“Mi madre fue bailarina y paró de bailar cuando yo nací. Así que, de alguna manera, si hago música para bailar, es para que mi madre siga bailando. El baile para mí es muy importante, desde un lugar muy íntimo”, dice el músico chileno-estadounidense Nicolás Jaar (Nueva York, 1990) a través de una videollamada. A su lado, en otro recuadro de la ventanita, está la bailarina y coreógrafa Stéphanie Janaina (Ciudad de México, 1984), su compañera creativa en el proyecto de performance ¡miércoles! Ambos se encuentran en diferentes habitaciones de un lugar en Madrid al momento de esta entrevista para participar en el festival Canal Connect 2022, en los Teatros del Canal.
Los caminos de estos dos artistas se cruzaron en México en 2017 gracias al músico Roberto Lange, también conocido como Helado Negro y sus Tinsel Mammals (Mamíferos de Oropel), las criaturas brillantes que transforman el sonido en movimiento, imagen y volumen sobre el escenario. “Cada vez que iba a México o América Latina, yo lo contactaba con distintos bailarines”, dice Stéphanie. “Cuando Roberto tocó con Nicolás en una fecha, fui y me dijo que tenía que conocerlo, porque teníamos formas de pensar muy parecidas. Y así sucedió. Comenzamos a hablar, y esa misma discusión la seguimos teniendo hasta ahora a nivel creativo”.
Nicolás cuenta que el día en que tomaron contacto por primera vez, Stéphanie le contó sobre una obra suya. La performance comenzaba solo con ella, en total oscuridad. La audiencia, a través de cámaras desechables, la iluminaba con el flash. Lo que sucedía, por tanto, era visible solo durante esas milésimas de segundo. “Me volví loco con la idea, porque decía mucho sobre lo que precisamente me interesa de la performance, que es romper con la jerarquía tan obvia en la que el o la artista decide todo, de forma unidireccional. Y bueno, por otra parte, justo antes de conocerla, mientras estaba en México, pensé mucho en unos asesinatos de activistas y periodistas. Se me vino a la cabeza un canto: la verdad no se asesina. Nos pueden matar a todos, a todos estos periodistas, pero lo que pasó de verdad nunca se puede asesinar. Traté de buscar una manera de decirlo esa noche durante el concierto, pero no me atreví, no hubo un momento adecuado, aunque luego se lo comenté a ella”.
La bailarina explica que aquel canto de Nicolás le tocó muchas fibras: “Muchas veces él amplía pensamientos o preguntas que yo tengo. Ese canto para mí fue una vía para buscar una profundidad en lo que decía. Por ejemplo, la imposibilidad que hay en algunos lugares, donde aquello no se puede decir, no se puede gritar. ¿Cómo decirlo con el cuerpo entonces? Así se ha ido entrelazando esta colaboración, esta relación amistosa y creativa entre los dos”.
Nicolás ahonda en esa vinculación: “Steph siempre tiene conceptos flotando alrededor de ella y crea una estructura de pensamiento. Por ejemplo, últimamente ha sido alrededor de ‘las tareas imposibles’. Movimientos que son imposibles de hacer, pero que uno trata de hacerlos igual, porque la vida es así. Antes de eso, había otra idea: ‘la solidez es injusticia’. ¿Cómo hablar de estas cosas a través del movimiento y la música? Me interesó mucho poder entrar en una performance más teatral, donde la música podía venir desde los movimientos corporales. En muchas de las performances, creo que casi todas, tenemos dos micrófonos y yo estoy siempre sampleando lo que hace Steph”.
Y el músico recuerda una performance que realizaron en el desierto, en Jordania. Stéphanie excavaba con un rastrillo y Nicolás manipulaba aquel sonido. “En vez de crear música con una drum machine o decidir poner un sonido porque me parece lindo, creamos con lo que la audiencia recién escuchó por primera vez. Sucede, lo reescuchamos y estamos viviendo dentro de la memoria de lo que recién sucedió”.
Para Stéphanie, esta relación creativa ha representado una reconciliación con la música y el sonido. “Antes de Nicolás, todo lo que hacía era en absoluto silencio. Había una negación de eso, y también hasta de cuestionar de qué sirve la danza. El silencio era físico también. Creo que empezar a trabajar con Nicolás, con su forma de pensar, fue lo que me ayudó. Cuando hacemos algo no estamos tratando de ir a la par, sino que cada uno dice lo que tiene que decir y a veces nos cruzamos. De hecho, en la performance de ayer quien cantaba era yo y quien bailó fue Nicolás”.
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En el marco del festival Canal Connect 2022 de Madrid, Nicolás y Stéphanie presentaron 008 FUTURO. Cada actuación en vivo de ¡miércoles! varía porque se trata de una improvisación y, en esta ocasión, la performance se basó en la intervención de la Constitución española. Se eliminaron todas las palabras del texto legislativo que no contienen las letras de la palabra “futuro” y, además, se ejecutó una tarea imposible en vivo: Stéphanie intentando poner bloques de madera negra en su espalda. “La primera vez que los vi me parecieron tumbas en el escenario”, dice Nicolás. “Ella caminaba a cuatro patas, poniendo cada vez más, caminando con todo ese peso, que es el peso de la muerte, de los desaparecidos, de la gente que se fue. El sonido que yo sampleaba era el de las tumbas cayendo de su espalda. Para mí, cambia todo poder entender el sonido de esta manera: no estoy sacando el sonido de una madera que cae al suelo, sino que son tumbas y estamos escuchando el eco de una imposibilidad frente a cómo vivir con la muerte. Esta dificultad de cómo tratar la muerte hoy en día, el trauma de eso, es algo que siempre ha tenido ¡miércoles! En todo el mundo se están excavando tierras para encontrar a los muertos”.
En una actuación previa en Palestina, esos bloques no fueron tumbas: “Steph las puso mucho más cerca, una al lado de la otra. Y eran un muro. Como el muro al que estábamos a tres calles de distancia. Pero cuando llegamos a España, el muro se transformó en tumbas”.
En Madrid, la audiencia recibió un sobre marrón. Dentro, la Constitución española intervenida. “Son 40 páginas. Hay algunas palabras que no tienen f, u, t, u, r, o y con ellas hicimos una poesía. Entonces, por ejemplo, en España no hay futuro. En la ley no hay futuro. Lo pensamos casi como un algoritmo. A mí me interesan mucho los caminos por los que se llega a lo poético desde una estructura de pensamiento, porque es finalmente lo que hacemos también con el sonido y el baile. Acá están todas las palabras de la Constitución Española que no tienen estas letras. En la dignidad, por ejemplo. En la paz. En la iglesia. Es tan absurdo que en Página 23 no hay futuro”, dice Nicolás.
Para Stéphanie, lo interesante de este ejercicio era guardar la neutralidad sobre lo que se estaba diciendo para caer en la cuenta de la “carga conceptual” que tenemos sobre el futuro: “Existe esta idea recurrente de que en el futuro todo será mejor, entonces, claro, cuando tenías palabras como en ellas no hay futuro... Para mí tenía sentido decir que solo podemos pensar que no queremos una dignidad a futuro, sino un presente con dignidad”.
Algo muy importante que también une a los componentes de ¡miércoles! es el lenguaje hablado y escrito, como si fuera una fuerza de gravedad que les sujeta frente a las abstracciones de las que proviene cada uno.
“La danza es muy abstracta, yo puedo abrir algunas pistas, pero cada quién la recibirá como quiera”, dice Stéphanie. “En cambio, haciendo ¡miércoles! con Nicolás, tenemos que tener muy clara una línea de investigación de lo que estamos proponiendo. Por eso comenzamos también con estas publicaciones, para tener un punto de partida”. Para el dúo, el texto es tanto una nota al pie de la performance, como la performance es una nota al pie del texto.
Pero su trabajo en torno al lenguaje y las lenguas va mucho más allá. Nicolás lo explica: “Así como Steph tenía una crisis con el sonido y la danza, creo que yo también tenía una con el sonido. Sentía que podía tener algo muy concreto para decir, pero lo que hago es muy abstracto y no podía decirlo. Terminaba tocando música para gente en un festival, en algún lugar, esponsorizado por Heineken o por compañías horribles. Y yo estaba ahí haciendo música de ruido, noise, combinándolo con esto o lo otro. En ese momento entendí por qué la poesía es necesaria. Quieres poder hablar de algunas cosas, pero también dar la libertad para que estas palabras no sean sólidas. Ambos entendemos el texto y el lenguaje como una manera de recontextualizar lo que hacemos. Tanto Steph como yo estamos aprendiendo nuevas lenguas, estamos metidos en eso, en nuestra vida”.
Ella está aprendiendo mixteco, uno de los idiomas que se habla en la sierra de Oaxaca. Su familia es de la zona y desde su abuela ya nadie lo habla. “Es también lenguaje del Pueblo de la Lluvia y había algo muy poético en eso que me interesaba entender, así que comencé a tomar clases. Es muy revelador entender la estructura, de dónde viene, porque hay cambios significativos entre antes y después de la Conquista en el idioma. A partir de la Conquista, el trato a lo femenino cambia. Antes, la mujer estaba contemplada desde su relación con la naturaleza, era una totalidad. Y después se vuelve algo más peyorativo… no sé cómo decirlo…”.
- ¿Una búsqueda de sumisión de las mujeres a partir del lenguaje?
- Exacto. Y diferentes lingüistas justamente están reescribiendo esta historia, buscando los orígenes, porque muchos de los registros del mixteco están hechos por padres católicos. Es un lenguaje muy tonal y que es fácil de comprender. En mi día a día, en proyectos personales, lo he trabajado mucho, lo trabajo con niños que vienen desde diferentes contextos, y es muy interesante, porque todos hablan un idioma diferente o a veces soy yo la que no habla el de ellos. Ahora que estuve en Palestina trabajé con los niños en uno de los campos de refugiados. Yo no hablo árabe y en un momento decidí cantar en mixteco con ellos y vi que era muy fácil de transmitir. Creo que es algo muy emotivo y sensible. y que para mí es también una forma de resistencia, de darle un lugar a esas lenguas finalmente.
Nicolás también está embarcado en otra misión alrededor de las palabras. Dice que hay una leyenda que le vuelve loco hasta el día de hoy: “Francisco Pizarro le entrega una biblia a Atahualpa, el último emperador inca. Él toma la biblia y la pone en su oído para escucharla, como no oye nada, la tira al suelo. Y los españoles le dicen ‘te vamos a matar, porque no se puede hacer eso con nuestra biblia, es algo sagrado’. Estoy escribiendo mucho sobre eso y es parte de lo que estoy estudiando. Lo que me interesa es poder entender los lenguajes de estos textos que fueron utilizados como base metafísica y política para matar a tanta gente en América y en todo el mundo”.
En este momento, Nicolás se encuentra en su segundo año de estudio de griego antiguo “para poder leer el Nuevo Testamento”, dice. También estudió por un año y medio hebreo antiguo y siríaco, que se hablaba en el este de Palestina. “Quiero tratar de entender esas lenguas que tuvieron un efecto tan fuerte en el continente americano y también en la mente de la gente que decidió creer en eso”, dice. Otra lengua que ha aprendido, para su día a día es el árabe, “el que se habla en la calle”, puntualiza, porque durante los últimos dos años ha estado en Palestina.
A pesar de esa vida en el día a día, Nicolás sigue moviéndose junto a Stéphanie. Y surge la pregunta: ¿qué es lo que se aprende con la realización de esas performances de ¡miércoles! que cambian cada vez según dónde se presente? Desde lejos, se observa como un salto al vacío, donde las culturas de ambos y del lugar que visitan entran en comunicación en diferentes niveles: la lengua, lo kinético, lo sonoro y lo emocional.
“Es una muy linda pregunta porque creo que lleva algo que siento dentro de mí”, responde Nicolás. “Yo nunca me he sentido de un lugar, siempre me he sentido extranjero en cualquier lugar al que voy. Mis padres son los dos chilenos, pero yo soy chileno hasta cuando llego a Chile, y cuando estoy en otro lugar la gente me dice ‘ah, pero eres chileno porque mira como hablas’. Cuando llegué a vivir a Estados Unidos, cuando era más chiquitito, era un niño, no hablaba inglés. Era otra cultura, una en la que nadie sabe de dónde vengo, nadie sabía dónde estaba Chile. ‘¿Qué onda esta gente?’, pensaba”.
- A eso de no saber ubicar lugares en el mapa, yo le digo ignorancia por hegemonía.
- Ja, ja, es verdad. Después, cuando tenía 14 ó 15 años, me di cuenta de que toda mi familia de lado paterno venía de Palestina. ‘¿Qué significa esto?’, pensé. Y el padre de mi madre vino de Francia. Sé que tengo también un poco un lado francés. ¿Qué significa eso? De nuevo. Yo no me siento nada, en ningún lugar. No tengo una base desde la que puedo construir y decir ‘esta es la raíz, desde aquí digo algo’. Yo no tengo eso. Siempre he sentido que solamente puedo hablar de lejos y desde el entre”.
Y, una vez más, los artistas se encuentran en algo que ellos definen como un entre permanente.
“Mi madre es francesa, pero lleva 50 años viviendo en México. Hemos crecido siempre en el mismo barrio en el sur de Ciudad de México y nuestra casa siempre fue la casa de la francesa, a pesar de que mi madre llegó a los 20 años y ha construido toda su vida ahí”, dice Stéphanie. “Entonces, siempre ha habido ese trato de que no soy mexicana: me llaman la güera y se nota hasta en cómo me hablan. Si estoy en un mercado nuevo, al que no he ido, me hablan en inglés, y es algo muy frustrante el tener que afirmar que soy mexicana, es algo… no sé cómo ponerlo, pero es algo que me persigue. Y, claro, ahora mismo he estado viviendo en Europa y allí no soy francesa tampoco”.
La bailarina cuenta que abandonó México hace cuatro años por muchas razones políticas y sociales. Que fue una huida para poder respirar, “para poder seguir viva” y tener paz mental y emocional. “Siento que ya no tengo la fuerza ni el coraje para volver a estar ahí, a pesar que tengo todo el amor y el cariño. Es un lugar que exige mucho coraje, mucha resistencia también desde lo que hago, cómo lo hago”, explica Stéphanie. “Entonces, tengo esa misma sensación, esa misma pregunta que Nicolás: ¿dónde está mi lugar? ¿Dónde hay un lugar donde pueda echar raíz? Porque yo la siento en México, pero al mismo tiempo siento que México me expulsa. Es extraño”.
Ambos coinciden que este intersticio vital es lo que les hace estar a la escucha en todos los territorios, precisamente, para encontrar un lugar. Stéphanie cuenta que fue especialmente consciente de ese proceso de aprendizaje durante su visita a Oriente Medio: “Hablando con Nicolás he podido entender mucho la situación palestina y, por ejemplo, la importancia que tiene para los palestinos el hecho de no poder ver el mar. Cuando fui, estuve bailando con los niños, y hay un ejercicio que estoy acostumbrada a darles. Es uno en que las manos se vuelven pequeños peces rojos para que los niños bailen. El primer día que fui con esto en mente, no me atreví a hablar de peces. Pensaba, ¿cómo voy a hacer que alguien se mueva como un pez si quizás ese anhelo, ese recuerdo del mar, puede ser algo doloroso? Entonces, el primer día solo escuché, para saber qué referencias podía dar a los niños en ese espacio”.
Pero al segundo día, hablando con otros palestinos, entablando diálogos, algo cambió. “Ahí me di cuenta de que, precisamente, hacer el ejercicio de los peces rojos era mostrarles otras formas de estar en el mar. De decir: ‘Bueno, tal vez no lo puedo ver, pero lo tengo en las manos’”.
Y el silencio habita por unos segundos esta conversación a distancia. Pienso en manos chiquititas, en bocas pequeñitas que de pronto pueden saborear la sal. Me imagino cómo sería un mundo en el que muchas Stéphanies nos hicieran experimentar con el cuerpo, a medida que crecemos, el recuerdo de lo que vamos perdiendo. De lo que nos quitan.
“Por todo esto que te cuento es que cada ¡miércoles! tiene que cambiar”, dice Stéphanie, rompiendo esa ventanita de pensamiento en la que me quedé absorta, suspendida. “Y por eso es tan efímero. Si estableciéramos una pieza y con ella imponemos nuestro punto de vista en cada lugar, claro, habrá diferentes percepciones, cada teatro se verá diferente, pero sería una gran falsedad. La solidez es injusticia ¿no? Este es el lugar que necesitamos hoy, ese momento de percepción del lugar, de lo que se escucha, de lo que se mira. Cómo se mueven los cuerpos. Quizás después de eso, tal vez poder compartir”.