No hay performance, no hay intervención artística callejera, no hay marchas o colectivas feministas en Ciudad de México que no traigan consigo la huella, la inspiración o la participación de Lorena Wolffer (1971). Es una de las artistas mexicanas más conocidas en el exterior, pero, en realidad, Lorena es una conspiradora y co-inspiradora de múltiples proyectos que —dentro o fuera de los museos— transforman el arte en una experiencia colectiva. “Intervenciones culturales participativas”: así define su producción artística. Una práctica social que quiere incidir e intervenir en el espacio público con su mezcla de arte, activismo y feminismo. Lorena está en una continua búsqueda de espacios seguros, de encuentro y de cuidado y cuando no hay, los crea.
Entre sus intervenciones, es imposible olvidar Estado de excepción, cuando se podía encontrar a Lorena en las calles de México, Londres, hasta Kabul, organizando comidas inesperadas. Montaba una mesa en una plaza pública para 20 personas con una comida excepcional y riquísima. A la hora acordada, invitaba a las mujeres que pasaban por allí a comer juntas. Así que se sentaban, hablaban y convivían mujeres diferentes que nunca se hubieran encontrado y, como explicaba Lorena, “siempre algo pasaba. En una comida se sentaron dos vendedoras de muñecas que este día no habían ganado suficiente dinero para su vuelta a casa y que nos hablaron de que ‘a ellas nadie antes les había servido un plato de comida’. Que comían siempre después que sus esposos, hijas e hijos y, por lo tanto, este momento por sí mismo estaba transformando su cotidianidad”.
Todo eso sucedía mientras que el mundo continuaba. O sea, mientras que iban pasando personas en un espacio público en general muy difícil, a menudo violento, para las mujeres en México. Cada vez que Lorena organizaba una comida se podía vivir y asistir a una doble trasgresión: entre las mujeres sentadas en la mesa, y entre las personas que pasaban por el espacio público circundante y las veían. Una trasgresión silenciosa, pero profunda.
Después llegó la pandemia y lo cambió todo.
El Estado mexicano creó en 1989 el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), un organismo público para apoyar y difundir la creación y producción artística. Para Lorena, como para la mayoría de la comunidad artística mexicana, las becas otorgadas por esa entidad resultaban vitales para seguir haciendo su trabajo, pero el Gobierno decidió remodelar el Fonca para crear un nuevo programa que registra tensiones por reducción de presupuesto y falta de pagos. Con la emergencia sanitaria, el sector cultural sufre un recorte del 75%.
Un ajuste “monumental” que, según Lorena, es más grave aún si se tiene en cuenta que, mientras que miles de personas del sector cultural se ven abocadas a sobrevivir “sin recibir ningún tipo de ingreso”, desde el Estado se apuesta por impulsar el proyecto de construir una serie de nuevos museos en el Bosque de Chapultepec, el parque más grande de la Ciudad de México. Una iniciativa que implicaría una reconfiguración y urbanización del parque en una zona que ya tiene el mayor número de museos de todo el país. “Yo creo que hay una dificultad en el diferenciar lo que es necesario de lo que no lo es”, explica la artista.
Con la pandemia, el sector cultural vio cómo su mundo se desmoronaba. Proyectos en espera, ilusiones en suspenso. En este contexto, Lorena participa junto con la coalición de artistas y creadoras FrentA en la creación de Mutua, una forma de aprendizaje colaborativo concebida en tiempos adversos.
“Muy pronto nos dimos cuenta de que estar con una actitud reactiva frente a una política de recortes era una tarea de tiempo completo y, sobre todo, no era una tarea productiva”, dice Lorena. Así, a través del arte, Mutua nace para pasar de la protesta a la propuesta.
“No lo pensamos como un proyecto cultural, sino como un proyecto político para proponer otros mundos”, explica Lorena. “Si la pandemia agudizó desigualdades que ya existían, se tienen que crear espacios de posibilidades para transformarlo todo, porque si no regresaremos a lo mismo y triplicado. Con otras compañeras nos preguntamos: ¿qué vamos a hacer a partir de ahora? ¿Cómo queremos seguir viviendo? Las herramientas de antes de la pandemia no nos sirven. No solo a nivel laboral, sino también en otras dimensiones, como la afectivad o la amistad”.
Cerrucha, Magali Lara, María Laura Rosa, María Minera, Mónica Mayer, Mónica Nepote y Vivian Abenshushan son las demás integrantes del proyecto. Mujeres con diferentes competencias y talentos, que han unido fuerzas para elaborar el programa Laboratorias, que busca crear espacios experimentales de producción de conocimiento a través de una plataforma en línea. “Nos dirigimos a cualesquiera personas, de cualquier parte del mundo que entiendan o quieran entender español. No queremos estar solo en contra de los cánones establecidos por el arte oficial, sino proponer otros. Generar otra estructura. Producir y compartir herramientas para desarticular los sistemas de poder”, explica Lorena, que destaca que el próximo año el grupo prevé incluir participantes de toda América Latina y el Caribe, como la colectiva argentina La calle en la Lengua o la chilena Lastesis, entre otras.
Lorena logra crear una práctica artística feminista a través y a partir del performance, desde que, en 2000, con Mientras dormíamos, convirtió en mapa su cuerpo con el fin de documentar la violencia con la que 290 mujeres fueron asesinadas en Ciudad Juárez, Chihuahua, mientras toda la sociedad dormía. Teniendo en cuenta que las expresiones artísticas, en particular la performance, ponen en el centro del escenario el cuerpo, ¿cómo se puede abrir al gozo, al deseo o establecer una relación de cercanía en las plataformas virtuales? ¿Dónde queda el cuerpo?
“Hay límites en el uso de plataformas online, pero si los cuerpos no pueden estar cerca, eso no significa que no haya experiencia”, dice la artista, que señala que en el medio digital se produce “un intercambio de saberes donde todas aportamos a partir de la experiencia vivida por cada una. Incorporamos la experiencia en el proceso de cómo se aprende y operamos desde una lógica de los cuidados. Según cómo nos cuidamos, desde los feminismos produciremos una cultura capaz de defender los derechos de todas las personas”.
La idea de intercambiar conocimiento también está muy presente en el denominado Ágora, el espacio abierto creado por Mutua en el que cada semana se discute un tema diferente. “Como artistas queremos crear otros espacios para posicionarnos de forma diferente”, dice Lorena, “porque sigue vigente la idea que el arte sirve para ilustrar las ideas, pero a las artistas no nos invitan para hacer parte de los procesos de decisiones o organizaciones”.
La voluntad de Lorena Wolffer de abrir nuevos espacios se evidencia en iniciativas como su intervención cultural Evidencias, que transforma la invisibilidad de la violencia contra las mujeres en un fenómeno visible y público. En este proyecto, la artista invita a las mujeres a donar objetos domésticos empleados para ejercer violencia contra ellas. Cada objeto es acompañado de un testimonio. Todos son donados por mujeres sobrevivientes de violencia o las personas queridas de víctimas de feminicidio. Hoy la obra cuenta con un acervo de más de 200 objetos recabados en Ciudad de México, Querétaro y Tijuana, y sus respectivos testimonios recogidos en seis años entre el 2010 y 2016.
Durante la pandemia y para no perder historias, Lorena pasa del trabajo con la materialidad de los objetos a plataformas digitales. Así, en el blog Historias propias desde la casa, la artista recopila las historias personales durante la contingencia sanitaria por covid-19 y logra mostrar el impacto diferenciado del confinamiento sobre niñas, mujeres y adolescentes. Esa experiencia sirve de base para la exposición virtual participativa Diarias Global y se amplía en una plataforma digital diseñada con el Museo Universitario Arte Contemporáneo.
-Desde lo material a lo digital, ¿cómo logras no perder la materialidad de las experiencias?
- En una obra como Evidencias, la validación pasa de una a una: yo te miro y tú me miras, yo reconozco qué te pasó y tú me reconoces, y eso mismo se pudo transitar en plataforma en línea. Con Historias propias, que hice al principio de la pandemia, ya estábamos pensando que el regreso al espacio privado de las casas iba a multiplicar las violencias contra las mujeres. El último proyecto, Diarias Global, es una plataforma que a través de fotos registra la nueva realidad que viven niñas y mujeres. Diarias se transformó en una enunciación colectiva. Desde la coralidad, desde la multiplicidad de voces se construye un enunciado común. Llegaron miles de cosas insólitas e interesantes. Alguien envió una foto de su mastografía para decir ‘vas y revísate’, porque en pandemia pospusimos muchísimas cosas. Hay una foto con una mujer y su bebé para decir ‘también en la pandemia las mujeres parimos’. Hay el registro de las tareas interminables que las mujeres llevan a cabo durante el día. Hay todas las experiencias juntas y de formas intergeneracional. Mujeres mayores que no están saliendo de su casa, completamente resguardadas por el miedo al contagio. Así que sí, en los proyectos en líneas se pueden traducir algunos espacios de encuentro, teniendo presente que son espacios que producen exclusión porque hay muchas personas que no tiene acceso a una computadora o a internet.
- ¿Hoy cual es el desafío más importante para las artistas?
-Generar para nosotras mismas espacios laborales que no estén precarizados, que no estén basados en la autoexplotación, que sean espacios de cuidado mutuo. Nos cuidamos y acompañamos. Hay algo de bien poderoso en hacer juntxs.