Entre las miles de películas que hicieron mella en este añejo cronista a lo largo de su muy cinéfila infancia figura aquel clásico de Pedro Masó, Las adolescentes (1975), cuyas protagonistas, entre las que figuraba una jovencísima Victoria Vera, se pintaban los labios al son de ‘La gaviota’, La gaviota, de Mocedades: “Adolescente, adolescente, gaviota torpe y sin plumar / Vuelve a tu nido, vuelve a tu gente, gaviota, vuelve ya”. Y claro tuve que informar de ello a Pilar Palomero al poco de conocerla, justo cuando acababa de rodar Las niñas (2020), gran éxito inspirado en su propia adolescencia en la Zaragoza del “año del descubrimiento”, que tenía una banda sonora ya muy distinta, de los Niños del Brasil a los Héroes del silencio, pasando por Manolo Kabezabolo y Chimo Bayo.
La máquina total de Chimo Bayo, y su eterno “Chiquitan chiquititan tan tan / Que tun pan pan que tun pan que tepe tepe / Pan pan pan que tun pan que pen”, nos lleva a pensar que, tanto sobre Las niñas como sobre La maternal —que Palomero presentó en el Festival de San Sebastián antes de su estreno este noviembre en las salas españolas—, también planea la influencia de Jamón, Jamón, el clásico de Bigas Luna, justamente estrenado en 1992: Así me gusta a mí suena tanto en los Monegros de Luna como en la cercana Zaragoza de Palomero. Elena López Riera nos reconocía esa misma influencia en lo que se refiere a su propia puesta de largo, El agua. Es curioso cómo, ahora que se cumple el 30º aniversario de su estreno, cada vez resulta más palpable la influencia de aquella película con sabor a tortilla, polvo y carretera.
Si en Las niñas Andrea Fandos no se llevaba nada bien con su madre, interpretada por una Natalia de Molina vestida de negro, tres cuartas partes de lo mismo le ocurre a la debutante Carla Quílez, que se las ve y se las tiene con Ángela Cervantes, con la que vive en Monegrillo, perdidas en ese mismo desierto en el que se alzaba el toro enamorado de Luna. Carla es sin embargo mucho más salvaje que Andrea, y además sus problemas también son mucho mayores, pues no sólo atraviesa la adolescencia como una Derby Variant quemando rueda, sino que además paga un peaje completamente imprevisto porque se queda embarazada de su mejor amigo, y lo descubre cuando ya es demasiado tarde para hacer nada.
De ahí irá a parar a una de esas residencias para chicas que se han quedado embarazadas donde la ficción de su personaje se mezclará con la verdad de algunas chicas que, si bien no son las actuales residentes, han pasado por ese trance. Un estimulante cóctel que se abre con una escena arrolladora, planteada como un auténtico desafío para el espectador: la magnética protagonista y su mejor amigo, que todavía no saben nada de su anacrónica paternidad, se dedican a vandalizar una casa en la que se han introducido clandestinamente, simplemente para romperlo todo. Esa expresión de rabia adolescente, que puede parecer gratuita, resulta sin embargo de lo más pertinente en el contexto actual, cuando los medios no han dejado de culpabilizarlos, después de que la pandemia les robara la libertad en los momentos que más la necesitaban.
- La escena de apertura de La maternal es brutal. El espectador tiene que hacer un esfuerzo para identificarse con una violencia que tampoco puede resultarle ajena, puesto que más o menos todo el mundo ha vivido esa rabia adolescente y hecho cosas que su yo adulto censura vehementemente, ¿verdad?
- ¡Sí! Nos pasa a todos el pensar: “¡Dios mío, pero qué hice!”. Aunque este episodio en concreto está inspirado en una amiga mía que lo hizo cuando las dos éramos pequeñas y andábamos por el pueblo, y se me quedó grabado. Fue también esa misma amiga la que un buen día me dijo: “Pues yo he hecho el amor”. Se podría haber quedado embarazada, porque lo había hecho desde la inocencia y desde el juego. No le ocurrió porque tuvo suerte.
- Esta escena de apertura es lo contrario de una presentación canónica. Las películas más convencionales, no digamos ya las series, suelen tomarse su tiempo para que el espectador se encariñe con el personaje, y aquí es justo lo contrario.
- Quería empezar con una escena que transmitiera toda la furia del personaje. Antes incluso de quedarse embarazada ella ya vive unas circunstancias bastante injustas de desigualdad social y con una madre ausente. Manifiesta toda esa furia de manera inconsciente, pero viene provocada por todo lo que lleva a cuestas desde hace tiempo.
- A eso se suma la voluntad de poner en un aprieto al espectador, de desestabilizarlo de entrada.
- Sí, eso quizás me viene del tiempo que pasé con Béla Tarr en la Academia de Cine de Sarajevo, que para mí significó un antes y un después. Hasta entonces sólo había dirigido cortos, y ahí me decidí a embarcarme en un proyecto como Las niñas. No sólo era estar con Tarr, sino compartir y ayudar en proyectos de los demás, ya que éramos 20 personas de países distintos, y disfrutar de la presencia de directores como Carlos Reygadas o Gus van Sant, que venían a pasar quince días con nosotros. Con Tarr siempre hablábamos de la escena de inicio de una película. Eso también se me quedó muy grabado. A él le interesaba plantear de entrada el espíritu de la película, que en este caso es el de Carla, una chica que está viviendo al límite, al margen de todo, con una violencia que no puede contener.
- Y el Predictor se convierte en una bomba atómica...
- Carla tiene que ser madre y adolescente al mismo tiempo. Tiene que vivir las dos cosas a la vez, y son dos momentos vitales que no tienen nada que ver el uno con el otro. La adolescencia es un momento de introspección y, al mismo tiempo, de aprender a relacionarse con el mundo. Mientras que la maternidad es todo lo contrario, hay que ser generosa y cuidadosa. Esa contradicción es lo que me interesaba más de toda la historia: cómo podemos odiar a los que más queremos, que es un poco lo que le sucede a Carla con su madre y a su madre con Carla. Ese reaccionar de maneras que sabes que no está bien, pero no poder evitarlo. Todo este mundo tan complejo de las relaciones fue lo que me cautivó. Lo complicado que es relacionarnos entre nosotros.
- Otro momento muy desafiante es la ronda de presentaciones de las demás futuras madres de la residencia, cuando cada una de ellas, una tras otra, cuentan su historia. Quizás es el momento más radical, en cuanto a puesta en escena, de la película, ¿no?
- Es mi momento favorito de la película, y también lo fue del rodaje. Se creó algo ahí, una conexión de energía muy bonita entre ellas y el equipo. Fue súper especial. Sabía que era un riesgo meter esta escena tan larga en la que me detengo tanto rato en cada una de ellas. En los primeros visionados hubo gente que nos dijo que igual era demasiado larga, pero es la razón de ser de la película y el motivo por el que la hice. Fue al conocerlas, y conocer sus historias, cuando me decidí a hacer la película. Así que me pareció importante asumir el riesgo, y los productores también lo vieron de la misma manera.
- ¿Cómo descubriste este centro de acogida para jóvenes embarazadas?
- Fue cuando empezamos el montaje de Las niñas, justo al acabar el rodaje. Valerie Delpierre, mi productora, me lo propuso como posible tema para una película. Le habían hablado de una chica muy joven que se había quedado embarazada, y que había ido a un centro residencial de estos. Hay muchos. Me daba mucho respeto porque no se trata de algo que he vivido de cerca, y lo que hicimos fue ir a uno de los centros, donde tuvimos una reunión con el director y el equipo, que nos explicaron cómo funcionaba. Ellos nos pusieron en contacto con muchas mujeres, muy jóvenes, aunque ya mayores de edad, que habían sido madres en su adolescencia. Obviamente, no podíamos hablar con las residentes porque hay una ley de protección del menor. Pero escucharlas me ayudó a reafirmarme y a tomar la decisión.
- ¿Cómo las seleccionaste?
- Fui quedando con ellas de manera individual para tomar un café. Hablé con muchas, que me contaron sus experiencias, un proceso de documentación normal, que al mismo tiempo me ayudó a ver cuáles podían resultar más adecuadas para la película.
- ¿Dónde está el centro real?
- Está en L'Hospitalet. Pero lo reconstruimos para rodar. Aunque una de las educadoras del centro real, Carol, hace de actriz en la película, y también ha supervisado desde el guion al rodaje para que todo fuera verosímil. Los protocolos y todo eso.
- El personaje de Carla era una manera de llegar hasta ellas a través de la ficción, ¿no?
- La historia de cómo Carla se queda embarazada es la que es, pero hay muchas maneras de llegar a este centro. Claudia, por ejemplo: muy enamorada de su pareja aunque sea muy joven, relaciones tóxicas, de todo... Desarrollé la historia, e iba escribiendo el guion, a la par que me entrevistaba con todas las chicas. Así que el guion ha quedado muy impregnado de cómo son ellas, de sus expresiones y su manera de ser. Pero ellas en la película son actrices. No se interpretan a sí mismas. Algunas de las historias que cuentan igual corresponden con su propia historia, o no. Hay partes que sí, otras que no. Aunque esa experiencia es algo que llevan escrito en la mirada. Lo llevan en los ojos.
- ¿Cómo se decidía quién contaba más su propia historia o quién se la inventaba?
- Una mezcla de todo. El día que rodamos esta escena en particular les di toda la libertad del mundo, insistiendo en que contaran sólo lo que querían contar. Y luego hay personajes como el de Claudia Dalmau, que interpreta a la compañera de habitación de Carla, que no han vivido la experiencia, y que llegaron a la película a través del casting.
- El personaje de Claudia es un poco la voz de la conciencia de Carla.
- Es que es cómo nos los contaban. En estos centros, están las educadoras, pero las compañeras también influyen mucho. Nos sucede a todos: la gente de nuestro entorno nos cambia. A veces para mal, y a veces afortunadamente para bien.