No es Rusia el primer lugar que acude a la mente como destino para la comunidad homosexual de Cuba. Pero los históricos lazos entre lo que fue la URSS y la utopía de los Castro hacen que esta también participe en el flujo migratorio que se da, con más o menos fuerza según las circunstancias, entre los dos países. En su primer largometraje, el realizador cubano Luis Alejandro Yero (Sancti Spíritus, 1989) retrata la soledad de cuatro jóvenes homosexuales que han llegado a Moscú en busca de una vida mejor, incluso de un muy hipotético hogar, y acaban encapsulados en apartamentos de gigantescos edificios de la periferia moscovita.
Llamadas desde Moscú reposa sobre un dispositivo tan minimalista como conceptual: los planos en los que vemos a los protagonistas de la historia hablando por teléfono, con sus conocidos y familiares de la isla, o trabajando —hay un momento hilarante en el que uno de ellos, teleoperador a la fuerza, vende tratamientos contra la disfunción eréctil— alternan con los de las gélidas moles residenciales de una ciudad decididamente hostil. Parece que cada uno vive en su propio apartamento, aunque poco a poco descubrimos que se trata del mismo piso, alquilado para llevar a cabo el documental. “El piso es la película” nos contó Luis Alejandro Yero en el Festival de Gijón, donde charlamos sobre una propuesta decididamente única, tanto en el fondo como en la forma.
- Es conocida la histórica conexión entre La Habana y Moscú, pero resulta bastante insólito que cuatro jóvenes homosexuales busquen refugio en un país en el que, por las noticias que nos llegan desde ahí, no es donde mejor serán recibidos, ¿cómo lo explicas?
- Van a Rusia porque son muy pocos los países donde no piden visa a los cubanos. En Europa es muy difícil, y en América ni hablar, aunque entran clandestinamente en Estados Unidos a través de Nicaragua. Miami sigue siendo el destino privilegiado, tienen un millón de cubanos ahí.
- ¿Hay mucha migración de Cuba a Rusia?
- Bueno, ahora con la guerra de Ucrania se redujo muchísimo. No sé exactamente cuáles son los números, pero, antes de la guerra, en los últimos cinco años, había estadísticas que decían que cada año 50.000 cubanos entraban en Rusia, aunque no todos para quedarse. Una gran parte iban para comprar mercancía a mayoristas. Luego las revendían a un precio mucho más alto en Cuba. Había gente que se enriquecía de esta manera, porque el pasaje tampoco es tan caro: reservado con tiempo, los hay a 800 euros ida y vuelta. Traían cosas básicas que en Cuba no hay: ropa interior, champú, cosméticos...
- Vaya, ¿sigue sin haber lo básico en Cuba? Yo estuve, durante el Periodo Especial, y realmente faltaba de todo.
- Ahora mismo estamos en una crisis que no sé si es igual o peor que aquella. Hay una fragilidad y una precariedad muy graves en el país. No es casual que, en los dos últimos años, se haya dado el mayor éxodo en toda la historia de Cuba: de una isla de 11 millones de habitantes, se fue medio millón de personas. Eso es como un 5% de la población.
- La película habla de eso.
- Sí, ellos dicen: prefiero estar en Moscú, aunque que sea en estas condiciones, que regresar a Cuba. En teoría el visa expira a los tres meses, pero se quedan. Si los pillan, la policía rusa es súper corrupta, y lo resuelven pagando una multa. Pero por eso tampoco salen casi nunca a la calle.
- Unas condiciones muy desangeladas, especialmente para el carácter latino. El dispositivo de la película incide mucho en el aislamiento radical en el que viven.
- Completamente, son las antípodas absolutas en todos los sentidos: lingüística, climática, cultural, económica, social. Y en ese territorio hostil se proponen encontrar un hogar. Eso fue lo que me movilizó. Que fuera el lugar más aparentemente adverso para encontrarlo fue lo que me hizo ir hasta allá. Y por eso quise crear como un hogar para la película.
- Lo que encuentran son esos trabajos basura, como el de telemarketing, que representa el triunfo absoluto del capitalismo: trabajar esclavizado en casa, sin contrato, ni nada. Lo que parece que va a ser el futuro.
- Completamente, un sistema de explotación increíble. En Rusia hay mucha mafia. La rusa, la serbia, hasta una mafia cubana. Ellos controlan todos estos trabajos en negro a los que se aferran los migrantes que llegan buscando cualquier cosa desesperadamente. En muchas de las estafas o de los casos de trata, casi siempre suele haber un intermediario cubano. Llegan ahí, y rápidamente son esclavizados de una manera u otra.
- ¿Esclavitud sexual?
- También. Estuve con un grupo de mujeres trans, que tenían que salir en la película. Formaban parte de una red de prostitución trans llevada por un ruso ahí, aunque en su caso no fueron engañadas, sino que fueron porque querían. Las mujeres trans siempre están muy fragilizadas y desprotegidas en todas partes. En Cuba no hay ley de identidad, sufren bullying, dejan los estudios muy pronto, luego no tienen capital cultural... Muchas terminan en la calle como trabajadoras sexuales. Por eso hay muchas que se fueron a Moscú, y luego se dieron cuenta de lo que significa ser una mujer trans en Rusia. Yo les pregunté: “¿No sabían que Rusia es uno de los países más homofóbicos y transfóbicos del mundo?”. No, realmente no lo sabían.
- ¿Por qué decidiste centrarte en cuatro hombres homosexuales?
- Como hombre gay, lo queer nunca me interesó demasiado, porque para mí no es un tema, aunque haya toda una tradición de cine queer, etc. Hay como un gran debate sobre qué es lo queer, ¿no? Es algo que tiene muchas respuestas. En mi caso, lo utilizo para reunir todas las identidades no normativas de la vida. Los protagonistas son cuatro chicos gays, pero no quería hacer una película gay. En este caso, me interesa más esa etiqueta, la de queer, que tiene algo de disidencia, que no la de simplemente gay.
- ¿Dónde vives ahora mismo?
- Bueno, no lo sé. Es una buena pregunta. La Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, donde coordino la parte documental, es donde paso más tiempo y donde tengo mis cosas, mis libros y mis plantas. Aunque soy muy nómada ahora mismo.
- ¿Cómo están los derechos de la comunidad LGTBI+ en Cuba en la actualidad?
- Es un país de extremos, va de una punta a la otra así... Hace 15 años, las fiestas gays eran clandestinas. Si te descubría la policía, te llevaba, aunque nada grave, una multa, pero no dejaba de ser violento. Todo cambió radicalmente con Mariela Castro, la hija de Raúl Castro. Fue un cambio que vino desde arriba, no de la sociedad civil. En los noventa, mi primera fiesta gay fue clandestina, y al año abrieron el mayor club gay en el Teatro Nacional, enfrente de la oficina de su padre, Raúl Castro. Ser gay en Cuba hoy no es gran cosa, incluso se ha convertido en un destino turístico gay. Hace un año aprobaron la nueva ley sobre la familia, que es como lo más vanguardista del mundo. Aprobaron todo, hasta el matrimonio poliamoroso. Pero había una jugada política detrás: al mismo tiempo sacaban leyes según las cuales, por insultar en redes al presidente, dos años preso. Se discutió cómo la lucha LGTBI+ había sido instrumentalizada por el Gobierno para hacer un pink washing, diciéndose algo así como que “los maricas se pueden casar entre cinco si les da la gana, pero mil presos políticos ahora mismo”.
- Esto fue ya con Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba desde hace unos cuatro años. ¿Qué ha cambiado con él respecto a los Castro?
- Mi tesis de graduación en la Escuela de Cine fue justamente sobre las elecciones vistas desde la mirada de un matrimonio de ancianos campesinos que estaban haciendo un horno a carbón mientras sucedían las elecciones. Había como la idea de que podía ser como un posible Gorbachov, y realmente ha sido como más bien un Brézhnev. Ha derrumbado el país económicamente, hay más represión, y a eso se sumó el covid y la caída del turismo, que no ha vuelto. Después de las manifestaciones del verano de 2021, donde fue muy evidente para el mundo que Cuba era un país totalitario, el aura de Cuba como el “Jerusalén de los obreros” —hay mucha gente con esa movida— se perdió, y dejó de ser un lugar atractivo para el turismo. Y además Cuba es muy poco competitiva respecto a México, República Dominicana u otros destinos turísticos en el Caribe.
- Vaya, a mí ya me deprimió mucho cuando fui. Parecía un prostíbulo flotante, faltaba de todo, y además me sorprendió encontrarme con una sociedad extremadamente racista.
- Totalmente. Es que los noventa, fue una crisis muy fuerte. Y Cuba nunca dejó de ser un país racista. Por mucho que la Revolución dijera lo contrario.
- ¿Qué ha cambiado de esa crisis a la de ahora?
- Nosotros. Somos otra generación, con internet, hablamos inglés. Es una generación que se ha ido. Por eso aparezco yo también en la película, hablando con el casero, que es un tipo muy hostil, que creció en la URSS y no habla inglés, mientras que su hija sí. Con ella enseguida comparto una sensibilidad, porque la generación milenial fue la primera generación unida por internet, para lo bueno y lo malo. Yo soy del 89, pertenezco a la primera generación global.
- ¿Cómo incidió la guerra de Ucrania en el rodaje?
- Después de filmar durante las dos primeras semanas de febrero empezaron a haber movimientos de tropas, aunque yo no prestaba atención a las noticias, porque estaba muy metido en la investigación. A los dos días de terminar la película, Putin anunció que había entrado en Ucrania. Nosotros nos queríamos quedar un poco más de tiempo, pero nos fuimos muy rápido. Lo tenía que meter en la película, porque fragilizaba más todavía la situación de estos chicos. Y me parecía además muy interesante narrar la guerra desde un punto de vista tan periférico como el de unos migrantes ilegales cubanos queer en Moscú.
- ¿Fue fácil rodar los exteriores?
- Obviamente, filmamos sin permiso de filmación, todo fue muy ligero y muy punki. Estábamos al norte de Moscú, en un lugar muy impersonal y áspero, que nos venía bien para registrar esos lugares. Estuvimos sólo dos días para los exteriores.
- ¿Y qué será lo próximo en lo que piensas trabajar?
- Queremos hacer una trilogía siguiendo con esta idea de tiempo suspendido, y de que una persona migrante es una persona trans, porque está con un pie en un sitio y el otro en otro. Esa condición me interesa mucho cinematográficamente. El no tiempo, el no lugar, de la condición migrante. La diáspora cubana está repartida por muchos lugares, y la segunda película de la trilogía será en Tijuana. Será todo lo contrario que Llamadas desde Moscú, que es muy estática. Aquí también trataremos el tema de la espera, para pasar a Estados Unidos, pero de manera opuesta, con una larga salida hacia la noche.