Maite Alberdi es una de las mejores contadoras de historias de Chile. Y eso no se sustenta en los premios que ha recibido (que son muchos), sino en algo mucho más poderoso: cada vez que un documental suyo se estrena, paraliza el momento y genera conversaciones. Se reordena el rompecabezas de los acontecimientos.
Para la directora, no basta con encontrar historias increíbles. “Ante todo tienen que ser personajes que te provoquen, que te conecten con algo, con los que te puedas encariñar”, dice en conversación con COOLT. “Es como un buen casting en una ficción. No hay narrativa que valga si el personaje no te emociona”.
En 2023, Alberdi (Santiago, 1983) estrenó en Latinoamérica su último filme, La memoria infinita, ganador de la Mejor Película Latinoamericana en los Premios Forqué y del Premio del Jurado en el Festival de Sundance, y que recientemente ha llegado a los cines españoles. El documental vuelve la mirada a la cotidianidad vital del recientemente fallecido periodista chileno Augusto Góngora, enfermo de alzhéimer, y su esposa, la actriz y exministra de Cultura chilena Paulina Urrutia.
“Lo que hizo que quisiera embarcarme en esto con ellos fue que era la primera vez que yo veía una persona con alzhéimer muy integrada en el mundo”, cuenta Alberdi. “Venía de hacer El agente topo, y en todas las películas en las que había trabajado había personas con la enfermedad, y todo lo que había visto siempre era que estaban muy aisladas socialmente”. En cambio, la cineasta vio que Paulina llevaba a Augusto al trabajo, que todas las personas que trabajaban con ella lo integraban: “Ellos dos querían estar en el mundo. Y esa necesidad de estar en el mundo y de no esconderse, de asumir la fragilidad y de asumir otro ritmo al que todos los demás tienen que ir, fue lo que me motivó. O sea, no entré a esta historia por las personas que eran. Entré solamente porque los vi muy enamorados y los vi tratando de llevar una relación lo más social posible”.
Juntos en casa, él siendo parte de los ensayos en el teatro con su esposa, paseos, conversaciones, baños, muchos cariños y momentos de crisis. “En la vida, todas las emociones conviven”, dice Alberdi. “Esta historia yo la viví así, muy feliz cuando estaba con ellos y claro, había momentos dolorosos. Entonces, creo que tiene que ver con el entendimiento de la vida como es, sin géneros separados como en el cine. En la ficción te obligan a armar categorías: drama, comedia, thriller. Eso no existe en la realidad, y el balance aquí es obvio: hay mucho amor. Y también momentos tristes”. Para Alberdi, “esa es la gracia de la buena vida”, entender que no existe un estado emocional permanente. “Nos han acostumbrado a pensar que las emociones no conviven, y yo creo que se pliegan todo el tiempo, están una sobre la otra, se van moviendo en porcentajes y los días cambian”.
La directora cuenta que fue Augusto quien decidió que quería hacer la película. “Y yo creo que lo decidió bajo dos argumentos”, agrega. “Primero, él hizo muchas campañas de visibilización del alzhéimer, iba a las marchas y siempre fue muy claro en expresar que no tenía vergüenza y en mostrar su fragilidad, en hablar de eso. Él era un comunicador y tenía muy claras sus luchas comunicacionales”. Y el otro argumento tiene que ver con la trayectoria vital de Góngora. El periodista dice en el documental que a él le tocó hacer dos crónicas: la “crónica de la muerte que lleva a la vida” en Teleanálisis, un noticiero chileno realizado en la década del ochenta, durante la dictadura de Pinochet, en el que se mostraba el día a día que no aparecía en la televisión. Sus imágenes se copiaban en VHS y se pasaban de mano en mano, en la clandestinidad. Y la segunda crónica es la de los creadores chilenos, con diversos programas culturales a su cargo en el canal estatal a partir del regreso de la democracia. “La memoria infinita es su tercera crónica”, dice Maite. “Es la crónica de su fragilidad. Tal como las personas abrieron las puertas de su casa para que él filmara durante años, él dice: yo abro las puertas de mi casa para mostrar mi propia fragilidad. Es un acto de consecuencia en su vida el pasar sus últimos años con una cámara al lado”.
Alberdi recuerda que Augusto fue “un comunicador determinante” en el retorno a la democracia que siempre luchó por dar cuenta del panorama cultural chileno. “Un conocido me decía el otro día que, si tuviera que definirlo, lo definiría como de profesión simpático. Como un tipo encantador. Así se movió y así logró lo que logró, desde la ternura. En su funeral [el periodista murió el 19 de mayo de 2023], un amigo suyo dijo: ‘A mí me enseñó a trabajar desde la ternura’, que yo creo que es algo muy olvidado hoy en las comunicaciones. Entrevistar al otro desde la ternura”.
Otra forma de memoria histórica
En una de las imágenes de archivo que son parte de La memoria infinita, aparece Augusto en su treintena, en una sala llena de gente. Se trata de la presentación, en 1989, del libro Chile: la memoria prohibida, escrito por el periodista Rodrigo Atria y con la investigación realizada por un grupo de periodistas encabezado por Góngora. Antes de cualquier informe o comisión estatal que confirmara oficialmente la muerte, tortura y desaparición de personas en la dictadura, estuvo este proyecto, dividido en cinco tomos. Dos de ellos se extraviaron y no lograron circular.
En medio de aquella presentación, un joven y bigotón Augusto dice: “Nos parece muy importante reconstituir la memoria. No para quedarnos anclados en el pasado, sino porque pensamos que reconstituir la memoria es siempre un acto con sentido de futuro, es siempre un intento de verse a sí mismos, de conocer los problemas, de conocer nuestras debilidades para ser precisamente capaces de superarlas y poder enfrentar generosamente el futuro. Nos parece importante también decir que no basta que la reconstitución de la memoria sea un acto meramente racional. No bastan solamente las cifras o las estadísticas. Yo creo que los chilenos también necesitamos reconstruir nuestra memoria emocional, precisamente, porque estos años han sido tan duros, tan traumáticos, tan llenos de dolor, que también necesitamos recuperar nuestras emociones, asumir los dolores, elaborar nuestros duelos”.
Así como en la vida, en La memoria infinita, la palabra “memoria” es poliédrica. Está la memoria de Augusto y por momentos la ausencia de ella. Está la memoria de Paulina. La de ambos, juntos. También la memoria de un periodista y su trabajo por construir y preservar la de un país completo. Alberdi explica que, luego de realizar este documental, aprendió “otra forma de entender” la memoria histórica. “Este año que pasó en Chile”, dice, “se discutió mucho sobre la narrativa de los actos conmemorativos de los 50 años del golpe de Estado, y creo que el fallo de esa narrativa fue en algo que, precisamente, plantea Augusto: que tenemos que hacer nuestro duelo reconstituyendo la memoria emocional. Y eso es lo que pasa en la película. Él se olvida de lo que hizo ayer, pero no se olvida de cómo mataron a Parada. Él se olvida de cuántos años lleva con Paulina, pero no olvida que ella es su amor. Si la narrativa de la memoria política va a ser la cifra, a las nuevas generaciones no les va a importar. La derecha puede tratar de reinterpretar y justificar las violaciones a los derechos humanos, pero no puede borrar el dolor de un país. Porque está ahí, en una persona que incluso está perdiendo la memoria. Esa es la permanencia y eso es lo que tenemos que narrar. Ese es mi gran aprendizaje sobre la memoria y sobre la memoria política. La narrativa y el relato tienen que venir desde la emoción”.
Cuidar hasta el final
La memoria infinita ya se ha encontrado con diferentes públicos alrededor del mundo y su directora explica que pasa exactamente lo mismo en el público chileno y el internacional: “No veo una diferencia entre quienes los conocían y los que no. Está la información necesaria sobre ellos para que los puedas conocer y te encariñes. Y la apreciación es la misma, conmueven desde el amor ante todo. Para todos es una historia de amor. Y creo que el paralelo con la memoria histórica golpea a todos, independientemente de cuál sea tu historia política”.
Meses antes del estreno, desde que apareció el tráiler, una de las conversaciones fue la de los cuidados. Quiénes los ejercen, cuáles son sus condiciones y los peligros de su romantización. En Chile, el 71,7% del trabajo en cuidados es realizado por mujeres. Maite cuenta que ella también ha sido cuidadora, de forma que su aproximación al tema no llegaba desde el vacío. “La película no esconde el dolor de Paulina ni tampoco las dificultades, creo que es responsable en ese sentido”, dice. “No está solo lo lindo de los cuidados, sino también las crisis y el cansancio. Y también soy muy consciente de que esta es una situación excepcional por varios motivos: porque tienen los medios para ella poder cuidar y seguir con su carrera. Que también es un acto de amor saber cuándo institucionalizar, que acá hay una decisión de ella de cuidar hasta el final, pero que no es la única decisión válida. Hay una cuidadora dispuesta a cuidar porque tuvo una buena relación, en la que a ella la cuidaron todos esos años. Lamentablemente, eso es algo muy excepcional también, que alguien esté dispuesto a cuidar porque es lo normal en la relación que ha construido. Está lleno de mujeres que efectivamente han tenido una pésima relación, que no las han cuidado, y entiendo y es obvio que no quieran cuidar. Creo que está lleno de excepcionalidades”.
—¿Tenías alguna reflexión inicial que fue cambiando a lo largo del proceso de hacer la película?
—Mi idea inicial era solo filmar el presente y hacer una película sobre la relación, pero lo que descubrí es que era imposible entender la relación en el presente sin las asociaciones con el pasado. Es comprender que el presente se entiende desde una historia y que yo tenía que ir a ese pasado y saber cómo contarlo. Y también un entendimiento de que todos los personajes tienen una forma distinta de narrarse y que eso fue lo que tuve que descubrir, cómo se narraban ellos.