En La pecera, el dolor de un cuerpo humano es el dolor de un lugar. El cuerpo corresponde a una mujer enferma de cáncer. El lugar es Puerto Rico, concretamente, la isla-municipio de Vieques. Como en un espejo, lo íntimo y lo colectivo se convierten en lo mismo en el relato que la cineasta boricua Glorimar Marrero Sánchez (Barranquitas, 1978) ha construido para su primer largometraje y su primera ficción. Antes, han sido todo cortometrajes documentales: Toquío, Amarillo o Biopsia.
La historia de su película acompaña a Noelia (Isel Rodríguez), una puertorriqueña de 40 años que descubre que su cáncer ha hecho metástasis. A pesar de la insistencia de Jorge, su pareja, ella rechaza continuar su tratamiento y decide regresar a Vieques, la pequeña isla caribeña donde creció. Y también un lugar enfermo por la contaminación dejada por el ejército estadounidense tras 60 años de prácticas militares. Allí, rodeada de las aguas cristalinas, se encontrará con la dura realidad sanitaria, ambiental y cultural a la que se siguen enfrentando su madre y sus amigos. La película se convierte, por lo tanto, en la llamada de atención de una “colonia” donde la basura bélica ha provocado, entre otros, el cáncer de la protagonista. Es así como la guionista y directora transforma un drama intimista en una aflicción colectiva.
La pecera llega este 26 de mayo a las salas de cine españolas después de haber participado en las secciones oficiales de festivales internacionales como el de Sundance y el de Málaga, entre otros.
- Saltas del cortometraje documental, o de propuestas más híbridas de docuficción, al largometraje de ficción, aunque en él hay una importante base documental. ¿Cómo ha resultado la experiencia de narrar de esa otra manera no tan sujeta a la realidad?
- Precisamente, mi exploración en el audiovisual siempre arrancó por ahí. Me parece que lo híbrido tiene mucha fuerza, y para mí es importante siempre apostar por ello. De hecho, en La pecera mi intención era ampliar ese espacio híbrido, pero no fue posible porque había protocolo covid y tuvimos que trabajar con una atmósfera mucho más controlada. De todas formas, hay elementos que se pudieron mantener, como el tema de la colostomía o los espacios naturales de la contaminación. Lo más importante de ese abordaje es darle espacio a la verdad y a la realidad. Y cómo esa realidad no hay que trastocarla ni alterarla tanto para contar algo si está ahí disponible, para que cuente desde un espacio natural y con las capas que puede generar entre los sujetos y el espacio natural.
- ¿Por qué decides dar espacio a esa realidad concreta que aborda la película?
- Hay pocas historias puertorriqueñas contadas, en el sentido de que no paramos de realizar cine, pero pocas veces hay espacio de distribución y comercialización de las obras. Las voces y las historias puertorriqueñas se tienen que conocer. Pocas personas saben del lazo político desigual que tiene Puerto Rico con Estados Unidos. Es importante que se hable de la colonia hoy en día, de cómo todavía a estas alturas existen países en el proceso de colonización. Y, en ese sentido, para mí era importante hablar como puertorriqueña de lo que nos aqueja y de lo que está relacionado con los puertorriqueños, que muchas veces es una historia muy similar a la de otros países.
- La pecera a la que alude el título simboliza el estancamiento de un país que ni se ve si se atiende. ¿Es tu película un toque de atención urgente a la comunidad internacional?
- Claro, uno trabaja con la intención de que el trabajo esté bien hecho, lo que sucede después ya es efecto directo del proyecto de la película. Pero uno también aspira a que esto genere un comentario internacional a la atención de un área que tiene tanta contaminación bélica que ha sido desatendida, como en otros puntos del planeta que también sufren de esta contaminación. Y sí, se convierte en una carta de comunicación de urgencia y de necesidad de atención de una comunidad que sufre enfermedades, desigualdad, y que tiene la contaminación ahí y no está siendo mirada. No hay un plan de acción con eso, no hay una atención adecuada de las autoridades públicas. En la película, hay una intención de provocar conversaciones y diálogos al respecto.
- Todo empieza y todo acaba con una bañera. ¿Qué significado cobra este elemento?
- El personaje principal tiene cáncer colorrectal, con lo cual, el baño es el espacio donde ella consigue intimidad, se convierte en ese remanso donde te puedes ir a esconder, a atenderte. En relación a la tina, ella, como viequense, es muy apegada al agua, que le hace sentir bien. Y entonces, en esa construcción de la tina está también el lazo con esa memoria de la exploración con el agua en Vieques. Hay un juego que tiene que ver también con el útero de la madre, cómo esta agua la tranquiliza a ella estando en la capital, en San Juan, y luego cuando va a Vieques. Hay ahí como un puente de un inicio y un final.
- Lo íntimo y lo colectivo se dan la mano en la película, que trabaja paralelamente en dos espacios: el cuerpo de la protagonista y la isla municipio de Vieques. ¿Cómo se consigue hilvanar estos dos ámbitos?
- ¡Con mucha reescritura de guion! [risas]. Yo quería trabajar con un cuerpo de una mujer con cáncer colorrectal, porque es una enfermedad cercana a mí, mi mamá la sufrió. Pero también era importante hablar de la colonia, que tanto nos afecta en Puerto Rico, y por eso escogí Vieques como escenario, porque tiene las características de la sintomatología de esa relación, de lo peor de ese lazo político entre Puerto Rico y Estados Unidos. Fue mucho trabajo de escritura para lograr que el cuerpo enfermo fuese también un espejo de la isla desatendida, que también está enferma por una contaminación bélica que, a su vez, enferma al personaje. Hay un paralelismo entre cuerpo y contaminación material visible y evidente.
- La protagonista decide regresar a Viques, la isla donde creció, para recuperar la libertad que la enfermedad le ha robado, para reconectar con su tierra y con su comunidad. Y también para reencontrarse con la causa de su propia enfermedad, al involucrarse con un grupo ambientalista que denuncia toda esa contaminación armamentista… ¿Querías enfrentarla a la causa de todo?
- La intención era trabajar con lo inconcluso, con lo no enfrentado. Muchas veces, cuando estás en un espacio de diagnóstico de una enfermedad, empiezas a plantearte tu propio duelo. Es como un análisis de la pérdida de la vida propia y cómo eso provoca que quieras atender cosas que todavía no has entendido, que tienes pendientes. Volver a Vieques es atender eso que está pendiente, y poder aportar algo a la documentación de lo que está bajo el agua. Ella lo hace desde un cuerpo enfermo, un poco necesitando ver eso de frente para enfrentarlo, porque ya llegó el fin de su vida. En ese sentido, es una búsqueda muy personal y muy visceral.
- El dolor de la protagonista, enferma terminal de cáncer, se ve y también se escucha a través de esos sonidos-lamentos que emite. ¿Había una propuesta formal para que fuera así?
- Sí, yo siempre le recordaba a la actriz el dolor en cada toma, era algo constante, y que ese dolor tuviera otras manifestaciones más allá del movimiento del cuerpo. Lamentablemente, todo el mundo tiene experiencias con esta enfermedad, por eso era importante destacar esa capa sonora.
- Que los pacientes terminales tienen su propia voz, que hay que escucharlos y respetar su determinación a interrumpir un tratamiento, es algo que dejas claro con la protagonista…
- Sí, en el proceso de la enfermedad de mi mamá, me adentré mucho en este tema de los derechos de los moribundos. Tal vez yo era un poco más como Jorge [la pareja de la protagonista], más insistente con “tienes que seguir, tienes que seguir”… Pasar por esa situación me hizo pensar mucho en los derechos de los moribundos y cómo no los escuchamos. A veces creemos que tenemos la respuesta para el paciente, el cual pensamos que no está en el lugar de opinar. Por eso, en este proyecto quise trabajar desde un lugar que concediera lo que yo no pude necesariamente darle a mi madre. Yo siempre insistía en que ella siguiera el tratamiento, así que aquí decidí hacerlo de otra manera: que sea la voz del personaje enfermo la voz decisiva, no la de los que la rodean. Que los moribundos tienen derechos y voz, que hay que escucharlos, que no somos nosotros, los que estamos del lado saludable, los que tenemos el poder de ir sobre la voluntad de un enfermo, es parte de las intenciones de la propuesta.
- ¿Cuánto ha tenido de terapéutico este proyecto?
- El otro día leí una entrevista que le hicieron a Almodóvar y él hablaba de cuando hizo Dolor y gloria, donde también está el duelo a la madre, y reflexionaba mucho sobre “se tuvo que morir para hacer esto”. Eso es fuerte también, es como: “Eso tuvo que pasar para que yo pudiera encarar mi primera película”. Pero hay un trabajo de trámite que te da fuerza. Creo que la muerte siempre se integra. No llegas a sanarla completamente, sino que aprendes a vivir con ella. También está que la pieza sirva como una carta de honor a la vida de mi madre. Es como un homenaje, y ahí hay conciliación, sanación, es una mezcla; pero, más que nada, hay integración.
- En tus propias palabras, la historia cinematográfica puertorriqueña cuenta con alrededor de 60 largometrajes y solo cuatro de ellos han sido dirigidos por mujeres. ¿Esto ha acrecentado aún más tus ganas de contar desde una visión autoral puramente femenina?
- Ahora serán dos o tres títulos más, habría que actualizar el dato, pero digamos que, de las 60 obras de una historia de 110 años que se celebraron el año pasado, los títulos de mujeres están en poco más de media docena. Si contamos los cortos, son muchos más. El inicio de la historia cinematográfica iba enfocado a que las mujeres escribían o producían y los hombres dirigían. En las décadas recientes, mujeres como Ana María García o Sonia Fritz se fueron hacia adelante con todo, y las siguientes generaciones hemos estado haciéndolo sin parar, no nos quedamos con el rol típico que se esperaba que tuviésemos, sino que dijimos: “Vamos a escribir y vamos a dirigir y también vamos a producir”. Las mujeres tenemos ese derecho y queremos contar historias desde otros puntos de vista. Es importante, urgente, y corresponde a mi generación y a las generaciones que vienen seguir trabajando para poder darle visibilidad a nuestras historias, desde una óptica caribeña, puertorriqueña. Es un tema de responsabilizarse de cuáles son las historias que una quiere contar.