Artes

Perrear para sentirse libre

Agitar el trasero puede ser una forma de resistencia y empoderamiento. Así lo defiende el proyecto ‘Desculonización’, de la artista Jenny Granado.

Barcelona
Taller del proyecto 'Desculonizacion' de Jenny Granado, en Ciudad de México, en 2022. CORTESÍA

En la costa de mi país, Venezuela, se bailan tambores. Desde pequeña, al hacer viajes a la playa, podía observar cómo las mujeres movían sus caderas, culos y piernas al ritmo de la percusión. El tambor es recurrente en todas nuestras fiestas, en cualquier lugar o estrato social; sin embargo, solo lo veía bailar con total desparpajo cuando iba a la costa. En la adolescencia y principios de mi adultez, antes de migrar a España, intenté bailar esa danza acelerada, propia de las celebraciones de San Juan, sin mucho optimismo. Me sentía y creía muy blanca, muy nieta de europeos.

Escuché la palabra “desculonización” hace más de cuatro años gracias a una amiga que vive en Caracas y que, durante la pandemia, se inscribió en uno de los talleres en línea que se ofrecían para descolonizar el culo. Me pareció curioso, pero no era mi momento para probarlo.

La desculonización llegó a mí luego de conocer a la persona que había dictado aquel taller en línea: la bailarina, DJ, artista, activista e investigadora brasileña Jenny Granado, también conocida como Kebra. La conocí en el festival Sónar de 2023, en Barcelona, por unos amigos en común, y su sola presencia me hizo cuestionar formas de seguridad y expresión que había olvidado.

Kebra es una mujer imponente y me hizo dudar de todo lo que yo había fomentado como periodista y fotógrafa que interviene el cuerpo deseoso en sus imágenes. Kebra tiene un cuerpo curvilíneo, no normativo según las revistas de moda. Su forma de aproximarse al mundo expresa libertad: el día que la conocí, vestía un top de malla con el pecho al descubierto y una minifalda corta. Esa seguridad corporal me conflictuaba, ponía en duda la propia libertad de mi cuerpo. Su aplomo físico ante los prejuicios y normas de los demás —del que quizá ella no es consciente— me generó curiosidad sobre su trabajo como activista e investigadora, y le comenté que me inscribiría en el próximo taller de desculonización que impartiera.

Jenny Granado, alias Kebra, impartiendo un taller de desculonización. CORTESÍA

Los talleres de desculonización son esporádicos y se publicitan a través de una cuenta en Instagram de la que estoy convencida de que, si hay un dios de internet, la recubre con un tupido velo para protegerla de censuras. El proyecto-práctica Desculonización comenzó cuando Kebra decidió migrar de Brasil a México, “a ver si la cosa mejoraba un poco, aunque nunca fue así”, afirma en un texto curatorial en la revista mexicana Terremoto. “La desculonización”, afirma en una de sus clases, “nace de ese choque cultural entre la relación baile-libertad”, ya que, particularmente, el perreo está marcado por la violencia machista y la exotización del cuerpo de las mujeres que desean experimentar el goce que produce el baile. Es por ello que el proyecto Desculonización no solo son talleres: también son fiestas, música en directo y, sobre todo, baile, donde se busca —así como ocurrió en la descolonización de las colonias europeas— romper con las estructuras culturales rígidas y mapear en el cuerpo las fuerzas que hacen que el culo, el sexo y la cadera se resistan al goce y los dictámenes del deseo.

La primera sesión del taller la tomé a finales del año pasado, en noviembre, cuando el otoño europeo hace que lleves más ropa de la que deberías en esta clase de prácticas. Conectar con el nervio vago, ese que va desde el cerebro hasta la ingle, hizo que se me olvidara el frío; y, como muchas otras personas que estábamos en el taller mostrando nuestra vulnerabilidad y nuestro cuerpo a través de una cámara, quedamos todas en bragas, tangas y sujetadores deportivos.

Para Kebra, esta iniciativa que comenzó en 2015 es una “comunión de culos, vísceras y tripas” que, además, sirve para “hackear nuestro cuerpo y nuestras ideas”. Ella plantea generar “espacios de confianza” porque, como subraya, “la desculonización es una ruta de riesgo”. En mi caso, dado que soy menos tipificada por ser una mujer blanca, el riesgo residía en las inseguridades asociadas a las normativas del cuerpo: ¿sabré moverme de esta forma? ¿Por qué mi grasa se mueve tanto y por qué me siento tan bien con ella si siempre la he detestado?

Kebra (centro), dirigiendo uno de sus talleres. CORTESÍA

En los talleres, la desculonización no solo reside en moverse de una forma sensual o erótica —una visión fundada desde la mirada masculina—, sino en sentir el placer que se genera en tu cuerpo. “Mover la cula”, como dice Kebra con su acento brasileño con modismos mexicanos, es fundamental. Otros efectos son sudar y sentir tu grasa, ya que, si estás moviendo la grasa de tus nalgas, de tu sexo y de tus piernas, posiblemente estés haciendo el trabajo correcto para “desculonizar la cula”.

Mientras las sesiones del taller avanzan, también aprendo qué tipos de movimientos no dañan tu espalda y tus rodillas, cómo debes ponerte a cuatro patas entre el piso y la pared para mover el sacro. “Abrir el ano y sentir tu sexo”, repite Kebra en las clases. Sudar es parte fundamental de las sesiones, aunque lo más importante es inmovilizar los pensamientos críticos o enjuiciamientos sobre si lo estás haciendo bien o no. En algún momento, la cadencia se consigue, el cerebro llega a tener plasticidad y terminas pensando que estás haciendo los mismos movimientos de Kebra o los de la artista de reguetón y funk carioca Anitta en el videoclip de ‘Envolver’, claro, con mucha más grasa y con un cuerpo no adaptado a las necesidades estéticas de la industria musical. Introduzco esta referencia pop-reguetonera a Anitta porque el primer culo moviendo grasa y celulitis que pudimos ver en un primer plano de un vídeo mainstream con muchas visualizaciones en YouTube fue el de ella, en la canción ‘Vai malandra’.

Videoclip de 'Vai malandra', de Anitta, Bei Maejor y MC Zaac. YOUTUBE

No es de extrañar que la descolonización del culo sea difícil cuando el reguetón ha sido discriminado por prejuicios de clase y raza. Además, desde la reflexión feminista blanca y europea, se ha estereotipado a las mujeres de los vídeos de esta música como sumisas después de fenómenos como ‘Yo perreo sola’, de Bad Bunny, donde un hombre es quien explica lo que hacen las mujeres con el reguetón: gozar. El ejemplo del cantante puertorriqueño es otro referente adicional con el que podemos ejemplificar la falta de escucha inicial de otras representantes pioneras en el género que empoderaban el cuerpo y el consentimiento sin ser sumisas, desde Ivy Queen hasta la mainstream Karol G.

Gran parte de esa colonización del cuerpo y el movimiento también viene dada por el racismo y clasismo hacia un estilo que es un batiburrillo de sonidos provenientes de África, que a su vez se ve atravesado por la creencia de que el género musical, el reguetón, y a su vez, el baile, desafían el orden social establecido, donde tradicionalmente son solo los hombres quienes pueden expresar abiertamente su deseo sexual. En este contexto, cuando las mujeres reclaman su libertad erótica en el espacio público, como se ha visto desde la popularización del reguetón a nivel mundial, se percibe como una provocación que cuestiona tanto las normas de sexo como las diferencias de clase y raza.

La desculonización no es algo rápido. En España, el reguetón se está expandiendo al ser producido con nuevos sonidos por artistas locales, y el baile es rescatado por artistas como Bad Gyal, quienes han introducido en sus shows los movimientos de culo, cadera y sexo como algo fundamental. Próximamente, las preguntas sobre la influencia del baile en las nuevas estrellas de la música serán otras, si se hace por penetración del mercado o no, pero, por ahora, la representación es importante para eliminar el estigma.

Mi búsqueda, luego de ese agitado mes de noviembre en las clases de Kebra, se volvió a repetir en mayo. Incluí a una amiga; hicimos las clases juntas en países y cámaras separadas. Vi su emoción y su descarga, ya que la desculonización es generalizada, no solo para mujeres afroamericanas, que son las que más han sufrido el estigma, sino también para las mujeres con rasgos indígenas o las mujeres trans. La práctica impulsada por Jenny Granado y otras compañeras alrededor del mundo puede llevarse transversalmente a todas las personas que deseen disfrutar del goce que produce el baile. Lo principal para llegar a tener la naturalidad del movimiento no tiene que ver con tu origen, clase o físico; solo reside en que escuches el ritmo y lo sientas, aceptes tu cuerpo y te acompañes en ese deseo de movimiento y goce: la resistencia de perrear, de vivir el cuerpo y la libertad de mover el culo como te plazca.

Periodista cultural y especialista en marketing digital. Creadora y editora de la web feminista Culturetas. Jefe de producto de The Objective. Colaboradora de medios como Letras libres, Altaïr MagazineLetra global y Be latina.