Artes

Las mil vidas de Tina Modotti

Arte y compromiso político definieron la biografía de la fotógrafa de la Revolución mexicana, protagonista de una exposición en Madrid.

Retrato de Tina Modotti en la casa de Edward Weston, Glendale, California, 1922. © EDWARD WESTON/CORTESÍA: GALERIE BILDERWELT, REINHARD SCHULTZ

¿Formar parte de la emigración italiana de principios del siglo XX y cruzar el Atlántico en barco en busca de una vida mejor? Sí, de muy niña. ¿Ser actriz en Hollywood? Cómo no. ¿Vivir la bohemia en Los Ángeles? También. ¿Andar de la mano de Diego Rivera y Frida Kahlo en el México posrevolucionario? Andarlo, pasearlo, patearlo y fotografiar a sus campesinos, a sus mujeres, a sus muertos, mezclando arte y compromiso político… Integrarse en el Partido Comunista de México. Ver morir en tus brazos, asesinado en la calle, al amado amante, al joven comunista cubano Julio A. Mella y resultar sospechosa entonces. Verse involucrada en una trama de carácter pasional primero y luego en un intento de asesinato político del más alto nivel, para acabar siendo absuelta de ambos cargos. Tener una orden de expulsión sobre tu cabeza y salir corriendo del país para acabar en el corazón de Europa en los años treinta, viendo crecer el monstruo de cerca, respirando el ambiente enrarecido de esa época en Alemania. ¿Moscú? Sí, trabajando en el Comité Ejecutivo del Socorro Rojo Internacional. Desde allí, viajar a París y llegar a España en julio de 1936 para apoyar al Frente Popular y defender la II República con la cabeza, las manos, el corazón. Ser entonces otras, María, Carmen… y tener otras vidas detrás de otros nombres. Repartir comida, armas, curar heridas… En la “Desbandá” de Málaga, al lado del médico Norman Bethune, haciendo trasfusiones de sangre; en el Congreso Internacional de los Intelectuales en la Defensa de la Cultura, junto a Robert Capa y Gerda Taro, hablando de fotografía y antifascismo; en los envíos de niños a la URSS, junto a las madres; en las páginas del ¡Ayuda! junto a María Teresa León y Rafael Alberti, Miguel Hernández —cuyo poema Las abarcas desiertas fue portada el 2 de enero de 1937—, Emilio Prados o Antonio Machado… Todo ello para acabar huyendo, una vez más, en esta ocasión de España a pie, por los Pirineos, y salir de Francia en barco hacia Estados Unidos, la penúltima estación.

Así se cierra el círculo vital de una mujer llamada Tina Modotti, que había nacido en Údine, Italia, en 1896 y que fue parte de todos los acontecimientos históricos de su época. De todos. Cuarenta y seis años de vida bastaron. Pero no murió en Estados Unidos, donde, de hecho, no pudo ni entrar: al serle denegada la entrada regresó a México, país al que quedaría unido su nombre gracias a su trabajo como fotógrafa. Allí vivió la última de sus clandestinidades, ya que estaba vigente una vieja orden de expulsión de 1930, finalmente revocada gracias a la intervención del presidente Lázaro Cárdenas. Y allí murió Tina Modotti, en marcha, como vivió: su corazón se paró en un taxi que rodaba por Ciudad de México la noche del 5 al 6 de enero de 1942.

Expresar “lo suyo”

Tina Modotti había llegado a la fotografía de la mano de Edward Weston y llegó a este porque era uno de los artistas que frecuentaban el círculo y el apartamento en Los Ángeles de Modotti y su marido, el pintor y poeta canadiense Roubaix de l’Abrie Richey, conocido como Robo, con quien se había casado en 1918. Además de un refugio para artistas, la casa lo era también para mexicanos exiliados durante la Revolución, como el artista Enrique de la Peña o el poeta Ricardo Gómez Robelo. Fue este último el que, convertido en director del departamento de Bellas Artes del Ministerio de Instrucción Pública por el nuevo ministro de Educación, José Vasconcelos, invitó a Robo a México en 1922. El viaje fue una desgracia porque enfermó de viruela y murió sin poder llevar a cabo el proyecto de exposición en la Escuela Nacional de Bellas Artes en el que trabajaba. De ese proyecto se hizo cargo Tina Modotti, que de esa manera entró en contacto con algunos de los artistas de la vanguardia mexicana del momento, Diego Rivera entre ellos.

Aunque regresó a los Estados Unidos, un año después Tina Modotti volvió a México con Edward Weston y el hijo de este. En teoría era la aprendiz, la asistente, la subalterna, además de amante y modelo. En la práctica, sus composiciones con flores, sus abstracciones o estructuras arquitectónicas no tenían nada que envidiar a las de Weston, quien reconocía por carta a un amigo: “Tina ha hecho una fotografía que me gustaría poder firmar con mi nombre. Las fotografías de Tina no pierden nada en comparación con las mías, expresan lo suyo”. Lirios, calas, rosas, nopales, algunas composiciones abstractas, algunos retratos de mujeres, ciertas incursiones en el movimiento estridentista… Las primeras fotografías de Modotti todavía no muestran lo que con el tiempo se iba convertir en lo suyo, en lo “más suyo”.

Edificios de la Secretaría de Salud, 1925. © TINA MODOTTI/JOSÉ LUIS MUNICIO, MUSEO CERRALBO

Pero ¿qué es lo suyo? Un encargo dio con la respuesta adecuada a esa pregunta.

A mediados de la década de los veinte, la pareja de fotógrafos aborda conjuntamente un proyecto decisivo. Tienen que recorrer el país y conocer sus gentes, sus paisajes, sus modos de vida y de muerte… Retratarlo. Las fotografías ilustrarán el libro de la antropóloga y periodista Anita Brenner, que verá la luz con el título Ídolos tras los altares. En él no se especifica la autoría de cada foto y esta es indistinguible. Modotti sabía y podía fotografiar como Weston, pero Weston no sabía y no podía fotografiar como ella porque ya no veían las mismas cosas ni les movían las mismas causas: “Mientras Modotti se preocupa de los grandes problemas sociales, de las desigualdades y del acontecer de la vida mexicana, Weston hace fotografías de retretes. Podría antojarse una comparación lacerante, pero ciertamente denota el interés marcadamente humanista de la fotógrafa y, por el otro lado, en el caso de Weston, una obsesión por la estética, la forma y la abstracción que están por encima de cualquier interés o afinidad con el género humano, del cual parece interesarle únicamente el terreno del desnudo femenino, y el de Tina en particular”.

Las palabras del crítico y profesor Óscar Colorado Nates explican bien qué fue aquello que Tina Modotti convirtió en “lo suyo”: reparar en las manos de los trabajadores; fotografiar sus reuniones festivas, sus protestas, sus reivindicaciones; fijarse en las mujeres cargadas con ollas, llevando banderas, con niños en la cadera o amamantándolos; fijarse asimismo en la mirada de esos niños; recrear los símbolos, dar contenido, vida y relieve a la hoz y el martillo. Eso es lo que Tina Modotti convertiría en “lo suyo”.

Sombrero, martillo y hoz, 1927, México. © TINA MODOTTI/CORTESÍA: GALERIE BILDERWELT, REINHARD SCHULTZ
Miembros de las Juventudes Comunistas de México, 1926. © TINA MODOTTI/JOSÉ LUIS MUNICIO, MUSEO CERRALBO
Mujer con jícara en la cabeza, 1929, Juchitán, Oaxaca, México. © TINA MODOTTI/CORTESÍA: GALERIE BILDERWELT, REINHARD SCHULTZ

De la fotografía a la lucha: una cámara arrojada al Moscova 

Todo es breve e intenso alrededor de Tina Modotti. Su vida lo fue y también su carrera fotográfica. Se inicia entrados los años veinte y se interrumpe en 1930, por lo que las 120 imágenes que reúne la exposición que hasta el otoño, en el marco de PHotoEspaña 2022, se puede ver en el Museo Cerralbo de Madrid, junto con diversos objetos de archivo, constituyen una muestra muy representativa de su trabajo. En el catálogo que acompaña dicha muestra y cuyos textos firman Christiane Barckhausen-Canale, Remedios Regalado y Nieves Rodríguez Méndez se lee: “Su relación con la fotografía finaliza formalmente a finales de 1930, cuando decide abandonar el medio y dedicarse por completo a la lucha contra los fascismos que emergen en Europa durante esos años. De una manera muy poética, Pablo Neruda cuenta en sus memorias, Confieso que he vivido, que Tina lanzó su cámara fotográfica al río Moscova como símbolo de lo irrevocable de su decisión. Sin embargo, ¿es posible que un artista pueda enterrar definitivamente lo que hace?”.

Hay rumores, señales, hilos de los que se puede tirar y que apuntan a que la vida de Modotti siguió, de alguna manera, unida a la de la fotografía. Así lo indica un testimonio recogido por Javier Ruiz Rico en la obra Carmen Ruiz Sánchez, María. Una historia del Socorro Rojo Internacional, que afirma que siempre llevaba con ella una cámara compacta. También otro apunte en La residencia de señoritas 1936-1939, de la investigadora Cristina Escrivá, recoge que Tina Modotti regaló una cámara Rolleiflex a una de las estudiantes, María Luisa Abad Miró. Finalmente, es posible que sean suyas algunas de las imágenes que ilustran la primera publicación de Viento del pueblo, de Miguel Hernández, que Tina Modotti editó en 1937.

Mujer con bandera, c. 1928, Ciudad de México. © TINA MODOTTI/CORTESÍA: GALERIE BILDERWELT, REINHARD SCHULTZ

Las dudas, pobladas de leyenda y misterio, siguen rodeando la vida y la obra de Modotti. También su muerte, en quien muchos vieron un nuevo episodio de intrigas políticas, espionaje y purgas y una nueva ocasión de colgarle la etiqueta de “Mata-Hari del Komintern”. Algunos apuntaban a su pareja, a Vittorio Vidali, como culpable de una muerte ordenada por los comunistas porque “sabía demasiado”.

Pablo Neruda, amigo de la pareja, reaccionó ante esa campaña con un poema que apareció en los periódicos y acabó siendo el epitafio de su tumba: 

Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes:
tal vez tu corazón oye crecer la rosa
de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa.
Descansa dulcemente, hermana.
La nueva rosa es tuya, la tierra es tuya:
te has puesto un nuevo traje de semilla profunda
y tu suave silencio se llena de raíces.
No dormirás en vano, hermana.
Puro es tu dulce nombre, pura es tu frágil vida:
De abeja, sombra, fuego, nieve, silencio, espuma:
De acero, línea, polen, se construyó tu férrea,
tu delgada estructura.

(...)

El poeta Rafael Alberti también le dirigió su particular homenaje, recordando en sus versos “el humano fervor” de sus fotografías y sus “ojos de amor para fijar las cosas”. La escritora María Teresa León le dedicó estas palabras: “No podíamos creerlo. El mundo de los antifascistas fue profundamente conmovido. Una mujer extraordinaria había muerto. Nuestras banderas rojas se inclinaron (…). ¡Qué día amargo debe haber sido, Tina, cuando te enterraron en tierra mexicana, a ti, quien había vivido rodeada por los fuertes, por los que nunca dejan de luchar por un mundo mejor y los que defienden la verdad contra la mentira de los que sólo conocen el poder y la especulación! No fuiste una refugiada cualquiera que había muerto; fuiste un símbolo que estaba naciendo. Después de treinta años, las mujeres seguimos aprendiendo de ti, de tu dedicación, de tu lucha por la causa del proletariado, de tu solidaridad con los que sufren. ¿Cómo puedo olvidar yo, mujer española en el exilio, tu ejemplo extraordinario? Las lágrimas son poco (…)”.

La recuperación de Tina Modotti

Como se recuerda en el catálogo de la exposición del Museo Cerralbo —comisariada por Reinhard Schultz y María de las Nieves Rodríguez Méndez, en colaboración con Remedios Regalado Nogales—, en su época Modotti fue una artista conocida y reconocida internacionalmente por su trabajo de fotógrafa, pero “¿por qué después cayó en un cierto olvido? ¿Fue debido a su prematura muerte? ¿A qué vivió sus últimos años entre el anonimato y la clandestinidad habiendo renunciado, al parecer, a la fotografía para dedicarse por completo a la lucha contra el fascismo? ¿Ha sido proscrita por su vida heterodoxa?”. 

Tina Modotti, en la película 'The Tiger’s Coat', Hollywood, 1920 © JOHAN HAGEMEYER/CORTESÍA: GALERIE BILDERWELT, REINHARD SCHULTZ

Christiane Barckhausen Canale, autora del libro Verdad y leyenda de Tina Modotti, cuenta que en Italia, en la década de 1980, la fotógrafa aún era mencionada como una mujer de vida inmoral. En las últimas décadas, sin embargo, su figura ha vuelto a suscitar el interés que merece por su trabajo y su compromiso. Aparte de libros más o menos clásicos como el mencionado o como los de Mildred Constantine o Pino Caccuci, cabe citar la biografía ilustrada de Margaret Hooks o los cómics de Ángel de la Calle, publicados por Sinsentido o Reino de Cordelia en diversas ediciones. La escritora Elena Poniatowska recompuso su vida de forma literaria en la extensa obra Tinísima. La figura de la artista también ha protagonizado diversas piezas audiovisuales, entre las que destacan el documental de Laura Martínez Díaz, Tina Modotti. El dogma y la pasión, estrenado en 2013.

Con todo, la mejor recuperación posible es contemplar su obra, sus poderosas fotos que, de forma ejemplar, ilustran su concepción artística y su manifiesto fotográfico. Como ella misma expresó en 1929 en la revista American Folkways: “Me considero una fotógrafa, nada más. Si mis fotografías se diferencian de las que generalmente se hacen, se debe a que no trato de producir arte, sino fotografías honestas, sin recurrir a trucos ni artificios; mientras la mayoría de los fotógrafos continúan buscando efectos artísticos (…). La fotografía, porque solo puede ser realizada sobre el presente, y sobre lo que existe objetivamente delante de la cámara, se afirma como el medio más incisivo para registrar la vida real en cada una de sus manifestaciones. De ahí su valor documental. Si a esto añadimos sensibilidad y conocimiento de los temas, junto a una idea clara del lugar que se ocupa en el desarrollo histórico, el resultado será digno, creo, de ocupar un sitio en la producción social a la que todos debemos contribuir”. Dicho lo cual, apartó su cámara y se dedicó con pasión y entrega a este último objetivo en la turbulenta y decisiva tercera década del siglo XX.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como La Maleta de Portbou, El Salto y La Marea o de las revistas Diseño Interior y La Aventura de la Historia, con temas que van desde la filosofía y la poesía hasta la arquitectura y el diseño. Es autora de la novela La otra vida de Egon (2010) y los libros de relatos Siete paradas en el país de las sombras (2005) y La carretera de los perros atropellados (2012).