El mapa íntimo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo

El fotógrafo Leo Vaca recorrió Argentina para retratar en su paisaje cotidiano a 40 mujeres a las que la dictadura arrebató a sus seres queridos.

Olga Barrera de Suárez, una de las mujeres retratadas en el libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Olga Barrera de Suárez, una de las mujeres retratadas en el libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA

“Eran meras fotografías de un acontecimiento del que yo apenas sabía algo y que no podía afectar, de un sufrimiento que casi no podía imaginar y que no podía remediar. Cuando miré esas fotografías, algo cedió (…) Una parte de mis sentimientos empezó a atiesarse; algo murió; algo gime todavía.

Susan Sontag, Sobre la fotografía

 

Sara Laskier de Rus (Lodz, Polonia, 1927) creía que no podía tener hijos. Prisionera de los nazis, en 1941 sufrió un accidente mientras trabajaba esclavizada en una fábrica de Freiberg, Alemania. La operaron sin anestesia y estuvo meses postrada. Atravesó un calvario hasta ser liberada de Auschwitz, adonde la habían enviado para su destino final. Pesaba 26 kilos. Una larga cadena de peripecias la hicieron terminar en Argentina, a fines de los años cuarenta. Habiendo huido del horror, Sara inició una nueva vida en Buenos Aires. Casada con Bernardo Rus, también polaco, también sobreviviente, los médicos le informaron que no podría tener hijos por las graves lesiones sufridas durante el Holocausto. Pero pudo. El 24 de julio de 1950 nació Daniel, el hijo de ambos. El oficio de anudador textil de Bernardo fue suficiente para sostener el hogar. Eran años de estabilidad económica en Argentina. Pasó el tiempo. Daniel se convirtió en un alumno brillante. Con 23 años se recibió de físico nuclear en la Universidad de Buenos Aires e ingresó becado a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Además, era docente en la Facultad de Ciencias Exactas y ayudaba a su padre en la fábrica textil que este había montado. El 24 de marzo de 1976, con el golpe de Estado, todo cambió. Los militares comenzaron una cacería atroz que terminó con 30.000 desaparecidos. A punto de cumplir 27 años, el 15 de julio de 1977, Daniel, militante peronista, fue secuestrado junto a dos colegas en la puerta de la CNEA. Siniestros y desatados, los militares detuvieron ilegalmente a 20 científicos de ese organismo. Daniel fue arrojado en la parte trasera de una camioneta. Se lo llevaron, encapuchado. Fue la última vez que lo vieron con vida. Desde entonces permanece desaparecido.

Sara es miembro de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, una organización que tiene su origen en 1977, en el momento más cruento de la dictadura argentina, cuando madres de desaparecidos empezaron a marchar en silencio, en reclamo de justicia e información, alrededor de la Pirámide de Mayo, frente a la Casa Rosada. Llevaban pañuelos blancos en sus cabezas: una señal —luego un ícono— para reconocerse en la oscuridad. Sara también integra la Asociación Sobrevivientes de la Persecución Nazi. Menuda, en su mirada blanda anidan las huellas del estupor. Es una de las 40 Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que participan de Madres y Abuelas, el impactante libro de fotografías realizadas por Leo Vaca (La Plata, 1973) que acaba de publicar la Secretaría de Derechos Humanos del Gobierno de Argentina.

Sara Laskier de Rus. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Sara Laskier de Rus. LEO VACA

La de Sara es una de las tantas escalofriantes historias que jalonan este documento visual único que nació como idea durante la pandemia. Las restricciones por el covid-19, sumadas al implacable paso del tiempo y los recuerdos todavía inquietantes del espanto, pendían como una acechanza sobre ese conjunto de Madres y Abuelas. Casi todas solas, casi todas todavía en duelo. La idea, entonces, fue ir a buscarlas, ir a fotografiarlas en sus hábitats, en sus ciudades, en sus barrios. Como un arqueólogo visual itinerante, Vaca se zambulló sobre las rutas argentinas para llegar hasta ellas. Del norte seco a la Patagonia. Desde Los Andes hasta el Río de la Plata. Pasó por Neuquén, Catamarca, Formosa, Mendoza, Santa Fe, Mar del Plata, Tucumán, Santiago del Estero, Buenos Aires, La Rioja, La Plata. Solo, sin demasiados planes en cuanto al modo de abordaje de cada una de ellas, Leo atravesó el largo país empuñando su cámara y sabiendo que lo que estaba pergeñando era un trabajo histórico.

Vera Vigevani de Jarach. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Vera Vigevani de Jarach. LEO VACA

Nicolás Rapetti, director de Coordinación de la Secretaría de DDHH, estuvo a cargo del proyecto. “Durante la pandemia”, cuenta a COOLT, “ellas eran las personas más vulnerables, y las teníamos que proteger. Estaban amenazadas. Son grandes, y muchas se están yendo. Una vez que Leo arrancó el trabajo, nos empezamos a dar cuenta de que estábamos haciendo algo que no estaba tan visto. Hay muchas fotos de ellas en la calle, pero no teníamos visto su entorno, su intimidad. O sea, empezamos a mostrar algo que no había sido mostrado. Sus lugares, los objetos que las conectan con aquellos que ya no están. Son luchadoras, y estamos acostumbrados a verlas en las calles y en las plazas. Nos parecía que el resultado era sumamente interesante, porque era mostrar el lugar más íntimo”.

Además de rostros que desbordan melancolía, las más de 300 páginas del libro contienen detalles y elementos cargados de simbología, objetos que remiten al vínculo mudo y sutil que todavía enlaza a las Madres y Abuelas con su pasado y con sus hijas e hijos. En el caso de Sara, hay un retrato de las ollas de cocina que trajo desde Polonia. Son testigos oblicuos de una resistencia.

Utensilios de cocina de Sara Laskier de Rus. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Ollas de cocina de Sara Laskier de Rus. LEO VACA

Esos pasados todavía queman, por su desgarradora condición de herida abierta. Como el de Carmen Ledda Barreiro de Muñoz, cuya mirada tenaz —un primer plano dominado por sus atentos anteojos— parece transmitir el orgullo de no haber sido quebrada. Carmen sufrió la desaparición de su hija Silvia, secuestrada en La Plata el 21 de diciembre de 1976. Ella estaba embarazada. Una captura de una foto suya, con delantal colegial y sonrisa, forma parte del libro. Se cree que dio a luz mientras estaba detenida en El Pozo de Bánfield, uno de los centros de detención más ominosos. Casi medio siglo después, ese nieto aún no fue restituido. El hijo mayor de Carmen, Antonio, también había sido detenido y enviado a una cárcel en Mar del Plata. A diferencia de su hermana, la detención de Antonio fue legalizada, lo que permitió que Carmen pudiera ir a visitarlo. Todavía recuerda cómo, durante esas visitas, le pasaba información en un microfilm besándolo en la boca.

Carmen Ledda Barreiro. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Carmen Ledda Barreiro. LEO VACA

Pero Vaca no solo rastrilló en el mapa y en la tierra débil del recuerdo. Su trabajo también tuvo un rasgo inmersivo: un excursionista repentino y profundo descendiendo a las cavidades emocionales de esas madres. Además de llevarles flores —tiene un puesto de venta en La Plata, donde reside—, Leo llegó con su innegable encanto, un don de gente derivado de su modesta y discreta presencia, de su condición de juglar taciturno de la imagen, un sujeto con un talento tan grande como su humildad. Ese ojo escondido captura lo que al resto no nos es dado observar. El instante definitivo. Las “viejas”, entonces, le abrieron su corazón a ese antidivo tenue que supo retratar la espera. Porque ellas todavía los esperan.

“Leo es un fotógrafo que admiramos. Tiene una sensibilidad especial. Eso es algo que no viene con la técnica, sino que tiene que ver con la personalidad. La tenés o no la tenés”, completa Rapetti.

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Habitación de Óscar, el hijo de Inés Rigo de Ragni. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Habitación de Óscar Alfredo, el hijo de Inés Rigo de Ragni, secuestrado en 1976. LEO VACA

“¿Cómo terminaba después de las fotos? En muchos casos salía de sus casas perdido, sin rumbo. Caminaba sin saber adónde ir… Era muy fuerte todo. Ellas me abrieron sus hogares, su intimidad, sus recuerdos. En algunos casos, tenían los cuartos de sus hijos en el mismo estado en el que los dejaron. En otros, me trajeron sus cosas, sus fotos”, cuenta Vaca.

A Leo, además, lo perseguía el almanaque porque el proyecto era urgente: ellas tienen edades avanzadas, y había que buscarlas antes de que les pasara algo. De hecho, seis murieron desde que él terminó de visitarlas. Una fue Marta Ceridono de Gómez, a quien Vaca inmortalizó en la cocina de su casa de la ciudad de Tucumán. La hija y el yerno de Marta desaparecieron en marzo de 1975, en el marco de lo que se conoció como “Operativo Independencia”. Las imágenes que tomó Leo son una obra maestra de la iluminación. Y del silencio. Dos meses después de retratarla, Marta murió.

Marta Gómez. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Marta Ceridono de Gómez. LEO VACA

En Tucumán, Leo también fotografió a Faride Salim de Adriss. En las páginas del libro, Faride está sentada en el anacrónico y sombrío comedor de su casa. Su hijo Ismael, militante de la Juventud Peronista, fue secuestrado a pocas cuadras de allí, en 1977. A los pocos meses, Leo regresó a Tucumán para una exposición. Sabiendo que el tiempo cabalga apurado, pasó a saludar a Faride. Cuando llegó se encontró con su hija, que paseaba al perro. “Mi mamá está muy mal. No te puede ver”, le dijo. Vaca se fue, pero a la tarde recibió un llamado. “Le conté a mamá que pasaste y me dijo que quería verte. Vení mañana a almorzar”. Leo acudió. Le convidaron las famosas empanadas tucumanas. “Faride no las podía comer, de la emoción de todo lo que hablábamos. Fue una charla hermosa”, recuerda.

Faride Salim de Adriss. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Faride Salim de Adriss. LEO VACA

En avión, en auto y hasta en bicicleta: así fue cómo Vaca reptó por las entrañas del país para llegar a ellas. “Ninguna se mostró reticente. Más bien lo contrario. Me brindaron su tiempo, respeto, y con mucha fuerza pudieron revivir tiempos muy dolorosos de sus vidas”. Vaca cuenta que al final ya lo estaban esperando, porque se había empezado a correr la voz entre ellas. “Estaban ansiosas, por el hecho de contar su historia. Sentían que al fin eran tenidas en cuenta”, agrega. Muchas de sus historias eran desconocidas en los medios de los grandes centros urbanos, especialmente en Buenos Aires. Uno de los relatos que más conmocionó a Leo fue el de Sonia Torres, una madre cordobesa cuya hija, Silvina, fue capturada y enviada el centro de detención “La Perla”, donde fue asesinada en el invierno de 1976. Tenía 19 años y estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad de Córdoba. De impecables 92 años, Sonia fue retratada por Leo mirando una ventana y tomando una taza de té. Detrás suyo una enorme imagen muestra a su hija sonriendo. Entre otras cosas, Silvina era una exitosa nadadora federada. En total, 14 compañeros suyos fueron desaparecidos. “Me sorprendió enterarme que casi todos eran brillantes”, cuenta Vaca.

Sonia Torres. Fotografía del libro 'Madres y Abuelas'. LEO VACA
Sonia Torres. LEO VACA

“¿Cómo quedé después de todo esto? Fueron dos años con una microdosis semanal de drama. Son historias que no se le pueden ocurrir ni al escritor de terror más creativo”, concluye. Ganador del Premio García Márquez de Fotografía, Leo no lo duda: “Es el trabajo más importante que hice y que seguramente voy a hacer en mi vida”.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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