La pantalla viajó doblada como una sábana, amarrada a la loma de un burro durante 20 horas. Recorrió cerca de 23 de kilómetros y en algunos tramos subió a más de 4.200 metros de altitud. Partió de Tilcara, pueblo enclave de la Quebrada de Humahuaca, para llegar hasta la comunidad andina de Yaquispampa, la más aislada de la provincia de Jujuy (Argentina). La acompañaron un pequeño grupo de personas que transitaron a pie, atravesando caminos de herradura por donde solo se atreven las mulas, con varios tramos colmados de precipicios. Una hazaña. Era la única manera de hacer llegar un equipo de cine móvil a una las escuelas más inaccesibles del remoto noroeste de Argentina. Allí, seis niños educados a 3.000 metros de altura esperaban su oportunidad. De eso va el documental La pantalla andina.
“Para mí, la pantalla es un símbolo, un dispositivo en tránsito. Podemos ser los espectadores, que, a la hora de ver un filme, entramos en transición y, en este documental, en particular, somos testigos de un trayecto de forma cándida, como lo es el blanco que emerge de la pantalla antes de reflejar el contenido de una película”, explica la periodista Carmina Balaguer (Barcelona, 1984), que se estrena como directora y productora con este filme.
“La pantalla es también la capacidad que tiene el cine como lenguaje de zambullirnos en una realidad ajena y hacérnosla sentir en la piel. Es un momento bisagra, como lo son todos los caminos. Un símbolo que, en esta película, llega lejos como siempre puede hacerlo la cultura. Aquí la ‘pantalla’ es ‘andina’ porque simboliza el acceso a una cultura que transita en contextos de altura, los Andes”, afina la realizadora.
Que la cultura llegue a todos
La génesis de esta analogía poética entre viaje y cine se remonta a 2018, cuando Balaguer se mudó de Buenos Aires, donde había residido durante cinco años, a la Quebrada de Humahuaca, Patrimonio de la UNESCO. Quería realizar una investigación sobre la mujer andina que, en estos momentos, la también cronista de viajes sigue volcando en un libro.
“El día que me trasladé a la provincia, conocí al equipo de Cine Móvil [un programa que, desde hace 20 años, ha llevado el cine a diversas comunidades muy aisladas de Jujuy] y me interesó el trabajo que realizaban. Empecé a acompañarlos en sus viajes más destacados para comprender su labor y documentarla. Recorrí la provincia con ellos durante seis meses. En uno de esos viajes, me contaron su sueño de llevar cine a los Valles de Altura, los más inaccesibles de la provincia al no albergar ningún camino carretero; solo una de siete comunidades tiene acceso apto para vehículos 4x4 a través de un camino de montaña de altura. Sentí que ese sueño se tenía que concretar de alguna manera. Me comprometí a que, si realizaban el viaje, yo lo contaría”, relata la cineasta.
Y entonces llegó el momento: Cine Móvil organizó la travesía a pie con destino a los Valles de Altura. Pero, antes de iniciar su aventura, Balaguer tenía que encontrar a su aguerrida protagonista. “Tenía claro que faltaba un personaje central que hilara la historia. Entrevisté a varias maestras, hasta que conocí a Silvina [Velázquez], quien en ese momento estaba a punto de trasladarse a la escuela de Yaquispampa, la más aislada de los Valles de Altura. Todos los cabos se unieron”, relata.
Héroes cotidianos
La maestra y los dos miembros del Cine Móvil, Asunción Rodríguez y Enrique Hernández, echaron a andar un día de finales de abril de 2019. La travesía fue costosa. “Las mulas con las que viajamos solo cargaron los equipos. Contábamos únicamente con una mula libre a la que íbamos subiendo por turnos cuando nos encontrábamos mal”, cuenta la directora. Ese malestar estaba provocado por el mal de altura: “Nos agarró a todos y nos hizo demorarnos más horas de lo previsto. Fue muy duro entender que estaríamos muchas horas sin poder filmar debido a este malestar, hubo varios pasajes de la travesía que no fueron cubiertos”.
Además del viaje físico y externo, está el que va por dentro. En el caso de La pantalla andina, fue, por encima de todo, una experiencia iniciática. “Al culminar el viaje, muchos nos replanteamos nuestras vidas presentes”, dice Balaguer. “Fue iniciático porque constatamos que es posible llegar más lejos cuando te sirves de la vocación y la tenacidad. Y que, cuando se llega más lejos, también es posible aportar algo a la sociedad. Por todo esto, decidí trabajar el proyecto bajo la premisa ‘Irse lejos es volver muy cerca’”.
Todos los esfuerzos e ilusiones por contar esta historia le nacieron a Balaguer del deseo de dar a conocer los valores de la tradición andina, por la que siente gran afinidad: “Está el vínculo que el ser humano establece con la tierra, que a su vez es sencillo y espiritual. También, la tenacidad. En los parajes donde el paisaje es adverso, como sucede en la mayor parte del mundo andino, solo hay una forma de salir adelante: comprometiéndose con una labor”. Esos valores los representan los tres protagonistas del documental, “una fuente de inspiración” para nuestros tiempos. “Los tres trabajan alineados con su misión de vida, además de impulsar sueños y hacerse cargo de los suyos propios”, detalla con admiración la directora, quien experimentó junto a ellos un elemento propio de la cultura andina: “Tanto los personajes como el equipo de filmación realizamos el pago a la Pachamama, un rito en el que se le pide permiso a la tierra para transitarla o se le agradece por el viaje transitado. Esto dotó de profundidad el sentido de este trabajo”. Balaguer comparte una reflexión: “Estoy convencida de que, ahora más que nunca, es el conocimiento rural y ancestral el que nos ayudará a seguir adelante”.
El poder y la magia del cine
El equipo de Cine Móvil llego a la escuela de Yaquispampa, donde las casas “desconviven”, aisladas entre sí, a horas de caminata, rodeadas de montañas de belleza imponente en las que predomina el sonido del viento y la naturaleza. Un lugar en el que el cine cobra una fuerza poderosa: “Es una oportunidad de convivencia y encuentro, un acto de valor social en el que los vecinos se acercan a la escuela para compartir la experiencia. Asímismo, en las escuelas, el cine es una herramienta didáctica más. Las maestras se ocupan de preparar a los niños y de realizar labores previas y ejercicios posteriores”, señala Balaguer. Los seis niños de la escuela más remota de los Valles de Altura de Jujuy apuntaron, entonces, su mirada hacia la pantalla. Lo que ocurrió hay que verlo, no contarlo.
“Creo que la cultura es un alimento para nuestras mentes y almas”, dice la directora. “Además de visibilizar una realidad, también quería reivindicar nuestro derecho a soñar. Estoy convencida de que soñar nos acerca a las emociones y que es mediante la emoción que podemos entrar en acción, avanzando como sociedad. Soñar, además, nos compromete con un objetivo, asumiendo una responsabilidad”.
“Llevar la cultura a lugares recónditos y acercar la fábrica de sueños” fue la razón por la que el festival BBK Mendi Film Bilbao-Bizkaia premió en su 14ª edición La pantalla andina como Mejor Película de Cultura y Naturaleza, en la proyección que supuso su estreno el año pasado. El documental ha cosechado desde entonces un buen puñado de éxitos en el circuito de festivales internacionales, con otros galardones en citas como el Cine Las Americas International Film Festival de Austin, el Festival Internacional de Cinema de La Cerdanya, el Festival de Cine de Montaña InkaFest de Arequipa o el Festival Internacional de Cine de los Derechos Humanos de Sucre.
El camino inverso
El filme de Balaguer también ha recibido, recientemente, una declaración de Interés Provincial por parte de la provincia argentina de Jujuy, donde La pantalla andina inauguró el 8º Festival Internacional de Cine de las Alturas. A la proyección asistieron todos los protagonistas, también los niños, que, por primera vez en su vida, asistían a una sala de cine. En esta ocasión, eran ellos los que habían caminado hasta la ciudad, en un viaje inverso al que muestra el documental.
“Los niños habían crecido, estaban serenos, de la misma manera que lo estuvieron cuando llegamos a la comunidad de Yaquispampa en 2019. Los niños del norte y de los valles son quietos, introvertidos, quieren su tiempo. Aunque me consta que estaban emocionados, porque uno de ellos pasó una noche sin dormir antes de descender de los Valles, según me contó una de las maestras”, dice la directora. “La proyección fue maravillosa, porque, a cada secuencia donde ellos aparecían, soltaban una risa nerviosa. Era una risa muy genuina; no importaba qué sucedía en la pantalla, solo verse y avergonzarse un poco era un acto de diversión. Esto llenó de ternura la sala”.