Artes

Julio Hernández Cordón, un extraño en el cine mexicano

El director habla de su última película, 'Se escuchan aullidos', donde su hija va a la búsqueda del lago perdido de Texcoco.

Barcelona
Fotograma de la película 'Se escuchan aullidos', de Julio Hernández Cordón. UN BESO

Al director de cine Julio Hernández Cordón muchos lo conocimos, hace ya más de una década, con Las marimbas del infierno (2010), multipremiado y muy memorable rockumental sobre un tipo que toca la marimba, pierde su trabajo en un restaurante y se asocia con un músico de heavy metal. Pero Se escuchan aullidos ya es su sexto largo de ficción desde que su filmografía arrancó Gasolina (2008). El filme se proyectó en la Cineteca de Madrid el pasado 8 de agosto y forma parte de una completa retrospectiva del cineasta en el marco de una Muestra de Cine Centroamericano, que se celebrará online, para Europa e Iberoamérica, a principios de octubre.

Hay quien compara a Hernández Cordón con Larry Clark, porque en sus películas aparecen skaters (Te prometo anarquía, 2015) o bikers (Atrás hay relámpagos, 2017), y también con Jim Jarmusch y Aki Kaurismäki por la mezcla de rock —me viene a la cabeza la versión de ‘Sunny’ de Los Iracundos, en Te prometo anarquía, o aquellos acordes de Yo la Tengo en uno de sus primeros cortos—, y humor algo catatónico, que emerge particularmente dadaísta en Se escuchan aullidos. Pero la verdad es que el cine de este autor tiene vida propia y florece en los márgenes del amplio panorama centroamericano, siempre con el empuje de los grandes festivales internacionales.

De la precedente Cómprame un revolver (2018) a esta parte, podríamos decir que el cine de Hernández Cordón ha crecido, acaso madurado, puesto que ha empezado a trabajar con sus hijas, Matilde y Fabiana, que actualmente tienen 13 y 16 años respectivamente. Si Matilde tenía un rol protagónico en Cómprame un revolver, Fabiana se ha desquitado en Se escuchan aullidos, donde se enfrenta al hastío de un estío solitario en la comunidad cerrada suburbial, a 45 kilómetros de Ciudad de México, donde creció su padre, que se interpreta a sí mismo (aunque se tapa la cara) y le encarga la búsqueda del lago de Texcoco, a cuyas orillas paseó el rey poeta Nezahualcóyotl —Neza, para los amigos—, que vivió entre 1429 y 1472. Quizás porque ha asumido cinematográficamente sus responsabilidades como padre, Hernández Cordón empieza a mirar al pasado, un pasado mítico con el que se relaciona no sin generosas dosis de ironía.  

Fotograma de la película 'Se escuchan aullidos', de Julio Hernández Cordón. UN BESO

- ¿Te consideras una rareza en el cine mexicano?

- En cierto modo sí, porque nací en Estados Unidos, en Raleigh (Carolina del Norte), en 1975. Mi papá estaba estudiando ahí. Soy de padre mexicano y madre guatemalteca. He vivido y rodado entre estos dos países, y también en Costa Rica. Han estado a punto de quitarme fondos nacionales por eso, pusieron en duda mi nacionalidad. Siempre me he sentido muy desarraigado, pero en un punto decidí que soy de Texcoco, del lugar donde fui niño y adolescente, que es donde uno se forma.

- ¿Y esa obsesión por Neza y el lago perdido?

- Una vez decidí que era de Texcoco, empecé a investigar. Neza fue como un Leonardo Da Vinci precolombino. Diseñó los canales de Tenochitlan. Fue ingeniero, guerrero, creó escuelas de arte, y sobre todo fue poeta, aunque nadie conoce sus poemas, cosa que me parece muy desafortunada. Cuando entendí que aquel rey había caminado por los mismos lugares en los que pasé mi infancia, me emocioné mucho. Al hacer la película también entendí que mi manera de hacer cine tiene que ver con ese lugar, porque crecí al aire libre y la mayor parte de mis películas transcurre en exteriores, con planos muy abiertos y grandes horizontes. A pesar de que vivo desde hace ocho años en Ciudad de México, estoy siempre fuera. Me muevo en bici, y a la vez voy trabajando, encontrando locaciones, viendo a gente. Lo que tiene la bici es que no importa cómo salgas de casa, lo único bueno es cómo vas a llegar a tu destino. Por eso también he ido implementando bicicletas en mi cine.

Fotograma de la película 'Se escuchan aullidos', de Julio Hernández Cordón. UN BESO

- Habrá más razones por las que te sientes un extraño en México.

- Sí, Guatemala, donde rodé mis primeras películas, es un país pequeño y no hay industria. En esa época me influyó mucho el cine iraní. Aprendí a hacer un cine minimalista y artesanal, muy distinto al de México, donde hay una presencia muy fuerte de los modelos de producción americanos. A mí me da lo mismo trabajar con tal o tal otra cámara. Aparte de mis primeros cortos, nunca he rodado en fílmico. Es muy hermoso, pero prefiero dar mejor sueldo a los actores que darle el dinero a Kodak o Fuji. Y suelo trabajar con no profesionales, mientras que en México siempre han estado muy pegados a los actores desde los tiempos de El Indio Fernández y María Félix, que también trabajaban en Hollywood. Eran gente muy blanca interpretando gente de estratos más bajos, hasta que llegó Luis Buñuel y Los olvidados, que retrató esos espacios de una manera mucho más fiel y rabiosa.

- Te suelen definir como neorrealista.

-Sí, y les puse a mis hijas Ladrón de bicicletas [Vittorio de Sica, 1948], una película que me conmovió mucho. Fue muy lindo ver que a mis hijas les conmovió mucho también.

- Ya llevas dos películas con tus hijas, ¿la paternidad te ha cambiado?

- Sí, ahorita estoy en una etapa sobre la paternidad, también porque estoy separado, y vivimos en países distintos. Ellas están en Guatemala con su madre. De hecho, como explico en el prólogo, la película iba a llamarse Instagram Stories, porque nos comunicamos mucho a partir de nuestras respectivas stories, pero no queríamos que nos llevaran a juicio. 

- El lugar donde creciste parece un suburbio residencial cerrado como los que se encuentran a lo largo del continente americano, desde las gated communities de Estados Unidos a los countries argentinos, ¿es así?

- No exactamente. Viví ahí hasta los 17 años. Pero es una colonia cerrada muy particular, porque se la conocía como la colonia de los doctores. Está muy cerca de la Universidad Nacional de Agricultura, que se llama Chapingo, donde mi padre fue profesor. La colonia era para los profesores de la Universidad, la mayoría habían estudiado en Estados Unidos. Los campos que se ven es donde los estudiantes cultivan, cosechan y hacen sus prácticas. La colonia se creó como una burbuja para educar a los niños, yo crecí pudiendo dejar mi bicicleta en la calle. Pero ahora es un lugar desolado, ya no quedan niños.

- ¿Por qué?

- Aquella era una época de bonanza. Entonces parecía que México se iba a convertir en un país rico gracias la petróleo, y los profesores podían ganar bien. Pero ahora… De alguna manera, tiene que ver con lo que sucede en todo México, porque los niños no pueden dejar la bici en la calle en ninguna parte del país...

El director de cine Julio Hernández Cordón. ARCHIVO

- Tu película anterior, Cómprame un revolver, una distopía que nos precipitaba en un futuro en el que prácticamente todas las mujeres habían sido asesinadas, ya era una reacción contra toda esa violencia, ¿no es así?

- Sí, no muy lejos de Texcoco, al norte del D.F., dentro del área metropolitana, en Ecatepec, es donde ahora mismo se están cometiendo más asesinatos de mujeres, mucho más que en Ciudad Juárez. Está ligado al narco, a la trata, pero también arrestaron a psycho killers. 2016 y 2017 fueron años muy crudos en este sentido. Vivimos en países muy violentos, pero ya cuando se llega a lastimar al otro por placer… Es una violencia extrema que ya no tiene lógica alguna, como un autoexterminio, igual que con el cambio climático. ¿En España los crímenes pasionales son muy comunes, no?

- Sí, demasiado. Pero lo llamamos violencia de género, y aunque pasan cosas terribles, no hay algo tan ritualizado al nivel de lo que se da en México. Por otro lado, Cómprame un revolver también me pareció una reacción a una cierta glamourización del narco que se da en las series. ¿Es posible?

- Sí, porque en esas series el punto de vista nunca es el de las víctimas. De cierta manera, los narcos son como los nuevos héroes, y la verdad es que la violencia en México es como una ruleta rusa, te puede pillar en cualquier lugar. Ya casi es una guerra civil, entre los distintos carteles y la policía y el ejército, aunque todos se están lucrando con el narco. Y yo también me pregunto: ¿por qué en México tenemos que pagar con sangre los platos rotos del narco cuando es un problema que afecta a todo el mundo? Se nos ha estigmatizado cuando el dinero que produce el narco ni siquiera está en el país, está en los bancos americanos y suizos. Te dicen que México es tan salvaje, y mientras tanto se están jalando una línea de coca. Y les digo: lo que estás jalando tiene rastros de sangre, muy cabrón. Te preocupa la violencia, pero la financias. Es superilógico, ¿de qué vamos?

 La violencia en México es como una ruleta rusa, te puede pillar en cualquier lugar

- ¿Legalizarías las drogas?

- Por supuesto. Hay demasiada gente en la cárcel en todo el mundo por el narco. Pero en México surgirían otros problemas, porque ¿qué haces con toda esa gente que se dedica al narco? Hay demasiadas armas. En el norte del país, hay pueblos que ya solo tiene gente mayor, porque los jóvenes o están en Estados Unidos, desaparecidos o en el narco. ¿En España también hay pueblos fantasmas, no?

- Sí, lo llamamos la España vacía. Hablando de delincuencia, en Se escuchan aullidos Fabiana dice: “Mi papá cuando era niño quería ser ladrón o espía”. ¿Era así?

- Me gustaba el cine negro americano de los cuarenta y cincuenta, y me sigue gustando el cine de criminales, personajes con una moral fronteriza, que oscilan entre lo cruel y lo humano. Mis personajes también  suelen ser de esta manera.

Tráiler de la película 'Se escuchan aullidos', de Julio Hernández Cordón. YOUTUBE

- En Se escuchan aullidos cuentas, o más bien susurras al oído de tu hija, que fuiste a Monterrey en 1992 a ver a The Cure, y que te quedaste a cuadros cuando, al llamar a su puerta de hotel, comprobaste que Robert Smith era calvo, que llevaba peluca en los conciertos. Para ti, que siempre has sido un director con mucho oído musical, ¿ha llegado el momento de escuchar la música del pasado?

- Pues es verdad que ahora, quizás porque estoy separado, he vuelto a comprarme muchos vinilos, y que de alguna manera he ido buscando las raíces de la música que me gusta. Pero las canciones que suenan en Se escuchan aullidos son actuales, las compuso mi socio madrileño Alberto Torres, con el que colaboro desde Te prometo anarquía. Pero es verdad que en los últimos años descubrí la salsa, los boleros, el rocksteady. Hace poco descubrí Omega, de Enrique Morente con Lagartija Nick, que me voló la cabeza. Ahí hay como una simbiosis muy interesante y la composición. Obviamente tiene que ver con Cohen y con Lorca, que me fascina. Jugaré con su fantasma en mi próxima película.

-¿El día es largo y oscuro? Creo que te volverás a interpretar a ti mismo...

- Sí, si todo va bien empezaremos a rodar en enero. Todavía nos falta un 40% de la financiación. Esta vez será una película con mis dos hijas. Yo seré un director de cine que es vampiro, y cuando está en un festival de cine descubre que sus hijas heredaron esa condición. Ellas tienen miedo de atacar a la madre, y él tiene que hacerse cargo de ellas de una manera mucho más estrecha.

- Suena un poco a Jim Jarmusch, con quien te comparan a menudo, como un cruce entre Solo los amantes sobreviven y Los muertos no mueren.

- Esta va a ser más como la de Claire Denis [Trouble Every Day, 2001], más gore intimista. Ella  y Jarmusch, del que fue asistente [en Down by Law, 1986], vienen de la misma generación, con mucha rabia y suciedad a la hora de retratar a los personajes, como si fueran una banda de garaje tocando. A ella la conocí en París, cuando estaba en la residencia de la Cinefondation de Cannes. Resultó que había visto mi primera película, Gasolina, y esa conversación me marcó mucho. Lo mismo que Lucrecia Martel, con la que coincidí en un taller, y que también cuenta historias sobre personajes que pueden ser tan frágiles como destructivos. Stranger than Paradise, ya que hablamos de Jarmusch, también fue una película que me influyó por la manera en que estaba hecha, entre amigos, con material fílmico reciclado. Me demostró que se podía hacer un cine artesanal, con pocos medios.

- ¿Vas a meter a tus hijas en un baño de sangre?

- Sí, y eso que me da pánico el cine de terror. Era de quitar el VHS o de verlas sin sonido. La mujer-lobo de Se escuchan aullidos viene de que, en esos lugares suburbiales, entre la ciudad y el campo, siempre hay leyendas espeluznantes, y yo crecí escuchando esas historias y mitos, que tienen que ver con revivir el pasado. En cualquier caso, hacer esa película gore con mis hijas va a ser una manera de enfrentar mi miedo al género.

Periodista cultural especializado en cine y literatura. Fue redactor de la revista Fotogramas durante 17 años. Ahora colabora regularmente con medios como La Vanguardia, El Mundo, Cinemanía o Sofilm, entre otros. Ha comisariado la exposición Suburbia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.