces camino para atrás.
* * * *
“Los Auténticos Decadentes son una cruza de los Sex Pistols con Gaby, Fofó y Miliqui”, escribió hace poco Fabián Casas, poeta y narrador argentino. Si bien original, la definición parece quedar corta: Los Auténticos Decadentes son una suerte de Aleph, de espacio total, de aglutinador musical que absorbe y contiene todos los ritmos, todas las melodías, lo alto y lo bajo, lo sagrado y lo profano. Buena parte, tal vez la más importante, de ese rico atributo es aportado por Serrano: fue él quien más dotó de heterogeneidad musical a la banda. Ese eclecticismo tiene que ver con dos cosas: la libertad musical con la que encaró su carrera compositiva, y su educación artística, vasta y universal.
A comienzos de los ochenta, un veinteañero Serrano atendía su disquería (una inversión de su padre) en San Isidro, una localidad del norte del Gran Buenos Aires reconocida por su alto poder adquisitivo y considerada la capital del rugby, deporte de las elites argentinas. Rodeado de colegios y de tiendas de ropa chic, el local quedaba al lado de un conocido bar de la zona, Los Pumas. Serrano no solo lo atendía, sino que era una especie de curador musical, de surtidor de nuevos sonidos. Por ese entonces, Argentina vivía en el medioevo rockero, pero Serrano se las apañaba para conseguir los ritmos del futuro. Subía al mango el volumen de los parlantes y sacudía el empedrado y las copas de los viejos árboles con los Ramones, Specials, Marley, los Pistols. Se estaba gestando una revolución. “Había disquerías que sólo vendían discos importados. Y yo los conseguía. De algún modo esa fue mi puerta de entrada a la vastedad de la música, porque era como estar adentro de YouTube o de Spotify. Antes ya había trabajado en otra disquería que quedaba en el centro de Buenos Aires, que se llamaba La Púa, que vendía discos nacionales de todos los géneros. Eso fue una apertura mayor para mí, porque escuché mucho tango, mucho bolero, la música que estaba de moda en ese momento”.
- Trabajar no solo en una, sino en dos disquerías, fue una especie de bendición: sos de una generación que para escuchar música tenía que hacer malabares, porque en Argentina no abundaba.
- Sí, la podías escuchar en la radio también, pero te tenías que dedicar a escuchar una radio de tango, por ejemplo. En cambio ahí tenía todo, aprendía nombres, y me iba informando un poco de todo. Por otro lado, ya desde esa época consideraba que en la música no había géneros inferiores y superiores, sino que una canción me gustaba o no, y punto. Si había un tema de Rafaella Carrá, me gustaba y lo ponía. Me acuerdo que, pese a que yo ya me consideraba rockero, me encantaba poner a Abba.
- Pero esa libertad tuya para la época era infrecuente, porque en ese entonces el rock era muy dogmático, no aceptaba la blandura, lo melódico.
- Sí. Tenía un amigo que se llama Fabián, fue él quien me despertó esto del prejuicio de tocar tal o cual tipo de música. A mí siempre me gustó el folklore, el folk, y tocábamos con él. Un día vino con una canción que era una cumbia. Yo no entendía si me estaba tomando el pelo, si lo estaba haciendo irónicamente o no, pero eso me hizo un chispazo, me dio una iluminación de decir “qué pelotudo que soy, tengo que preguntarle de quién es la canción para saber si me gusta o no”. A partir de ahí es como que empecé a entender y a hacer un poco también una política de crítica interpares en el rock. “¿Qué es eso de que no te gustan otros géneros porque tienen letras básicas, si el rock está repleto de letras básicas?”. Todo eso me cambió. Los rockeros éramos muy serios, decíamos mucho qué era rockero y qué no. Es más, a Sui Géneris los rockeros no lo querían porque les gustaba a las chicas y lo tocaban en las guitarreadas de la iglesia, y a mí es lo que más me gusta de toda la carrera de Charly García. Yo mezclo un poco a las personas con su obra, y para mí eso fue lo más genial que hizo, lo más transparente, lo más puro. Para mí, a partir de ahí, empezó a hacerse el loco, a luchar justamente contra ese prejuicio del que hablábamos, a creer en la “altura” de la música, a reventarse, a decir “yo soy el rock”.
- ¿Y a quiénes considerás tus mentores dentro del rock?
- Los dos grandes artistas que más me influenciaron fueron Luis Alberto Spinetta y Lou Reed. Ellos me marcaron a fuego.
- Volvamos al principio. Naciste en Estados Unidos.
- Sí, pero vine a los cuatro años, era muy chiquito. No tengo ningún vinculo, no me quedó nadie allá.
- Y después volviste ahí a vivir un tiempo.
- Sí, después volví a Estados Unidos, justo cuando estábamos empezando con los Decadentes. Era un viaje que yo ya tenía planeado. Después de la disquería trabajé haciendo de todo, pero como no tenía ningún oficio y tenía el pasaporte, me fui para allá. Allá estuve un tiempo largo, también haciendo todo tipo de trabajos. Estando allá, me llaman los Decadentes y me dicen que estaba por grabar un disco, el primero (El Milagro Argentino). Ahí vuelvo y me digo: ya me quedo acá, que sea lo que dios quiera, prefiero esto que trabajar de electricista en Estados Unidos.
- Y ahí arranca el viaje.
- Sí, en 1989.
* * * *
Reyes del desparpajo. Kermesse musical amateur. Happening permanente. Viaje de estudios infinito. Durante un largo tiempo, las formas de calificar a los Decadentes no escaparon demasiado de esos conceptos. En esos confusos inicios, la propuesta, libertina y catártica, popular y caótica, se dio de bruces con la resistente pared del ambiente rockero. En rigor, fue la prensa especializada la que evitaba llamarlos artistas y considerar que eso que hacían, por más que sonara a joda pasatista, debía ser tomado en serio. La emisora de radio Rock&Pop, que establecía con su programación musical el canon rockero del país, no los pasaba nunca. Creían que eran una patota desafinada y demencial más que un grupo de rock digno de ser incluido en sus setlist. “Pero éramos tan caraduras que nada nos detenía. La gente se daba cuenta de que no sabíamos tocar, pero no le importaba. Sabía que buscábamos diversión, y eso les gustó desde un principio. En un sentido, eso fue lo más punk que hicimos. Desde el arranque nos propusimos hacer todo tipo de géneros, menos blues, que era el único que nos parecía un plomo, porque además no éramos guitarristas virtuosos”.
- Son 12 desde el principio. ¿Por qué esa cifra y no 8, 10 ó 16?
- El hecho de ser muchos vino emparentado con que originalmente de alguna manera éramos una banda ska. Nos reflejábamos en los Specials. Nos gustaban el ska y el reggae, pero justo en ese momento Los Fabulosos Cadillacs y Los Pericos estaban haciendo eso, entonces nos dijimos a nosotros mismos: por más que nos encantaran ambos géneros, no hagamos eso, para no colgarnos del éxito de ellos. En algún momento, cualquier amigo que andaba dando vueltas par ahí, si quería entrar, lo hacía. Y en un momento tuvimos que parar, porque había más gente arriba del escenario que abajo.
- ¿Qué tuvo o tiene de ventaja ser 12?
- La ventaja de ser tantos es la riqueza de opinión. Somos muchos y diferentes. Nos llevamos bien, nos queremos, nos respetamos, y cada uno aporta algo. Si hubiera sido por mí, los Decadentes nunca hubieran sido bailables, por ejemplo, pero la riqueza pasa por ahí, porque también hubo integrantes que aportaron ese costado bailable. Al mismo tiempo el clima nuestro es lo que ves. Vamos a un ensayo y uno dice: “Che, hice una cumbia”. Y todos decimos, “dale, vamos con la cumbia”. Somos una cooperativa.
- ¿Cuándo tomaron conciencia que tenían que invertir, cuándo dijeron “tenemos que ser profesionales o ser más serios”?
- En un sentido, nunca, porque todo fue paso a paso. Sí me acuerdo de que en uno de nuestros primeros viajes fuimos en micro a Formosa [provincia del norte argentino, a 1.100 km de Buenos Aires] y no paramos de tomar vino en damajuana. Cuando llegamos, tocamos para el orto, sonamos remal. Todavía no teníamos esa medida de decir “yo estoy celebrando en el boliche pero después tengo que cantar”. Y también hay algo que es cierto, nosotros podríamos tocar mal pero teníamos canciones, y ya desde el principio teníamos nuestro público. Tuvimos mucho apoyo de la gente del ambiente, porque caímos simpáticos en todos lados. Y siempre nos quisieron, a pesar del prejuicio de la prensa. La relación con la prensa fue una cuestión de tiempo.
- Antes de los Decadentes vos formaste parte de Todos Tus Muertos, una banda punk, de culto, que también incursionó en otros géneros. ¿Crees que ese antecedente tuyo en el punk ayudó a que los Decadentes fueran aceptados en todos lados por sus colegas?
- Creo que un poco tuvo que ver, sí. Al mismo tiempo, el punk para mí fue crucial. Su filosofía. Yo empecé a tocar después de escuchar el disco de la banana de la Velvet Underground, que es un disco con el audio low fi, que suena mal, que no suena como uno de Led Zeppelin. Era un disco de baja calidad de audio. Y está Lou Reed haciendo solos… Ahí me dije: “Si estos tocan yo puedo hacerlo también”. Y eso es lo que dice o enseña el punk para mí. Eso me abrió a decir: todo está permitido, todo te puede gustar, una canción de amor, una para bailar, todo. Obviamente dentro de esto vos podés decir me gusta más Frank Zappa que el grupo Sombras, pero de ahí a decir con desprecio esto no me gusta, no… Todo eso está mezclado con el punk, en el sentido de que somos unos perros pero vamos para adelante.
- Y el paso del tiempo ayudó también.
- Seguro. Cuando vos sacás un disco, el ambiente te mira y dice: “pero mirá este pelotudo…”. Ahora, cuando vos sacaste cinco discos, ya te convertiste en un clásico. Como le ha ocurrido a [el cantante argentino de cuarteto] la Mona Jiménez. O a Sandro [legendario artista porteño fallecido en 2010, tildado de cursi en su momento]. Una vez nos llamaron para formar parte de un homenaje a él, pensando que a nosotros nos gustaba, y a mí nunca me gustó. Me parece excesivo, es raro que lo diga yo, pero me parece eso, me parece que tiene un dramatismo innecesario. Una demagogia que no me gusta, pese a que nosotros somos los reyes de la demagogia. Esa fue la diferencia entre Los Twist y nosotros: Los Twist metían humor, pero siempre con una sensación de superioridad, y nosotros no, nosotros nunca fuimos irónicos.
- La historia de la cultura argentina está signada por esa disputa, lo popular y lo elitista. Si te gustaba Roberto Arlt no te podía gustar Borges, una especie de existencia binaria de los consumos culturales.
- Siempre. A mí siempre me cayó mal el pibe rockero que va a un casamiento y cuando pasan un tema bailable se pone en pose de aburrido. No te digo que te guste, pero bailalo, disfrutalo en ese instante. La imagen que yo tenía en una época, cuando me sentía rockero, era escuchar un tema en la radio y esperar al final para escuchar su nombre y, de acuerdo al nombre, decidir si me gustaba o no. Un pelotudo.
Si hubiera sido por mí, los Decadentes nunca hubieran sido bailables
- Esos prejuicios generaron muchos malentendidos.
- El rock fue muy elitista, al punto que durante mucho tiempo se dijo que si tu música le gustaba a tu abuela o a los niños, ese era “el beso de la muerte”. Estaba acabado. A nosotros no nos importó eso. Queríamos ser populares, que nos escucharan en todos lados, en las bailantas y en los casamientos top, que nos aplaudieran en todas las clases sociales. Hemos tocado para todos, para donde te imagines. Arriba de botes, en lugares en donde había nieve en los monitores, en pueblos perdidos. Somos un grupo que le dijimos que sí a todos.
- Entre esos prejuicios también está el del artista que se rebela ante su propio hit. Durante muchos años, por ejemplo, Spinetta se negaba a tocar ‘Muchacha’.
- Una pelotudez. Lo adoro a Spinetta, pero eso no lo puedo entender. El público pagó para escuchar las canciones que lo emocionan, ¿por qué no se las vas a dar? Si vamos a Costa Rica, toquemos los temas que le gustan a la gente de Costa Rica… Nuestra lista de temas en los recitales siempre está hecha de hits. En gran medida yo siento que nosotros siempre podríamos tocar los mismos temas, la gente no se aburriría y nosotros tampoco. Nosotros no tenemos miedo de ser tradicionalistas. Tocamos los mismos hits de siempre, agregamos dos o tres temas del disco nuevo, y seguimos.
* * * *
A comienzos de 1998, Adrián Dárgelos, líder de Babasónicos, banda cuyo pathos musical, sobre todo en ese entonces, parecía estar en las antípodas de la matriz decadente, fue uno de los primeros en advertir el talento compositivo de Serrano. “Es el Chico Novarro de los años noventa”, reconoció el cantante. Novarro (87) es un eximio compositor de boleros de la Argentina que conoció el esplendor en las décadas del setenta y ochenta. Un año antes, en 1997, Los Auténticos Decadentes habían editado un disco cuyo título era una declaración de principios: Cualquiera puede cantar. Trufado de hits (‘Cómo me voy a olvidar’, ‘Los Piratas’ o ‘El gran señor’), el disco consolidó el talento de Serrano para la canción y permitió que el grupo, gracias a la rotación a través de MTV en América Latina, sonara en todo el continente. Los aeropuertos de la región comenzaban a abrirse.
Pero ocurrió algo más.
“Entre Mi vida loca y Cualquiera puede cantar se instaló el prestigio de los Decadentes entre los colegas y periodistas. Ahí empecé a ver cómo todos se daban cuenta de que Jorge era un genio”. La descripción pertenece a Nico Landa, exintegrante de la banda, y está volcada en el libro Titanes en el hit, una historia oral de los Auténticos Decadentes, de Fernando Sánchez (Planeta, 2017). Serrano, al fin, tal como señaló Dárgelos, era aceptado en los salones de la aristocracia musical argentina. No solo tenía el don para crear melodías que luego podía silbar un país entero, también una capacidad de síntesis asombrosa para alumbrar una poesía en la que late, sin tensión, lo sutil y lo emocional, lo profundo y lo masivo. Esa cualidad se vio reflejada tempranamente, a fines de los ochenta, cuando compuso ‘Loco (Tu forma de ser)’, una canción que es un metagénero en sí mismo, que podría ser vista como un bolero amerengado y encantador, pero que es mucho más que eso, es una cumbre musical, la suma de todo. “Es una canción única”, acierta Manuel Moretti, cantante de Estelares, “en la que se cuelan [el programa televisivo] El club del clan, el rock de los ochenta —o postpunk— y el tango. Si tuviese que precisar, diría que es melódico tanguero, pero esa definición se queda corta. Es género Serrano, es suyo, es único”.
Además de su cadencia invencible, es la letra del tema la que termina de darle forma de catedral. “Me tiraste el pingüino, me tiraste el sifón, estallaron los vidrios de mi corazón”: en su abrumadora precisión, la canción describe la potencia de la sensualidad femenina sin brindar ni una pista del cuerpo de esa mujer escurridiza y fatal. Serrano daba de lleno en el corazón de la melancolía y de la vulnerabilidad masculinas escapando de lo procaz, sin caer en los lugares comunes de la exaltación. Nadie, hasta entonces, había hecho eso en el ambiente del rock. Al menos no de ese modo.
Pero hubo más, mucho más, claro. Si ‘Corazón’ parece el lado triunfal de ‘Loco tu forma de ser’ (o los estertores de una obsesión sin dramas), tanto en ‘No me importa el dinero’ como en ‘Amor’ (la versión con Mon Laferte se convirtió en un megahit), Serrano se arroja sin complejos en las aguas de la cumbia para describir los zigzagueantes senderos de la pareja amorosa. Ese territorio, el de las escenas de la vida conyugal, se convirtió en su expertise. Su único disco solista, Alamut (2009), también aborda el tema. Con ojos de antropólogo emocional, en ‘Un osito de peluche’ (del disco Sigue tu camino, 2003) el cantante alcanza su cenit: es el tipo de canción que despierta nuestra perplejidad por su distraído soplo existencial, su pequeña pero enorme ambición. Más que una pieza musical es una instantánea de la neurosis contemporánea. “Necesito un poco de libertad, que te alejes por un tiempo de mi lado, que me dejes en paz (...) De repente ya te empiezo a extrañar, me preocupa que te pueda perder”.
“La imagen que tenía cuando la compuse —explica el músico— fue la de leer que Elizabeth Taylor se había casado por séptima vez. ¡Séptima vez! ¿Por qué no te quedás tranquila?“, confiesa. “Hay gente que no puede tolerarlo, pero otros pueden tomar el amor como una cosa imperfecta. Como ese cuento que decía que un hombre se quería casar con una mujer linda, buena e inteligente. Y que no la encontraba. Si hallaba una linda, no era lo demás, y al revés, si se cruzaba con una buena, no era lo otro, hasta que al final encuentra una mujer que era las tres cosas. Pero no funciona. Cuando le preguntaron por qué, respondió: “Porque ella también buscaba lo mismo”. Me parece un cuento hermoso. El amor que perdura tiene que tener un componente imperfecto, como el amor de los Decadentes. El rock está lleno de bandas que se separan en su mejor momento, en donde afloran las histerias y demás”.
Esa enumeración de elementos de la canción que parecen enunciados al azar (“Una cáscara de nuez en el mar, suavecito como alfombra de piel, delicioso como el dulce de leche”) le da a la pieza un tono ligeramente disperso, pero a la vez cercano y sensorial, táctil. La canción, en su in crescendo, termina convirtiéndose en un artefacto tan extraño como coloquial. En ese decir del hombre común reside también el estilo Serrano.
“Yo era muy fan de Roberto Arlt, y Roberto Arlt tiene eso en sus relatos, la capacidad para trasladar la forma de hablar del tachero [taxista], del hombre de la calle. Ahora soy fan de Borges también, pero las Aguafuertes porteñas de Arlt me encantaban. Me parecían geniales. Tiene que ver eso, con no usar palabras raras”.
- Evitar las palabras esdrújulas, las palabras con prestigio…
- Siempre recuerdo que Antonio Machado tenía un personaje, Juan de Mairena, que en una de sus clases, llamó a un alumno y le dijo: “Ponga en lenguaje poético esto: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’”. Después de pensarlo, el alumno escribió: “Lo que pasa en la calle”. Mairena lo miró y le dijo: “No está mal”. Eso me marcó. O como decía Horacio Quiroga: “Cuando vos querés decir, ‘alguien vino del río caminando’ tenés que decir ‘alguien vino del río caminando’”. Jaja.
- Qué diferencia con “La indómita luz se hizo carne en mí”, ¿no? [comienzo de ‘Rezo por vos’, clásico inolvidable del rock argentino compuesto por García y Spinetta].
- Jajaja. Pero no, no, no, no estoy en una grieta cultural, eh. Me parece que la poesía también nos tiene que elevar. Y lo hace. Y esa es una canción enorme.
- Por supuesto. ¿Qué otro tipo de influencias recibiste? ¿De qué otro lugar te alimentaste?
- Yo estoy muy influenciado por los jingles de televisión. De chico miraba mucha televisión, y eso me quedó. Por otro lado, la manera en que acentúan las palabras en los jingles, también me quedó. Vos en la publicidad nunca vas a ver que una palabra está mal acentuada. Y eso yo lo hago en mis canciones. Lo aprendí de ahí.
- Tal vez por eso sucedió que tus melodías llegaron a la cancha.
- Sí. Qué paradójico, ¿no?, porque a mí no me gusta el fútbol.
* * * *
Ya convertidos en estrellas de la música pop, a partir de la década pasada Los Auténticos Decadentes empezaron a girar y a incendiar los escenarios de muchas de las grandes capitales de América Latina. Desde Santiago de Chile a Bogotá, desde Montevideo a Lima, pasando por Asunción, Caracas o Tegucigalpa, el carismático grupo comenzó a cosechar fans en todo el continente. Su estilo descarado los transformó en un fenómeno musical, en una contraseña para la diversión allí donde iban. El escenario, sin embargo, no es el lugar ideal para Serrano. Su temperamento introvertido, acaso huraño, lo hace rehuir de los grandes focos. Parece una paradoja, pero no lo es. “Al día de hoy el escenario no es lo que más me interesa. Disfruto más el ensayo, o preparando el show. Sobre todo cuando no hay cámaras. Con las cámaras cambia todo, cada uno está en su pose. En la época de los Muertos yo dejé de tocar porque tenía pánico escénico. A mí siempre me interesó cantar entre amigos. Después, cuando termina el show, uno queda flotando en un lugar increíble, porque la gente te eleva a ese lugar, y es una sensación única, claro que sí”.
- ¿Y cuál es el escenario ideal?
- Lo ideal es tocar para 600 personas. Eso es lo que más nos gusta. Es donde mejor estamos. Que el público sea cualquier cosa, no importa el ambiente. Cuanto más grande es peor, cada vez estas mas lejos del otro, es más complejo. No te digo que no la piloteamos, pero el lugar más agradable es el típico boliche, que te rebote el sonido, que haya transpiración.
- Desde que comenzaron a ir de gira al exterior no pararon de crecer. Ahora en México son un fenómeno de masas único, ¿no?
- Sí, es impresionante. Pero nos costó mucho, eh. Pepe Lobo es la persona que nos ayudó allí, y es quien le abrió las puertas a un montón de bandas. La primera vez que fuimos, él compró 15 entradas para que no perdiéramos plata. Y no dijo nada, nos enteramos mucho tiempo después. Era un lugar chico del DF: imagínate que con 15 entradas hicimos la diferencia. Nos costó mucho el exterior. Nos ayudó mucho MTV, porque la cadena era regional.
Teníamos una idealización de la cultura mexicana y cuando llegamos fue amor mutuo, a primera vista
- Les costó pero ahora llenan estadios…
- México es al que más fichas le pusimos y nos fue muy bien. Yo amo México. Teníamos una idealización de la cultura mexicana y cuando llegamos fue amor mutuo, a primera vista. Fuimos muchos años a perder plata. Pero no dejamos de intentarlo. Es un público recontra caliente, pero a diferencia del argentino, no tiene un costado agresivo.
- ¿Cómo llevaste este año y medio lejos de la banda, lejos de los escenarios?
- Me da un poco de pudor decirlo, pero este año y medio me vino bien, descansé mucho. Me tocó la pandemia acá… Mirá lo que es esto… [Serrano señala con su mentón el horizonte de la playa, que sigue vacía y soleada]. Y además, afortunadamente, no tuve ninguna pérdida cercana. Obviamente me afecta el mundo: me pregunto cómo nos vamos a saludar en adelante, ya que nosotros somos de abrazarnos. Como mi vida en estos últimos 30 años fue viaje, más viaje, más viaje, el hecho de poder dormir durante un año y medio con la misma almohada y al lado de mi mujer, ver a mis hijas [que viven en Mar de Plata], mis perros, fue algo positivo, a mí no me hizo mal. No fue un período especialmente prolífico para componer. Yo para componer funciono mejor cuando estoy más adrenalítico, cundo estoy conectado con el vivo.
- También hiciste colaboraciones.
- Sí, hice muchas. Una de ellas, con Viva Elástico. Constantemente me invitan a cantar. Siempre digo que sí. No me importa el tamaño de quién lo pida. Si el grupo es bueno y me gusta, genial. Si es pequeño, no importa. También terminamos el disco nuestro que habíamos empezado a grabar.
- Hace no mucho, Chrissie Hynde, la cantante de The Pretenders, dijo algo así como que las rocas de su generación se están derrumbando. ¿Qué te pasa con eso, con la finitud, con el rock en la tercera edad?
- Los rockeros ya somos viejos. ¿Cómo no se va a morir Charlie Watts? Yo las muertes que más sentí fueron las de Spinetta y de Lou Reed. Fue como decir “me estoy muriendo yo”, de alguna manera. Fui muy fan de Reed. Tenía todos sus discos.
El público pagó para escuchar las canciones que lo emocionan, ¿por qué no se las vas a dar?
- Volviendo a las lecturas, antes hablaste de Roberto Arlt, ¿de qué otros autores te nutriste?
- No soy de leer por la literatura en sí. Cuando me quiero llenar de palabras, leo poesía. No muchos autores, porque soy una persona que se quedó en la adolescencia en ese sentido. Me gustan mucho Rimbaud, Baudelaire y Nietzsche. Vuelvo a ellos constantemente. No leo cuentos o novelas. Y leo cada vez más información. De robótica, de antropología, de todo un poco. Internet me terminó de “pudrir”: estoy embriagado por lo que puedo aprender ahí. Lo cual tiene el riesgo de que te la pases aprendiendo, de que sea algo paralizante, porque podés no producir.
- La conectividad permanente también es alienante, hay una especie de distorsión, como si todo el día tuvieras la sensación de que te estás pediendo algo.
- Totalmente. Estamos todo el tiempo ubicables, y eso es lo peor. Perdimos ese espacio. Tenés que estar atendiendo. Los Decadentes fuimos viendo esa evolución. Nos manejamos mucho tiempo con mensaje de texto. Decían “bueno, mañana nos encontramos abajo a las seis de la tarde”. E ibas a las seis de la tarde. Después, cuando apareció el WhatsApp me dio una bronca… Bajaba y me decían: “Te estamos esperando hace media hora”. “Pero si habíamos dicho a tal hora”. “¿Pero no viste el celular?”. “No, lo dejé para no llevarlo todo el tiempo”. Además, su uso hace que todo se vuelva mucho más informal, que se pueda cambiar todo. También sirve, obviamente, para muchas cosas, pero en ese aspecto, no. No voy a renegar de la teconología. A nosotros los artistas nos hizo que no dependiéramos de una compañía discográfica para grabar un disco.
- Como hizo [el trapero argentino de origen humilde, casi marginal] L´Gante, con una maquina prestada y un micrófono barato.
- Claro. Son tiempos apasionantes. Por supuesto, pero también peligrosos. Porque nos dan la farlopa que queremos: el consumo. Parecemos nenes caprichosos que ponemos el dedo sobre lo que queremos y lo obtenemos. Eso produce una ansiedad que no sé si está buena. Produce esa rara sensación en las nuevas generaciones, que están en un lugar pero están conectados con otro lugar, porque tal vez creen que siempre lo mejor está en otro lado.
Ya es el mediodía en Villa Gesell, y el ritmo cansino del lugar no se vio alterado jamás. La charla, en tanto, va llegando a su fin. Durante las dos horas de caminata al costado de la orilla el viento del noreste no aminoró nunca su persistente plan. Tampoco silenciaron su rugido los desaforados leones del mar, los que nunca descansan. Sobre el muelle, a unos metros de donde estamos, dos pescadores renuevan su fe en el dios del agua y arrojan por enésima vez la quimera de sus anzuelos. Jorge observa el paisaje como quien contempla su hábitat, la energía con la que construye su mundo. El escenario, la música, la naturaleza: así discurre la aventura vital de este artista inmenso y singular. Siempre con una sonrisa, como la que ofrece en el abrazo final. La misma que lo acompaña desde siempre en su inclaudicable búsqueda.