Cuando el rap español despertó y miró a Latinoamérica, a las raíces flamencas, rumberas, y también a las masas, La Mala Rodríguez todavía estaba aquí; 21 años después de su debut con Lujo ibérico, que ya apuntaba al rap esquina con folclore mirando a lo latino que hasta dos décadas después no reinaría.
Estaba, sí, pero no esperando, porque no le gusta estarse quieta. “Me gusta hacer cosas diferentes, como aprender a patinar, aunque leer un libro siempre es una aventura”, cuenta al explicar su paréntesis de la música en 2013, vendiendo coches en Estados Unidos. La última aventura ha sido justamente escribir un libro de memorias, Cómo ser Mala (Temas de Hoy, 2021), que se lee rápido y fresco como un mojito. O como un rebujito.
“Estaba desmotivada”, recuerda La Mala (apodo de María Rodríguez, Jerez de la Frontera, 1979) con rostro cansado bajo una gorra negra Adidas a juego con un vestido negro ceñido de la misma marca. Es un rostro cansado pero también jugón, porque todo en esta artista es siempre jugón, como si según como se ponga la cosa se vaya a dormir una siesta o acepte marcarse un triatlón en Barcelona.
La Mala, que dice que “esta vida es lo más parecido a un infierno”, que espera que después haya un cielo, es de esas personas ultradivertidas e imaginativas que no puede parar de hacer cosas en un ardor creativo que lo mismo te ilumina como te quema, porque sus fantasmas y tormentos, aunque no los cuente, se intuyen. Y debe ser de esas personas que si frena, entonces ve el abismo. Aunque eso es una suposición.
La Mala no es la más pegá de España, aunque está bien arriba y viene de lanzar un hitazo bailable con Lola Índigo, “pásame las cuentas a mí, que yo no quiero deberle nada a nadie”, el estribillo no sale de tu cabeza. No es la más pegá, pero mírala, cara a cara, que es la primera.
Aunque muchos destacan de La Mala que es la primera gran rapera de España, por mucho que ella nunca se olvide de reivindicar el poderío pionero de Arianna Puello, la grandeza de la cantante andaluza va mucho más allá del género, a no ser que hablemos del género musical, y sería machista insistir demasiado en que es buena por ser mujer. Porque ningún hombre hizo tampoco lo que ella hizo.
Lo que hizo, cuando el rap aún era cosa de gente rara, es tener claro que la gracia era que fuera propio, que expresara no solo la herencia flamenca, sino también las influencias latinas que había tenido. Lo pionero de La Mala va mucho más allá de ser una mujer, ha sido al rap lo que Triana, Smash o Lole y Manuel al rock progresivo y la psicodelia o lo que Camarón al flamenco acercándose al pop, como Lola Flores barnizando la copla con colores nuevos, como Los Chichos o Las Grecas con el soul y la rumba...
A veces, le cuesta expresarse, pierde las palabras en su mente agitada, pero entonces encuentra una metáfora que uno no sabe muy bien si es certera o vaga. Y nunca lo acaba de saber. Explica a su manera la importancia de hacer música conectada con las raíces.
Denominación de origen
—Vamos a ver, si nos entendemos. Hablemos de queso. Para que un queso sea muy rico tiene que ser de una zona la cabra. Las cabras de esta zona dan una leche y depende de la hierba que coman dan un queso. Pues eso, denominación de origen, lo que pasa es que ahora las influencias se buscan en internet y la película es distinta.
La película es tan distinta que la primera obsesión de La Mala cuando se metió en el rap era “encontrar a alguien con un ordenador”. “Yo no tenía ni muebles, en casa”, recuerda la artista, criada a solas con su madre en el humilde barrio de La Macarena, en Sevilla, y muy interesada en “la tecnología, que forma parte de la música” y que permite que el sonido urbano evolucione con nuevos beats, nuevos plug-ins.
Como cuenta en sus memorias, La Mala se metió en una escena emergente del hip hop, no solo a través del rap donde conoció a los que después serían referentes, sino también del graffiti, en un momento en el que “se metían mucho con los raperos” en España. Era una música de raros.
El rap no lo escuchaban ni los duros del barrio ni las elites culturales, de modo que quedaba en una tierra de nadie realmente alternativa que, pese a todo, permitió florecer a la propia Mala y a otros como SFDK o Violadores del Verso. “Se metían mucho con los raperos”, dice recordando el gesto sobreactuado de movimiento de brazos y labios apretados con los que se imitaban con inglés inventado. La Mala tenía 21 años cuando firmó Lujo ibérico (Universal, 2000), seguramente el primer disco de rap de la historia de España con denominación de origen.
Soy una mujer de recursos,
tu suela, pasión, saliva, leche y trucos.
Yo marco el minuto.
Me hago tirabuzones con las bombas que me tiran,
los mamelucos.
Y disfruto
Así rezaba uno de los temas de aquel disco, ya consciente de ir un paso por delante, de marcar el minuto de lo que más adelante llamaríamos música urbana y en aquel entonces llamábamos rap dentro de la escena del hip hop.
Pero La Mala fue más lejos en su disco posterior, Alevosía (Universal, 2003), donde incluyó una canción de flamenco con Raimundo Amador en un disco de rap. No nos consta que nadie más lo hubiera hecho por aquella época.
Su espíritu vanguardista de agitar lo urbano y lo folclórico llegó aún más lejos con Malamarismo (Universal, 2007), en el cual, además de Amador, colaboraron Julieta Venegas y Tego Calderón, precursor del reguetón del viejo cuando en España era incluso más despreciado que el propio rap. ¿Os suena la historia?
Adelantada 15 años a la escena
Tal vez por eso, La Mala señala que “C.Tangana tiene mucho talento, es como un gatito de memes, se lo presentaría a mi madre, ha sabido darle al público lo que quiere”, pero si le preguntas por si lo que ha hecho con El madrileño es rompedor, la respuesta es clara: “¿A mí me lo dices? Tengo 40 años y estoy de vuelta de ese tipo de música”. Malamarismo, de alguna forma, fue una pirueta sonora con la misma visión, pero 14 años antes.
De Rosalía, en cambio, no quiere ni hablar, harta de que siempre que abre la boca, sea para reconocerle el talento o cuestionarla, sus frases acaben en los titulares desluciendo su propia obra. Pero es indudable que La Mala le abrió el camino a la joven que ha conquistado el mundo desde el trap flamenco. Ella marca el minuto.
Hablemos ahora de ovejas: unas cardan la lana...Y esto siempre es así.
La relación de La Mala con la escena emergente resulta vibrante. Por un lado, le asombró lo que venían haciendo jóvenes talentos como Pxxr Gvng o Cecilio G., con el que colaboró en el último disco, y también Dellafuente, que dicho sea de paso, mezcló trap con flamenco y aromas latinos en 2015, mucho antes que la ‘Mala mujer’ de C.Tangana, de Omar Montes y de todo lo que vino después. Pero Dellafuente no concede entrevistas.
Esta nueva escena ha hecho que, cuando miremos atrás, en medio del desierto emerjan la potencia y las curvas de La Mala, que luce orgullosa en su Instagram. Y le ha permitido volver a los focos, más incluso que antaño, y colaborar con algunos nuevos artistas como Lola Índigo o Juan Magán. “Yo era como un bicho raro, me sentía fuera de todas las escenas”, reconoce.
El abrazo de la abuela antipática
Y por eso para ella fue más importante el Premio Nacional de las Músicas Actuales que le otorgó el Ministerio de Cultura de España el pasado 2019 que el Grammy latino a mejor canción urbana de 2010 por ‘No pidas perdón’, cuando la música urbana aún no estaba en el centro de las miradas y el primero que recibió una artista no latinoamericana, hito que repetirían después Enrique Iglesias y, tra-tra, la Rosalía. Tres años después, elevó la gesta a mejor disco en la misma categoría, con Bruja (Universal, 2013). Es la única española que lo ha ganado en 20 ediciones.
Por eso, porque el aplauso de fuera ya lo tenía, el premio de España fue importante, “como el abrazo de la abuela antipática”, resume, que por lo menos te permite hacer las paces con ella aunque no te guste.
Madre de tres críos, uno de ellos ya adolescente y aficionado a la música electrónica “más oscura”, a La Mala le gusta "quemar las cosas” de vez en cuando para purificar. Es lo que cree que pudo haber hecho con su primera maqueta, que alguien le dijo hace poco que la tenía. “Pues no sé cómo la habrá encontrado, porque yo no la tengo”. Para ella, “nada material tiene valor, solo el amor de los niños". Se declara feminista “de las de apoyar a las mujeres, y no del postureo”.
La Mala viene de muy abajo y ha llegado muy arriba, pero quién sabe cuál sería su techo si no hubiera tenido el tino de adelantarse un par de generaciones al boom del rap y lo latino. “¿Quién no quiere dinero?”, se preguntaba en una canción, y La Mala reivindica el derecho de quien viene de abajo a tenerlo y gastarlo.
“Si le quiero comprar un piso y un coche a mi madre, pues lo hago”, dice, y ataca al comunismo sin dudar, “he visto a gente en Cuba intentando hacer dinero, prosperar, y no podían”, así como critica que China “es lo peor” e incluso apunta a que “España cada vez está más cerca”. Un motivo más de tensión más con esa abuela antipática, aunque en el fondo se quieren.