“Cuando Frank Popper organizó la exposición [de arte cinético Lumière et mouvement] a finales de los sesenta en el Museo de Arte Moderno de París, lo hizo buscando la participación de los espectadores. Entonces, casi todos los artistas hicieron sus obras de manera que el público se desplazara, la tocara y la moviera. Ahí se puso en evidencia el estilo de cada quién y para dónde iba el movimiento del cinetismo”, recuerda Juvenal Ravelo, que no era uno de esos artistas.
Porque en ese momento, él era un guaricho de Caripito que veía todo aquello sin tocar nada para no echarlo a perder. Recién había llegado a la Ciudad de la Luz desde Venezuela sabiendo de pintura negra figurativa. Ya había pintado su imitación de Miranda en la carraca de Arturo Michelena, un montón de dibujos que copió de revistas y un pocotón que aspiraban ser tan bonitos como los anuncios publicitarios que pintaba su papá.
Además, antes de irse a la capital francesa, Juvenal ya había montado su primera exposición individual en su país, en el Taller Libre de Arte de Caracas, y había ganado unos cuantos premios nacionales: “Yo no participé en aquella exposición de Popper, pero ya estaba estudiando en la Escuela Práctica de Altos Estudios de la Universidad de La Sorbona y me estaba preparando, investigando el arte constructivista…”.
Y esa preparación hizo que Juvenal dejara de ser el guaricho para convertirse en “El maestro de Caripito”.
Así, el escritor Arturo Uslar Pietri habló de la obra de Juvenal como una “fiesta incomparable y un descubrimiento”, mientras que Jesús Soto dijo que fue “la puesta en evidencia de la vibración óptica creada con ingenio y sabiduría por uno de los artistas importantes del arte universal”. Para Julio Cortázar, lo que hizo Juvenal “es un arte que reivindica a los vecinos olvidados en los rincones alejados de los grandes centros de cultura del mundo”. Y quizás, por todo esto, una pescadora de Caigüire Abajo, en el estado Sucre, dijo: “No quiero que termine esta fiesta de colores”.
Con 89 años de vida y más de 50 de experimentos, Juvenal todavía sale de los recintos artísticos habituales e insiste en investigar cómo fragmentar luces y colores, descomponer formas y efectos luminocromáticos, y jugar con la percepción sensible. Pero, sobre todo, aún se replantea cómo lograr que el espectador corriente participe en su obra como el invitado estelar de la fiesta que le prepara.
En esta conversa con COOLT, a punto de culminar su exhibición Reflejos cromáticos. Homenaje a Soto, Cruz-Diez y Otero, en el Centro Cultural de Arte Moderno de Caracas, Juvenal habló menos de sus obras y mucho más de lo que ha pasado con ellas, porque esto es la vida que le interesa y que, como el sol y su arte, ocurre para todos.
- Hagamos un repaso rapidito, pues. Arrancaste en los setenta con una propuesta un poco inusual: el arte de participación en la calle. ¿Cómo ha cambiado esa participación?
- Cuando yo empecé, veía que, en las exposiciones, en los museos y galerías de Caracas, París, España, Inglaterra, Italia, Miami, no había presencia de la gente de los sectores populares. Ahora sí. También tengo murales en comunidades de clase media-alta. Por ejemplo, el de la urbanización Los Palos Grandes, en el municipio Chacao [de Caracas]. Pero lo más importante es que lo que he hecho ha ido penetrado el entusiasmo y la voluntad de la gente. Hay sectores en donde han pintado hasta en las noches, porque quieren hacerlo.
Pero antes de esos cambios, fue el mío: cuando me vine de París, yo me sentía medio muerto, pero seguía en mi búsqueda, porque tú sabes que todo artista tiene que buscar, si no, pone en peligro su trayectoria y su existencia como artista, y se va a parecer a otro. Entonces, en mi mundo de mis ideas, me dije: “Me voy a atrever a esto”. Muchos, sobre todo los dueños de galerías donde yo había expuesto, me dijeron: “Ahora sí es verdad que te volviste loco”, “¿de París te vas a meter en un barrio a pintar con la gente?”, “¿qué es esa locura?”… A todos les dije: “El arte es idea”. Y me vine en 1975 a realizar la primera experiencia en Caripito, que es el pueblo en el estado Monagas donde yo nací y pasé mi niñez… Ahora, después de tantos años, cuando me voy por ahí a pintar un mural, no me ven tan loco, y esto es un gran cambio también.
- Del Manifiesto amarillo a lo que podría llamarse Manifiesto de Caripito, cuéntame…
- Sí. Convoqué a la gente del barrio Los Cerritos, que eran muchas personas mayores y les pareció extraño, porque los convocaban para las manifestaciones políticas de los partidos nada más. Fue casi toda la gente y vi que la generación mía andaba por ahí con unos vecinos nuevos. Entonces, hubo más apoyo para la idea que llevé, que era convertir un barrio pobre en una obra de arte, y eso ocurrió: arrancamos aquel 14 de diciembre de 1975. Con el arquitecto, arreglamos las fachadas, porque no íbamos a hacer murales solamente. Después, me enfoqué en la armonía de colores por analogía. Con la psicóloga, pegamos unas cartulinas de colores en la pared de una casa para hacer la encuesta de cómo la gente selecciona los colores, cómo se identifica con los colores con los que se vestían, porque hay que respetar la identificación que tiene el ser humano con el lugar donde habita… Y así preparé lo que uno llamó “módulos cromáticos”… Yo había estado en el pabellón de Venezuela de la Bienal de París de 1969 y ahí invitamos al público a participar, pero fue una participación mínima. En mi barrio fue total-total-total, fue otro efecto.
- ¿Qué te dejó esta experiencia para seguir desarrollándola hasta hoy?
- Se crea un sentido profundo de pertenencia. Ellos mismos se vuelven los guardianes de la obra y se rompe la política.
- ¿Cómo se rompe la política con el arte?
- Es una pregunta delicada e importante. Cuando hacemos los murales en barrios y pueblos, en las noches, damos talleres básicos sobre aspectos estéticos para que, por ejemplo, sepan quiénes son Michelena, Tito Salas y Armando Reverón. En el 92, estábamos pintando, todo estaba casi listo, pero tú sabes que cuando vienen las elecciones, viene la propaganda. Resulta que una de esas noches, un señor pegó un afiche del candidato presidencial de su partido en la fachada de su casa. Entonces, una señora militante del mismo partido que el señor le dijo: “Compañero, usted asiste a los talleres y los profesores fueron claros en que no se permite colocar afiches, porque eso transforma la obra en un ente político y eso no es lo que se está buscando”. El señor le dijo que tenían que ir a la casa del partido a hablar eso y la señora le dijo: “Si usted quiere, me lleva hasta la casa del partido en Caracas, pero tiene que quitar el afiche, porque hay que ser responsable”. Y el señor lo quitó y él mismo, sin que le dijéramos nada, raspó de nuevo, agarró la pintura y pintó.
También nos pasó en Los Flores de Catia, en Caracas, finalizando el 2010: una madrugada, llenaron el mural de afiches. Llegaron los del otro partido y pegaron los suyos. Entonces, militantes de lado y lado se unieron para arrancarlos todos. Todo fue muy rápido, pero me contentó mucho. Todavía lo recuerdo, porque me satisfizo; todos supimos que el cambio en la estructura física del barrio también genera un cambio en la estructura mental de los que participan en la obra. Fíjate que se dieron dos resultados: el resultado estético que yo busqué y ese que pasó, que yo no busqué.
Es que el arte transforma. En las encuestas que te comenté al principio, también le preguntábamos a la gente por qué no iban a exposiciones, y una de las respuestas que se repetía mucho era porque no tenían la vestimenta para estar dentro de un museo. Eso me sorprendió mucho, porque yo también usaba camisas de [la tienda] Pepe Ganga y no le daba importancia. Ahora la vestimenta no es mayor problema.
Quiero contarte algo más: en 2021, cuando hicimos la restauración de mi obra [Módulos Cromáticos, de 2001,] en la avenida Libertador de Caracas, fue candela: le fuimos a colocar un fondo antialcalino, pero la gente creyó que estábamos tapando la obra y se formó ese zaperoco en las redes sociales. Tal fue el escándalo que me llamó el ministro de Cultura para pedirme que declara algo… Todas estas cosas pasan cuando la gente se interesa por sus obras de arte.
- Volvamos a la interacción que se da con tus obras. Te quiero echar este cuento: cuando estaba en el colegio, en Maturín, en el Día de la Bandera nos llevaban a la plaza del Estudiante. Allí está tu cilindro y yo me acuerdo que le daba vueltas corriendo y decía que cambiaba de color, aunque ni me pasaba por la cabeza por qué…
- ¡Claro que cambia de color! El descubrimiento en el arte cinético es por el movimiento, el desplazamiento del espectador. Yo no te voy a hablar de la espina de acero ni del volumen virtual de ese Cilindro tridimensional multifraccionado, porque lo importante es lo que tú te imaginabas cuando interactuabas con el cilindro, que también es lo que yo me imaginé que iba a pasar cuando tú eras niña: que el cambio de color, aunque no se entendiera, atrapara.
- ¿Cómo es tu relación con el arte digital y sus nuevas tecnologías?
- Menos mal que estando en París me puse a estudiar nuevas posibilidades, porque se me metió en la cabeza que tenía que saber para manejar lo que ahora es este desarrollo vertiginoso de todo lo que está ocurriendo con la tecnología. Yo siempre sentí que había que estar preparado para poderlo entender.
- Y por eso vas a la 60ª edición de La Bienal de Venecia con…
- Con la Experiencia participativa, que es algo que tiene que ver con el desarrollo tecnológico actual. No vamos a llevar cuadros de pared, como casi todos los países. Nos vamos con una inmersión, con cascos y lentes. Creo que va a estar chévere. Ya hemos hecho algo similar y funcionó: el Centro Venezolano Americano hizo una exposición de realidad virtual con la obra mía [Juvenal Ravelo: Geometría cinética en 8 bits] y me emocioné, porque ellos han hecho eso con Van Gogh y conmigo nada más. En la exhibición en el Centro Cultural de Arte Moderno [antiguo Centro Cultural BOD-Corp Banca] también se hizo algo pequeño.
- ¿Y qué llevas para Art Madrid?
- Para allá sí vamos con obras de fragmentación, porque es la exigencia de la feria.
- Juvenal, has estado por todos los allá y aquí, y hasta en los lugares menos convencionales, ¿cómo quisieras que te recuerden en estos lugares?
- Una vez en un hotel muy lujoso en Valencia [estado Carabobo], apareció una pareja con su niño y la muchacha que cuidaba al niño. La muchacha me dijo: “¡Maestro, yo pinté con usted en Guanare!” [estado Portuguesa], y todos se quedaron asombrados. La mamá del niño me preguntó: “¿Usted es Juvenal Ravelo?”. Le dije que sí y me preguntó cómo la muchacha me conocía. Le dije: “Ella pintó conmigo un arte de participación para inaugurar el templo en Guanare”. Bueno, yo quiero que la gente me recuerde así, como esa muchacha, o como me dijo Soto: “Una cosa que yo quisiera, chico, es que un chofer de taxi se acuerde de mí”. Cuando me dijo eso, yo lo escuché y no pensé en nada, y fíjate, ahora tú me preguntas… Quiero que me recuerden por mis obras individuales y también por las de participación, porque creo que me inventé mi vaina para reivindicar a los pobres de mi tierra.