Maru Quiñonero, la pintora que escucha colores

La artista española, que convive con la sinestesia, convierte el color en una forma de comunicación y en la base de su exitosa obra.

La pintora española Maru Quiñonero, con sus características obras de colores, en la Voltz Clarke Gallery de Nueva York. ALE MEGALE
La pintora española Maru Quiñonero, con sus características obras de colores, en la Voltz Clarke Gallery de Nueva York. ALE MEGALE

Maru Quiñonero (Murcia, 1979) lleva años exhibiendo sus obras y proyectos por medio mundo. En marzo de 2020, de hecho, la artista se encontraba en Nueva York inaugurando una exposición cuando comenzaron los primeros confinamientos a causa de la pandemia. Durante los meses posteriores, ya se sabe, el existir de todos frenó de manera brusca e inesperada. Sin previo aviso sobrevino un tiempo de quietud y aislamiento, un periodo que Quiñonero aprovechó para idear BIEN, la muestra que durante este mes de marzo ha acogido la Alzueta Gallery en su sede de Madrid. 

La entrevista de Maru Quiñonero con COOLT se lleva a cabo precisamente en ese espacio de la capital española. Han pasado dos años de todo aquello y la vida, al menos para Quiñonero, parece retomar su curso habitual: su agenda vuelve a estar repleta de planes, entregas y desplazamientos. Conversamos sentados en unas pesadas sillas de madera y mimbre, mientras las pinturas de su exposición BIEN nos observan y acogen. 

Pese a que se crio en Murcia, la artista lleva tanto tiempo viviendo en Madrid que en su habla apenas queda rastro del acento de su tierra. Precisamente comenzamos la charla recordando su infancia, que transitó bastante alejada del arte. “En mi familia”, dice, “durante muchos años se bromeó con que a mí no me gustaba dibujar. Pensándolo ahora, en retrospectiva, se me ocurre si esa broma familiar no me afectó de algún modo durante mi infancia y adolescencia”.

—¿Una especie de complejo?

—No un complejo, porque no era nada dramático ni nada por el estilo. Pero sí lo pienso como un clic que se me quedó ahí en la cabeza y que decía “es que yo no sé dibujar”. A raíz de esto siempre me acompaña un pensamiento que expresa algo así como: cuidado con las cosas que les comentamos a los niños, porque tal vez una frase tonta, dicha en un momento muy concreto, puede acompañar a un niño durante años.

De algún modo, Quiñonero cree que es posible que su incursión tardía en el mundo de la producción artística se deba precisamente a eso: a un comentario externo mal encajado, a una noción negativa sobre sí misma y sobre sus capacidades que se le quedó adherida al inconsciente por mucho tiempo. Sin embargo, cuando llegaron los años de universidad, Maru optó por matricularse en Historia del Arte, a pesar de que todo parecía indicar que su camino era la Filología Inglesa: “Se me daba bien el inglés, pero durante los últimos años de instituto cursé una asignatura de Historia del Arte que me encantó. Tuve una profesora fantástica que explicaba muy bien, y en ese momento cambió todo”.

Preguntada por cómo era el ambiente artístico de Murcia durante aquellos años universitarios (finales de los noventa y principios de los dos mil), Maru responde que mantuvo cierto vínculo con Ramón Gaya, figura destacada de la pintura del siglo XX en España, pero porque su familia tenía mucha relación con él. “Supongo que algo de él caló en mí”, reflexiona. “Y después Murcia tiene los impedimentos de cualquier ciudad de provincia. En la actualidad hay algunas galerías de arte contemporáneo, pero siempre digo lo mismo: para mí es más fácil exponer en Nueva York que en Murcia. Al final, nadie es profeta en su tierra”.

Obras de Manu Quiñonero en la exposición 'BIEN', en la Galería Alzueta de Madrid. CORTESÍA
Obras de Manu Quiñonero en la exposición 'BIEN', en la Alzueta Gallery de Madrid. JUDIT BOU

Irse a Madrid

Tras completar los estudios de Historia del Arte en Murcia, Quiñonero se instaló en Madrid para cursar un máster en comunicación de moda impartido entre la revista Vogue y la Universidad Carlos III. A raíz de esa formación, empezó a trabajar en el Grupo Condé Nast, en la sección de marketing.

—¿Cómo fueron esos años?

—Durante aquel tiempo aprendí mucho de marketing, cosa que después nunca he sabido aplicar a mis proyectos…

Quiñonero hace una pausa. Suspira. Retoma el argumento:

—Era un trabajo de oficina bastante rutinario y aburrido, al menos desde mi perspectiva, aunque intento sacarle el lado bueno a todo. En esa época ya estaba comenzando a trabajar en el mundo del arte, así que fueron unos años de doble vida: por la mañana estaba en la oficina mandando mails y organizando excels y por las tardes regresaba corriendo a casa porque ya tenía proyectos y cosas que comenzaba a hacer.

Esos inicios de los que habla Quiñonero tienen que ver con el collage. “Empecé con el collage de vieja escuela, el de cortar y pegar. Desde pequeña había coleccionado todo tipo de cromos, papeles, fotografías de revista… El papel siempre me ha llamado mucho la atención. Cuando miro atrás y hago balance, me percato de que el papel siempre me ha acompañado”.

A partir de ese collage más tradicional, Quiñonero fue incluyendo diferentes texturas, materiales y formas. También ilustraciones. “Poco a poco comencé a introducir pequeñas líneas de ilustración. Luego todo fue creciendo de manera muy orgánica, siempre desde las necesidades e intereses que yo iba teniendo”.

Lápices de colores utilizados por Maru Quiñonero. CORTESÍA
Lápices de colores utilizados por Maru Quiñonero. ALE MEGALE

Sin conocimientos técnicos, ni vicios

Quiñonero nunca estudió Bellas Artes. Pensado de manera rápida, este hecho puede parecer una limitación: por una ausencia de conocimientos relativos a la técnica, a la forma, a los materiales, etcétera. Pero la artista cree que ha logrado exprimir estos déficits hasta transformarlos en virtudes. “He sabido aprovechar todas esas carencias para luego crear. Diría que trabajo mucho desde el ensayo-error y que no tengo vicios. Conozco a mucha gente que ha estudiado Bellas Artes que al final se siente coaccionada a la hora de trabajar. En cambio, yo no me siento insegura al no conocer una técnica. Más bien todo lo contrario: mi trabajo es muchas veces un juego de experimentación”.

—¿Y cómo fue ese proceso de comenzar a ser artista? ¿Recuerdas cuál fue tu primera exposición?

—La verdad es que no recuerdo cómo surgió la primera oportunidad. Supongo que fue algún contacto que de pronto conoces y te propone exponer. Sabían que yo hacía collages de un modo muy amateur, pero me propusieron exponer en un espacio en el Barrio de las Letras de Madrid que ahora ya no existe.

Quiñonero lo vendió todo en esa primera exposición madrileña. Fue un éxito. La esperanza de una nueva vida se abría ante ella. Y la imposibilidad de compaginar ambos trabajos, el de gestora de marketing en Condé Nast y el de artista, se hizo cada vez más evidente. Por suerte, la decisión a la que parecía encaminada ni siquiera tuvo que tomarla por ella misma: en 2014 Condé Nast redujo su plantilla; Quiñonero estaba entre los despedidos y aprovechó la indemnización para arrancar su proyecto artístico. Las incógnitas, pese a todo, continuaban siendo mayor en número que las certezas. “Tuve muchísimas dudas, tanto a nivel creativo como a nivel económico. Lo de ser autónomo es un salto. Cuando no tienes a nadie que te sirva de referente, el ser emprendedor cuesta más trabajo”.

Quiñonero relata que tuvo suerte porque precisamente por esa época conoció a Ale Megale, un fotógrafo freelance que ayudó a Maru a arreglárselas como creadora independiente. “Ale ahora es mi expareja, pero durante mucho fuimos pareja. Él me animó mucho y me ayudó a comprender que era posible vivir de mi trabajo”. Según Maru, en España no se fomenta demasiado la idea de que es posible vivir de una vocación. Y menos de una vocación artística o creativa. “En España está mal visto eso de ser artista. A mí me ha costado trabajo decir que soy artista sin miedo a que me miren raro. Porque cuando lo cuentas, la gente te mira como diciendo: ‘¿Y eso qué es? ¿realmente vives de esto?”.

Éxitos, turbantes y cambios de rumbo

Su primera etapa artística, la del collage, culminó en la obra Mi chica del turbante, uno de sus trabajos más conocidos y exitosos. Quiñonero explica su origen: “Quise que las obras comenzaran a tener una forma más tridimensional, y es ahí cuando empiezo a trabajar con tejidos y volúmenes, jugando con los pliegues”.

Esos volúmenes que confeccionaba con telas y otros materiales los complementaba después con ilustraciones. De este modo, Quiñonero terminó llegando hasta el perfil de la chica. “Lo dibujaba de manera muy sencilla, con tres o cuatro líneas. En realidad, para mí lo importante era trabajar el turbante, y el dibujo de la chica era una excusa. Sin embargo, triunfó”.

Quiñonero cerró el proyecto hace ya un par de años, pero reconoce que todavía recibe propuestas para hacer más y más chicas del turbante. ¿Por qué ese éxito? “Creo que triunfó porque la gente se lo llevó mucho a su terreno. Recuerdo que había personas que me daban tejidos suyos para que yo hiciera la chica con turbante. He hecho turbantes con tejidos muy personales”.

—¿Por ejemplo?

—Pues la camisa de una madre que ha fallecido. Las cortinas de una abuela de cuando la familia vivía en la sierra. O incluso un vestido de novia. Hice turbantes con tejidos que tenían unas historias personales detrás increíbles.

—Pero has comentado que fue un éxito que, en cierto momento, llegó a resultarte algo incómodo. Porque todo el mundo te asociaba con la misma obra.

—Sí. Esto es como cuando vas a un concierto de U2 y tú quieres que toquen la canción más icónica y que más te gusta. Pero, claro, ellos están presentando un disco nuevo, y quieren también tocarlo en directo. Aun así, no me molesta en absoluto. No siento ningún tipo de rechazo ni nada por el estilo. Más bien me siento superagradecida de que la gente recibiera tan bien esa obra. Lo único es que yo sentía que necesitaba dar carpetazo a todo eso.

Chicas con turbante de Maru Quiñonero con tejidos de Gancedo para la Asociación Española Contra el Cáncer. ALE MEGALE
Chicas del turbante de Maru Quiñonero con tejidos de Gancedo para la Asociación Española Contra el Cáncer. ALE MEGALE

En las etapas finales de aquel proyecto, Quiñonero seguía haciendo chicas y turbantes, pero en realidad su mente y sus ambiciones estaban ya en otro lugar. La artista caminaba hacia formas distintas entender la pintura, otras maneras de enfrentar la creación artística.  Los trabajos de Maru se dirigían hacia la abstracción. “Me encontraba ya en otro momento creador, y a veces continuaba haciendo turbantes únicamente porque estaba recibiendo tejidos muy personales y especiales. Por eso me costó tanto romper del todo con aquello”.

Es habitual que en la industria cultural sucedan este tipo de desfases. Hay, casi siempre, un desajuste entre lo que un artista presenta, estrena, y lo que en realidad está trabajando en ese momento. “Sí, total, hay cierto desfase”, reconoce Quiñonero. “Como ahora, que estoy aquí presentando BIEN, una obra que a comienzos del verano pasado estaba ya terminada. Piensa que prácticamente trabajo con un calendario a un año vista. Estos días estoy comenzando a bocetar lo que voy a presentar en marzo del año que viene”.

‘Color y vacío’: una nueva etapa

Maru recuerda que fue en 2017 cuando comenzó a virar su discurso artístico hacia la abstracción. Para unificar su nuevo proyecto, ideó el nombre de “Color and vacuum” (“Color y vacío”). Su intención era hablar de colores, de espacios y de formas. Podría decirse que es esta tríada lo que fundamenta los trabajos de Quiñonero desde hace cinco años hasta hoy. “Le puse ese título porque pensaba que iba a ser un paréntesis más concreto, pero una vez que empecé ya no puede acabar”.

—¿Qué varió en ti para que se produjera ese giro hacia la abstracción?

—Para empezar, aunque yo venía del figurativismo, venía de un figurativismo minimalista. Es decir, era un estilo muy sencillo y de líneas muy puras. Por otro lado, siempre he trabajado desde el color.

'All that jazz', de Maru Quiñonero, en un exposición en 2019 en la Galería Álvaro Alcázar de Madrid. CORTESÍA
'All that jazz', de Maru Quiñonero, en un exposición en 2019 en la Galería Álvaro Alcázar de Madrid. CORTESÍA

Quiñonero sostiene que la abstracción posee un lenguaje propio, y que por eso le interesa tanto. Y en concreto, el lenguaje con el que Maru se comunica es el del color. “A veces el color me ayuda a enunciar de una manera más clara que una figura realista”, dice. Pero el idioma que Quiñonero utiliza para expresarse con colores es algo particular. Desde niña, la artista ha convivido con la sinestesia, es decir, una especie de alteración en su manera de percibir que provoca que, en su cuerpo, sonidos y colores se entremezclen hasta generar una amalgama ciertamente curiosa. “Hay muchos tipos de sinestesia”, explica, “pero la que yo poseo tiene que ver con que algunas palabras, letras y fonemas se relacionan en mi mente con colores”.

—¿O sea que ves colores al escuchar palabras?

—No es que vea colores, sino más bien los siento. El color acompaña a algunas palabras, a algunas letras y a algunos fonemas.

“Es muy complicado de explicar, es muy complicado de explicar”, repite la artista en varias ocasiones durante este punto de la conversación. Para los que no contamos con este modo de percibir, resulta complejo hacerse a la idea de que es posible alcanzar sensaciones por medio de estímulos que, a priori, no son los que deberían generar ese tipo de respuestas.

Con el fin de hacerse entender, la artista pone un ejemplo: “Para mí la a es de color rojo y la i es azul. Este podría ser el titular, pero luego hay que desarrollarlo. La palabra Mississippi para mí es azul porque hay mucha carga de i latina. Pero no te podría especificar un azul en concreto, es más bien como un tono azul. Es una sensación física que me sucede en el cuerpo”.

* * * *

“Nadie es profeta en su tierra”, comentaba Quiñonero al comienzo de la entrevista. La artista no ha expuesto en Murcia, su ciudad de origen, pero sus trabajos han pasado por Londres, París, Nueva York, Japón y Taiwán, entre otros lugares. Al final, la obra de Quiñonero sale con tanta frecuencia al extranjero porque el color es una lengua universal que todo el mundo comprende. “La cultura americana, la asiática y la europea son muy distintas, pero el color es una forma de comunicación que todo el mundo utiliza”, dice.

Tan global es el idioma del color que hasta una de sus obras ha aparecido en Élite, la serie de éxito mundial producida por Netflix. “Fue un díptico lo que apareció en Élite, dos cuadros. Recuerdo que la gente, cuando los reconocía, me mandaba muchos pantallazos”, cuenta Quiñonero. “La productora se puso en contacto conmigo antes de la pandemia. Les cedí los cuadros y los tuvieron allí un par de años hasta que los devolvieron. Honestamente, desconozco cómo llegaron a mí”.

En ocasiones, Maru ha comentado que, cuanto más feliz y tranquila se encuentra, mejor crea. Frente a la figura del artista maldito, atormentado y alcohólico que aprovecha los momentos vitales más bajos y oscuros para alcanzar sus ideas más brillantes, Quiñonero se ubica en un lugar antagónico: “A mí me gusta estar tranquila, relajada, madrugar para trabajar con luz natural. Cuanto más feliz, mejor me salen las cosas”.

—Y en los días malos, ¿a qué te dedicas?

—En los días malos… En el escenario vital del artista diría que hay días totalmente dedicados a la producción de la obra que en ese momento se esté llevando a cabo. Pero previo a todo ese trabajo, hay periodos en los que no cojo un lápiz ni pienso en colores. Son días en los que visito el Museo del Prado u otros lugares, voy al cine, salgo a pasear. Hay mucho de ese tiempo que he aprendido a respetar. No solo el momento de ejecutar es importante. Hay que cargarse de vivencias y experiencias para luego transformarlas en proyectos artísticos.

La artista Maru Quiñonero, trabajando en la obra 'Rima a Zenobia Camprubí'. CORTESÍA
Maru Quiñonero, trabajando en la obra 'Rima a Zenobia Camprubí'. ALE MEGALE

Desde hace unos meses, Quiñonero trabaja en casa. Allí ha dispuesto algo así como un estudio-vivienda. Hubo un tiempo en el que desarrollaba sus trabajos en un local ubicado en Lavapiés, un céntrico barrio de Madrid. Pero finalmente acabó dejándolo por circunstancias personales y porque, comenta, lo notaba algo frío e impersonal, casi como si fuera un laboratorio. “Me gusta mucho estar en casa, disfruto de cómo lo tengo montado. Estoy sola con mis perros y es fantástico, porque no tengo que dar cuentas a nadie. En el estudio contaba con más espacio y un mejor despliegue, pero había algo que no me terminaba de convencer”.

A pesar del amor incondicional que Maru siente por su hogar, habrá temporadas en las que el tiempo allí sea, inevitablemente, limitado e intermitente. El calendario es apretado: este mes de mayo Quiñonero viajará a Nueva York y luego, entre finales de primavera y comienzos de verano, presentará una alfombra con la Alzueta Gallery. Los tapices serán confeccionados en la India a partir de yute y lana, y Maru ha realizado los diseños. En septiembre visitará Barcelona con motivo de una muestra allí. Meses después, en diciembre, volará hasta Taipéi para presentar una exposición de lienzos y esculturas (será la primera vez que exhiba su obra en este formato). Y todavía tiene más planes: “Para marzo de 2023 tengo otra exposición en Nueva York y, en mayo, otra aquí en Madrid”. En cierto modo, es una suerte que Maru vislumbre un año así de ajetreado.

Periodista. Ha escrito para medios como Colofón Revista Literaria, Perfiles o Viajar, entre otros.

Lo más leído
Newsletter Coolt

¡Suscríbete a nuestra 'newsletter'!

Recibe nuestros contenidos y entra a formar parte de una comunidad global.

coolt.com

Destacados