Grandes montañas verdes rodean Tepoztlán, a unos 80 kilómetros al sur de Ciudad de México. Personas que suben el enorme y difícil cerro del Tepozteco para llegar a la pirámide, mientras recuperan el aire en la cima, ignoran que entre toda esa gente que desde arriba casi no se ve, microscópica, Mon Laferte está haciendo su vida en el pueblo. Yendo al mercado. Quizás mirando los helados en el Tepoznieves, sin poder decidir entre sabor de Chinelo o de Xilone. Tal vez comprando tequesquite, un tipo de sal prehispánica, para hervir elotes.
Lo que es claro es que, desde que comenzó la pandemia, la naturaleza salvaje que la rodea abrazó a la artista chilena, pero el miedo y la incertidumbre de una vida que cambia sin que podamos decidir también apareció. Seis (Universal, 2021), su último disco, se gestó en medio de este año inédito.
“Yo estaba tirada sin hacer nada en pandemia y vi el documental de Chavela Vargas. Me inspiró tanto ella… Retomó su carrera cuando tenía setenta años y los últimos veinte de su vida fueron su momento más fuerte, dando conciertos en todas partes, en Europa, en París. Toda ella me inspiró. Me sentí muy identificada también, como mexicana adoptada y además, hace dos años me fui a vivir al mismo pueblo en el que vivía ella, Tepoztlán, que está muy cerca de la ciudad y vive mucha gente del arte ahí porque tiene una cosa mágica”, dice.
Después de ver Chavela, y quizás haberse embriagado con la brisa de las flores, Mon se paró de la cama y dijo: “¡Basta! No puede ser que esté tirada acá y Chavela a los 70 años haciendo una carrera y yo deprimida”. Reproduce para mí esta conversación pasada consigo misma, mientras ríe. “Ahí me puse a componer. No es que sea un disco para ella ni nada por el estilo, sino que me inspiró mucho su figura. Musicalmente, claro, me fui por la línea de ella, porque la primera canción que compuse fue ‘Se me va a quemar el corazón’, que es un tema que me hubiese encantado escribirle, que ella estuviese viva y la cantara”.
“Hogar ¿es solo una palabra?/ O ¿es algo que llevas contigo?”, canta Morrissey en ‘Back to the old house’. Esas dos preguntas también son tatuajes en los brazos de Angela, una compañera de trabajo de Fern, la protagonista de Nomadland. Ese es el valor del pop: universaliza y embellece ideas, conceptos, sentimientos y, claro, preguntas.
Para Mon, Tepoztlán ahora es su hogar. Le hace sentir que “es como si vivieran allí tus padres”. Y llegó allí porque buscaba la tranquilidad absoluta que la vida de giras le robaban. “Es chistoso, a veces me levantaba en un hotel y chocaba con la puerta o la cama, porque me quedaba con la idea mental del hotel de la noche anterior. Tenía en la cabeza una desconexión total”.
Si en Norma (Universal, 2018), su anterior álbum de estudio, Mon se abrió con una producción impecable hacia diferentes sonidos que son memoria e historia latinoamericana, como la salsa; en Seis, el foco está puesto en los ritmos de la tierra de adopción de la artista. “México está mucho más presente que cualquier otra cosa, pero porque escribí el álbum estando en aquí, en mi casa que está en este pueblito, que es el México profundo, no el de ciudad. Yo llevo casi 15 años viviendo en la Ciudad de México y dos en Tepoztlán, y es un paisaje diferente al de la ciudad. Y se escucha música mexicana en todos lados, está muy presente. Supongo que soy muy permeable también a esas cosas, entonces, era bien difícil quizás no escribir así y sentirme inspirada por algo que encuentro tan hermoso y donde encuentro tanta poesía”, dice.
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En 2017, el DJ mexicano Fideo Cósmico creó un grupo en Facebook llamado “Marcha para sacar a Mon Laferte de México”. Algunos comentarios definían referencias estéticas y musicales que la artista incluía en su trabajo como apropiación cultural de la cultura mexicana.
Quizás, uno de los problemas de Latinoamérica, que por supuesto se arrastra de una historia pasada y vigente de colonialismo, es la importación de debates y conceptos del mundo anglosajón obviando el contexto diferente en el que vivimos en este continente. ¿Sabrá Fideo Cósmico que en Chile, especialmente desde el sur de Santiago hacia abajo en el mapa, la ranchera es parte del folclor local? Desde las primeras décadas del siglo XX gracias al cine mexicano, aparecieron los primeros grupos que imitaban lo que allí se oía.
En el mundo campesino algo hizo un clic, encontrando lazos de identidad en aquellas historias de ranchos que no diferían tanto de los fundos del sur del continente. No tardaron en aparecer las canciones originales y bandas como Los Llaneros de la Frontera o Los Hermanos Bustos, y hasta títulos improbables como ‘Carabina 30-30’ de Quilapayún, una de las agrupaciones icono de la Nueva Canción Chilena, o esta maravilla reciente: una reversión del clásico ‘Puré de papas’ de Cecilia la Incomparable, a cargo de Reina Isabel, una banda ranchera de mujeres. Si eso no es el sincretismo en el que se sostiene, básicamente, este continente completo a través de toda la historia, qué más puede ser.
La ranchera y los corridos en Chile son una fuerza subterránea enorme, de superventas, de giras con muchas fechas y radios especializadas. Mon está de acuerdo y cree que la ranchera como tal “es parte del folclor” de toda Latinoamérica: “Yo crecí escuchando música mexicana. Se oía en todos lados. A mi abuela le encantaba Pedro Infante, por ejemplo. Creo que el término apropiación cultural se me hace un poco odioso, porque al final todo lo es”.
En una de las entrevistas para el libro Amigas de lo ajeno, Mon dijo que creía que a veces no se lograba detectar el humor en su música. Esta vez, me dice que, quizás —signo de los tiempos— en Seis aparece mucho menos.
“Hay menos humor porque es un disco que escribí en un estado muy melancólico, con la sensación de fin de mundo, entonces, me puse más seria. No hice tantas bromas [risas]. Es que fue un año duro para la humanidad, y también a nivel personal, a pesar del privilegio de tener la naturaleza y los pajaritos”.
El humor puede tomar muchas formas. A veces no son chistes, pero siempre son guiños y señas de identidad arraigadas, más allá de los libros de historia, en la vida. Eso es lo que hace genial a ‘La democracia’, una de las mejores canciones de Seis. Es probablemente la canción más latinoamericana del disco. No solo por ser una gran cumbia, ni tampoco porque en el coro se pregunte dónde se fue y quién se robó la democracia (de eso sabemos mucho), sino por las imágenes que se cuelan entre la cadencia de esta canción protesta. Postales que cuesta definir con palabras, pero que tenemos dentro porque han sido parte de nuestras existencias, de la vida: cuando la plata no siempre alcanza, pero el bautizo de la niñita se celebra de todas formas en el patio de la casa y los tíos y tías un poco pasados de vino arman un trencito. Cuando todo es adverso, pero la cumbia aparece en los parlantes de los autobuses que bajan por los cerros de Valparaíso a toda velocidad. O en medio de Plaza de la Dignidad, en las protestas desde el 18 de octubre de 2019.
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En Seis, Mon se abrió a las colaboraciones y lo hizo de la mano de Gloria Trevi en ‘La mujer’, ‘Que se sepa nuestro amor’ con Alejandro Fernández, ‘Se va la vida’ junto a la Banda Femenil Regional Mujeres del Viento Florido y con La Arrolladora Banda El Limón de René Camacho en una segunda versión de ‘Se me va a quemar el corazón’.
“‘La mujer’ es una canción vieja, yo la cantaba antes, pero nunca la había grabado entonces sentía que necesitaba algo que la refrescara. Y pensé en Gloria porque tenía que ser una mujer muy teatral, icónica y ella es todo eso. Es máxima, es fuerte, poderosa. Le han pasado miles de cosas y se ha levantado y también ha sido muy señalada. A ella le tocó vivir mucho todo esto de cómo nos castiga la sociedad, ha sido criticada, observada y en una época en donde todo era mucho más pesado para las mujeres, en un México más conservador aún. Me inspira mucho ella, por eso la invité. Y me dijo que la canción sentía que se la había escrito a ella, que era como la historia de su vida”, explica.
En el caso de Alejandro Fernández, fue una idea de su disquera, pero a ella le pareció una maravilla. “La voz de Alejandro… O sea, mi mamá cuando supo que canté con Alejandro estaba loca. Nunca había visto a mi mamá así. Él junta varios mundos, su voz es muy potente. Fue increíble escuchar mi voz junto con la de Alejandro, porque la suya está muy en el inconsciente de todos. Y además es un honor, porque es un icono de la música mexicana, viene de una familia de tradición mariachi y hacer esta colaboración es como entrar con la alfombra roja, de su mano”.
“Y la colaboración de la Banda Femenil Viento Florido es mi favorita”, dice, con el tono de voz de alguien que comienza a contarte una gran historia.
“Son niñas y mujeres de una comunidad del sur de Oaxaca. Antes, en esa comunidad no tocaban mujeres, solo hombres y ahora ellas tocan. Son comunidades en donde las niñas aprenden a leer música antes que a leer y tocan desde bebés. Es hermoso, alucinante. Yo las conocí porque las vi una vez tocando en una fiesta en Tepoztlán, en el pueblo. Ese tipo de cosas mágicas pasan en Tepoztlán. Y fui hasta Oaxaca a grabar, fui con el equipo, porque era más fácil movernos nosotros hasta allá por la pandemia y que ellas vinieran. Comimos rico, tamalitos de frijoles, sopita y puro amor”, explica.
La maestra Leticia Gallardo, directora musical de la Banda Femenil Mujeres del Viento Florido, me cuenta a través de una videollamada desde Santa María Tlahuitoltepec que se presentaron en Tepoztlán para celebrar a la Virgen de Guadalupe. Ese fue el día, un 12 de diciembre.
“Fue toda una aventura la de Mon, que se aventó para venir hasta la sierra Mixe, porque estamos a 10 horas de la Ciudad de México. Fue un viaje de carretera sobre montañas. Que ella haya venido fue algo muy bonito para nosotras. Lo más valioso que nos quedamos fue que convivimos con ella acá, las chicas estaban emocionadas porque Mon es una artista muy conocida en México y las chicas jóvenes la siguen mucho a ella, conocen su música”, dice. Y cuenta que de inmediato la metieron en la dinámica de la fiesta. Las jóvenes le tocaron sones, jarabes, la vistieron de tlahuitoltepecana, prepararon la comida tradicional y “fuimos a un campo abierto en la tarde a platicar con ella. A pesar de toda esta incertidumbre de la pandemia, afortunadamente todo marchó bien y el resultado de este encuentro está en esta canción ‘Se va la vida’”, relata Leticia.
Sus caminos se cruzan en esta canción. Rutas que han sido diferentes, pero con luces comunes que se asoman más de lo que algunos creen. Tanto la Banda Femenil como Mon Laferte han trabajado con mujeres en la cárcel y ‘Se va la vida’ es un homenaje a ellas, a sus vidas. “Nosotras tuvimos la oportunidad de tocarles un concierto a las mujeres de Santa Marta, una cárcel de mujeres acá en México y la experiencia que vivimos, más la experiencia de Mon, coincidió y salió una canción así. Es una letra muy fuerte, pero creo que son necesarias este tipo de canciones”, dice Leticia.
Una letra que también es un desgarro, que se siente como herida precisamente porque es real: las mujeres situadas en el centro de la injusticia.
Cuando Leticia escuchó la letra pensó que era muy adecuada al tipo de trabajo que estaban haciendo como banda y también atingente al momento en que estamos viviendo: "Algo que sucede en todas partes son los feminicidios, las mujeres que desaparecen, otras que están en la cárcel injustamente. Eso siempre está allí. Es fuerte la letra porque si bien se traduce ahorita en una canción, son los hechos. Conocemos las experiencias de cerca de las mujeres de la cárcel y, pues, hay mucha injusticia”.
Y Mon canta acompañada de una guitarra. Y de nuevo las imágenes. Las mujeres en el encierro, las que lloran, las que dan a luz encerradas, niñas, abuelas. Hasta que de pronto entra la marcha de las Mujeres del Viento Florido y todas ellas, en la reclusión, reciben los vientos y bronces en forma de abrazos. Como si estas mujeres con sus instrumentos fueran la llave que abre esas celdas, como si esos acordes menores le sacaran brillo a la dignidad que vive en cada una de ellas y que el sistema intenta borrar.
“Quisimos colaborar aunque sea en esta canción, porque estamos seguras que a través de la música pueden llegar a escucharnos", dice Leticia. "Eso es lo que también nos junta con lo que hace Mon. Lo que queremos es que a través de la música las mujeres participen. Preferimos ver a una mujer que esté con un instrumento a que nos enteremos de estas tristes noticias que son diarias. Nos identificamos mucho. No bien es una amiga, una compañera o un familiar, siempre hay”.
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¿Hay un hilo invisible que une a Chile y México de forma especial? Probablemente no sea tan invisible. “Creo que hay una conexión especial entre los dos países, cada uno son los extremos del continente. Yo no sabía, pero hay muchas escuelas que inauguró Gabriela Mistral y llevan su nombre, escuelas públicas y rurales en México”, dice Mon. Sí, la maestra y poeta viajó por Morelos, Puebla, Guerrero, Michoacán, Hidalgo, Oaxaca, Jalisco, Querétaro y Veracruz, invitada a las Misiones Culturales por José Vasconcelos en 1922. Fundó escuelas rurales, algunas nocturnas, otras al aire libre y enseñó sobre el uso de las bibliotecas y la educación como base democrática. “A Chile le sirvo tanto o más fuera que adentro”, se supone que Mistral escribió alguna vez.