Es difícil no quedar en trance después de escuchar a Álex Serra (Barcelona, 1985). Su música tiene un poder que hipnotiza, que enamora aunque no estés enamorado; te hace agradecer la vida si no estaba en tus planes. No por nada, su último disco se llama Trance Life. Cada canción es como un viaje a través de paisajes sonoros que transportan a lo más profundo de la naturaleza, del cosmos y de lo inexplicable.
Serra fusiona música de diferentes culturas: ritmos tribales africanos, sonidos amazónicos, dub, trip-hop, electrónica y reggae. Algo así como un mandala de sonidos envolventes.
Pionero en el uso de redes sociales, empezó a hacer música en 2006, subiendo sus temas a Facebook y YouTube con un éxito imparable (su canción ‘Outter Space’, por ejemplo, acumula 7 millones de reproducciones).
Asistir a uno de sus conciertos es mucho más que presenciar música en vivo; es embarcarse en una experiencia inmersiva que desafía todos los sentidos. Álex canta “el amor te sana, sana el corazón” y la gente lo repite como un mantra. Su canto es medicina, una meditación guiada, poesía y arte al mismo tiempo. Toca descalzo y su voz que empieza bajito es señal de que no todo tiene que ser apabullante para erizarte los pelos.
Hay que pasarse bastante en el mundo y conectar con él para poder tocar y cantar así. Porque si el mundo está en crisis, su música es la salida. Después de dos meses de una exitosa gira por Argentina, Costa Rica y México —y a la que ahora sigue un estancia en Europa—, el músico conversa con COOLT desde algún paraíso de Yucatán.
Como afirmaba Immanuel Kant: “Hay solo dos cosas que no necesitan significar nada para darnos gran placer: la música y la risa”. Bienvenidas las nuevas maneras de entregarnos al sonido: hay esperanza, hay vida después del autotune. Aquí intentaremos darle un sentido.
- Cuando estuviste en Buenos Aires, dijiste que habías largado todo para convertirte en músico y que aún no lo creías demasiado. ¿Qué es la música para ti? ¿Quién eras antes de realizar tu primer disco?
- Para mí la música es y ha sido el puente para comunicarme conmigo mismo. El lenguaje que he aprendido para poder comunicarme con mi yo más profundo y poder navegar en este mundo que en muchas ocasiones se vuelve bien rarito. Yo he tenido todo un proceso vital de sentirme muy extraño en este mundo y de no entender qué ocurre con el ser humano: por qué se tienen que estar matando unos a otros, imponiéndose a la fuerza contra la voluntad de uno; por qué no puede ser que haya una armonía, cuando yo por dentro muchas veces me siento como en el cielo.
Entonces, ese ha sido mi proceso, de sentir que tenía un don dentro y no saber acceder [a él]; o incluso de tener la creencia de que no merezco estar en paz y sentirme pleno. El dolor de creerme insuficiente y decir: “Necesito buscar respuestas, lo que he venido a expresar a esta vida”.
Cuando tuve 21 años, decidí irme a vivir a Londres, y ese fue el principio de mi aventura hacia mí mismo. Había hecho todos los pasos típicos de la vida moderna: estudiar, pasar el colegio, ir a la universidad, hacer lo que se espera de ti. Pero me sentía insatisfecho. Estaba estudiando informática en la universidad y suspendía todo, era un desastre, no sabía qué estaba haciendo con mi vida. Estuve tres años estudiando el primer curso, no pasaba, pero yo, empeñándome, decía: “Tengo que pasar esto, y sacarme el titulo este, no sé por qué”.
- ¿Por qué informática?
- Empecé a estudiar informática porque pensaba que a través de ella podía meterme a crear cosas, y quizás combinarla con otras pasiones como el arte, la música. Pero era superdenso aprender los procesos informáticos y todas las matemáticas. No me salía, dije: “No puedo con esto”, y me puse a estudiar ingeniera de sonido. Trabajé un año en una empresa que grababa anuncios de televisión, pero no me sentía satisfecho. Y por aquel entonces vi una película que me cambió la vida, Into The Wild, sobre este chico cuestionándose hacia dónde va la sociedad, que decide dejarlo todo para viajar e ir a buscar respuestas a la naturaleza, quemando su pasado, su pasaporte. Me dieron ganas de hacer algo parecido pero no tan extremo, no quemarlo todo e irme sin avisar a nadie, pero sí dejar ese trabajo y esa rueda, irme a Barcelona, a prepararme para viajar por el mundo.
- ¿Qué pasó con tu familia? ¿Te retuvo de alguna manera?
- La verdad, no. Con mi familia hemos viajado mucho, viví en Estados Unidos cuando tenía 7 años, nos quedamos durante dos años viajando por el país, visitando un montón de lugares, entonces siempre he tenido ese espíritu aventurero. Mi familia siempre ha sido así también, pero nunca vio esta necesidad mía de buscar un hilo creativo, siempre pensó que si yo quería hacer informática era por algo, y me apoyó pero nunca me cuestionó. Al final ha sido perfecto, porque he podido encontrar mi camino por mí mismo.
Volví a Barcelona a preparar este viaje, y de repente volví a entrar en el bucle del trabajo para poder ahorrar. Fue a través de romper con una relación que me compré un billete a México, a Cancún, y en 2012 empecé un viaje increíble por Latinoamérica. Fue allí, a través de interactuar con otros artistas, que dije: “Me quiero dedicar a la música, punto final, voy a esas”. Después de dos años en Latinoamérica, me fui a Sudáfrica, y conocí a un chaval que estaba en una situación similar, dejando atrás su pasado de business world. Acababa de grabar un disco alucinante, él mismo en su cuarto. Me quedé allí, armamos una banda llamada Native Young junto con un grupo de músicos de las favelas de Ciudad del Cabo, y a los dos años de estar con ellos, decidí volver a casa para dedicarme a hacer mi propia música. Fue como ese último empujoncito que yo necesitaba para decir: “Wow, si realmente crees en ti mismo, puedes llegar a hacer cosas increíbles”. Volví a Barcelona y escribí In the Real World, que fue el primer disco, en 2017.
- Para llegar a compartir el arte, o quien uno es, se requiere mucho silencio y tiempo individual. ¿Cómo haces para volver a ti, y cómo lidias con ese juez ruidoso que todos llevamos dentro?
- Me encanta estar solo, la verdad. También me encanta meditar, me doy mucho espacio para eso: la práctica de estar solo con tus pensamientos, de aprender a no juzgarse a uno mismo. De esos espacios sale mi música: de estar tranquilito, de agarrar la guitarra y ponerme a tocar unos acordes. Van llegando melodías, frases; me grabo con el móvil en ese juego conmigo mismo; pasan los días y lo vuelvo a escuchar, me salen nuevas ideas. Así es como salen las canciones, son procesos vitales de varios meses o años, o pueden llegar en el momento. Son procesos orgánicos.
- ¿Cómo fue la experiencia en Tierra Iris, la comunidad en Ibiza donde has vivido una temporada? ¿Ha servido de inspiración también para tus canciones?
- Totalmente. Hemos estado viviendo dos años en esta comunidad que mezcla varias cosas: primero, la sostenibilidad, aprender a vivir de lo que cultivas, y a la vez reforestar y alimentar los suelos de Ibiza, que están muy gastados por el abuso de la agricultura tradicional. Había mucho enfoque en eso, y también en lo artístico, pero nosotros llegamos un poquito para ser el puente entre las dos cosas: cómo el arte puede nutrir, el hecho de que la comunidad pueda expresarse de manera artística.
Fue un reto muy grande para mí, porque en esa comunidad se requería mucho trabajo de campo, de meter las manos en el suelo. Por momentos me sentí muy frustrado porque vi que estaba dando demasiado y no guardando tiempo para lo mío, pero fue muy interesante por el hecho de poder aprender de las dinámicas humanas, porque allí la comunicación era constante.
- Hablas de este trabajo colectivo y pienso en tu proyecto más reciente, Trance Life, donde hay más colaboraciones que en el anterior álbum. ¿Cómo se gesta este segundo disco? ¿Primero aparecen los artistas, las canciones o las letras? ¿O todo eso sucede casi de forma mágica?
- Sí, es un poco así, hay muchas más colaboraciones, como Ape Chimba, Jordi Cantos, Julia Ortiz (Perotá Chingó), Li Saumet (Bomba Estereo), La Huaira, Sam Garret... Ha sido muy bonito poder escuchar las canciones e imaginar otras voces. Eran canciones que iba creando y en cierto punto sentía que podían ser para este o para aquella. Escribiendo ‘Luna’, soñaba grabarla con Las Perotá Chingó. Es como ir tejiendo, imaginar a quién le irían bien estos colores, estos tonos, y de repente acaba sucediendo. Cada una de las canciones nace de estos procesos vitales y viene por partes: primero el ritmo y las armonías instrumentales, luego se añaden melodías, poco a poco van llegando las letras. Cada canción tiene su historia y su por qué, y eso me encanta, es como un mapa hacia el subconsciente.
- Uno no sale de la misma manera de tus shows. Algo que me llamó la atención hace poco es que tus seguidores en Instagram decían: “No fui a terapia, pero sí a un concierto de Álex Serra”. Hay algo circular, no de arriba hacia abajo: personas que se desconocen pero que se abrazan y corean tus canciones. ¿Cómo es esa experiencia?
- Yo busco que quien venga a escucharme se sienta partícipe, se sienta inspirado a seguir el impulso creativo. Entonces, si vienes, te hago cantar como si fueras parte de la canción, acabas sintiendo que puedes crear música como cualquier otro. Un poco esa es la intención, que salgas creyéndote artista y sintiéndote inspirado a escuchar esa voz creativa que quiere expresarse constantemente. Como yo he sentido toda esta dificultad en lograr expresarme, quiero facilitar la experiencia. Hago talleres de canto, y la gente acaba abrazada en círculo y entonando con la voz, viendo que es parte de un todo. Intento replicar esas cosas en los conciertos también: que la gente cante, baile, que se exprese. Incluso hay momentos donde abro el micrófono e invito a la gente a improvisar.
- ¿Tienes alguna actuación en vivo que sea particularmente memorable para ti?
- La verdad es que cada concierto me lo tomo como una ceremonia, como un ritual. Sí hay conciertos increíbles, pero cada concierto es único, no puedo elegir. Por ejemplo, en Costa Rica acabamos todos abrazados, 20.000 personas abrazadas en círculo, y fue como: “¿Qué está pasando?”. Pero eso no lo hace más especial que un grupo de cien personas. El feeling es el mismo. Por eso todos los conciertos son rituales donde yo acabo transformado, y si yo me transformo, los que están ahí también.
- Siempre existieron músicos que le cantaron a la Pachamama y a la unidad del ser humano. Tal vez uno podría encontrar esa música si estaba en esa búsqueda a través de retiros, temazcales o en terapias con sonidos. Hoy existe un movimiento mucho más poblado que algunos llaman “Músicas para la Conciencia”. ¿Crees que esta tendencia es un efecto pospandemia?
- Cada vez hay más conciencia de lo poderosa que es la música, por cuestiones tan bestias como una pandemia mundial, donde hemos visto el nivel de manipulación al que hemos sido sometidos a través de la palabra, de meter miedo. Es increíble que se pueda controlar de esta manera a las masas, da mucho que pensar. Creo que ahora más que nunca se está viendo que toca hacer las cosas de forma diferente, nos estamos dando cuenta de lo importante que es hacer música con la intención de unir en lugar de ensalzar un ego. Es natural, pues con tanta oscuridad sí o sí tienen que aparecer mensajes para iluminar.
- Cuando estuviste en Buenos Aires, hiciste una maravillosa versión de ‘Turn Your Lights Down Low’, de Bob Marley. En la película que se estrenó recientemente sobre su vida, decía que “no se puede separar la música del mensaje". Él entendía la música como un vehículo para intentar mejorar el mundo. ¿Sentís una responsabilidad parecida? ¿Buscas ese mensaje, o es algo que sucede y te trasciende?
- Mira, yo he tenido un proceso muy interesante entre el primer disco y el segundo de tener otra vez la sensación de no estar a la altura de esta responsabilidad. He visto cómo realmente la música puede llegar a calar tan profundo en las personas, recibo constantemente mensajes de agradecimiento, de personas que están en procesos muy heavies, de autodescubrimiento, atravesando depresiones muy profundas, y que me dicen que mi música les ayuda a atravesar esos portales, incluso mensajes muy fuertes, de decir: “Gracias a tu música no me he matado”.
Una parte de mí se ha sentido abrumada. “Wow, ahora tengo que seguir haciendo este tipo de música, ahí conectado”. He tenido un proceso de sentir esa presión y sentirme un poco bloqueado, porque si empiezas a hacer música desde ahí, no funciona; tiene que ser algo natural y real. He tenido un bache por cuestionarme básicamente eso que es como una trampa. Al fin y al cabo, si lo has podido hacer una vez, es que eso está en ti. Fue como volver a confiar en mí mismo, aprender a aceptar que tengo este don, y que es un don que vino para quedarse: no es algo que se me dé y se me quite, es algo que está aquí, y si yo aprendo a escuchar y a darme el espacio, la música es infinita.
- Anahí Monsalvo, tu compañera, no sólo aparece en la mayoría de tus videos, sino que le pone la voz a ‘Sana corazón’, una de las canciones más poderosas del nuevo disco. Inclusive cuando aparece en escena, pareciera iluminarte aún más. ¿Cómo es el trabajo juntos?
- Mi relación con Anahí es una de mis inspiraciones más profundas, porque con ella aprendo muchísimas cosas que después se convierten en música. Por ejemplo, ‘Sana corazón’ habla de un bache muy profundo en nuestra relación que nos llevó a separarnos y a tener que procesar cada uno su tema, para después volvernos a unir. Habla de esta sensación de sentir que no eres suficiente, de sentir que por mucho que te esfuerces siempre va a haber una falta. Una herida que los dos tenemos, que todo ser humano tiene, pero que en nuestra relación se vio muy obvia. Cada uno tuvo que mirar hacia adentro hasta poderlo aceptar por uno mismo y poder volvernos a unir desde esa sabiduría.