“Made in Medellín. Y el otro niño de Medellín: Sky Rompiendo”. Con esa referencia a su productor, a modo de créditos finales, el cantante colombiano J Balvin concluye ‘Blanco’, uno de los éxitos de su último álbum, Colores (Universal Music, 2020). No es un caso aislado. Acreditar públicamente a los productores de las canciones —no solo sobre papel, sino en la misma lírica— es una moda que llegó hace años de la mano de artistas como el propio Balvin, sobre todo en géneros urbanos como el reguetón y el trap. Y Sky Rompiendo es tan solo uno de los productores que han dado el salto a la fama gracias, en parte, a colaborar con estrellas que han tornado la mirada hacia ellos: los que ponen la magia en el estudio de grabación y dan forma sonora a las composiciones. De esta forma, los productores se han convertido en los reyes de la industria, cambiando el paradigma del artista como el elemento más importante de una canción.
El argentino Bizarrap, uno de los productores más populares del momento, muy asociado a la escena trap, creó sus Music Sessions, temas que graba periódicamente con un artista diferente. Él, el productor, es el que elige con quién colabora, y no al revés. El que sabe materializar la idea artística a través de la técnica es, ahora, aquel con el que el artista tiene muchísimas más posibilidades de triunfar. ¿Acaso el productor no es, también, un artista, un artesano de un producto intangible como la música? La lista de productores que en los últimos años han saltado del anonimato al éxito es infinita. Nombres como Alizzz (C. Tangana), El Guincho (Rosalía, Bad Gyal, Paloma Mami), Yesan y Asan (Duki) o Ian Kirkpatrick (Dua Lipa, Jason Derulo, Britney Spears, Justin Bieber), por mencionar solo algunos, se han hecho mundialmente conocidos como ya lo hicieron en su momento nombres como Tony Visconti (David Bowie) o George Martin (The Beatles). ¿No echan de menos algo en ese listado? Exacto, mujeres y personas no binarias.
¿Dónde están estos colectivos en la producción musical? ¿Es que se considera un trabajo tradicionalmente “de hombres”? Mientras la industria musical intenta abrir cada vez más sus miras, trata de ser más inclusiva con sus artistas y repudia el sexismo existente, parece que la parte de atrás, la de la producción, quedó olvidada. En los últimos años, hemos visto cómo mujeres y personas no binarias pasaban a ocupar las cabinas de DJ de numerosas salas y festivales, como Honey Dijon o Sophie, fallecida repentinamente a principios de este año. Y no faltan productoras de éxito como Trina Shoemaker (Queens of the Stone Age, Sheryl Crow), Emily Lazar (Foo Fighters, Björk, Beck), o Ann Mincieli (Alicia Keys), las tres ganadoras de premios Grammy por sus trabajos. Pero pocas veces escuchamos una productora en los versos finales de una canción de reguetón o trap a modo de firma, géneros bastante inundados de la vieja masculinidad.
En el ámbito de la producción musical, solo encontramos un 2,6% de mujeres, según un estudio publicado por la Universidad de Southern California a principios de 2020. Es una cifra que hace notar la desigualdad existente en la industria musical y, más en concreto, en el estudio de grabación. Los números tampoco son muy optimistas en cuanto a los diferentes componentes de la creación musical: las mujeres solo representan el 21,6% de artistas y el 12,6% de compositoras. Si bien en el pasado hubo productoras que pasaron a la historia por sus proezas en el estudio, como Sylvia Moy —responsable del éxito de Stevie Wonder y pieza clave en la discográfica Motown— o Sylvia Robinson —referente del rap neoyorquino de los años setenta—, las precursoras del trabajo femenino en este campo todavía no podrían alzar los ojos orgullosas de la mejora de la situación actual.
“Creo que siempre hubo muchas mujeres en todo el proceso, pero sin visibilidad. Es un ambiente que siempre fue liderado por hombres”, me cuenta la música y productora Lucía Tacchetti, una de las voces del electropop argentino que más están triunfando en la actualidad a ambos lados del Atlántico. Mariana Montenegro, artista, compositora, productora y DJ chilena, opina similar: “Supongo tiene que ver con un sistema generado desde hace muchísimos años donde siempre los roles fueron ocupados por hombres”. Además, añade esta idea: “También influye que los espacios son inseguros para las mujeres y no binaries, pero esto sucede en la música en general. Por ejemplo, una vez conversaba con un hombre que me contaba que antes había sido parte de una banda de cumbia. Yo le pregunté inmediatamente: ‘¿Por qué en las bandas de cumbia no hay mujeres?’. Y me dijo, muerto de la risa: ‘Una vez tuvimos coristas pero los chiquillos se desconcentraban mucho, estaban todo el rato coqueteándole a las coristas; así que al final era más fácil que tocáramos solo nosotros’. Me dio tanta rabia. Qué falta de respeto más grande”. Montenegro añade que, lamentablemente, se ha enfrentado a muchas más situaciones así.
Entre la subestimación y el roce a la misoginia, Montenegro me cuenta otra experiencia: “Una vez que hice un DJ set por streaming cometí unos errores en la mezcla. Me llegaron muchos comentarios de odio y de burla. Absolutamente todos eran de hombres”. Como en todos los sectores, el miedo a que las mujeres triunfen y ocupen puestos “tradicionalmente” asignados a hombres sigue estando muy presente, hasta el punto que a veces parece difícil eliminar estas dinámicas. Tanto Taccheti como Montenegro, sin embargo, son muy optimistas en cuanto a la actualidad y el futuro. Por ejemplo, Montenegro celebra que Natalia Suazo, más conocida como Natisú, se convirtiera este año en la primera mujer en ganar el Premio Pulsar de la Música Chilena a Mejor Productora desde que se creó la categoría en 2016. Por su parte, Tacchetti cree que “hay cada vez más lugar para mujeres: desde que podemos producir desde nuestras casas, cambió mucho esto del productor hombre”. La artista y productora argentina lanza mensajes de esperanza: “Entiendo que las mujeres siempre quedamos a un lado a lo largo de la historia. Pero quiero que nuevas generaciones ya metan mano ahí, sin pensar en esa desigualdad”. Tacchetti también recalca que “hay mucho poder femenino en la escena, cada día más, y estamos haciendo más ruido que nunca”.
De a poco, la producción musical abre sus compuertas a las mujeres. Montenegro y Taccheti trabajan para ellas mismas, o han producido el trabajo de otras mujeres. En cualquier caso, Montenegro recalca la importancia de establecer una conexión con lo que produce, ya que implícitamente esa canción va a tener parte de su creatividad: “Para mí es muy necesario conocer los sentimientos de la artista con la canción que compuso. Siento que la producción musical se puede trabajar desde ahí. Siempre ha coincidido hasta el momento que sólo he trabajado con amigas. Entonces, esa transparencia de los sentimientos se da natural”.
Claro está, ese vínculo solo es posible siempre que haya un respeto entre las dos partes. La histórica, aunque no generalizada, tradición lírica del reguetón y del trap de sexualización al colectivo femenino, o la poca inclusión de colectivos que no sean el cishetero, dan por resultado la poquísima presencia de productoras en esos ámbitos. En bandas más indie existen colectivos como T3mplum, un sello discográfico chileno coordinado por mujeres que dan voz solo a sus proyectos musicales femeninos. A esto, se añade la predisposición que desde la infancia recibimos en esta sociedad: niños, a puestos científicos y técnicos; niñas, a temas sociales, culturales y de administración. La menor presencia de mujeres en carreras de ingeniería hace que, a la larga, también haya menos mujeres al frente de estudios de grabación. ¿Es eso excusa de la menor visibilidad? No, ya que como comentan Montenegro y Tacchetti, “hoy en día todos podemos aprender y crear miles de cosas con un ordenador y una placa de sonido. Eso cambió el juego. Ahora todos podemos producir y componer desde casa, con equipamiento mínimo”.
La industria parece que, con pequeños pasos, va queriendo visibilizar a ese nicho femenino. Muchas escuelas de producción musical ya buscan específicamente a mujeres para que se inscriban a sus cursos. Aunque en los géneros más mainstream no parece que vayamos a ver un alud de productoras en los próximos años, la cara B de la industria, abanderada por lo independiente, lo underground y lo emergente, parece tocar un poco más de pies en la actualidad y hace representativa e inclusiva una escena artística en completo auge. Si bien queda lejos la paridad total en este sector, y en muchos más, el camino está bien labrado y cada vez con más productoras dispuestas a romper tabúes y roles de género. Queda un poco menos para escuchar en los créditos de canciones de género urbano a una mujer o a una persona no binaria.