Cuando Carla Reyna (Monterrey, 1985) era pequeña, mucho antes de hacerse un nombre en la escena musical como Niña Dioz, solía borrar el audio de los casetes que se encontraba en las estanterías de su casa para grabar después su propia voz. Tenía 10 años y le gustaba contar las historias de su familia y de su escuela por medio del freestyle, un género del rap que en México todavía no era popular. “Es 1997 y quiero que todo el mundo sepa lo que quiero compartir, no tengo los instrumentos necesarios, pero esta es mi música y espero les guste”. Así empezaba una de las grabaciones.
A pesar de que su madre fue su primera admiradora, esta artista precoz no lo tuvo fácil para desarrollar su talento en Monterrey, una ciudad al noreste de México con una marcada cultura machista. “Al principio mi familia no entendía lo que hacía. Me decían: ‘¿por qué no pruebas un estilo musical más normal?’. Eran esos prejuicios de la sociedad regia: ser mujer, queer y rapera, un género en donde solo resaltaba el talento de los hombres”, explica Niña Dioz en conversación con COOLT en Madrid, coincidiendo con su reciente gira en España.
Su entorno le decía que debía componer canciones que se asemejaran al estilo de la música regional norteña, o a las del pop de moda en México en ese tiempo. “Yo no quería ir por ese camino, ¿qué es lo normal? Para mí eso no existe. Me parecía mas desafiante componer una letra de tres páginas con el rap que una canción pop cortita de media página”, dice la cantante. Con esta convicción nació Marcapasos (2007), su primer EP, que le hizo ganar el premio Indie O-Music Awards como mejor álbum de hip hop.
Monterrey le inspiraba, pero también era una jaula: “Necesitaba salir y ser libre”, recuerda Niña Dioz. Y fue así como a los 22 años decidió mudarse a Ciudad de México, donde empezó a desenvolverse en el medio artístico, probando distintos géneros musicales: “No quería quedarme en el hip hop under”, explica, y por eso empezó a fusionar la cumbia con el hip hop, o el rap con el rock, inspirándose en los referentes musicales de su ciudad natal, como el cantante Celso piña, o los grupos Plastilina Mosh, kinky y Control Machete. Unas influencias a las que se suman la Mala Rodríguez y Ana Tijoux, pioneras del rap que le hicieron tomar conciencia de su talento: “Ellas me inspiraron muchísimo, ya que lo que yo quería contar no estaba tan alejado de lo que hacían”.
Con un estilo rompedor, visceral y tajante, que contrasta con su personalidad tranquila, Niña Dioz utiliza la música para relatar sus experiencias personales, incluidas sus vivencias en una Monterrey que entre 2009 y 2014 sufrió una fuerte oleada de violencia derivada del narcotráfico. “Cuando la violencia estalló en Monterrey yo ya no vivía ahí, pero cuando visitaba la ciudad sí me tocaba la tensión en las calles”, asegura. “Una vez me fui a tocar a Nepal por un mes y, después de visitar templos y meditar en las montañas, regreso a Monterrey y me toca ver a un hombre colgado en un puente, era una carnicería terrible. Posteriormente ocurrió el atentado en el casino Royale en 2011 en donde murieron 52 personas, yo temía por mi familia. A muchos amigos los desaparecieron, a un primo lo mataron enfrente de mi tía, todo eso me inspiró a hablar de estos temas”.
En 2014, Niña Dioz decidió probar suerte en Los Ángeles, donde se instaló por unos años. Ahí empezó desde cero, algo que enriqueció su carrera como cantante y como persona. “Allá nadie me conocía ni a nadie le importaba. Mis ahorros me duraron seis meses. Tuve que trabajar de barista y de chófer de Uber. Hice mil cosas para sobrevivir y para seguir aferrándome a la música. Fue un proceso de mucha humildad”, recuerda.
Fueron tiempos duros, que la artista ilustra con una anécdota: “Un día estaba en un café limpiando una mesa y escucho a Ana Tojoux en la radio, y yo solo pensaba que había cantado con ella en Suiza y en Noruega hace unos años”, relata. “Eso me enseñó a no tomar nada por sentado y a apreciar lo que ahora tengo: un micrófono que puede llegar a mucha gente”.
Cuando Niña Dioz estaba a punto de tirar la toalla en Estados Unidos, aparecieron las oportunidades que estaba buscando. Firmó con los sellos National Records y Universal Music y empezó a colaborar con productores de talla internacional que habían trabajado con artistas como Rihanna o Kanye West. “Después de sentir que no recibía la atención que merecía y de esos años difíciles, al final sí me veían y me lograron valorar, todo valió la pena”, dice.
En su nueva carrera musical en Estados Unidos, Niña Dioz decidió adoptar con más fuerza su identidad mexicana y plasmarla en la música. “He viajado mucho con mi música y me he dado cuenta de que a la gente le gusta mucho nuestra cultura latina y mexicana, ese era mi sello de identidad en L.A.”, cuenta la rapera.
“Me gusta mucho hablar del mariachi, de las mujeres mexicanas, del fuego que traemos en una sociedad tan machista en donde se necesitan muchos ovarios”, agrega la artista. Y de eso precisamente habla su canción ‘Mezcal’, una colaboración con su compatriota Hispana y parte de su último álbum, Amor Locura & Otros Vicios (2021) que actualmente se encuentra promocionando en diferentes partes del mundo.
Por ahora, Niña Dioz no tiene fecha para otro álbum, ya que asegura que preparar uno le lleva mucho tiempo. “Cada disco habla de ciertos temas especiales para mí, me gusta seguir un orden. Ninguno de mis trabajos se parece entre uno y otro”, explica la rapera, quien en los últimos años, además de colaborar con nombres como Julieta Venegas, Molotov, Ana Tijoux y Natalia Lafourcade, también ha participado en la banda sonora de diferentes series y películas, entre ellas Insecure, Ozark y Unforgivable.
“Todo lo que al principio era un obstáculo para avanzar en la industria, como ser queer, rapera y mujer, ahora es mi mayor fortaleza. Lo más importante es ser fiel a uno mismo”, concluye la cantante que grababa su voz en los casetes de sus padres.